PERSIGUIENDO UN SUEÑO

1678 Words
Pero no siempre fue así; aún le sacaba una pequeña carcajada cuando recordaba que él un día le había dicho que conquistarla había sido un trabajo más pesado, era más fácil estar treinta horas en el campo, sin agua y bajo el sol abrazador. Fijó su vista en aquella libreta en el librero. Era un cobarde, ella presentía que él huiría de ella, eran muy jóvenes, su estatus era demasiado alto para un joven becado. Ahí estaba todo aquello que deseaba olvidar, en ese viaje que estaba a punto de emprender. Tal como lo intentó en la ocasión anterior. Claudine se puso en pie y tomo aquel hermoso diario, donde se ha redactado, con su puño y letra, toda su adolescencia: la primera vez que conoció al chico más encantador de su vida, el hombre que la había convertido en una chica independiente, con su igualdad de género. La joven colocó el diario sobre su cama y sacó una maleta. Sería lo primero que empacaría para su viaje, en esa ocasión, estaba decidida a olvidar todo su pasado mientras afrontaba su futuro. «Es momento de volar sola, además no hace falta tener un hombre a mi lado para hacer que mis sueños se hagan realidad. Casi nadie me conoce en la alta sociedad de todos modos, me volví ermitaña, las ideas de mi primer amor, entraron muy profundamente dentro mi, no me daré por vencida en obtener lo que quiero, me imagino que él ha de estar cumpliendo sus sueños sin mí, yo haré lo mismo, sé que lo olvidaré». Ella no podía seguir viviendo en medio de fantasmas, ya no podía mirar atrás por más tiempo, tenía que tener los ojos fijos en su objetivo y no dudaría de ella jamás, eso era algo que el mismo Vincent le había enseñado. Eso era algo que siempre le agradecería y una parte de su alma siempre le correspondería a él. Solamente a él. Cerró sus ojos y guardó la libreta. Lo leería de camino a su destino, tendría tiempo de sobra en este viaje, las distancias no eran cortas y su corazón no se sentía preparado esa noche para empezar a leer su sufrimiento. Y aquello había tenido que esperar todo un mes. En aquel momento, surgieron embarcaciones para el nuevo mundo. El diario de su inocencia seguía seguro y bien cerrado en la maleta escondida bajo su cama, era necesario que nadie se diera cuenta de su viaje, no le hacía gracia mentirle a su familia, pero era la única forma en la que la dejarían partir. Más si era sin retorno. Bajó las escaleras esa mañana de febrero para tomar el taxi que la llevaría al puerto. Tenía la carta de la señora Petit para sus parientes de Estados Unidos y el boleto que le había comprado para su viaje. La mujer prácticamente había invertido e insistido en todo ello, pese a que Claudine se sintiera sumamente incómoda ante esa propuesta, ya que no sabía por qué tanta generosidad con su persona. Al final, dándose cuenta de que no podría con los gastos que eran requeridos para el viaje, aceptó la oferta. Era momento de partir de su hogar hacia lo desconocido. Suspiró al darse cuenta de lo mucho que se molestarían con ella cuando se dieran cuenta de que nuevamente había desaparecido. Quizás la odiarían, sobre todo su madre, quien desea verla casada con un buen hombre, el cual no había encontrado todavía. No los culparía, siempre era lo mismo con ella, pero era incapaz de estarse quieta, era su naturaleza ser aventurera. —¿Vas a algún lado, Claudine? —Cerró los ojos lentamente. Podía engañar a cualquiera, pero su hermano era un hombre inteligente, casi parecía que podía presentir los malos momentos. Por esa razón era un respetado militar y un hábil parlamentario. —En realidad, sí —lo encaró—. Lo siento, Robín. —el hombre dejó su cigarrillo sobre un fino cenicero y la miró sin levantarse, él conoce muy bien esa mirada de su hermana. —Me pregunto a donde se dirige mi hermana ahora, eres un libro abierto para mí, Claudine. Al parecer tienes resuelto todo. —Lejos muy lejos a buscar mi sueño. —dijo tímidamente, la verdad no podía mentirle a él. —Sí, eso me lo esperaba, hay hermana cuando madurarás, no tienes necesidad de que andes con una vida que no va contigo. Tú no sabes los peligros que hay y las cosas malas que pueden sucederte. —Mira que si intentas retenerme mejor… —No estoy en condiciones para detenerte. Nunca he podido hacerlo y, francamente, nunca lo intenté. Pero creo que alguien debe despedirte y desearte suerte y cuando tengas una dificultad no dudes en decírmelo. —¿No intentas retenerme? Me imaginé que me darías un discurso de los que mi madre me da. —¿Es lo que quieres? —No lo sé. Siempre me has hecho sentir amada, me imaginé que me pedirías que me quedara. —El que te vayas no hace que te queramos menos, únicamente te extrañemos. —Sigues siendo alguien demasiado inteligente, llegarás lejos, hermanito, y estaré muy orgullosa de ti. —Siempre puedes regresar aquí, ¿lo sabes? Claudine esta sigue siendo tu casa, aunque sea yo quien la dirija. —Gracias, Robín, suerte con tu vida, sé que la carga que tienes es pesada, pero lograras obtener lo que te propongas, eso mismo quiero, esforzarme y ser reconocida por mis propios merito. —Lo mismo digo. Su hermano se puso en pie y comenzó a subir las escaleras mientras la joven lo observaba, le hubiese gustado pedirle un abrazo; pero, ni Robín era un hombre amable, ni ella tan poco se doblegaría a tal pedido, era muy orgullosa como para solicitarlo. La joven se volvió hacia la puerta con decisión y salió, respirando el aire fresco de la mañana, sintiendo el nuevo día entre sus venas y la ilusión de un futuro. Descendió las escaleras del porche con rapidez y se subió al taxi. No miró atrás, nunca lo hacía. —Señorita, Leroy, buenos días. —la saludó el chofer del taxi—, llegaremos pronto. Ella dio gracias al cielo. El camino siempre era tortuoso para una mujer, sobre todo porque ella normalmente viajaba junto a sus amigos de locuras; pero en esa ocasión no podía ser así. Ambos adquirían otros objetivos y no podía mantenerlos en una tarea que no les agradaba. «Adiós, querida Francia, me viste nacer, pero no me verás triunfar, regresaré hecha toda una diseñadora reconocida, mi nombre destacará entre los famosos». Por lo tanto, sus padres tampoco eran parte de este viaje, ni siquiera estaban enterados. Al cabo de lo que terminaron siendo horas, abordaba aquel barco con la esperanza de que todo saliera bien. Ella vigiló que sus cosas fueran colocadas en el depósito del barco antes de bajar a su camarote compartido. La joven, con una maleta pequeña y su bolso de mano, descendió las escaleras hasta el camarote veinte, donde dormiría por horas, en ese largo viaje. Claudine abrió la puerta indicada, siendo recibida por una rápida almohada que logró esquivar con mucha agilidad. La hermosa mujer frunció el ceño y miró al interior del camarote, encontrándose con una joven partida de la risa. —¡Dios mío! —se puso en pie la mujer de unos treinta y tantos años—. ¡Lo siento, lo siento, pensé que eras…! Bueno que importa, ¿Tú eres? —Me llamo Claudine. —la joven se acomodó, mientras le sonreía a la mujer que estaba sentada, observándola de pie a cabeza. —Hola, linda, yo soy Estelle. Disculpa lo de antes, acomódate bien, si esto también es tuyo por un tiempo, seremos compañeras de viaje. —Gracias —Claudine dejó su maleta sobre la otra litera. —Dime querida: ¿De quién huyes? —dijo con diversión la mujer. —¡Perdón! De nadie —mintió con una sonrisa—. Voy en busca de nuevas experiencias. —Yo sí estoy escapando. ¡Soy viuda! ¡Pero llevo más de un año llorando a mi esposo! La sociedad de Francia casi pretende que me haga monja y llore eternamente por mi marido fallecido. Los familiares de mi difunto no quieren que me vuelva a enamorar y han hecho de mi vida un calvario. —Debe ser que no lo amo tanto. No entiendo por qué desean imponer algo que uno no desea. —soltó la joven sin querer. —Me gusta su sinceridad. Y no puedes tener más razón, ¿Qué se esperaban de un matrimonio arreglado? Entre familias que luchan por el poder y la riqueza. —¿Nunca nació el amor? Suponiendo que lo tuvo con alguna de sus amantes —se inclinó de hombros, tranquila, dejándose caer sobre la cama. — Al menos puedo decir que yo le fui fiel en vida… ya no más. —se sinceró la mujer. —Por eso se marcha. Va a la tierra de la libertad. Donde las costumbres son muy diferentes y donde la mujer puede expresarse y hacer con su vida lo que quiera. —Eso dicen, pero no creo nada. En todas partes hay ataduras, sean más o menos visibles. — Claudine comprendió lo cierto de esas palabras, presintiendo el buen entendimiento que esa mujer y ella tendrían— ¿Qué deseas hacer? Me han dicho que tienen un buen banquete esta noche. La fiesta de bienvenida. —Bueno… en realidad supongo que leeré un poco —dijo la joven, sacando por primera vez el diario que guardaba su pasado. —Bien, entonces iré a divertirme preciosa —se despidió—. Te veo en la noche… o talvez no… La mujer soltó una sonora carcajada y cerró la puerta del camarote, dejando en soledad a Claudine. Con esa línea en su cabeza. Donde todo había empezado. La verdad que su compañera de camarote era todo un personaje, ya que esa mujer sí estaba huyendo, mientras que ella iba a realizar su sueño.
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