El sol apenas asomaba entre los árboles de Las Azucenas, tiñendo el cielo de un rosado tenue y dorado, cuando Giovanni volvió a pisar la tierra de su rancho. El viaje a La Pampa había sido largo, un tedioso recorrido por carreteras secundarias, pero necesario. Había dejado a Marcos como su hombre de confianza en esa zona estratégica, una decisión que le daba la tranquilidad de que todo funcionaría como debía, como una pieza más en su vasto engranaje. Desayunó con una calma que parecía forzada, como quien vuelve al refugio después de una batalla invisible. Pan casero, de corteza crujiente y miga esponjosa, café fuerte, su amargor caliente esparciéndose por la garganta, y los sonidos del campo que sus perros parecían celebrar con ladridos alegres y carreras descontroladas entre los arbustos

