Capítulo 2. Algo nuevo para mí.

1241 Words
Vanessa Thompson Levanto la cabeza cuando siento un dolor horrendo en el pecho. No es solamente el golpe que recibí de mi propia madre, es que ahora también resulta que es mi culpa que Steve sea un descarado infiel que no respeta absolutamente nada ni a nadie. —¿No me estás escuchando, madre? —pregunto, con un hilo de voz. Todavía tengo la esperanza de que al menos la vergüenza social la haga cambiar de opinión—. ¿Steve se encuentra con otra sin importarles todos los amigos que lo ven y yo soy la culpable de que lo haga? Mi madre me observa con su expresión seria, el rictus en su boca me advierte de que no le importa nada de lo que le digo. —Una buena esposa cumple con su papel, que es complacer a su marido —me recuerda la lección que me dio desde que tengo uso de razón, como si fuera una frase aprendida a golpes—. Hablaré con tu padre y él le pedirá a Steve que se cuide más, para no perjudicar a nuestras familias, pero este no es motivo suficiente para pedir un divorcio. No vas a desprestigiar el apellido Thompson solo por un capricho. —Pero… —intento replicar, pero me interrumpe. —¡No hay peros que valgan, Vanessa! —exclama, furiosa—. Te regresas a tu casa con esa dichosa maleta, aquí no vas a venir a armar tu circo de víctima. Aguanta como la mujer que dices que eres. —¿Aguantar la humillación? ¿A eso te refieres? —replico, con actitud. Me duele la forma en que mi madre me hace menos, pero debería tenerlo aprendido. Hace mucho que comprendí mi verdadero lugar en esta familia—. Quieres decir que ahora debo regresar a esa casa que es más una prisión y cuando llegue mi esposo infiel, ¿hacer como si no hubiera pasado nada? Acostarme en la misma cama y fingir que no me importa o tener sexo con él cuando no tengo dudas de que lo tuvo antes con otra. ¿¡Es eso lo que me recomienda mi propia madre que haga!? Estoy gritando, no puedo evitarlo. Llorando también, a pesar de que eso me hace débil delante de ella. Pero Valentina Thompson no se inmuta, solo asiente. Y la decepción que siento es más profunda de lo que puedo soportar. —No, no lo voy a hacer. —Mi declaración la hace enfurecer, pero lo disimula. —Pues ahí tienes la puerta. Ya puedes irte. —Da media vuelta y se va. Cierro mis manos en puños y encajo mis uñas en la piel hasta que duele. No solo fui humillada en cuestión de una hora por mi esposo, también por mi madre. No tengo a dónde ir y ella lo sabe. Nunca he sido de las que necesita de todas sus comodidades para creer que tiene una buena vida, por lo que me conformo con cualquier cosa con tal de salirme de esta vida fría que vivo. Pero no tengo mucho efectivo y usar mis tarjetas sería darle a Steve mi ubicación. Eso no es lo que quiero, porque su actitud y su advertencia final me dieron a entender que ajustaría cuentas en cuanto nos viéramos en la casa. Tampoco puedo ir a un hotel, por esa misma razón. Solo tengo una opción y es encontrar un lugar barato donde al menos pueda pasar la noche y que me alcance a pagar con el poco efectivo que llevo encima. Salgo de la casa de mis padres sin mirar atrás. Con el dolor de mi alma, me alejo del único lugar en el mundo que consideraba hogar. A pesar de la forma de ser de mi madre y la crianza estricta que tuve, este era mi castillo y yo era la princesa. Pero no debí esperar más, ese fue mi error. Subo al auto y conduzco hacia la ciudad. Doy vueltas sin parar en la zona menos céntrica, donde podré encontrar algún motel donde quedarme al menos esta noche. Cuando lo encuentro, suspiro de alivio por haber asegurado un techo bajo el cual pueda dormir. No es la gran cosa, pero cumple su función. Mañana podré decidir qué hacer con mi vida; por hoy, solo necesito que las horas pasen y se acabe el día. El peor de todos lo que he vivido. Cerca de las nueve de la noche, ya no aguanto más. Estar entre estas cuatro paredes me pone mal y creo que estoy al borde de una crisis de ansiedad. No dejo de pensar en todo, en lo que ha sido mi vida y el tiempo que he perdido. Me arrepiento de tantas cosas, que unas ganas inmensas de salir de aquí y liberar tantas tensiones me embargan. Lo pienso mucho, porque nunca he estado en esta parte de la ciudad y podría perderme, pero necesito respirar y esta pequeña habitación no me deja hacerlo como quisiera. Me decido y busco en mi maleta un vestido de los más sencillos. La verdad es que en mi armario no hay mucho de eso, pero traté de elegir las piezas menos elegantes. No creo que sea buena idea salir de gala de un lugar como estos, sobre todo porque ando sola. Me arreglo solo un poco y cuando estoy por salir, decido dejar mi celular. No pretendo llevarlo conmigo para que empiecen a molestarme como siempre lo han hecho. Solo llevo una pequeña cartera de mano con el poco dinero en efectivo que me queda y una de las tarjetas, por si acaso la necesito; aunque no pretendo usarla de ninguna manera. Unas calles más abajo hay un club que llama mi atención y no dudo en entrar. Nunca he podido disfrutar de un lugar como este y la verdad me da curiosidad. El salón está exquisitamente decorado y unos cientos de personas llenan todo el lugar, que es más grande de lo que pensaba. Voy directo a la barra, porque no encuentro otro lugar donde sentarme. —¿Deseas beber algo, preciosa? —pregunta un chico, del otro lado de la barra. Dudo, porque no traigo mucho dinero encima y tampoco es que sepa tomar. Capaz que me emborrache y luego termine botada en la calle, como una cualquiera. —Un cóctel, ¿tal vez? Solo para empezar —insiste y me guiña un ojo. Señala unas bebidas coloridas que está sirviendo otro de los chicos y asiento a una copa con tonos rosados que llama la atención. —Ok, quiero uno de esos —indico, un poco emocionada. Esto es algo nuevo para mí. Antes de casarme, esto no era algo que pudiera hacer y beber no estaba tampoco en la lista de cosas permitidas. Luego, con el matrimonio, mucho menos. No es como si Steve alguna vez hubiera salido conmigo a compartir o beber solo porque sí. Me prometo solo beber una, para probar a qué sabe. —Marchando —asegura el moreno coqueto, con una sonrisa. Pocos minutos después, coloca delante de mí una copa decorada con azúcar en el borde. La bebida es dulce y debo confesar que me encanta, no se siente el alcohol y eso me gusta. Me la bebo más rápido de lo que creía y pido otra cuando se acaba. Dejo mis preocupaciones de lado y me concentro solamente en satisfacer, por una vez, mis gustos propios.
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