GIA El hombre me miró con una leve sonrisa en sus labios, era esa clase de hombre que tenía esa aura imponente. Ningún militar romano que conociera podría tener un aura “débil”, todos poseían ese cuerpo fornido, esos ojos frívolos y esos anillos en sus manos que siempre portaban para decir a la gente que estaban al mando de las poderosas legiones. Los anillos en la mano derecha de Magnus eran cinco, las cinco legiones de la Germania. —Un placer conocerlo, he escuchado de usted, aunque no habíamos tenido el placer de conocernos en persona nunca—dije dibujando una sonrisa en mis labios—. La última vez que escuché de usted fue cuando mi marido, Maximilian, me dijo que usted le invitaba a pasar un tiempo en Germania. —Maximilian, Maximilian, claro, la noticia de su muerte me impactó como no

