—Necesitamos darnos un tiempo.
¡Que interesante forma de comenzar una historia, ¿no?
Había viajado de Suiza a Francia con mi prometido, familia y algunos amigos, para así tener la boda de ensueño con la que siempre soñé, planes que, al parecer, no eran los mismos que él tenía, pues justo ahora, en la víspera de nuestra boda, el puto hombre al cual visualicé como mi príncipe azul, estaba terminando conmigo, justo en el balcón de nuestro hotel, frente a la majestuosa torre Eiffel.
—Vaya, ¡Que forma de terminar conmigo! ¿no? —profiero al limpiar mis mejillas ante las gruesas lágrimas que ruedan sobre ellas con gran libertad—, ¿no pudiste hacerlo tal vez la semana pasada, Michael? ¿antes de que se nos ocurriera viajar a París para consumar nuestra unión?
—Azul, en verdad, lo siento —el alto castaño frente a mí, trata de tomar mis manos entre las suyas, lo que evito al retroceder, alejándome de él—, hasta hace dos días, pensé que estábamos haciendo lo correcto, nos conocemos de toda la vida —él hace una mueca, al pasar una mano por sus rizos castaños, apoyando todo su peso en un solo pie.
Y sí que nos conocíamos de toda la vida, fuimos compañeros en la escuela primaria, en la secundaria (que fue cuando comenzamos a salir) y luego en la universidad, ambos nos convertimos en ingenieros industriales y trabajamos para la misma fábrica de chocolate en Suiza… vivíamos juntos desde hacía dos años atrás, mierda, nunca me visualicé junto a otro hombre que no fuese Michael, era mi único novio, el chico al que le di mi primer beso y con el único con el que he tenido sexo. Hacíamos todo juntos, nuestra relación parecía ser perfecta, al menos para mí lo era.
—No estoy terminando contigo, Azul, es solo que ambos necesitamos un tiempo, es necesario que conozcamos a otras personas antes de llegar a tomar este paso tan importante —él abre sus brazos y los deja caer a sus costados, a la vez de que sonríe manteniendo los labios apretados.
Aquellas bonitas pupilas verdes, me enfocan con algo de pena, como si con ello tratara de convencerme de que esa era la mejor decisión.
—No creo en los tiempos, Michael.
Mierda, ¡que esfuerzo tan grande estaba haciendo para no terminar rompiéndome, rogándole que me diera otra oportunidad! ¿en qué fallé? ¿había caído en la monotonía sin darme cuenta?
Aprieto los labios, girándome para apreciar aquella hermosa torre que siempre había querido conocer. Me abrazo a mí misma, a la vez de que realizo pequeños ejercicios de respiración para lograr controlarme.
—Si quieres un tiempo, necesitas irte de la casa apenas lleguemos a Suiza, y tú mismo deberás de encargarte de decirle a nuestras familias, que nuestra relación de trece años, se ha terminado.
Lo miro con dureza, haciendo énfasis en cada una de mis palabras, transmitiéndole con ello que estaba molesta, y que ahora que había decidido esto, no había marcha atrás.
Y sí que le había entregado los mejores años de mi vida a ese imbécil cobarde que se había dado cuenta una noche antes de nuestra boda, que no estaba seguro de querer pasar más tiempo conmigo. Tenía veintiocho años, habíamos estado juntos desde que teníamos quince. Carajo, desperdicié los mejores años de mi juventud con él.
—¿Qué pasará con Susy y Annie?
—¿Acaso pretendes llevártelas? —suelto una risa cargada de sarcasmo—, no me hagas reír, Michael —pongo los ojos en blanco, incapaz de poder creer en la fortaleza que había tomado—, son mis perras, no te las llevarás.
—Son nuestras perras —dice al fruncir el ceño.
—Déjate de mamadas, idiota —le paso por un lado, prácticamente empujándolo con mi hombro al pasar.
—¿A dónde vas?
—¿Qué te importa?
—Por favor, Azul, ¡no te vayas así!
—Que cuando regrese, ya no estés aquí, Michael —es lo último que le digo al dar un portazo tras de mí al salir de mi habitación de hotel.
(…)
Me siento frente a la barra del bar del hotel y pido un Martini. Esa noche, tan solo necesitaba beber hasta perder el conocimiento, ocupaba olvidarme del hecho de que mi puto prometido, había decidido patearme el culo la noche antes de que nos dijéramos el sí acepto, frente a un sacerdote.
Me rio como si estuviera desquiciada a la vez de que niego con la cabeza, maldición, ¿Qué tan jodida había estado para pensar que Michael era el hombre de mi vida?
Aquel Martini pasa a ser un segundo, tercero, cuarto, quinto y hasta un sexto trago, al punto de comenzar a sentir como todo a mi alrededor da vueltas tal y como lo hace un carrusel. Tomo el brazo del chico que me sirve los tragos justo cuando se acerca a dejarme uno más, sus ojos castaños se clavan en los míos, dedicándose a mirarme tal y como si hubiera enloquecido.
—¿No soy bonita? —pregunto, al sorber por la nariz, sintiendo como aquel horrible dolor por su abandono, se apodera de mí—, ¿no te parezco bonita? —interrogo otra vez, al sentir como mis ojos se empapan en lágrimas.
—Señorita, creo que no debería de tomar más —habla con amabilidad, al alejar mi mano de su brazo con gran paciencia, me da un golpecito en la palma de la mano y me sonríe, guiñándome un ojo—, creo que es muy bonita, así que, sea lo que sea que le haya pasado, no debería de hacerla dudar al respecto.
Apoyo mi frente contra la barra, dejando salir un pequeño sollozo. Niego con la cabeza, sintiendo como mi pecho se contrae y mi mente se inunda ante la gran cantidad de recuerdos, imágenes que venían desde la escuela primaria, cuando compartía mis meriendas con Michael, cuando me robó mi primer beso justo cuando teníamos doce años… ¡Dios! ¿Qué cambió en él con este viaje? ¿Qué fue lo que lo hizo cambiar de opinión si parecía que éramos tan felices?
—Señorita, vuelva a su habitación, necesita descansar —insiste el chico al volver a golpear mi mano con amabilidad.
—Sírvale otro trago, yo invito.
La voz grave de un hombre con acento ruso, me hace levantar la mirada, frente a mí, un alto rubio de ojos azules, me observa con atención. Vestido de forma elegante, su cabello perfectamente peinado y su incipiente barba arreglada, lo hacían lucir casi como uno de esos tipos que son dignos de ser imagen de una portada de revista.
Él me muestra sus dientes en una perfecta sonrisa, mientras hace un gesto con su barbilla en el sitio a mi lado.
—¿Puedo acompañarla a tomarse ese trago?
Limpio mis mejillas con ambas manos, incapaz de poder dejar de mirarlo. Parpadeo en repetidas ocasiones, tratando de salir del trance en el que me había dejado aquella majestuosa imagen.
Al no recibir respuesta de mi parte, él toma la decisión de sentarse a mi lado, observa al chico tras la barra y le hace un gesto con su mano, para que le traiga dos bebidas más, a lo que el chico se retira enseguida para ir a prepararla. El atractivo hombre misterioso, saca su móvil y comienza a revisarlo de forma distraída, a la vez de que acomoda su corbata. ¿Cuántos años podía tener? ¿treinta? ¿treinta y cuatro?
Recorro su cuerpo con la mirada, observo sus manos, aquellas que parecían ser fuertes. La fantasía de querer saber cómo se sentían alrededor de mi cintura, invade mi cabeza, lo que me provoca negar enseguida, tratando otra vez de volver en sí. Carajo, mi novio acababa de pedirme un tiempo y ahora yo estaba aquí, teniendo fantasías con un hombre que me estaba invitando a un trago.
¡Que poca autoestima tienes, Azul! —me regaño de forma mental, al mover mi cabeza para dejar de mirarlo de forma enfermiza.
—¿Cómo te llamas? —pregunta el hombre sin voltear a mirarme.
—¿Qué le hace pensar que le daré mi nombre? Podría ser un traficante de órganos disfrazado de un guapo ejecutivo —digo de inmediato, al dar una larga inhalación para dejar de sollozar.
Mierda, debía de tener la nariz roja y mocosa, no estaba en mi mejor momento para conocer a alguien como él.
—Definitivamente puede ser una posibilidad, lo importante es que opinas que soy guapo —guarda el móvil y me sonríe, aquellos bonitos ojos azules mirándome con un destello de diversión—, bien, extraña, no voy a presionarte para que me des tu nombre —extiende su mano en mi dirección—, soy Alek.
¡Alek! ¡Pero qué bonito nombre tiene! ¡Que bonito acento! ¡Que bonito cuerpo! ¡Dios! ¿Por qué en Suiza no había conocido a nadie como él?
—¿No ten dicho que es de mala educación no aceptar el saludo de una persona que te invita a un trago? —bromea al continuar con su mano extendida hacia mí.
—Es un gusto, Alek —respondo al final al aceptar su mano.
—Eres suiza, ¿cierto?
—Y usted ruso —afirmo al asentir.
—No es tan difícil entablar una conversación con un desconocido, ¿verdad?
—Sus tragos, señor —el chico al que prácticamente estaba acosando, regresa a la barra, dejando las dos copas con los Martini, frente a nosotros—, si necesita algo más, no dude en llamarme —él se retira, dejándonos solos otra vez.
—Es un bonito hotel, casi siempre está vacío —farfulle el alto rubio, mientras toma su copa para acercarla a sus labios—, ¿Qué te ha traído hasta París, extraña?
—He venido a casarme —mis ojos se llenan de lágrimas otra vez, dándome cuenta que justo ahora he comenzado a desahogarme con un extraño—, con mi novio de hace trece años, el mismo que hace un par de horas me pidió que nos diéramos un tiempo… tengo mi vestido de novia en mi habitación, ¿sabe? —un nuevo sollozo escapa de mis labios, pues soy incapaz de poder contenerlo por más tiempo.
Mis ojos se nublan a causas de las lágrimas, lo miro, él asiente con la cabeza mientras saca un pequeño pañuelo de su bolsa para pasármelo. Lo tomo y lo acerco a mis ojos… Dios, ¡que rico huele! ¡Mierda, Azul! ¡Contrólate ya!
—Es justo que llores y te desahogues, probablemente mañana te darás cuenta que no valió la pena derramar lágrimas por un patán que no las merece.
—Todo iba bien, ambos estábamos felices y muy emocionados, ¿Qué pasó?
Con manos temblorosas tomo la copa frente a mí y la acerco a mis labios. Dios, tan solo necesitaba borrar ese caótico momento de mi memoria, ocupaba olvidarme de la imagen de Michael al pedirme que nos diéramos un tiempo. ¡Que idiota había sido al pensar que él era el hombre con el que iba a compartir el resto de mis días!
—¿Siempre has vivido en Suiza?
Asiento con la cabeza, mientras me dedico a sorber por la nariz. Devuelvo la copa completamente vacía a la barra y vuelvo a limpiar mi rostro, rogando poder tener la fuerza suficiente para parar de llorar.
—Tu error fue querer casarte en París, debiste de quedarte en Suiza, si lo que querías era tenerlo siempre contigo, pues probablemente aquí conoció a alguien más —una pequeña risa brota de aquellos labios hinchados mientras niega con la cabeza—, me ha pasado lo mismo esta noche, extraña. He viajado con mi novia a París para pedirle que sea mi esposa, y ella ha dicho que no, porque no está preparada para un paso tan importante como este.
Joder, ¿Cómo era posible que escuchar la desgracia de alguien más me hiciera sentir mejor? ¿Qué clase de persona era al alegrarme de no ser la única que estaba comiendo mierda en este momento?
Estiro una mano y la coloco sobre su muñeca, a la vez de que trato de sonreír al mantener mis labios apretados.
—Lo siento mucho, Alek.
—¿Bromeas? —ríe al negar, mientras abre sus brazos para que pueda verlo—, ella es la que se lo pierde, ¿no es así? Al igual que él, ¿o acaso no has visto tu imagen en el espejo? —descaradamente me mira de arriba abajo, deteniéndose más del tiempo necesario en mi escote—, eres un mujerón, extraña. Así que nunca pienses que tu relación se ha terminado por tu culpa.
Le sonrío, mientras doy una larga exhalación para tratar de controlar mi ritmo cardiaco. Y así de fácil, aquel extraño ruso había logrado levantarme el ánimo, haciéndome ver que definitivamente, el del problema era Michael, quien jamás trató de hablar conmigo con respecto a si algo sucedía con nosotros.
—¿Eres un ángel?
Él ríe, negando con la cabeza, dedicándose a mirarme otra vez.
—Honestamente justo ahora me gustaría más convertirme en un demonio —susurra al guiñarme un ojo, haciéndome sonrojar al percibir el doble sentido en sus palabras, vuelve a girarse hacia la barra, levantando una mano para pedir un nuevo par de tragos—. ¿Quieres otro trago? —pregunta al volver a sonreírme.
—Sí, claro que sí —acepto en seguida, sin saber que, los próximos tragos con su compañía, serían mi perdición.