Salamandra, tras su breve encuentro con él, había desaparecido entre las sombras del camerino. Pero no lo dejó solo con sus palabras. Le dejó algo peor: la imagen de su cuerpo en otro hombre. El sabor agrio de los celos, una punzada que lo volvía loco. —Capo, si quiere que le preparemos el coche... —intentó decir Tito, viendo el rostro endurecido de su jefe, temiendo la explosión. —Cállate —murmuró Giovanni sin despegar la vista del escenario vacío, su voz un gruñido—. Aún no termina el show. Y tenía razón. Minutos después, la música cambió. Un ritmo grave y lento comenzó a inundar el salón, envolviendo todo en una atmósfera cargada de sensualidad. Luces tenues, rojizas, descendieron sobre el escenario como un presagio, pintando el aire de pasión y peligro. Y entonces… ella volvió a s

