Sofia
El set estaba en su máximo esplendor, luces blancas y doradas bañaban cada rincón, la música sonaba a un volumen calculado para mantenernos activos, pero sin arruinar la concentración, y un equipo entero se movía como un engranaje perfectamente sincronizado.
Me coloqué en el centro, siguiendo las indicaciones del fotógrafo, mientras el vestido rojo se ceñía a mi cuerpo con cada pose.
Las cámaras disparaban una ráfaga tras otra, y yo ya había aprendido a no pestañear en momentos críticos.
Entre cambio y cambio de postura, noté a Adrián en un costado, de pie junto a los asistentes de producción.
No estaba haciendo nada en particular, salvo observarme como si el resto del mundo hubiera desaparecido y, si soy sincera, no era incómodo… al contrario, la idea de salir con él no sonaba nada mal.
«Podría aceptar su invitación esta noche…»
Pensé mientras ladeaba el rostro hacia la luz, no solo porque Adrián es atractivo y tiene una sonrisa que desarma, sino porque quizá así podría enviarle un mensaje indirecto a mi querido vecino nocturno:
«Así se paga la mala educación… y las noches en vela gracias a tus amantes.»
Pero entonces, entre destello y destello de las cámaras, lo vi a él.
Mikhail Volkov estaba a varios metros, conversando con el director creativo, pero cada tanto su mirada se desviaba hacia mí.
No era una mirada prolongada, ni descarada, pero estaba ahí, constante, precisa y de alguna manera su mirada mandaba descargas a cada parte de mi cuerpo.
Me gusta que me mire, pero a la vez, lo odio, porque con él siento algo que nunca había sentido y no iba a permitir que el arruinara mis planes.
Con Mikhail jamás tendría una conversación normal, nuestro odio era enorme y que ahora me mirara solo hacía que esta situación fuera peor porque no sabía cómo interpretar sus miradas.
«¿Era orgullo por mi trabajo?»
«¿Desaprobación por algo que ni siquiera había hecho?»
«¿Un rastro de celos que no tendría por qué sentir?»
«¿O, simplemente, indiferencia disfrazada de profesionalismo?»
Me forcé a alejar esos pensamientos absurdos y me concentre en las instrucciones del fotógrafo, pero en cada pausa, mi vista terminaba buscándolo, como si necesitara descifrar ese código mudo que él nunca se molestaba en aclarar.
El problema es que, con Mikhail, las palabras no eran necesarias para sentir la tensión… y yo estaba empezando a cansarme de no saber si quería alejarlo o provocarlo.
La primera parte termino y continuaríamos con el segundo vestuario del día, así que camine hasta el camerino, lo que no esperaba era ese pequeño intercambio de palabras entre Mikhail y yo, si durante la sesión había sentido una pizca de emoción en él, se esfumo una vez decidió hablar.
El segundo vestuario era, sin duda, el más arriesgado de toda la sesión, un vestido que apenas rozaba la parte alta de mis muslos y con la espalda completamente descubierta.
Sentía las miradas sobre mí, algunas admiradas, otras cargadas de envidia, y una en particular… más intensa de lo que me gustaría admitir.
Mikhail.
Estaba allí, cerca del director creativo, aparentando estar concentrado en la escenografía, pero sus ojos no se apartaban de mí.
Era una mirada difícil de descifrar, como todas las que me daba, no era exactamente desaprobación… tampoco simple orgullo profesional.
Tal vez las cosas entre nosotros siempre habían sido tensas no solo por lo mal que empezamos, sino porque había algo más ahí, algo que ninguno de los dos estaba dispuesto a reconocer.
Cuando Adrián se acercó a mí me vi obligada a dejar de pensar en eso, me centre en la siguiente sesión de fotos en pareja.
Trabajar con Adrián, era sencillo, él sabía cómo guiar una pose, cómo hacer que una mirada se viera natural, cómo sostenerme de la cintura sin que pareciera un exceso… aunque con él no siempre era del todo fingido.
Adrián era guapo, seguro de sí mismo, y su acento español tenía una cadencia que volvía melódicas incluso las indicaciones más simples.
Así que, cuando el fotógrafo pidió que me inclinara un poco y Adrián acercara sus labios a mi cuello, yo acepté sin protestar.
No porque fuera necesario para la foto, sino porque me pareció… divertido ver cómo Mikhail apretaba la mandíbula desde su esquina.
Cada segundo que Adrián se demoraba en separarse parecía tensarlo más.
Hasta que, finalmente, la voz seca de Mikhail cortó el aire.
—Es suficiente. —Y en cuestión de segundos, la sesión quedó cancelada.
Adrián, en un gesto tan natural como desafiante, esperó a que él se alejara para acercarse a mí y susurrarme:
—Entonces… ¿esta noche? — pregunto
—Claro. —Sonreí, consciente de que Mikhail todavía estaba lo bastante cerca como para oírlo.
Él no reaccionó, ni una palabra, ni un cambio en su expresión, pero yo lo noté, su silencio no era indiferencia… era contención y ahora que había descubierto lo que le provocaba a Mikhail, pensaba llevarlo al límite.
Me aleje de Adrián y fui hasta el camerino y en cuanto entré, el murmullo empezó.
—Yo creo que el jefe está celoso. —dijo una de las maquillistas mientras guardaba sus brochas.
—Por favor… —replicó otra— Ellos dos nunca se han llevado bien, es notorio que no se toleran — aseguro
Y yo me limité a ignorarlas, no iba a gastar energía en especulaciones, tenía cosas más importantes que hacer… como cambiarme y salir de allí.
Mientras me quitaba el vestido, los recuerdos me atraparon.
La primera vez que vi a Mikhail fue en mi primer día en la empresa, no había tenido la dicha de hablar con él hasta ese día, después del intercambio incomodo en la oficina de Mikhail, fui con la asistente de Volkov para mi primera sesión de fotos.
Yo todavía era una novata, con más entusiasmo que experiencia.
Había desfilado en pasarelas pequeñas, pero trabajar en Aurum Models era otro nivel, estaba nerviosa, cometiendo pequeños errores, y él… él había llegado de Moscú con todo el porte y el carácter de un hombre que no desperdicia palabras.
Me miró de arriba abajo y soltó, sin rodeos:
—No estás hecha para esto, te sugiero que vuelvas a lo que conoces, tienes un lugar seguro en la empresa de tu familia. — menciono y yo lo mire molesta
—Le demostraré señor Volkov que puedo hacer esto mejor que cualquiera aquí. — Le respondí sin titubear.
Desde entonces, todo lo que hacía tenía un objetivo oculto: demostrarle lo equivocado que estaba.
Y lo hice, a los pocos meses me convertí en la modelo estrella de la empresa y la más solicitada por las marcas.
Pero eso no borraba el rencor que había sembrado en mi interior.
Tampoco borraba lo que me enfurecía de él como vecino, las noches interminables con diferentes mujeres, los besos en los pasillos, los susurros y risas que escuchaba a través de la pared… y lo peor, el inexplicable cosquilleo en la piel cada vez que lo tenía cerca.
Odiaba a Mikhail.
Odiaba que fuera un mujeriego, un arrogante, un idiota y odiaba más que nada el saber que, aunque me atraía, jamás sería como esas otras mujeres.
Jamás sería una de sus conquistas de una noche.
Después de que el equipo desmontara toda la escenografía, el set quedó irreconocible, como si horas de trabajo se hubieran borrado en minutos.
La mayoría regresó a la empresa para continuar con tareas pendientes, y yo no fui la excepción, me acomodé sobre mi escritorio, justo frente a la oficina de Mikhail.
Siempre odié lo estratégico de mi ubicación, no había forma de que yo entrara o saliera sin que él lo notara, y viceversa.
Pero esa tarde, decidí concentrarme en algo que sí me hacía sonreír: mis diseños.
Dibujé líneas suaves, cortes atrevidos, siluetas que ya podía imaginar cobrando vida en telas perfectas.
Muy pronto serían piezas reales, confeccionadas para la apertura de mi propia marca.
Perdí la noción del tiempo hasta que el reloj marcó la hora de salida, fue entonces cuando Adrián apareció, sentándose sobre mi escritorio con esa sonrisa traviesa que parecía prometer problemas.
—¿A dónde quieres ir esta noche? —preguntó, recargándose hacia mí.
—Podemos cenar en mi departamento —propuse, como si fuera lo más natural del mundo.
Justo en ese instante, Mikhail salió de su oficina, nos miró… o mejor dicho, nos escuchó, porque no creo que nos haya mirado y simplemente continuó su camino hasta el elevador y desapareció tras las puertas metálicas.
Adrián, encantado con la idea, me ayudó a guardar mis cosas, minutos después, estábamos saliendo del edificio.
Pasamos por el restaurante favorito de Adrián y pedimos comida para llevar, el aroma llenaba el auto, y yo ya podía imaginar la velada.
En mi departamento, todo fluyó con facilidad, risas, bromas y comentarios que empezaban a rozar lo sugerente.
La química entre nosotros no necesitaba forzarse; era ligera, natural… y quizá un poco peligrosa.
Cuando el cielo comenzó a oscurecer, sentí la necesidad de tomar aire fresco mientras él iba al baño.
Salí a la terraza, disfrutando del silencio de la noche hasta que mi mirada se encontró con una escena que no esperaba.
Las manos de Mikhail estaban en el rostro de una chica, sus labios devorando los de ella como si el mundo pudiera acabarse en ese instante.
Estaban en su habitación, pero la vista desde mi terraza era perfecta y la verdad dolió un poco más de lo que quería admitir.
Me giré para volver adentro, pero Adrián estaba allí, apoyado en el marco de la puerta, mirándome con una sonrisa que no dejaba lugar a dudas.
—Estas preciosa —susurró, y antes de que pudiera pensar, me besó.
No fue un beso tímido, fue intenso, exigente, uno que arrasó con cualquier malestar que Mikhail había provocado.
Respondí con la misma fuerza, cerrando los ojos y entregándome al momento, sus manos se deslizaron hasta mis caderas, sujetándome con firmeza.
En un movimiento seguro, me levantó y me apoyó contra la barandilla de la terraza, aprisionándome allí.
La ciudad se extendía a nuestro alrededor, pero lo único que importaba era el calor de sus manos, la presión de su cuerpo contra el mío… y el latido acelerado que sentía en el pecho.
Pero no solo por lo que el me provocaba, sino también, porque así le daría a Mikhail una cucharada de su propia medicina.