Prólogo
Las primeras señales
Todo empezó cuando mi esposo comenzó a llegar más tarde del trabajo a como era costumbre.
Por lo general, él siempre llegaba a casa a las 7:00 de la noche para qué cenáramos juntos. Pero de un tiempo para acá, las cosas cambiaron; ya no llegaba a las 7:00 en punto, ahora, se le ha hecho rutinario llegar después de las 10:00 de la noche.
Cuando es viernes, y como el sábado no tiene que ir al trabajo, ese día solía regresar a casa todavía más tarde.
Él creía que yo no me daba cuenta, que me hacía la tonta y fingía que nada malo pasaba en nuestro matrimonio. Más no era así, luego de notar que esta se estaba volviendo nuestra nueva rutina, no tardé en imaginarme que, quizás, y aunque me doliera creerlo, él estaría viendo a otra mujer a mis espaldas, y todo por culpa de que nuestro trabajo nos absorbía demasiado como para ni siquiera sacar tiempo para pasarlo en pareja, ni siquiera habíamos vuelto a tener intimidad, hace más de un par de meses que él no me toca, que no me hace el amor, y tal parece ser que yo ya no le excitaba tanto a como lo hacía antes.
Una noche, decidí dejar mis pensamientos a un lado, y llegué temprano a casa, por fortuna, ese día a mi jefe no le dio por dejarme trabajo extra que terminar para el día siguiente, así que salí a las 5:00 de la tarde de la oficina, subí a mi auto y conduje hasta el supermercado que quedaba por la ruta de ida a mi casa desde la oficina, compré todo lo que necesitaba y luego me marché a casa.
Recordé que tenía en mi closet guardado un vestido rojo escarlata de escote que quedaba ajustado a mi cuerpo, lo había visto en el centro comercial siendo exhibido por mi tienda favorita, y aunque era costoso, decidí comprarlo porque supe que me serviría para usar en una fecha especial, y finalmente, esa fecha especial había llegado.
Aunque mi esposo y yo cenaríamos en casa esa noche, no sería exagerado de mi parte vestirme elegante, solamente quería seducirlo para que al fin, después de tanto tiempo, él me llevara a la cama y me hiciera el amor de la manera tan apasionada como solamente él era capaz de hacer.
Preparé una cena deliciosa, serví la mesa, la decoré hasta con rosas puestas en un jarrón precioso que tenía guardado en la cocina sin usar desde hace mucho tiempo, y hasta tuve tiempo de sobra para preparar el postre favorito de mi esposo. Luego de eso, me fui a organizarme, me di un baño relajante, me vestí, arreglé mi cabello, dejándomelo suelto con las puntas peinadas en hondas.
Me maquillé un poco, usé maquillaje suave para no verme muy ridícula, pues a mis 30 años a ningún hombre le gustaría verme maquillada de manera extravagante, casi que parezca un payaso.
Me miré frente al espejo cuando me puse los tacones, y me dije a mí misma: si tu esposo no ve lo hermosa que eres, ¿Quién más lo verá?
Salí de mi habitación, y me fui al comedor a esperar a que James llegara, sin embargo, fueron pasando los minutos, luego fueron horas, y nada, no aparecía, le escribí un mensaje y solamente me dejó en leído, estuvo unos momentos apareciendo su perfil en línea, y no más este nunca me contestó cuando pensé que lo haría.
Sentí que mi corazón comenzó a palpitar rápidamente, mis ojos se llenaron de lágrimas, pero como no quise arruinarme el maquillaje, decidí soportarlo, no llorar, hacerme la fuerte porque lo que menos quería ahora era tener una discusión con mi esposo para cuando esta debía de ser la noche perfecta para ambos, para revivir nuestro amor y seguir juntos para siempre.
James jamás respondió mi mensaje, no me devolvía las llamadas, al tratar de marcarle por tercera vez en la noche, fue inútil, el celular sonó como si estuviera apagado, y no pude hacer nada más para buscarlo, además, era muy tarde en la noche, y me era imposible llamar a la recepción de su oficina porque la chica que trabajaba allí, ya no estaba.
Apagué las velas con las que también había adornado la mesa del comedor, y justo cuando me dispuse a irme a la habitación y arreglarme para irme a dormir, escuché el auto de James estacionarse en el garaje de nuestra casa, anunciándome que él ha llegado a casa, y por un momento, me olvidé lo enfadada que estaba con él, tenía pensado haberle reclamado, pero yo sabía que él me pelearía donde yo le diga cualquier cosa sobre lo sucedido, era mejor esperar y ver con qué tipo de excusa me saldría para que lo disculpara, además aún teníamos tiempo para disfrutar de nuestra cena, apenas iba a caer la media noche, y mañana ninguno de los dos trabajaríamos como para decir que teníamos que cenar rápido e irnos a la cama.
James entró a la casa, cargando su maletín de portafolio en manos, y venía caminando como zombi, se veía absolutamente agotado, como si nada más quisiera ir a darse un buen baño de agua caliente y marcharse a la cama para dormir toda la noche hasta que al día siguiente se despertara porque ya no soportaba más estar acostado en la cama.
— Hola, lamento haber llegado tarde, tuve una cena de negocios con unos nuevos socios que incorporaremos a la empresa. Después de cenar, me pidieron que me quedara con ellos un rato más, y no pude negarme. Voy a subir a darme un baño, y a dormir, estoy muerto — dijo él, y sin más, se marchó a nuestra habitación.
Mientras que él subía las escaleras, no pude evitar mirar hacia el comedor, la cena estaba servida, intacta, ya estaba fría, y parecía ser que ninguno de los dos íbamos a cenar juntos esa noche. No lo resistí, y me marché detrás de él para alcanzarlo y detenerlo antes de que se metiera a la ducha, no iba a quedarme callada, no esta vez.
— ¡James! ¿Qué demonios sucede contigo? ¿Cómo se te ocurre regresar a casa hasta esta hora sin al menos haberme avisado cuando estuve escribiéndote y llamándote todo este tiempo y tú solo me ignorabas? — alcé la voz, estaba furiosa, ¿y no iba a ser nada pasiva ni sumisa con él. Por esta ocasión, él había pasado los límites de sus groserías.
James volteó a verme, sus ojos eran inexpresivos, como si bien él se hubiera imaginado que cuando llegara a casa sería testigo de este show.
— Ya te lo expliqué, Audrey. Tuve una cena de negocios, mis socios me pidieron que me quedara un rato más con ellos y no pude decirles que no. ¿Qué es lo que no entiendes sobre eso? — dijo él, comenzando a desvestirse, primero dejando su maletín de portafolios puesto sobre un rincón en su vestidor, luego quitándose su chaqueta y después desabotonándose la camisa.
No pude decir nada más, porque verlo desvestirse para mí era mi perdición.
Ver a mi esposo desnudo me excitaba de tal manera que me era imposible contenerme, y entonces, cuando quedó desnudo en su pecho, me acerqué a él, con la intención de que mi mano acariciara su pecho, y que mis labios se acercaran a los suyos para besarlo, sin embargo, pasó lo que jamás me imaginé que sucedería en ese momento.