Capítulo 3

2280 Words
Qué río ni que ocho cuartos. La mejor vista del piso diecisiete es Katia agachada, buscando Dios sabe que, bajo su escritorio. Ojalá sea algo que le tome tiempo encontrar, algo que la obligue a inclinarse más, para que siga regalándole tan espectacular panorámica. ¿Debería ir a buscar palomitas? Parece que hay un snack guardado en su cajón. Lo abre sin mirar, porque nada del mundo lo hará apartar la vista de aquel trasero tan encantador, no es el más grande ni redondo que ha visto, pero por alguna razón se ve magnifico en esa posición. Deben ser los pantalones, una cuestión de ángulos, quien sabe. A Gael no le interesa, tan solo se sienta a disfrutar. Encuentra el snack, sus dedos tiran del plástico hasta que puede agarrarlo con la mano. Desvía la mirada por un segundo para ver que se comerá. La sonrisa en sus labios es amplia, su chocolate favorito junto a su postre favorito, qué mejor manera de empezar el día. Abre la bolsa de m&m, toma un puñado y los va lanzando dentro de su boca mientras sus ojos siguen los movimientos de Katia, o del trasero de Katia. Humedece sus labios cuando la mujer levanta la cadera un poco más, acentuando sus glúteos. Por un momento se siente como un depravado, pero luego recuerda que ella ha estado observándolo toda la semana, de manera mucho más descarada, y se lo olvida. Se relame los labios, saboreando el chocolate en ellos. Balancea la silla, ojos todavía fijos en Katia y cuando ya está aburriéndose de tan solo observar, su vecina del frente se levanta, o al menos lo intenta la primera vez, para terminar con un fuerte golpe en la nuca. La segunda vez le va mejor, logra salir de la parte inferior del escritorio, se pone de pie, sacude sus pantalones y se da media vuelta para saber si alguien la ha estado observando. Es ahí cuando sus ojos se encuentran. Gael mantiene la mirada fija sobre ella, disfruta del proceso en como su rostro se va llenando de color y su expresión pasa a ser una mortificada. Sus labios se entreabren, al igual que sus ojos, que baten aquellas inmensas pestañas a toda velocidad. Le guiña un ojo, a lo que ella reacciona con una expresión pasmada exagerada, su cara parece a punto de estallar y la pone tan nerviosa que termina chocando contra el escritorio. La castaña maldice entre dientes mientras se soba la pierna. Su reacción le saca a Gael una carcajada. Termina el paquete de m&m, lo bota y vuelve a trabajar. Eso hasta que la distracción arruina sus intentos de ser productivo. Es la quinta vez que lo veía pasar, el culo de Katia por supuesto, Gael no tiene nada en contra de los homosexuales, pero le van más las mujeres. Y sospecha que volverá a verla pasar, a Katia y su distractor trasero. Maldición, trabajar con esta mujer es una tortura, lo peor es que Katia ni siquiera intenta serlo.  Ya ha visto sus pasos apresurados y cortitos, también sabe que no hay movimiento en sus caderas al andar, es demasiado tiesa para ello, pero hay algo en su ser que atrae. Al menos lo suficiente para saber que esta es la séptima vez que la ve pasar por el frente de su oficina. ¿Qué debería hacer? Dejar que se siga paseando o llamarla y preguntarle el porqué de su ir y venir. Podría dejar que se paseara por el resto de la eternidad y lo disfrutaría, pero eso sería ser un desgraciado, así que mejor ir por la segunda opción. Dado que la puerta se encuentra medio abierta, no tiene necesidad de levantar mucho la voz, aun así, Katia se sobresalta al escucharlo y casi bota la pila de papeles que carga. Se arregla un mechón de cabello que ha escapado de la tensa cola de caballo que trae puesta y luego muerde su labio inferior. A pasos cortos, incluso si sus piernas son largas, se acerca a la oficina. Asoma la cabeza por la puerta. —¿Necesita algo? — pregunta con voz dulce. Las palabras bien podrían ser un golpe al estómago. No es que tenga un tema con la edad, es que parece que en el último mes todos le recuerdan lo viejo que está. Treinta y contando, pero eso no es nada, el primer tercio de su vida, le quedan sesenta años más para disfrutar, conocer a una mujer, casarse, ser feliz. Por ahora lo único que le interesa es hacer dinero y disfrutar de la soltería. Nada de compromisos, luego de una relación de cinco años que termino mal, es difícil pensar en volver a intentarlo con alguien, además las citas son aburridas y las mujeres demasiado intensas. No necesita alguien igual a él, sino una persona —No me trates de usted. Tenemos la misma edad—adivina. Katia hace una mueca. Ups, parece que adivino mal. Pero no le preocupa, debe estar cerca de su edad, tal vez un par de años menos, además no se ve ofendida y en vez de responderle, Katia frunce los labios en un bonito mohín, tamborilea los dedos sobre el papel, lo mira directo a los ojos y después deja que su atención se resbale hasta la boca morena, brillante por la humedad que Gael dejo ahí con su lengua. —Estoy un poco apurada, así que si no le molesta voy a seguir... —Paseándote de un lado a otro del edificio, cualquiera diría que quieres llamar mi atención, mostrándome tus piernas en cada ir y venir. — bajo los pies del escritorio y dio un salto para quedar frente a ella. Su metro ochenta, y la falta de tacones por parte de la mujer frente a él, le hicieron bajar el cuello, buscando mantener el contacto visual, claro que sus ojos estaban un poco más arriba de donde tenía la mirada ahora. No era su culpa que hoy Katia trajera una blusa con un estampado llamativo, se consideraba un oportunista y esta era la oportunidad necesaria para mirar sin sentirse tan cerdo. Estuvo a punto de soltar una carcajada al ver la cara de espanto que Katia puso. Le perturbaba más que le mirara las tetas que le dijera vieja, eso era algo nuevo en el departamento de las mujeres y tomo nota de ellos, por si en algún momento el dato le era útil. Se mordió el labio para contener una sonrisa, teniendo algo de consideración por su colega, que ya estaba demasiado roja y ni siquiera se atrevía a mirarlo. Repaso su cuerpo de arriba abajo, ahora prestando un poco más de atención a lo llevaba y no solo a su figura. Llevaba trabajando una semana, ergo una semana de pantalones azul marino de tiro alto con alguna blusa de estampado horrible, la de hoy era algo más aceptable: besos de boca roja que le hacían pensar en obscenidades. O Katia era de esas personas que se compraba el mismo pantalón porque combinaba con todo, o tenía dinero suficiente para lavar y secar su ropa todas las noches. No tiene ni idea de a qué grupo pertenece su nueva colega, es un poco difícil adivinar, porque por una parte cuesta creer que alguien con dinero se vestiría de forma dan horrenda, pero tal vez es de esos que tienen dinero viejo, acumulado y pasado de herencia tras herencia. Oh, como le gustaría a él tener la seguridad de que nunca nada le faltaría y que si sus padres se murieran se volvería millonario, triste, pero rico. Podía vivir con eso. —No tengo intenciones de llamar su atención, señor— acaricio la última palabra con la lengua dándole un toque de sorna que acentúo la sonrisa de Gael. Debía ser géminis, con esa doble personalidad; una calmada y sumisa y otra que a la que le gustaba bromear y era más atrevida. Porque debía tener un lado más divertido y extrovertido, podía apostar su único riñón a que había mucho más de Katia escondido bajo las capas de esa horrible ropa. —Punto uno, córtalo con eso del usted, soy to colega, no tu jefe. Segundo, no lo sé— se pasa el pulgar por el labio inferior, lo frota mientras hace un sonido gutural y le da una mirada intensa a Katia —, es bastante sospecho que te pasees tanto por el frente de mi oficina, La mujer frunce los labios, tensa los dedos sobre el papel que sostiene y después se humedece la boca con un brillo diferente en sus ojos que le hace creer que va a responderle devuelta, de preferencia con algo sarcástico o gracioso. Muerde la punta de su pulgar, conteniendo otra sonrisa y da un paso hacia ella, deleitándose con su reacción. La manera en que se encorva para protegerse de su mirada, pero luego endereza la espalda y saca el pecho, cuadra los hombros y da un paso en su dirección, quedando frente a frente, la distancia suficiente para decir que hay espacio entre ellos, cuando se siente como si estuvieran uno sobre el otro. Oh, así que, si hay otra Katia, una más atrevida.  Inclina el cuello sobre ella. Crea una sombra su rostro y utiliza eso de excusa para acercarse aún más a ella. Porque no tiene ni idea de qué color son sus ojos y de repente se despierta está obsesión en él por saber cómo son sus iris y si es que hay más encantos en ella que no se aprecian a primera vista. —Estoy buscando la fotocopiadora— es su única respuesta y Gael no puede evitar sentirse decepcionado por eso. Había confundido su postura estirada y densa con desafío, cuando en realidad solo era su seriedad actuando. Era demasiado correcta y eso lo aburría. Pero Gael tenía un master en convertir lo aburrido en algo totalmente opuesto, y estaba seguro de que con Katia no sería tan difícil, solo debía ser su versión más encantadora y ella se derretiría a su lado, dejando a la vista su verdadera esencia. —¿Y te estabas dando vueltas frente a mi oficina para que yo te llevara? — pone una mano sobre su pecho —Me siento alagado, pero tan solo debías preguntar, te hubiera dicho que sí. Katia lo mira con esos ojos alargados y grandes, que crecen en tamaño a medida que la sorpresa en ella aumenta. Le parece increíble lo egocéntrico que Gael es, y aun así no puede evitar sentirlo atractivo. Hay tantas cosas mal en ella, se supone que los gustos por hombres de mierda ya no era una de esas cosas, pero parece que viejos hábitos son difíciles de matar. Resopla, aprieta los papeles contra su pecho e intenta hacer que su cuerpo se mueva. Lo único que logra es tambalearse hacia delante, casi como si fuera a besarlo. El gesto hace que todo su rostro arda y que las manos le suden de la vergüenza, pero al menos es suficiente para reaccionar y moverse. —Gracias— la voz le sale débil y se da cuenta de que no debería porque agradecerle, así que agrega con un tono más duro: —, por nada. Gael suelta una carcajada. El sonido llega a sus oídos y le debilita las piernas. ¿Por qué es tan perfecto? Linda voz. Delicioso cuerpo. Hermosa carcajada. Ahora falta que tenga madures y estabilidad emocional, con eso sería imposible resistirse. Sale de la oficina con las emociones a flor de piel. La confusión de sus repentinos, pero intensos, sentimientos por Gael, el hecho de que le atraen sus defectos y que cuando esta junto a él le es más fácil ser su verdadero yo. Es tan cliché y repetitivo, que incluso ella misma se hace burla por lo ridícula que está siendo. —Espera— Gael detiene la puerta antes de que la cierre y se posiciona a su lado, siguiéndola por el pasillo —. No quise ser pesado, puedo mostrarte donde está la fotocopiadora, si quieres. Katia le da una mirada de reojo, algo extensa y cargada de sentimientos que no tenía la intención de exteriorizar. —No seas rencorosa, vamos, te mostrare— Gael le pone una mano en la espalda baja, sin su permiso y la guía por el piso. Al principio sus pasos son reticentes, desorientada por el curso que ha tomado toda la situación y un poco perdida en el calor que irradia la palma Gael. Después de una semana de temperaturas glaciares —para ella que viene de Miami—, el fuego es bienvenido y entibia su cuerpo de una manera, que cuando él deja de tocarla, se desespera un poco y quiere forzarlo a poner su mano en ella de nuevo. Pero no lo hace, simplemente cierra los ojos, inspira y retoma el control de su cuerpo. Es absurdo el efecto que Gael tiene en ella y muy poco práctico, también, porque mientras él le enseña cómo usar la fotocopiadora, ella tan solo puede concentrarse en la forma en que se mueven sus labios y como es que cada dos o tres palabras hay un amago de sonrisa encantadora que termina en una curvatura media ladeada al final de cada oración. Su parloteo la marea un poco, pero le encanta verlo expresarse, con manos, gestos, con esos labios tentadores. Y le gusta que sea capaz de llevar una conversación por su cuenta, pero que de vez en cuando se gire hacia ella y le pregunte algo. La ironía misma. Que a una persona tan introvertida como ella le guste la epitome de los extrovertidos.
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