Mientras los días pasaban, Giovanni Moretti continuó con la toma de poder en la Pampa.
Un mes había transcurrido desde que la sangre y las cenizas de Miguel Sánchez y sus hombres se regaron sobre la tierra seca, un mes desde que el apellido Moretti fue susurrado de nuevo en las sombras de cada pueblo, en cada rancho aislado, en cada bar de carretera, en cada estación fronteriza de la provincia. Giovanni ya no era un visitante molesto; era la ley no escrita, el nuevo dueño, y su presencia, una amenaza constante, se sentía en cada rincón de la vasta región.
Una noche, bajo el techo de una bodega de ladrillos oscuros en las afueras de Bahía Blanca, se celebraba la reunión final.
Los cabecillas de cada zona, hombres curtidos por el sol y la violencia, asistían sin escoltas. La invitación de
