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Sin miedo

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intro-logo
Blurb

Aeschylus Dikoudis es maldecido por su padre por ayudar a la mujer que aquel hombre amaba con locura Aretusa quien no es precisamente la madre de Asch.

Desde la muerte de su madre a manos de su padre fue aborrecido también por sus hermanos quienes le dieron la espalda injustamente.

Él guardó aquel secreto que lo atormenta día y noche con perpetuo recelo, la venganza ardía en sus venas sin embargo no contó con conocer a Xanthe Gavrielatos princesa de Macedonia y la única mujer por la que ardía en pasión , la diferencia entre las clases sociales los separaban pero eso no quería decir que él se diera por vencido, anhelaba a Xanthe, la deseaba febrilmente y nadie lo detendría, Xanthe Gavrielatos iba a ser suya, lo que no sabía Aeschylus es que Xanthe era una verdadera guerrera apasionada escondida bajo finos vestidos.

—Vas a ser mía Xanthe –murmuró aquella promesa a la nada viéndola desde lejos-.

Probablemente ella ni siquiera sabría de su existencia, pero él se esforzaría en que lo notara.

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Capítulo I
La soledad es muy hermosa… cuando se tiene alguien a quien decírselo. Gustavo Adolfo Bécquer El frío viento pronto azotó las caras de los guerreros valientes, todos en la sala guardaban absoluto silencio mostrando respeto a su rey mientras que el murmullo del viento era el único sonido que se escuchaba a su alrededor, el sol se ponía en su máximo punto pero nadie pareció notarlo si quiera, con mandíbulas tensas y brazos firmes era así como describían a los soldados de Macedonia quien tenía por rey a Píreo “El guerrero” un hombre abúlico quien no sentía empatía por nada ni nadie. La sangre lo fortalecía y no le importaría matar miles de inocentes a su paso para tener lo que quería y en este caso eso que tanto anhelaba era Esparta. — ¡Quiero a los Hoplitas1 más valientes y fuertes en mi ejercito, no quiero a incompetentes! ¡¿Estamos claros Miltiades?! –Gritó en cólera el rey a aquel Trierarca2 que habría dado la vida por su patria. El hombre se mantenía firme, sin titubeo alguno, como si aquel hombre con gran poder no fuera más que su igual habló con fuerte voz. —Sí, su majestad. Píreo lo miró aún con el ceño fruncido para después hacer una seña con su mano. —Ahora ve a traer a los Peltastas3, quiero ver su destreza o por lo menos conocer sus rostros, mi pueblo no caerá. El trierarca inclinó su cabeza levemente y fue a buscar a los guerreros. La guerra que se avecinaba no sería fácil y para asegurarse de que su reino no cayera Píreo quería a los hoplitas y peltastas más fuerte de todo su reino, sin una gota de miedo. Macedonia no se rendiría a los pies de Esparta, de eso iba a asegurarse él. Su hija que yacía detrás de él desde hacía rato finalmente habló ganando su atención. —Padre, los Toxotas4 también podemos participa en la guerra ¿No es así? –preguntó con sumo interés la chiquilla castaña. — ¡No Xanthe! Tú no arriesgarás tu vida aquí –le gruñó él como si ella hubiera dicho una completa estupidez.. La jovencita chasqueó la lengua aun sabiendo que aquel gesto de su parte era odiado por su progenitor pero a ella no le parecía relevante en estos momentos, que su padre le llamase la atención solo por un pequeño gesto de mala educación, de igual manera no le importaba, su atención estaba fija en la guerra contra Esparta, guerra en la que ella quería participar, no solo por ganar experiencias sino por su patria. Desde que había nacido le había encantado observar a los soldados en su faena difícil del día a día, los había admirado en secreto escapándose día tras día de las pruebas de los peplos5 a las princesas ganándose a la vez el enojo y la desaprobación de su padre quien sabía exactamente lo que hacía en el día. Cuando se convirtió en una Toxota férrea fue en lo único que estuvo de acuerdo en su vida Píreo pero jamás había ido a una guerra por la constante prohibición de su progenitor aún así Xanthe ya estaba cansada de no luchar por su país, ella había nacido para la guerra pero aquello era algo que su padre no comprendía y que escandalizaría a las demás damas y princesas. Se sentía identificada con las Amazonas, mujeres valientes que no tenían miedo a ningún adversario y que podían valerse por sí mismas sin ayuda de ningún hombre. —Padre, también soy una Macedonia, tengo derecho –escupió ella tratando de hacer un cambio de perspectiva a Píreo aunque sabía que eso era casi imposible. —Las mujeres solo tienen derecho a descansar, a obedecer a sus esposos y a procrear —fue la respuesta que obtuvo de su padre. Xanthe silbó haciendo que nuevamente su padre la mirara con enojo escandalizado por su actitud tan poco femenina. —Simple y absolutamente ridículo –susurro ella hastiada. — ¿Qué has dicho? –Gruñó por milésima vez el hombre sin saber qué hacer con su hija menor. —Nada, padre –habló con inocencia fingida y por suerte Miltiades llegó salvándola de Píreo. El primero le dedicó una mirada entrecerrados como si supiera de por sí que era lo que estaba diciéndole a su progenitor y es que Miltiadres la conocía aún más que su padre. —Su majestad, he aquí a los valientes hoplitas y peltastas, mis hombres de mayor confianza —dijo alabando a su grupo antes de proseguir—. Este es Xenocrates, hoplita, cuenta con veintitrés años, él es Zophyros veintidós años hoplita también. Así fue presentando a todos uno por uno, Xanthe negó con la cabeza al ver la desaprobación con la que su padre miraba a aquellos hombres como si fueran menos que un gusano, ella escuchó todos los nombres pero ella ya los sabía y conocía muy bien sus destrezas, por consiguiente también sus impericias los había mirado y calificado, si siquiera su padre la dejara opinar sobre la guerra ella diría quienes estarían perfectamente capacitados para ir a la guerra aunque Píreo también contaba con Miltiades quien hacía perfectamente su trabajo lo que la dejaba más tranquila. —Bien, espero que estéis bien entrenados, no quiero hombres débiles en mi séquito, podéis iros. Los hombres salieron de la habitación del rey quien estaba nervioso por lo que vendría o quizás sería por otra cosa. Xanthe tenía ciertas sospechas pues su padre casi nunca se ponía nervioso. —Padre, piénsalo bien, sería de mucha ayuda, sabes que soy muy buena con el arco. Xanthe no se daba por vencida, aquella era su oportunidad y no la dejaría pasar por nada del mundo, rogaría hasta quedarse sin voz si de esta forma su padre la dejaba ir. —He dicho que no Xanthe, ve con tu hermana y deja de molestar, para ir a la guerra se necesita se mucho más que bueno con el arco –advirtió él llevándose ambas manos a la sien y Xanthe se sintió dolida por la falta de confianza de Píreo. Ella asintió agachando la cabeza en sumisión aunque por dentro una revolución se armaba en su cabeza. —Yo quiero ir a la guerra y mi padre no me detendrá —susurraba Xanthe para sí misma sin estar segura de qué iba a hacer—, ahora solo tengo que saber cuando y dónde serán los entrenamientos. Y como si Zeus la hubiese escuchado frente a ella estaban dos peltastas que discutían sobre la guerra. La princesa sabía que era de mala educación escuchar las conversaciones ajenas pero eso no evitó que se entrometiera necesitando con desesperación saber la localización. —Yo soy el que irá a la guerra, tu solo eres un débil –burló el moreno de ojos azules. —Por si se te olvida ambos somos peltastas –respondió el rubio. —Pero el Trierarca estará buscando sustituto en estos días y yo seré el nuevo trierarca. —Qué te hace pensar que un simple peltasta podría ocupar el lugar de un trierarca —preguntó Xanthe metiéndose en la conversación haciendo notar su presencia. Methodius casi respondía de mala manera pero al fijarse quien era la persona que se había metido en la conversación cerró la boca rápidamente. Por otro lado Aeschylus la miró como si no pudiera creer que ella les estuviera hablando si quiera era como una visión nocturna. Xanthe lucía aún más hermosa cuando tenía el ceño fruncido y despertaba pensamientos en él tan salvajes que ella estaría completamente apenada si siquiera escuchara uno de ellos. —Princesa Xanthe –habló Aeschylus saboreando su nombre en sus labios. La anhelaba de una manera no sana y saboreaba el placer de compartir su mismo aire pues casi nunca podían estar cerca. Al mismo tiempo se sentía como una tortura su cercanía dado que tendría que controlar sus básicos instintos para no tocarla. Esa sí era una verdadera batalla. Xanthe se fastidiaba cuando no la trataban como igual, odiaba que las personas se callasen a su paso, era una de las razones por las cuales no le gustaba ser princesa. —Responde –habló con fuerza dirigiéndose al moreno. Y las atenciones de su princesa hacia su amigo eran causa suficiente para que ardiera en celos y un extraño sentimiento de posesividad lo dominara. Era increíble el poder que esa mujer representaba para él. —Mi esfuerzo, princesa. Ella asintió, poco convencida y ellos se dieron cuenta. Methodius frunció el ceño mientras que Aeschylus se mordió los labios para no soltar alguna carcajada burlona que luchaba por no salir de su garganta. Tan preciosa. Ella era lo único en lo que podía pensar en estos momentos. Así de cerca claramente podía percibir la perfección de su rostro etéreo, la estampa de una verdadera princesa. Hermosa, inteligente y fuerte. Además su aroma femenino estaba haciendo estragos en él. —Para obtener el triunfo no solo se necesita el esfuerzo…hay que darlo todo. ¿Cómo son vuestros nombres? Ella los conocía, los había visto luchar desde que habían entrado al ejército de peltastas de Miltiades, ambos siempre competían mucho y por lo que Xanthe veía eran grandes amigos. También porque los había escuchando hablando en sus batallas de entrenamiento sabía que el moreno estaba molesto y a la vez loco por decir alguna de sus ironías, solo que se contenía por ser ella quien era. Lo que la hizo sonreír con petulancia, conocía a Methodius desde hacía muchísimo tiempo cuando su padre el general Amyntas lo había traído cuando apenas tenía 13 años. Xanthe recordó una vez que Methodius le respondió de mala manera a Aspasia hermana de Xanthe ganándose la paliza del año por parte de Amyntas. —Methodius hijo de Amyntas. —Aeschylus —se limitó a decir el rubio ocasionando que ella lo mirara curiosa y Asch casi sintió como su corazón se salía de su pecho acelerado pues esos ojos podrían ponerlo de rodillas cuando quisiera. Ambos hicieron una reverencia, mientras Xanthe solo asintió mordiéndose el labio para no preguntarle a Aeschylus quién era su padre. —Hacedme caso a lo que digo, daros todo, y que Zeus os acompañe —dijo ella con cierto anhelo. Entonces Xanthe se fue, dejando a los peltastas anonadados por su comportamiento amable y condescendiente el cual no tenía nadie de la realeza Macedonia más que ella. —Es jodidamente bonita Asch —agregó Methodius observando como se alejaba. El rubio asintió viéndola perderse entre los pasillos del palacio tratando de regular su respiración agitada. Cada segundo que pasaba la deseaba con más fuerza y anhelo. Xanthe hija de Píreo el guerrero, princesa de Macedonia era lo único que quería en la vida aunque probablemente aspirara muy alto. —Sí, y será mía —afirmó a su amigo Asch. —No si es mía primero –dijo su compañero giñando su ojo burlón. Aeschylus le gruñó molesto en respuesta y Methodius largó una carcajada, desde hacía mucho sabía que a Asch le gustaba la hija menor de Píreo lo cual era una absoluta locura. —No vueles tan alto amigo. Pero el rubio no le hizo caso en absoluto, su mente solo estaba con alguien ahora mismo, Xanthe. * — ¿Qué es lo que harás Xanthe? –Preguntó aquel hombre con curiosidad y a la vez nerviosismo pues él sabía muy bien en qué clase de líos solía meterse la pequeña princesa. La muchacha de ojos cafés lo detalló con la mirada, él era un hombre grande y fuerte que a más de uno asustaba por su contextura, pese a esto Miltiades también era el hombre más cariñoso que ella hubiese conocido. Cuando era pequeña y hacía cualquier fechoría después de ser amonestada por su padre, Xanthe escapaba a las lejanas habitaciones de los guerreros del castillo y entraba a hurtadillas en la que descansaba su héroe de la infancia. Por horas se refugiaba en los amplios brazos de Miltiades mientras este le contaba historias de preciosas guerreras con fuerza descomunal. Por las noches rogaba llorando la atención de su padre en silencio sin embargo no era escuchada por los dioses porque Píreo solo tenía ojos para su hija mayor entonces su consuelo era aquel hombre de ojos oscuros y corazón valiente Miltiades, el gran y fuerte guerrero Miltiades era su consuelo, ¿Quién lo diría? Aquel hombre siendo débil con una niña. Sus fantasmas del pasado se nublaron lo que la hizo volver en sí. Xanthe estaba absolutamente segura de que Miltiades sabía lo que ella se proponía, algunas veces incluso estaba casi segura de que aquel hombre pudiera ver a través de ella, la conocía demasiado y es que le había conocido desde que ella era un bebé. —Lo que sea para poder ir, no me quedaré sin hacer nada. —Pero Xan, ese es trabajo de hombres —trató de refugiarse en esa estupidez Xanthe se imaginaba que era por el miedo que le daba que algo le sucediera a ella. La castaña gruñó con molestia a la vez que se cruzaba de brazos. El más que nadie sabía que a ella nadie la persuadía, cuando Xanthe quería algo lo obtenía luchando duro como ella había hacer y como muchos desaprobaban, entre esos tantos su hermana mayor, Aspasia. —Tú más que nadie de todas las personas me dices eso además ¿Quien dice que no puedo? Yo soy una mujer pero soy lo suficientemente inteligente y tengo la destreza que hace falta para poder defenderme –protestó finalmente. —Xan. La suplica en los ojos de Miltiades la hizo ablandarse pero no por ello iba a desistir. —Xan nada, yo iré, y tú no abrirás la boca. Él la miró con resignación para después negar con la cabeza. Sabía que no podría persuadirla y tampoco la traicionaría, Miltiades en silencio consideraba que quien debía portar la corona de Macedonia era Xanthe , aquel era su destino, esa chica había nacido para gobernar, para alzarse sobre los hombres con valentía y él estaba muy orgulloso de la menuda chica. Xanthe sonrió ampliamente como si supiese lo que Miltiades estaba pensando acerca de ella. Sin más que decir se dio la vuelta y comenzó a caminar en sentido contrario. * Mientras tanto en los entrenamientos de los peltastas Aeschylus y Methodius siempre hacían sus entrenamientos juntos y terminaban absolutamente golpeados hasta el cansancio, ambos querían lo mismo, hacerse más fuertes y cumplir los objetivos de vida. Aeschylus se deshizo de la armadura a la vez que Methodius limpiaba su rostro con las frescas aguas del río. A su alrededor lo único que se encontraba eran las cristalinas aguas de aquel río precioso y nada más que un sol imperecedero que picaba en la piel, el calor abrumaba pero para los guerreros aquella faena era diaria y no podían estar más acostumbrados a su entorno. —Esta vez te dejé ganar —dijo el moreno tomando una tela y pasándosela por la cara. Su sonrisilla burlona casi irritó al rubio quien le sonrió de vuelta con malicia. —Te hace falta mucho para poder ganarme. —Eso ya lo veremos. El silencio se hizo entre ambos y cuando Methodius iba a hablar nuevamente Aeschylus estiró su mano abriendo la palma frente a él callándolo por completo donde al fin el moreno escuchó unos murmullos. —Necesito que me ayudes en eso —dijo la chica con convicción. —No puedo hacer eso Xanthe, no puedo ir contra el rey. —No irás en su contra Trierarca, por favor, no moriré. —Nadie me asegura eso princesa –contestó afligido el hombre que sentía gran cariño hacia ella. —Tampoco nadie os asegura que cuando vuelvan estaremos vivos o que venzan, la vida es un riesgo, el cual me gustaría atreverme a recorrer, sin miedo Miltiades, no tengo temor alguno. La convicción de aquella chica hizo que ambos sonrieran ampliamente pero ninguno por la misma razón, Asch sabía que ninguna mujer que ellos frecuentaran era tan valiente como la que expresaba aquellas palabras, lo sabía, él la conocía más que nadie no obstante a Thod solo le parecían puras habladurías de chica mimada, conocía a las de su clase de alta sociedad, mimadas y berrinchudas las cuales querían tener todo el protagonismo para llamar la atención. —Xanthe, ese no es tu trabajo, tu trabajo es ser una princesa. — ¡Estoy harta de eso! Suspiro fastidiada. Era un real fastidio tratar de ser la princesa que todos esperaban, ella quería ser una guerrera y eso sería aunque le costara la vida. El miedo no estaba en ella, sino sería otra persona. El único verdadero terror era que su pueblo cayera y ella ni siquiera había hecho el más mínimo esfuerzo por salvarlo de las penurias, Xanthe nunca se rendía en la vida y aquella no iba a ser la primera vez. Se aclaró la garganta y prosiguió. —Las mujeres también somos poderosas. —Vamos Xanthe… —Nada, me ayudaras ¿o no? –Preguntó con suspicacia. Ya sabía lo que vendría por lo que sonrió. Aquellos hombres que escuchaban la conversación se miraron frunciendo el ceño entre sí tratando de adivinar cuál era la urgente ayuda que le pedía la menor de las princesas a un simple trierarca al mando. Aeschylus casi gruñó en molestia celoso de que no fuera a él a quien recurriera en cualquier caso. Xanthe no tenía que rogar por la ayuda de nadie él se la brindaría de cualquier manera. Ambos vieron que Miltiades asentía con derrota acrecentando la sonrisa de la castaña y justo eso hizo que a Aeschylus le doliera el corazón. —Asch ¿Qué crees que…? Entonces Aeschylus le dio la espalda y se alejó de él dejándole con la palabra en la boca haciendo que Methodius le gruñera y lo maldijera por su cambio de actitud. —Idiota. Fue lo último que escuchó de su parte el rubio enojado. Rápidamente entró en sus aposentos donde se despojó de sus ropas sucias quedándose desnudo sentado en su cama, instintivamente desordenó su largo cabello con la mano derecha, mientras trataba de olvidar las fracciones delicadas de Xanthe. Las noches se hacían eternas desgastándose la mente con su dulce recuerdo, el recordar su rostro, sus ojos o su pequeño cuerpo lo volvían loco noche tras noche el simple hecho de pensar en cómo sería si quiera tener el más mínimo roce con aquella princesa que se había colado entre sus pensamientos lo hacía desearla cada día más, pero pronto la tendría y de eso se aseguraría él. Aeschylus estaba tan perdido entre aquellos pensamientos primitivos que no se había dado cuenta de que una mujer había entrado en su habitación. Él al levantar la mirada se sorprendió al verla pero luego sonrió. La jovencita mantenía la cabeza gacha ocultando su cabello detrás de los risos rubio rojizos de su cabellera larga y enredada, era menuda y bastante tímida, su nombre era Celinda y era su doncella encargada. A los guerreros solteros le asignaban una doncella que se encargaba de todo lo que aquellos hombres les encargaban sin rechistar, algunos eran completamente perversos y les utilizaban como esclavabas o peor, como amantes forzadas. Aeschylus nunca le haría nada de cualquier forma a Celinda, aquella joven era pura inocencia, si siquiera la llegase a tocar con alguna mala intención se sentiría sucio. Celinda era como una muñequita de porcelana con el cabello precioso y de ojos afligidos, todo en ella le recordaba a la ternura, Asch podía ver en ella a su hermana. —Has llegado temprano hoy Celinda. La chica no le respondió y en lugar de eso bajó la mirada cohibida haciendo fruncir el ceño a Aeschylus. —Yo… –tartamudeó ella—, usted está desnudo —dijo en voz baja. Él se dio cuenta de aquello y con rapidez se cubrió aguantando las ganas de reír ante la inocencia y vergüenza de Celinda tratando de no avergonzar aún más a la muchacha, la conocía desde que tenía 14 años y fue asignada a él aunque le había visto antes una que otra vez a la lejanía, antes era su madre quien le servía a Asch pero ya Celia estaba muy vieja y ahora se encargaba de cosas simples de las que pudiera ser útil. —Lo lamento. — ¿Ya puedo ver? –Susurró en pregunta. Él rubio rió, era encantadora sin embargo no sabía porque Celinda se escudaba tras aquella mascara de vergüenza cuando él la había visto más de una vez gritar y brincotear sin vergüenza con sus amigas. —Sí, termina de entrar. Ella levantó la vista para buscar las ropas sucias de su amo que descansaban en el frío suelo. Celinda se dedicó en silencio a recoger todo el desorden de la habitación de Aeschylus quien la miraba fijamente. — ¿Cuántos años tienes ya Celinda? Su pelo siempre tapaba su carita llamando la atención de él Celinda activaba su curiosidad, ¿Por qué se ocultaba de él? —19 años, señor. — ¿Señor? ¿Acaso estoy tan viejo? –preguntó burlón. Ella simplemente negó con la cabeza negó con la cabeza haciendo que sus rizos chocaran contra su cara pero aún así no levantó la mirada. Siguió recogiendo las cosas del suelo. Aeschylus aun con la tela tapando sus partes nobles se arrodilló en frente a la castaña y tomándola por sorpresa alzó su mentó en sus manos y retiró con suavidad el cabello de la cara. Celinda lo miró sorprendida y asustada entonces él le sonrió. —Ni siquiera me has visto a la cara en mucho tiempo Celinda. —Lo lamento –murmuró otra vez. Él le sonrió tranquilizadoramente. —Nos conocemos desde que tenías 14 años Celinda, ya deberías dejar las vergüenzas de un lado. Él se levantó soltando su mentón dejándola ruborizada y anonadada mientras que sin darle mucha importancia Asch la levantó del suelo entonces alzó su mano derecha y la besó con dulzura en la mejilla. —Prometo no dejar más cosas tiradas, he estado muy despistado y te he dado mucho trabajo creo que Thod ya te da los suficientes problemas ¿No es así? — ¡Oh, no! –respondió sobresaltada olvidando su sonrojo—, digo, no señor, el señor Methodius no me da problema alguno sinceramente usted mucho menos, es mi trabajo servirles –dijo entonces haciendo una reverencia. Aeschylus alzó una ceja burlón como si supiera algún secreto oculto ante cualquier par de ojos pero no para los de él esto hizo que el sonrojo de Celinda volviera. —Seguro que si, como es tú deber servirnos y obedecernos deja todo eso en la silla y ve a salir con tus amigas que por lo que tengo entendido ya han terminado sus labores. Celinda frunció el ceño confundida y cuando iba a hablar él posó su dedo índice sobre sus labios silenciándola para señalar las telas que les dejaba salir al exterior y tapaba el interior de aquella pequeña habitación. Ella pudo escuchar el murmullo de sus amigas que al parecer le esperaban afuera, ¿Cómo él las había escuchado? —Pero, tengo trabajo señor. —No más por hoy Celinda. —Pero, señor… —Pero nada, no me retes niña. La chica lo miró con ilusión y alegría a la vez lo que hizo que él sintiera que su estómago se revolucionaba, adoraba hacer feliz a una mujer. Antes de que Celinda pudiese decir algo Emeterión entró a la pequeña habitación sorprendiéndose al ver a la chica sonrojada y feliz, como si fuese poco vio a Aeschylus tapando solo por una minúscula tela, Asch pudo ver el aire de sátira que le rodeaba completamente y gruñó en advertencia que al parecer éste pasó por alto porque recorrió a la chiquilla con la mirada. —Bien Aeschylus, finalmente lo hiciste. Tu esclava es sensual –habló con burla. Celinda se encogió intimidada, como si se sintiera una cortesana con la palabra de su amigo así que el rubio se acercó amenazante hasta él. —Vete ya Emeterión. Él posó sus ojos azules en Aeschylus y le sonrió ampliamente. —Bien, lamento terminar con tu momento pero es necesario que todos los hoplitas, trierarcas y peltastas estén frente al rey ahora mismo. Dicho esto dirigió otra mirada hasta Celinda y se fue. —Tranquila Celinda, se ha ido y tú deberías hacer lo mismo, procura que nadie te robe la felicidad. Aeschylus sonrió, se colocó otra vez sus ropas con Celinda dándole la espalda tan rápido como terminó se encaminó a las telas que ocultaban sus aposentos hasta que finalmente escuchó un susurro que se perdió después con el viento. —Muchas gracias Aeschylus. A paso firme él se acercó a un tumulto reunido de peltastas, hoplitas y trierarcas que al parecer estaban organizando para ir a la guerra. Los trierarcas daban voces de mando que eran fielmente obedecidas por los demás hoplitas y peltastas. Sonrió ladinamente imaginando su victoria y el nuevo puesto que se encargaría de tener al volver de la guerra, esto lo estaba haciendo por una sola persona, la mujer que le había robado el corazón nada más al verla por primera vez.. —Atención peltastas, he aquí el nuevo jefe trierarca, eso no quiere decir que pronto no escoja el nuevo trierarca que me sustituirá pero sí quiere decir que debéis esforzaros más, haceros todo lo que el trierarca decida. Una hora después todos estaban cansados y sin descanso alguno, el nuevo trierarca daba muchas órdenes sin embargo Asch se esforzaba por llegar a ser el nuevo trierarca, sustituir a Miltiades lo haría llamar la atención de Píreo, tenía que dar todo de él y no mostrar debilidad alguna. — ¡Vamos! –Gruñó el trierarca cuyo nombre desconocía aún con voz extrañamente ronca—, ¿Eres débil como un gusano? ¡Muévete! Realmente eso le hirió al rubio, no porque lo dijo un trierarca sino porque eso le trajo recuerdos que el luchaba por evadir. Normalmente no era una persona frágil por el contrario sin embargo aquellas palabras le recordaron un pasado del cual siempre quiso huir. Del que llevaba muchos años haciéndolo. Glosario: Hoplitas1: Eran los soldados de la infantería pesada. Trierarca2: Alto rango en la guerra. Peltastas3: Pertenecían a la infantería ligera mercenaria. Toxotas4: Eran los arqueros de infantería pesada generalmente iban con los hoplitas. Peplos5: Túnica femenina que llevaban las mujeres en la antigua Grecia.

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