2. Una noche llena de adrenalina

2838 Words
Entre risas, camino del brazo de mi nuevo amigo, quien se había ofrecido acompañarme hasta mi habitación, dado a que, con mucho costo, podía mantenerme de pie. —Perdón —me disculpo una vez más al prácticamente pasármelo llevando cuando caminamos por el pasillo—, si mi madre o mi hermanita me mirasen de este modo, estarían muuuuuy, decepcionadas —farfullo al llevar una mano hasta mi boca, sintiendo como las ganas de vomitar vuelven a llegar. El guapo rubio ríe, mientras aprieta mi mano, ayudándome a mantenerme en pie. —Pienso que te ves adorable, creo que nunca había conocido a una borrachita más adorable que tú. Lo miro, aquellos bonitos ojos azules me enfocan curiosos, una pequeña sonrisa se forma en sus labios, mientras me hace un gesto con su barbilla para que continuemos, bajo la mirada, dedicándome a mirar aquellos apetecibles labios hinchados que gritaban “bésame”, labios que me hacían imaginar infinitas cosas para nada sanas, cosas que incluso me obligan apretar mis piernas, al sentir como mi feminidad comienza a palpitar. ¡Qué mierda! ¿Cómo era posible que mi maldito deseo s****l fuese a despertar con un completo desconocido? Bueno, que, en mi defensa, el desconocido estaba buenísimo, casi que ahora estaba fantaseando cubrirlo de chocolate para luego pasar toda mi lengua por su perfecto cuerpo. Niego con la cabeza, al comenzar a sentir como una enorme ola de calor, me recorre de pies a cabeza, lo que me provoca sentir mis mejillas calientes y mi centro adolorido. No lo vi venir, me encontraba tan absorta en mis pensamientos, que ni siquiera fui capaz de percibir en el instante en que él me había empujado contra la pared del pasillo, encerrándome por completo con sus brazos, prácticamente robándome el oxígeno. Suspiro con pesadez cuando con su dedo pulgar, comienza a trazar el contorno de mis labios, deslizándose por mi barbilla, para luego recorrer lo largo de mi cuello, quemándome con cada uno de esos roces que me hacía ansiar sentirlos más allá, por todo mi adolorido cuerpo. —No imaginas lo que daría para poder saber en qué piensas justo ahora —susurra al acercar su boca a mi oído, antes de mordisquear el lóbulo del mismo con gran suavidad, haciéndome cerrar los ojos. Mi pecho se infla y mi respiración se acelera, j***r, estaba segura que iba a terminar en el infierno, pero justo ahora, eso no me importaba, pues tan solo anhelaba acabar la noche envuelta en esos enormes brazos. Carajo, justo ahora sentía como la sobriedad había vuelto en un abrir y cerrar de ojos, pues incluso el mareo me había abandonado. —Mi habitación está por aquí —señalo la tercera puerta después de donde nos encontrábamos, a lo que él asiente con la cabeza, tomando mi mano para prácticamente arrastrarme hacia ahí. Con manos temblorosas trato de abrir, rogando en mi interior que el imbécil de Michael haya salido de ahí, pues ahora, eso sería lo único que iba a detenerme de disfrutar de aquel sexy ruso que tenía a mis espaldas. —Te ayudo —ríe al quitarme la tarjeta, para abrir la puerta con gran facilidad—, listo —dice al empujarme levemente hacia el interior, cerrando enseguida tras él, poniendo el seguro. Mi mirada se clava en el vestido blanco tendido sobre la cama, lo que hace que una enorme tristeza vuelva a invadirme, mierda, había soñado tanto con lucir bella al día siguiente… maldito Michael, había acabado con todas mis ilusiones en un abrir y cerrar de ojos. —Que bonito —susurra el ruso al envolver sus manos en mi cintura desde atrás, su respiración haciendo contraste en mi cuello, erizando mi piel—, ¿era el que ibas a lucir en tu boda? —Ajá —respondo al girarme hacia él, tomando el valor suficiente para enfrentarlo—, ¿quieres vérmelo puesto? —Por supuesto, necesito ver de lo que se va a perder el imbécil de tu ex prometido. Suelto una risita cargada de nerviosismo, mientras me alejo de él, para tomar el vestido y dirigirme hacia el baño. No era tan extravagante, ni siquiera tenía una gran cola, pero, sí contaba con un bonito escote y la espalda quedaba descubierta, tan solo decorada con un fino encaje que lo hacían lucir bastante sexy. Lo amé desde el instante en que lo miré en una tienda de novias en Berna. Con rapidez, me quito los pantalones y la camiseta que había comprado en la tarde, para deslizar el fino vestido sobre mi cuerpo, el cual se amoldaba perfectamente a él. Dejo caer mi largo cabello a los costados de mi rostro, me miro en el espejo y le sonrío a la linda chica de ojos grises que miro ahí. Siempre me había caracterizado por ser una mujer culta, por lo que, no podía creer en lo que estaba a punto de hacer, iba a tener sexo con un desconocido, uno lo suficientemente atractivo como para lograr hacerme mojar sin siquiera haberme tocado. Abro la puerta, levantando levemente las manos para que pueda mirarme, él se encuentra sentado en la cama, ya se había quitado el saco, sonríe en cuanto me mira, se pone de pie y da un par de zancadas hacia mí. Levanto la cabeza en cuanto se detiene a escasos centímetros de mí: ¡Dios! Era tan alto. —Casi pareces una diosa —dice al acomodar un mechón de cabello tras mi oreja—, solo por curiosidad… ¿Qué piensas hacer con ese vestido, desconocida? —Claramente voy a tirarlo —respondo sin dudar, tratando de ocultar el temblor en mis extremidades que me provoca su presencia—, no quiero tener nada que me recuerde a ese imbécil cobarde. Su mano se posiciona bajo mi barbilla, la cual levanta para acercar mi rostro al suyo. —Entonces creo tener el permiso esta noche de quitarlo —susurra antes de atacar mis labios con los suyos sin siquiera detenerse a pedir permiso. Un jadeo entrecortado sale de mis labios mientras subo mis manos para sostenerme de sus hombros, a la vez de que trato de seguir el ritmo de aquel beso apasionado que en segundos me hace sentir que he enloquecido. El ruido de una costura al romperse es lo próximo que escucho, seguido de trozos de aquel vestido blanco al caer al suelo, desnudándome en segundos. Él se aleja de mí, con su respiración entrecortada, se dedica a mirarme de arriba abajo, deteniéndose en mi feminidad, lo noto levantar una ceja al mirarme. Carajo, se supone que debía de sentirme avergonzada de que otro hombre me viese desnuda, pero lo cierto era que, justo ahora me sentía admirada, como hacía tanto tiempo no me sentía. —¿Sin bragas? —pregunta al mirarme a los ojos. —Son muy molestas, algunos pocos días las utilizo —respondo al sonreír, para luego prácticamente tirármele encima. Nuestras manos se encargan de lo demás, tomo su corbata, jalándolo hacia mí, instándolo a seguir, lo que provoca que él jadee de placer, sus manos caen sobre mis nalgas, donde se encarga de apretarlas antes de impulsarme para que pueda envolver mis piernas en su cintura, lo siento caminar por la habitación, yo me sostengo de sus hombros, sin dejar de besarlo, dejándome llenar por aquella experta lengua que juguetea junto con la mía, arrancándome gemidos de placer. Él lleva una mano hasta mi cabello, dedicándose a jalarlo levemente, moviendo mi cabeza para así tener un mejor acceso a mis labios. En segundos, me encuentro con mi espalda pegada contra la madera de la mesa, sus labios dejan los míos, para comenzar a descender por lo largo de mi cuello, su lengua lame mi piel, deteniéndose en mis clavículas, continúa descendiendo hasta llegar a llenar uno de mis pechos, provocándome estremecimientos que no puedo controlar. Hundo mis dedos en su cabello mientras grito sin poder controlarme, en aquel instante me sentía llegando al cielo, o tal vez al infierno por lo incorrecto que se sentía estar teniendo sexo con un completo desconocido. Él se entretiene algunos segundos en mis pechos, para después continuar con su descenso, recorriendo mi plano vientre, bajando más, más, más… abro los ojos, ante la expectativa, me sostengo de mis codos, tratando de ver lo que estaba a poco de hacer, mi pecho subiendo y bajando con rapidez, mi corazón latiendo desenfrenado ante la ansiedad. Él se detiene, dedicándose a pasar su mano por mi feminidad, sonriéndome con malicia al mirarme. —Dime tu nombre —me pide, aprieto mis labios, negando con la cabeza, uno de sus dedos se hunde en mi interior, haciéndome curvear la espalda a la vez de que muerdo mi labio inferior ante aquella tortura. Saca su dedo y lo lleva hasta su boca, donde lo chupa con lentitud, sin dejar de mirarme—, que dulce eres —gruñe al lamer su labio inferior—, ¿quieres que siga? Ni siquiera soy capaz de decir una sola palabra, tan solo puedo asentir con la cabeza. —Dime tu nombre —repite. —Ba- Bárbara —miento al titubear. —Sin mentiras —susurra al volver a introducir su dedo, haciéndome jadear. Vuelve a sacarlo con lentitud, su mirada azul aún clavada en la mía—, ¡Dios! Estás tan mojada —gruñe al sonreír—, tu nombre. Tu verdadero nombre —pide otra vez al volver a hundir su dedo. —¡Azul, maldita sea! ¡me llamo Azul! —exclamo, casi lloriqueando ante la ansiedad que siento de querer sentirlo dentro de mí—, ya, Alek, acaba con esta tortura por favor. —Que buena chica eres —dice al hundir sus dedos en mi cadera, manteniéndome quieta para luego hundir su cabeza entre mis piernas, provocando estragos en mi interior. Su boca chupa, succiona, su lengua recorre mis paredes vaginales con una experiencia increíble, provocándome sacudirme al no saber de qué forma afrontar toda aquella maraña de sensaciones que ahora me estaban invadiendo. Me sostengo de los costados de la mesa, prácticamente revolcándome del placer que aquella lengua me estaba haciendo sentir. Mi mente se nubla, mi cuerpo se estremece, mi interior se contrae mientras que aquella lengua continúa arremetiendo sin piedad, hasta el punto en que es capaz de hacerme llegar hasta un abrazador orgasmo que me deja sin fuerzas. Una enorme sonrisa cargada de satisfacción se forma en mis labios en cuanto lo miro levantarse, pasa un dedo por sus labios, a la vez de que hace un ruidito cargado de satisfacción. —Eres deliciosa —murmura mientras comienza a quitarse la corbata, seguido de su camisa blanca. —¿Quieres que te devuelva el favor? —propongo al comenzar a enderezarme, cosa que él me lo impide al empujarme con suavidad, haciéndome un gesto de que me quede quieta. —Hoy no, bonita —dice al guiñarme un ojo. Lo veo sacar un preservativo de su cartera, para luego comenzar a bajar sus pantalones, dejando al descubierto una gran virilidad que prácticamente hace que mi corazón se detenga. Definitivamente este ruso era grande de todo lado. —Me gusta llevar el control —sonríe, al comenzar a colocarse el condón—, pero no te preocupes, porque tú más que nadie será la que disfrute —concluye al jalarme hacia el extremo de la mesa, haciéndome girar para que quede de espaldas a él, me indica la forma en que debo de inclinarme, separa mis piernas con sus pies y después, y sin previo aviso, se hunde dentro de mí, haciéndome gritar. Lleva una de sus manos hasta mi cabello, mientras que con la otra me sostiene por la cadera, para así comenzar a moverse con dureza y rapidez, cada vez yendo mucho más profundo, arrancándome gemidos de placer. ¡Santo cielo! Si definitivamente después de esta noche, probablemente jamás iba a encontrar a alguien que me follara de la forma en que él lo estaba haciendo. Su mano deja mi cadera, para así llevarla hasta mi centro, donde con sus dedos comienza a acariciarme, haciéndome estallar en pocos segundos, donde prácticamente me desplomo sobre la mesa, cosa que él no permite al jalarme ligeramente hacia su cuerpo, pues al parecer, él aún no terminaba. Ambos gemimos al unísono, nuestros cuerpos empapados en sudor se estrellan uno junto al otro con cada una de sus profundas estocadas. Una, dos, tres, cuatro, cinco… sus dientes se clavan en mi hombro con suavidad, sin hacerme daño, pero sí logrando incendiarme más… seis, siete, ocho… sus dedos hacen círculos sobre mis pezones, volviéndome loca… nueve, diez, once, doce… un gemido brota de su garganta en el instante en que los dos terminamos al mismo tiempo. Me desplomo sobre la mesa y él se desploma sobre mí, ambos sonriendo sin parar. Justo ahora no sentía mis piernas, pero, definitivamente, ese no era ningún impedimento para querer seguir. Llegué a París con la esperanza de cumplir mi sueño de tener una boda bonita, un sueño que mi prometido decidió destruir, un sueño que justo ahora estaba lejos de importarme, pues ahora, gracias a eso, había tenido la mejor experiencia s****l de toda mi vida. —Eso ha sido grandioso —susurro con la respiración aún entrecortada. —La noche apenas comienza, Azul —responde al mirarme de arriba abajo. Azul… ¡Que linda forma de decir mi nombre! (…) Y sí que la noche apenas comenzaba, pues después de eso, lo habíamos hecho en el baño, contra la pared, sobre la alfombra, prácticamente anduvimos por toda la habitación, excepto en la cama. Al final, ni siquiera supe a qué hora fuimos capaz de parar, ni siquiera en qué momento me quedé profundamente dormida, lo único que sé, es que cuando abrí los ojos, fue porque mi hermana menor prácticamente me estaba arrancando las cobijas. Me levanto sobresaltada, mirando a mi alrededor a la espera de ver a Alek por algún lado, pero no estaba, tan solo estaba mi hermana Celeste, mirándome con expresión de rabia. —¡Son las once de la mañana! ¡El vestido está echo pedazos! ¿Qué mierdas pasó? —pregunta mi hermana de veinticinco años al mirar horrorizada el desastre a mi alrededor, lo que me provoca reír, pues al parecer, ese desastre me daba a entender que lo que viví esa noche, no fue un sueño—. ¿Por qué te ríes, descerebrada? ¡Vas a llegar tarde a tu boda? ¿Por qué tú vestido está destruido? Me fijo en los bonitos ojos azules de mi hermana, mientras chasqueo la lengua y niego con la cabeza. —¿Cuál boda, Celeste? —¿Cómo que cual boda? ¿Por qué carajos no me dices qué es lo que ha pasado? —¿Michael no ha hablado con ustedes? —¿Hablar de qué? —No hay boda —respondo como si nada—, tal parece que, el maldito cobarde al final no fue capaz de decirlo. Mi hermana parpadea en repetidas veces, sus labios manteniéndose entreabiertos mientras niegas con la cabeza. —¿Me estás jodiendo, Azul? —No, no estoy bromeando —insisto al negar—, él me terminó. —Pero, ¿Por qué? —¿Qué se yo? Si quieres vas y le preguntas y luego me cuentas. Me envuelvo con la cobija para salir de la cama, aún sentía mis piernas temblorosas, lo que me provoca reír. j***r, ¿Qué se habría hecho? Al menos me hubiese encantado despedirme de él y darle las gracias por tan maravillosa noche. Camino hacia la ventana, donde me detengo a apreciar la majestuosidad de la torre Eiffel, al menos el viaje no había sido tan perdido, tuve la oportunidad de tener sexo con otro hombre, lo que me hizo darme cuenta de que Michael tenía razón, me hacía falta conocer a más personas antes de tomar un paso tan importante como ese… mierda, aunque ahora, con lo que viví esta noche, estaba segura de que no cualquiera sería capaz de llenar mis nuevas expectativas. —¿Por eso destruiste tu vestido? —No he sido yo, hermanita. Ha sido el sexy rubio con el que he tenido sexo durante toda la noche —le cuento como si aquello fuese lo más natural del mundo. Celeste me observa con incredulidad, mientras yo tan solo me siento en el borde de la ventana, dedicándome a apreciar todo lo que me rodea. ¡Qué bonito que era París! —Maldición, ¿acaso han cambiado a mi hermana mayor y ahora han dejado a esta desconocida? ¿los extraterrestres te han cambiado? Dime quien eres y qué has hecho con mi hermana enamoradiza —señala la ojiazul, haciéndome reír. —Boba —digo al sacarle la lengua—, ¿puedes traerme una taza de café? ¡Ah! Y dile a mamá y papá que disfruten del día, porque la boda se ha cancelado.
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