Aquel día me tocaba —por órdenes de mi padre— quedarme en la biblioteca. Otros días había estado en el gimnasio de prisión, donde cada vez que hacía contacto visual con Jesse, podía verle sonreír con suficiencia porque me pillaba casi con la boca abierta y las mejillas sonrosadas. ¿Había estado con muchos chicos? Sí. Pero ninguno tan fornido ni tan maduro —y mucho menos tan guapo— como Jesse. Él no era muy mayor, por lo que había visto en las noticias cuando busqué información sobre él, pero definitivamente aquella experiencia y todo lo que había hecho le estaba haciendo madurar mucho antes de lo que los veinteañeros suelen hacer. Aquella sala no la frecuentaba nadie, y sólo estábamos la mujer que había allí detrás de la cristalera que le protegía y yo en el otro extremo del salón. Mient

