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DESEO, AMOR Y PECADO

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Dicen que el deseo puede llevar al amor. Pero, ¿qué sucede cuando esa persona a la que amas y deseas está prohibida? Ese amor y ese deseo, pueden llevarte a pecar. Sin embargo, pecar no siempre es del todo malo, porque hay pecados que te llevan al Paraíso.

****** INTRODUCCIÓN ******

Él es un capitán del ejército estadounidense, acostumbrado a jamás tener que pedir por sexo o por una mujer; pues no había ninguna que pudiera resistirse a esos ojos color verde ciclónicos, a esa boca de tentación y a ese cuerpo que exudaba lujuria. Todas querían estar en su cama, recibiendo el placer que aquel demonio les otorgaba por una noche, para luego ser abandonadas y olvidadas al día siguiente, pasando a ser la diversión de una noche, o el antojo de un momento.

Todas, excepto una: La mujer que deseó desde la primera vez que la vió y lo terminó rechazando. La única mujer que provocó que el deseo se convirtiera en amor. Pero, aquella mujer, estaba prohibida. Desearla y amarla conllevaba a un terrible pecado.

Sin embargo, él sabía que, aunque su alma acabase condenada al infierno por el pecado que aquella mujer representaba, habían pecados que te llevaban al paraíso. Y esa mujer de carácter impetuoso, de ojos azul grisáceo, como un cielo al borde de una tormenta eléctrica, y dueña de ese cuerpo de tentación, era uno de esos pecados. Y, por ella, estaba dispuesto a condenarse y quemarse en las llamas del mismísimo infierno, con tal de pecar a su lado y disfrutar del paraíso que ella representaba.

—DESEO, AMOR Y PECADO

—————ADVERTENCIA—————

ANTES DE LEER:

QUERIDO LECTOR, PRIMERAMENTE, LE DOY LAS GRACIAS POR HABERSE INTERESADO EN ESTA HISTORIA. LUEGO, QUIERO QUE SEPA QUE EL CONTENIDO DE ESTA HISTORIA NO ES APTO PARA TODOS.

SI USTED ES MUY RELIGIOSO, MORALISTA, DE MENTE CERRADA Y NO PUEDE ENTENDER QUE TODO LO QUE SE RELATA EN ESTA HISTORIA ES PURA FICCIÓN, LE PIDO DE TODO CORAZÓN QUE NO LA LEA. ASÍ NOS EVITAMOS LOS COMENTARIOS ÁCIDOS, LAS CRÍTICAS MORALISTAS Y RELIGIOSAS, Y EL DISGUSTO (POR SU PARTE) POR LEER ALGO QUE NO PUEDE COMPRENDER, NI ACEPTAR, PORQUE LA RELACIÓN ENTRE MIS PROTAGONISTAS ES PROHIBIDA DE TODAS LAS MANERAS POSIBLES. (Y CRÉAME, YO NO LA ESTOY FOMENTANDO)

ESTA HISTORIA TIENE UN ALTO CONTENIDO s****l, ERÓTICO Y PECAMINOSO, QUE PODRÍA RESULTAR SENSIBLE ANTE SU MORAL Y SUS CREENCIAS.

AHORA, SI USTED ES COMO YO: PECAMINOSO, LUJURIOSO, FALTO DE MORAL, CON UNA MENTE AMPLIAMENTE ABIERTA Y NO LE TIENE MIEDO A CONDENAR SU ALMA A LAS LLAMAS DEL INFIERNO…

¡BIENVENIDO SEA A ADENTRARSE EN ESTA HISTORIA DE AMOR PROHIBIDO Y PECAMINOSO!

LE PROMETO ENTREGARLE UNA HISTORIA CARGADA DE MUCHO ROMANCE, MUCHA LUJURIA, MUCHO DESEO, MUCHO AMOR Y MUCHO, MUCHO PECADO. PORQUE EL PECADO, ES LO QUE ESTARÁ A LA ORDEN DEL DÍA, EN CADA PÁRRAFO DE ESTAS PÁGINAS.

****LEA ESTA HISTORIA BAJO SU PROPIA RESPONSABILIDAD****

SI HA DECIDIDO QUEDARSE:

Espero que me apoye guardando la historia en su biblioteca dando click en el corazón, comentando, recomendando y dándole mucho amor.

Eso lo voy a apreciar con todo mi corazón y les prometo recompensar, dándoles una historia que las llene de miles de emociones…

BESOS Y ABRAZOS, DE SU AUTORA:

DIRTSA AIJEM.

***HISTORIA NO APTA PARA PERSONAS DE MENTE CERRADA***

CONTIENE:

—LENGUAJE VULGAR.

—ESCENAS DE SEXO EXPLÍCITO.

—MORAL BASTANTE CUESTIONABLE.

—VIOLENCIA.

—PECADO.

—USO DE ALCOHOL.

LEER BAJO SU PROPIO RIESGO.

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UN COMPLETO CANALLA
NARRA ÉL: —¿Por qué nunca me llevas a bailar, al cine o a comer? —pregunta, mientras la estampo en la pared, devoro su espigado cuello y amaso sus tetas grandes y turgentes, y su culo redondo y tan parado, con mis escurridizas manos, que tantean el delicioso manjar que me voy a devorar esta noche. —Porque yo no hago esas mierdas —murmuro, sin despegar mis labios de su piel, mientras voy subiendo hasta su mandíbula. Se estremece entre mis brazos y emite un intenso gemido cuando alzo una de sus piernas hasta mi cintura, la falda del apretado vestido rojo se sube hasta sus caderas y su sexo, húmedo y caliente, siente a la bestia palpitante que hay debajo de mi pantalón y que amenaza con partirle por la mitad. Pero, aún con todo eso, aunque se está muriendo de ganas porque la penetre y la posea como el salvaje que soy, otorgándole el placer que únicamente yo le puedo dar, no se calla y sigue hablando estupideces. —Pero yo quiero hacer otras cosas —replica, haciendo berrinche como si fuera una idiota adolescente y no una mujer de 25 años. Irritado por su necedad y por su actitud tan estúpida, la suelto y me separo de ella, haciendo chasquear mi lengua. —Entonces, búscate a un imbécil que sea tu novio o se case contigo, para que hagas junto a él todas esas mierdas —mascullo, molesto. —Pero yo quiero hacerlas contigo —me replica, haciendo un mohín cuando se acerca a mí, provocando que me fastidie más de lo que ya lo estoy. —Yo no soy tu maldito novio, como para tener que andar complaciéndote con majaderías —le espeto, acomodándome la ropa y listo para largarme de ahí. Avanzo, caminando hasta la puerta y me abraza por la espalda, para suplicar que no la deje y que no me vaya. —Te prometo que ya no diré nada más y haré todo lo que tú digas —exclama, suplicante—. Pero, por favor, no te vayas y hazme el amor. Suelto un bufido y esbozo una sonrisa socarrona. —Yo no hago el amor, yo cojo —le objeto, cuando me giro y la tomo del cabello con fuerza—. Cojo como una bestia. Exasperado por haber perdido demasiados segundos en esa conversación tan absurda, comienzo a quitarle el puto vestido con rapidez, para hacer justamente la única cosa por la que he decidido venir a su habitación de hotel esta noche y no estar cogiéndome a otra que no me esté fastidiando con esas malditas estupideces. Le saco el vestido con algo de violencia, la giro y la tiro sobre el colchón de la cama. Sujeto su cabello con más fuerza, enredando la coleta en mi puño y, con la otra mano, agarro su cadera y alzo su culo, dejándolo en pompa para mí. La finísima tanga de encaje rojo se mete entre sus dos suculentos tajos de carne, dándome una extraordinaria postal, que me pone más inquieto y desesperado. Es una pendeja, pero tiene un culo de infarto. Esponjoso, redondo y carnoso. Desabrocho mi pantalón, bajo la bragueta y saco a la bestia, que ya está más que lista para la acción. Extraigo un preservativo de uno de los bolsillos de mi pantalón, rompo el empaque y saco el látex, lo coloco en mi punta regordeta y luego lo deslizo por toda mi longitud. Después, saco otro y repito el mismo procedimiento. Dos valen mejor que uno. A mí no me van a salir con esas mierdas de que un condón se rompió y me van a querer achacar una bendición no deseada. ¡No, señor! A mí, mi libertad no me la quita nadie. Soy un sexoso. Un adicto al sexo y devoto del pecado, que, por suerte, nunca ha tenido que pedir por un acostón o por mujeres. Ellas solitas vienen a mí. Son ellas las que se me ofrecen y buscan que les entregue el placer que ningún otro hijo de puta les va a otorgar. Y es que quién podría resistirse a estos 27 centímetros de carne magra y prémium. —¿Lo quieres? —le pregunto, mientras la punteo y paso mi longitud por toda su raja húmeda, para excitarla hasta el desquicio. —Sí —gimotea, muerta de placer. Enrollo su cabello en mi mano y lo jaloneo con fuerza, provocando que su espalda se arquee, y que su boca termine profiriendo gruñidos llenos de lujuria. —Dámelo todo —exclama, oprimiendo su culo contra mi pelvis y buscando ser penetrada—. Párteme en dos y hazme tuya. «Hacerla mía» Esas palabras me molestan y mucho. Ninguna es mía, no las quiero como mi propiedad. Yo solamente me las cojo y espero no volver a verlas nunca más. La única con tanta suerte, como para que yo haya aceptado repetir, coger con ella, es Debbie Fisher. La despampanante rubia que me ofrece su coño, húmedo y palpitante, para que la penetre y la parta en mil pedazos. La conozco desde que éramos unos niños. Crecimos juntos en Seabrook, New Hampshire. Nuestras familias han sido cercanas desde hace varias generaciones y ella siempre creyó que iba a terminar casada conmigo algún día. Que nuestras familias iban a concertar el matrimonio, y el deseo de tenerme solo para ella se le iba a cumplir. ¡Ja! Ha venido hasta Oahu a buscarme, prácticamente, a suplicar que me la coja, y, como buen adicto al sexo que soy, no iba a desaprovechar la oportunidad. «Si ellas se ofrecen, ¿quién soy yo para negarles tal deleite?» Me entierro en ella sin miramientos, hasta el fondo y con mucha fuerza. Ya perdimos demasiado tiempo con sus estúpidas demandas sin sentido y vamos a hacer justo la única cosa que me interesa: Coger. Penetro una y otra vez, mientras la rubia se deshace entre gritos y jadeos con cada potente empellón. No le doy tregua con mis movimientos intensos y asesinos. Subo uno de mis pies en el borde del colchón y las embestidas se transforman en algo bestial. Quiero descuartizarla. Castigarla por haberme salido con sus estupideces, cuando ella conoce perfectamente el tipo de hombre que soy y que siempre seré. Sin embargo, la muy jodida pendeja no me da más tiempo para continuar con mi castigo, porque ya se está corriendo, muerta de placer. Bufo y río, porque yo todavía me cargo un empalme descomunal y podría seguir en otras 7 rondas más. La noche es joven y yo soy muy potente, sin embargo, la compañía ya no es de mi agrado. Ya tuvo más que suficiente. No me gusta repetir la comida y, ahora que lo he hecho, me siento hastiado y ya no pienso seguir probando este menú, cuando hay millones más en el mundo. Aun así, me tiene que hacer acabar. Porque yo no me voy a quedar con las ganas de llenarla de mi abundante leche. La giro. Me quito todo el látex y los ojos de la rubia se iluminan al ver que le ofrezco mis carnes en su estado más orgánico. «¡Ja! Está muy equivocada si cree que va a pasar lo que ella supone. Ninguna es digna de recibir tal regalo» Como si se tratara de un costal de plumas, la bajo de la cama y la coloco en el suelo, obligándola a arrodillarse a mis pies. —Cómetelo todo —le ordeno con voz ronca, sujetándola por el cabello y atrayendo su boca hasta mi punta regordeta y brillante por el presemen—. No desperdicies nada. Pasa la lengua por toda mi longitud de un modo tan sensual y exquisito, que me sonsaca un gemido gutural. Y, cuando sus labios carnosos rodean mi punta y la chupan, siento un puto placer que me desquicia y me insta a actuar como la brutal bestia que soy y a ensartar mi poderosísima v***a hasta lo más profundo de su garganta. Se lo engulle todito. Sus ojos se cristalizan, su rostro se pone rojo como un tomate y su finísima cavidad se expande, para recibir todo lo que le doy. Contiene las arcadas con tanta entereza, que me excita más y termino aplicándole más potencia a las embestidas, actuando como un desalmado que quiere reventarle la tráquea a punta de empellones. Solamente me detengo, cuando derramo hasta la última gota de semen en su boca. Se lo traga todito, sin desperdicio alguno, y todavía chupetea mi punta, queriendo sacar más líquido, como si no hubiera tenido suficiente. Estoy tan complacido por lo que ha hecho, que bajo mis defensas y, segundos después, me empuja contra la cama y la tengo encima de mí, queriendo montarme la v***a y acosándome, como una verdadera demente. —Cásate conmigo —implora, magreando a mi bestia para poder continuar con la faena. Pero, como lo dije antes, ya no quiero seguir comiendo de este menú. Ya me aburrí y me siento hastiado. —Yo jamás me voy a casar —decreto, empujándola y tirándola sobre el colchón, para quitármela de encima—. Ninguna mujer me va a poder amarrar, jamás. Se guinda de mi cuello y caza mi labio inferior entre sus dientes, propinándome una fuerte mordida y tratando de meter su lengua en mi boca. «Está completamente loca» —¿Ah, no? —ronronea, mientras pasea su lengua por mi cuello y mi mandíbula—. Y, ¿qué hay de tu prometida? ¿La mujer que te espera en Seabrook y con la cual tienes que casarte? Que me recuerde tal cosa, me enfurece y saca lo peor de mí. Enrollo mi enorme y fuerte mano en su tan frágil y delgado cuello, y estampo su cabeza en el colchón. Le gruño, mostrándole mis dientes y sintiendo que la sangre me hierve, le digo: —Ni tú, ni esa pendeja, ni ninguna otra, tendrán tal privilegio. Ninguna mujer podrá ser mi esposa, jamás. ¡Grábate bien esto, en la cabeza! Me observa aterrorizada y sabe que ha hecho mal al mencionar aquello. La suelto de golpe. Agarro mis cosas y salgo de aquella habitación, sintiendo que voy a reventar de la cólera y esperando que a la estúpida Debbie Fisher jamás se le ocurra volver a joderme la vida. […] Leo la circular que llegó hace unos instantes y que mi Primer Teniente y mejor amigo, me ha entregado en las manos. —La guerra es inminente, capitán —espeta el hombre sentado frente a mi escritorio—. Será mejor que aproveche el poco tiempo que nos queda en esta isla. Bufo con arrogancia. —¿Crees que no lo estoy aprovechando? —le pregunto. Ladea una sonrisa estúpida y niega. —Estoy más que seguro que mi amigo no está perdiendo el tiempo, en absoluto —murmura. —Deberías de hacer lo mismo —le digo—. Te están saliendo más canas por ser tan aburrido y puritano. Deberías de venir conmigo al club en la noche y buscarte unas dos lindas y sexis nenas que te quiten el estrés que te cargas. Alza una ceja, niega, suelta un bufido y ríe divertido. —Te recuerdo que estoy en una relación con tu hermana —dice, como si me estuviera dando un regaño—. Es a ella a quien me estás pidiendo que le sea infiel. —Amo a mi hermanita —espeto—. Pero en las cosas de hombres, las hermanas no tienen nada que ver. Tú y yo, somos como hermanos, y solamente te digo, que haces mal al querer estar amarrado a una sola mujer de por vida, habiendo tantas en este mundo, como para disfrutar una cada día. —¿Una cada día? —me replica, soltando un bufido y cruzando los brazos sobre el pecho, mientras me observa con ironía. Hago una mueca de despreocupación y me encojo de hombros. —Dime, ¿qué puedo hacer, si son ellas las que me buscan y yo soy tan potente y tengo mucho para darles, a todas las que se ofrezcan? —alardeo, esbozándole una sonrisa socarrona. Se levanta de su silla y se acerca a mí. Me da una palmada en el hombro y empleando un tono de voz serio, dice: —Ay, mi amigo, ya llegará la mujer que te haga querer sentar cabeza y espero sea pronto, o, si no, sí terminarás casándote con… —¡Deja de decir mierdas! —exclamo, exaltado. Le doy un manotazo y aparto su mano de mi hombro. —Sabes muy bien que ese tema está cerrado —mascullo—. Yo jamás me voy a casar. Ni con esa niña tonta, ni con ninguna otra. —Tranquilo, hermano, no te exaltes. —Alza ambas manos y trata de tranquilizarme—. No volveré a mencionar palabra alguna sobre ese asunto. —Eso espero —sentencio—. Eres más que un amigo para mí, pero sabes que tengo mis límites y que cuando digo que un tema se acaba, no quiero que se vuelva a mencionar ni una sola palabra al respecto. —Bien —murmura—. Queda claro, mi capitán. Hace el saludo de reverencia a su superior y regresa a su silla. —¿Qué harás esta noche? —pregunta, como si no supiera lo obvio. Lo observo con seriedad, pues todavía no se me pasa el mal sabor de boca por lo que dijo. —Pues, si el mundo se nos va a acabar pronto, iré a un club y me cogeré a todas las mujeres que se me pongan enfrente —contesto, ladeando una sonrisa llena de picardía. El muy pendejo emite una risotada de diversión y niega. —No tienes remedio —exclama. —Ven conmigo —le digo—. Vamos a aprovechar los últimos días de libertad y de vida que nos quedan, y vamos a divertirnos. —Estás loco —espeta—. No vamos a morir y tengo mejores cosas que hacer. —¿Qué podría ser mejor que coger? —inquiero. —Una cita con mi hermosa chica —responde, esbozando una sonrisa estúpida. —No me cabe duda —me mofo—. Eres un marica de mierda. Prefieres morirte de ganas, mientras observas a una mujer por la pantalla de un teléfono, en vez de tener a una, o dos, o quien quita que tres, a las que puedas meterle mano y la v***a por todos los orificios de sus cuerpos… —Eso te lo dejo a ti —refuta—. Yo solamente tengo ojos para mi chica. —Bueno, más mujeres para mí —celebro. —Que lo aproveches —sisea, levantándose de la silla—. Pronto no podrás hacerlo. Acomoda la silla y hace el saludo protocolario. —¡Buenas tardes, capitán! —exclama. Da un ligero cabeceo como reverencia y se marcha, dejándome solo en mi oficina, releyendo aquella circular que anuncia que nuestro escuadrón debe comenzar a prepararse, pues una guerra está a punto de explotar en el Pacífico. […] Pertenecer a la Tercera Flota de Estados Unidos, es un trabajo bastante extenuante, que me deja dos noches libres a la semana, para ir de cacería. Ya arruiné una de mis noches cumpliendo el capricho de Debbie Fisher, así que espero que esta rinda frutos y sea muy productiva. Junto a un pequeño grupo, de los oficiales que están bajo mi mando, nos dirigimos a uno de los clubes más exclusivos de Waikiki. Reservamos una mesa, tomamos algunos tragos y cervezas, charlamos, y me dedico a inspeccionar el panorama. Hay muy buenas chicas, unas más lindas que otras; la noche es larga y mis expectativas muy altas. Me alejo del grupo, porque en la cacería, me gusta ser un lobo solitario. Voy a la barra, me siento en uno de los taburetes y pido un Jack Daniels. Mientras espero que el cantinero me sirva el trago, enciendo un cigarrillo y le doy una calada. No pasan ni tres minutos desde que me he separado del grupo, cuando se acerca el primer manjar, dispuesto a que lo disfrute. —¿Estás solo, guapo? —pregunta, con voz seductora y sensual. Giro levemente la cabeza, para escanearla a detalle y me gusta lo que veo. Cabello lacio, castaño, hasta los hombros. Estatura media, cuerpo con unas curvas de infarto, enfundado en un corto y muy ajustado vestido rojo, al que con rapidez me imagino lo fácil que será levantarlo, para cogérmela en el baño. El cantinero se acerca, y me extiende el vaso con el whisky. Lo bebo de un trago y, entonces, le respondo la pregunta: —Ya no. Ya llegaste tú, a alegrar mi noche. Suelta una risita coqueta y sé que ya cayó. Se sienta en el taburete de al lado, cruzando una pierna sobre la otra, provocando que el vestido se le suba y me ofrezca una perfecta postal de sus muslos carnosos. Pide un Cosmopolitan y otro trago para mí, y me pregunta cuál es mi nombre. —Liam Hopper —respondo, ladeando una seductora sonrisa —. Y tú, preciosa, ¿cuál es tu nombre? —pregunto por pura cortesía, porque la verdad es que me importa una mierda como se llama, lo único que me importa es cogérmela lo más pronto posible. —Vicky Anderson —dice, extendiendo su mano hacia mí. Le devuelvo el saludo y observo cómo se muerde el labio inferior, mientras tantea la fuerza y el grosor de mi mano. —Es un placer, Vicky —siseo, sin despegar mi vista de sus ojos, color café oscuro. —El placer es todo mío, Liam —ronronea, acariciando mi pierna con su rodilla. Los tragos llegan, brindamos, tomamos, y menos de media hora después, la tengo empotrada contra el lavabo del baño del club, con el culo esponjado y oprimiéndolo contra mi pelvis, mientras mi v***a la parte por el centro, dos de mis dedos magrean su clítoris y una de mis manos le tapa la boca, para acallar los suaves gritos, llenos de lujuria, que se escapan de su boca con cada empellón. Más de una hora después y de haberme cogido a otra chica en los baños, estoy listo para salir de ahí y continuar la fiesta en otra parte. Pero, para mi desgracia, me encuentro con la desquiciada Debbie Fisher en mi camino. —Te he buscado por todas partes —ronronea, tratando de darme un beso en la boca. Coloco la palma de mi mano en su hombro y la empujo, apartándola de mi camino. —Creí que te había quedado claro el hecho de que ya no quería más nada de ti —mascullo, arreglando el cuello de mi polo color azul cielo. —No digas eso —replica—. Acompáñame a mi hotel y regálame otra espectacular noche, como esas… —Discúlpame —la interrumpo, alzando la mano y dando un paso hacia atrás para atraer a mi lado a las dos chicas que se quedaron detrás por la turba de gente que hay en el club y que nos han obligado a caminar en fila india para salir de ahí. Coloco una a cada lado y les doy un beso en el cuello. Las dos rubias ríen con coquetería y observan a Debbie de pies a cabeza. —¿Ella también se nos unirá? —pregunta la más alta. —¿Ella? —repito, enrollando mi brazo en los suyos—. No. Ella no tiene cabida en este trío. Avanzo, llevando a las chicas a mi lado, para salir de ahí y dirigirnos a su departamento. A nuestro paso, casi nos llevamos de encuentro a la rubia, que nos observa, muy desilusionada y disgustada, mientras nos alejamos de ese lugar. […] El trío con aquellas dos sensuales chicas, hizo que la noche fuera mucho mejor de lo que esperaba. Lo que hicieron y lo que les hice… ¡Ufff! Hasta me tentó a pedirles el número para repetir, pero, después de lo que pasó con Debbie por andar repitiendo, me digo que lo mejor es seguir tal y como he hecho las cosas siempre y no arriesgarme a que me salga otra loca. Me siento algo cansado, pero llego al cuartel justo a tiempo para empezar mi rutina diaria y encerrarme en él durante una semana. Tuve suficiente sexo y, por los momentos, puedo mantenerme concentrado en mis deberes. Podrán decir lo que quieran de mí como civil: Soy mujeriego, dado a los vicios, en especial mi adicción al sexo, soy un machista, arrogante y bastante presumido, no siento cabeza y me comporto como un reverendo hijo de puta. Pero, como militar, soy muy disciplinado y estoy bastante entregado en el cumplimiento de mis deberes. Podré pasarme toda una noche de completa farra, pero nunca fallé para estar más que listo para iniciar mi jornada de trabajo a las 4:30 de la mañana. —Buenos días, capitán —saludan los subordinados que hay en mi camino, y que cumplen sus obligaciones matutinas. Luego de mi entrenamiento, de bañarme, de alistarme y de tomar mi desayuno, voy a mi oficina. Reviso la agenda diaria, los correos electrónicos y las noticias. Unos minutos después, llega uno de los cabos con mi correo diario. Reviso cada carta a detalle, hasta que llego a una enviada por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos. No se trata de ningún asunto relacionado con la guerra, sino, más bien, la invitación a un evento que se llevará a cabo en un hotel de Honolulu, en el que se realizarán algunas condecoraciones a sus mejores miembros. Puras mierdas protocolarias. Coloco la invitación a un lado y sigo en lo mío. […] Una semana después, estoy sentado en una silla, en un agradable jardín, en un prestigioso hotel de Honolulu; vistiendo mi traje blanco protocolario con mis emblemas, divisas, distintivos y recompensas, ostentando sobre mi pecho y mis hombros, y mi gorra de plato, con el escudo de los SEAL en medio, sobre mi cabeza. Estoy algo aburrido, pues estos eventos protocolarios me resultan demasiado tediosos. Agradecernos y darnos una nueva medalla, antes de enviarnos a sufrir precariedades y a morir en la guerra… Pff… Bastante absurdo. Llevo mi vista hacia el lado de la playa y me quedo pensando en lo que podría suceder si el conflicto llega a más y somos enviados a luchar por el país, cuando alguien, una mujer, llama mi atención. Camina con un andar felino, enfundada en el traje gris azulado que visten las mucamas del hotel. Lleva un cigarrillo en la boca y la falda se ajusta tan bien a sus caderas y a su culo, que solamente verla es un deleite a la vista. «¡Qué culo!» —pienso, mientras me la imagino esponjándolo en pompa para mí, para que lo azote con fuerza, mientras estampo su cuerpo contra uno de los enormes ventanales de la habitación en la que estoy hospedado. La chica avanza, alejándose de la sección del jardín en la que nos encontramos y me deja alucinando con su espectacular belleza. Luego del blah, blah, blah, de que nos den las condecoraciones, de que saludemos al presidente y a los oficiales de mayor rango, y del respectivo brindis y almuerzo en nuestro honor, somos despedidos y podemos ir a nuestras habitaciones a vestirnos de civiles para poder disfrutar de las comodidades que el hotel ofrece. Cuando estoy listo, camino hacia la salida, dispuesto a buscar a alguna chica que me alegre el día, o, precisamente, a la mucama que llamó mi atención allá afuera. Abro la puerta, salgo al pasillo y no puedo creer la jodida suerte que tengo. Del ascensor sale la mucama y camina hacia mi dirección. Le esbozo mi sonrisa más cautivadora, pero no se inmuta ni en lo más mínimo. Solo se limita a brindarme el respectivo saludo y continúa su camino, sin devolverme la sonrisa. Me quedo contrariado, pues no me creo que haya alguien que pueda resistirse a mis varoniles encantos. —Disculpe, señorita —la llamo, tratando de obtener su atención y lo logro. Se gira sobre sus pies con tanta gracia y fija su mirada en mí. —¿Dígame, señor? —musita, con una voz tan suave, melodiosa, y a la vez tan felina, que no puedo evitar fantasear con escucharla gemir y decirme un montón de guarradas, mientras me la cojo—. ¿En qué puedo ayudarle? Regresa hasta mi posición, caminando con un contoneo de caderas que me cautiva por completo. Le doy una ligera escaneada, más a detalle, y contemplo su belleza tan peculiar, pero que a la vez me resulta tan familiar. Es de estatura media, me llega al borde de la barbilla. Su rostro es de facciones finas y delicadas, que resulta bastante armonioso a la vista. Labios bien definidos y gruesos, entintados en un labial rojo; no me resulta nada difícil imaginarlos chupándome la v***a y dándome una mamada celestial, mientras le reviento la estilizada garganta con mis potentes empellones. Sus ojos son de un tono azul grisáceo y de mirada felina, enmarcados con gruesas y oscuras pestañas, que revolotean una y otra vez, mientras esperan una respuesta de mi parte. —Tengo un problema con el grifo de mi baño y necesito que lo revisen —miento, para tratar de hacerla entrar a mi habitación y abordarla. —Está bien —murmura con serenidad—. Le llamaré a la persona encargada del mantenimiento y le diré que venga a verificar lo más pronto posible. Lleva su mano hasta el bolsillo de la falda y agarra el radiotransmisor. —¡No! —demando, comportándome como todo un hijo de puta—. Quiero que lo revise ahora mismo. La chica hace un leve gesto de disconformidad, como si iba a poner los ojos en blanco, pero esboza una leve sonrisa que me parece algo fingida y asiente. —Está bien, señor, voy a revisarlo ahora mismo —declara. Abro la puerta de la habitación, le cedo paso y ella avanza hacia adentro. Camina frente a mí, en dirección al baño y me deleito contemplando el rico culo que se carga y su andar, tan femenino y sensual. Abre la puerta del baño, entra y revisa el grifo. —¿Cuál es el problema? —pregunta, frunciendo el ceño—. Porque parece que todo está bien. —Es en la parte de abajo, creo que la tubería gotea —miento. Se agacha y se arrodilla en el suelo, para verificar la tubería. Cruzo los brazos sobre mi pecho y apoyo el hombro en el contramarco de la puerta, mientras me lamo los labios y contemplo la curvatura que forman su espalda arqueada y su culo. Mi mente tan libidinosa se imagina el montón de cosas que puedo hacerle en esa posición y varias corrientes eléctricas van a dar directo a mi falo. —¿Cuál es tu nombre, preciosa? —indago, en un ronroneo ronco. La chica alza el rostro y me mira, con desconcierto, como si mi pregunta la hubiese molestado. —Noah —dice, sin más. —¿Noah? —indago, tratando de averiguar su nombre completo, y no tengo puta idea de para qué, si solamente voy a cogérmela y la voy a olvidar, como pasa con todas. —Solo Noah —dice. Se levanta del suelo, se arregla la falda y, cuando me ve, me pone mala cara. —La tubería está perfectamente bien, el grifo igual —masculla—. Entonces, ¿cuál era el verdadero problema? Una sonrisa socarrona me surca los labios, me quito del contramarco, suelto mis brazos y avanzo hasta ella. —Me atrapaste —siseo, parándome frente a ella y acariciando la curvatura de su mandíbula con mis nudillos—. Solamente quería pasar un momento a solas contigo y conocerte mejor. Mi mano baja con lentitud. Con el borde de mis dedos acaricio la elevación de uno de sus pechos. Noah baja la mirada y sigue el movimiento de mi mano. Luego, la vuelve a subir y clava su mirada grisácea en la mía. —¿Quién cree que soy? —pregunta, en un siseo suave, alzando su ceja tan perfecta. —La afortunada que va a conocer el cielo —ronroneo, mientras me inclino para acercar mi rostro al suyo. —¿Cómo voy a conocer el cielo? —pregunta. —Yo te llevaré hasta él —respondo. Acorto la distancia entre nuestros labios y la beso. Cazo su labio inferior entre los míos y estoy a punto de tocar su trasero, cuando su puñetazo va a dar a mi mandíbula y me obliga a separarme de ella. —Pero, ¿qué mierda te pasa? —pregunto, ofendido por su atrevimiento—. ¿Tienes una puta idea de quién soy yo? —¿Qué carajo le pasa a usted? —me replica, exaltada—. Que tiene el atrevimiento de tocarme sin mi consentimiento y tratarme como a un objeto s****l. —Esto —señalo mi mandíbula—, no te lo voy a dejar pasar por alto. Acabas de golpear a un militar y vas a sufrir las consecuencias de tus actos —amenazo, furioso—. Voy a hablar con el gerente de este hotel en este instante y lo voy a obligar a que te corra de aquí. Lejos de asustarse ante mi amenaza, la chica sonríe con ironía y niega. —Pues qué suerte tienes, pedazo de animal —espeta, sacando el radiotransmisor de su bolsillo—. Porque justamente estás hablando con la dueña y quiero que te largues de mi hotel en este preciso instante. Enciende la radio, lo coloca en su boca y habla con voz autoritaria: —Quiero al equipo de seguridad en la habitación 315. Hay un imbécil que quiero que saquen a punta de patadas.

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