La bruma del amanecer aún cubría los viñedos del rancho Moretti, una niebla etérea que se aferraba a las parras, prometiendo un día soleado pero ocultando los secretos de la noche. Giovanni exhaló el humo de su cigarrillo con parsimonia, una columna gris que se disipaba lentamente en el aire frío de la mañana. Llevaba dos días encerrado en su oficina, un refugio de madera oscura y cuero, desde que regresó al rancho. Había vuelto de madrugada, cuando Las Azucenas dormía, como una sombra que no dejaba huellas, un fantasma que se movía entre la oscuridad y el silencio. Nadie sabía que estaba de vuelta. Nadie… excepto sus hombres.
Tito, como siempre, estaba ahí. De pie, inmóvil como una estatua, ordenando unos informes sobre movimientos de cargamento y vigilancia, su figura una sombra discret
