NARRA NOAH
HORAS ANTES...
—Tenemos que ir a trabajar —le digo, mientras baja por mi vientre y llega hasta mi pubis.
La sensación de su lengua y su barba incipiente rozando esa zona de piel tan sensible, y su aliento tibio, chocando contra ella, provocan que toda la piel de mi cuerpo se erice. Arqueo la espalda y enrollo una pierna a su cuello, cuando su lengua se introduce en mi intimidad y me provoca ondas de placer que van a dar hasta mi centro.
Su lengua socava hasta lo más profundo, como una feroz serpiente tratando de meterse a una cueva en la que pueda esconderse. Intensos gemidos se escapan de mi boca, antes de que explote en un intenso orgasmo que me deja jadeando para llenar mis pulmones de aire, y las piernas temblando por el placer que acabo de recibir.
El hombre se levanta, esbozando una sonrisa arrogante y gatea por encima de mí, para llegar hasta mi boca y darme un apasionado beso en los labios que me roba el aliento y me deja probar el sabor de mis fluidos.
—Solamente quería darte los buenos días como es debido —dice.
—¿Qué hice para merecer a un hombre como tú? —pregunto, con una sonrisa en mi boca.
—Solamente ser una mujer tan hermosa, que es merecedora de que uno le entregue todo lo mejor de sí mismo —declara, lamiendo la piel de mi cuello.
Su hombría roza a mi sexo, que palpita, deseando sentirlo dentro de él.
—Hazme tuya —susurro, alzando mi cadera y enrollando una de mis piernas a su cintura para buscar un poco de fricción que me ofrezca deleite.
—No dijiste que debemos ir a trabajar —me replica, alzando el rostro para verme y para dedicarme una sonrisa arrogante y llena de lascivia.
—Que sea rápido —siseo.
Lo empujo contra el colchón y me subo a horcajadas sobre él, para ser yo quien tome el control de la batuta. Comenzó el juego y ahora quiero que me dé más. Lo monto una y otra vez, dejando fluir el deseo y la lujuria que él despierta en mí y que en este momento son los que me dominan. Me deleito saboreando la piel aceitunada de los músculos tan marcados de sus pectorales y su abdomen tan definido.
¡Joder!
Es tan perfecto que me desquicia y me trastorna por completo.
Se sienta, sus manos se aferran con fuerza a mis caderas y me ayuda a alzarlas y a estrellarlas con más potencia contra su grueso tallo, que me está partiendo en mil pedazos y me ofrece un deleite atroz.
—Te amo, James —jadeo, cuando el orgasmo me hace explotar y perder las fuerzas.
—También te amo, Noah —dice.
[...]
Falta un cuarto para las seis de la mañana cuando bajamos de la suite y vamos directo al área de empleados. A las 6 de la mañana comienza el cambio de turno del personal y debemos darles las instrucciones del día de hoy.
—¡Buenos días, equipo! —exclamo con una sonrisa, cuando llego y los encuentro reunidos en el saloncito, esperándome.
—¡Buenos días, Noah! —dicen al unísono.
James se para a un costado y comienzo a hablar, dando las primeras instrucciones, mientras todos escuchan atentamente.
—El día de hoy es el evento del Departamento de Defensa y quiero que por favor estén pendientes de ello —manifiesto, ya casi para terminar—. Kane y Nalani, ustedes son los encargados de esa área del hotel. Por favor, necesito que hagan su mayor esfuerzo para que el evento sea un éxito y el hotel siga prestando la misma calidad en sus servicios.
—No te defraudaremos, Noah —dicen los dos con mucho ánimo.
—Bien, sé que no lo harán —expreso, dedicándoles una sonrisa—. Y, entre otras cosas —prosigo—, hoy es día de "Ponte en mis zapatos" y, como ya saben, debo ocupar el puesto de la persona cuyo nombre salga en el sorteo y dicha persona ganará un incentivo extra, y, además, ocupará el mío y podrá darnos órdenes a todos durante todo el día.
El grupo de personas ríe y aplaude, esperando ser el afortunado que salga en el papelito que voy a sacar de un enorme tazón de cristal. Observan en suspenso, mientras revuelvo la pila de papeles y estallan en aplausos y vituperios, cuando anuncio que la afortunada será Malú, una de las mucamas.
Malú pasa al frente, me entrega su delantal y me desea suerte. La abrazo y la felicito, y le pido que tome buenas decisiones mientras está al mando.
Después, cuando dan las seis, cada uno va a su puesto a empezar el día y yo voy directo a los vestidores, para colocarme el traje de mucama.
—Deberías de llevar ese traje a la habitación, esta noche y dejar que te lo quite despacio o que te haga mía, mientras lo usas —comenta James cuando me ve salir vestida de mucama.
Ladeo una sonrisa y voy a uno de los espejos, para hacerme una coleta, porque no quiero sudar mi cabello.
—En serio, Noah —susurra en mi oreja, cuando se para detrás de mi espalda y lleva sus manos hasta el frente, rodeando mi cintura y colocándolas en mis pechos para acariciarlos—. No tienes idea de lo sexi que te ves con ese traje.
Puedo sentir su m*****o rozando contra mi trasero y, aunque su jueguito me está exitando, no lo sigo, pues hay mucho por hacer.
—No hace ni media hora que hicimos el amor y tenemos mucho por hacer —le digo, con la voz entrecortada.
Probablemente, hubiese terminado cediendo ante su lujuria y hubiéramos cogido ahí mismo, de no ser por Brittany, mi mejor amiga y la gerente del hotel, que llega en ese preciso instante y nos interrumpe.
—Bueno, ustedes dos, busquen un hotel —se mofa.
—Estamos en uno, por si no te has dado cuenta —le dice James, separándose de mí.
—Bueno, busquen una habitación de hotel entonces —le replica Brittany.
—Con gusto —dice James, con una sonrisa pícara surcando su rostro.
—Lo siento, pero será en otro momento —espeta Brittany—. Hoy Noah es una simple mucama y tiene muchas tareas por cumplir.
Niego y me río.
—Solamente no te vayas a aprovechar de eso y quieras ponerme a hacer las tareas más pesadas —le digo, girando sobre mis pies y caminando hacia su posición—. Por cierto, llegas tarde.
—Es lo bueno de ser la mejor amiga de la dueña del hotel —dice, guiñando un ojo.
—Tu mejor amiga, hoy es una simple mucama —le objeto.
—Entonces mueve el culo y ponte a trabajar, en vez de perder el tiempo con este bobo, que también debería de estar trabajando —manifiesta, dándole un golpe en la cabeza a James.
—Tranquila, Bri —replica James—. La dueña del hotel el día de hoy es Malú y, solamente, sus órdenes voy a obedecer.
Los tres salimos del área de servicio y vamos a nuestros puestos. Bri a gerencia, James la acompaña, ya que es el que lleva las finanzas del hotel y yo en busca de los instrumentos necesarios para hacer la limpieza de las habitaciones.
Entre habitación y habitación, la mañana pasa muy rápido. Aunque hoy me toca desempeñarme como mucama, siempre me mantengo al pendiente de las otras cosas. Esto solamente es una dinámica para entender el cargo que desempeña cada uno y comprender lo que tienen que lidiar, día a día, frente a los clientes, frente a proveedores y sus responsabilidades diarias, y así saber en qué podemos mejorar, para que el ambiente de trabajo sea más ameno.
Soy de las que piensan que si mis empleados son felices en su ambiente laboral, prestarán un buen servicio a mis clientes y mi hotel crecerá.
Ellos ganan, yo gano.
Cuando termino con las labores de las habitaciones, me doy una cruzada por el extenso jardín. Justo a un costado del área donde se lleva a cabo el evento de los militares. Aprovecho el recorrido para fumar un cigarrillo. Además de ser una adicta al sexo, soy una adicta a la nicotina. Son las únicas dos cosas que me quitan el estrés del día a día.
Trato de pasar lo más alejada posible del evento y, por alguna extraña razón, siento una intensa mirada que calcina mi piel. Como si alguien me estuviera observando intensamente. Sin embargo, lo ignoro, porque no creo conocer a ningún militar, como para pensar que he llamado su atención.
Cuando estoy en la oficina de Bri, almorzando junto a ella, James aparece con un enorme ramo de tulipanes, mis flores favoritas.
—¿Y esto? —exclamo, sorprendida por tal detalle—. ¿Cuál es el motivo?
—¿Acaso necesito un motivo en especial para consentir a la mujer más hermosa de este mundo? —replica, dándome un romántico beso y abrazo—. Solamente quería alegrar tu día —declara.
—Pues lo has logrado, mi amor —le digo, con una enorme sonrisa en mi rostro.
No sé qué fue lo que hice para merecer a un hombre tan perfecto como él. Es guapísimo, amoroso, detallista, siempre me procura y en el sexo... ¡Uf! Es justamente el hombre indicado para formar la familia que nunca he tenido y que siempre he añorado.
Después del almuerzo, regreso a mis labores. Desde la ventana de una de las habitaciones en la que estoy trabajando, observo la culminación del evento de los militares y a Kane y Nalani, haciéndose cargo de todo, tal y como se los encargué.
Voy a otra y a otra, hasta que me toca subir a la tercera planta. Me siento muy cansada, la verdad, es bastante extenuante el trabajo de las mucamas y no puedo creer que haya gente tan grosera, que ni siquiera pueden levantar las toallas del piso y las dejan ahí, mojadas y sucias, esperando que las muchachas las recojan. Esto me sirve para darme cuenta de que ellas necesitan otro tipo de incentivo, pues su labor es bastante ardua.
«Quizá un nuevo aumento» —pienso, mientras salgo del ascensor.
En mi camino me encuentro con uno de los huéspedes, lo saludo y continúo mi camino.
—Disculpe, señorita —lo escucho hablarme, así que me giro para verlo.
—¿Dígame, señor? —pregunto amablemente—. ¿En qué puedo ayudarle?
Puedo sentir su mirada escaneando mi cuerpo a detalle, pero lo ignoro.
—Tengo un problema con el grifo de mi baño y necesito que lo revisen —contesta.
—Está bien —murmuro—. Le llamaré a la persona encargada del mantenimiento y le diré que venga a verificar lo más pronto posible.
Voy a hacer la solicitud de revisión por el radio transmisor, cuando el huésped refuta mi propuesta.
—¡No! Quiero que lo revise ahora mismo —dice, con tono demandante.
Voy a poner los ojos en blanco, pues me parece algo prepotente e idiota, por la forma en que lo dice, como si fuera el dueño del mundo y todos deberían obedecerle. Pero, recuerdo que es un cliente y debo hacer bien mi trabajo, así que cedo a su petición.
—Está bien, señor, voy a revisarlo ahora mismo.
El tipo abre la puerta de la habitación y me da pasada. Entro y avanzo frente a él, hasta llegar al baño y entro. Reviso el dichoso grifo y funciona a la perfección.
—¿Cuál es el problema? —pregunto, frunciendo el ceño—. Porque parece que todo está bien.
—Es en la parte de abajo, creo que la tubería gotea —declara.
Por alguna razón, algo no me cuadra. Me siento como si estuviera jugando conmigo y usándome para su diversión. Pero, me arrodillo en el suelo y reviso la bendita tubería. Al igual que con el grifo, no hay ningún problema.
—¿Cuál es tu nombre, preciosa? —pregunta.
El tonito que usa para hacer aquella pregunta, me jode la poca paciencia que no tengo. Entorno los ojos y volteo a verlo.
—Noah —contesto, a secas.
—¿Noah? —inquiere, queriendo saber más.
—Solo Noah —mascullo, porque no creo que sea de su incumbencia saber mi nombre.
Me levanto y me arreglo la falda, que se ha subido un poco. Lo miro y le hago mala cara. Es un cliente, lo sé, pero me he dado cuenta de que solamente está jugando y yo no estoy para juegos estúpidos, tampoco mis muchachas. Ellas no son títeres de nadie.
—La tubería está perfectamente bien, el grifo igual —digo, y no puedo fingir la molestia en mi voz—. Entonces, ¿cuál era el verdadero problema?
Su boca esboza una estúpida sonrisa socarrona y siento que la sangre me hierve.
—Me atrapaste —dice, acercándose a mí y tocando mi mejilla, como si tuviera el derecho de hacerlo—. Solamente quería pasar un momento a solas contigo y conocerte mejor.
Su mano baja hasta mi pecho y siento que no voy a poder controlarme. Voy a estallar.
«¿Quién putas se cree este imbécil?»
—¿Quién cree que soy? —pregunto.
—La afortunada que va a conocer el cielo —dice el muy cretino, acercando su rostro al mío.
—¿Cómo voy a conocer el cielo? —pregunto, con mucho sarcasmo, pues me da risa la estupidez que dice.
—Yo te llevaré hasta él —responde, como si fuera una gran mierda.
El imbécil me besa.
Se atreve a tocarme, como si yo fuera una puta de su propiedad, y estallo. Le propino un puñetazo que va a dar directo a su mandíbula.
—Pero, ¿qué mierda te pasa? —pregunta, como si al que han ofendido es a él —. ¿Tienes una puta idea de quién soy yo?
—¿Qué carajo le pasa a usted? —objeto, rabiosa—. Que tiene el atrevimiento de tocarme sin mi consentimiento y tratarme como a un objeto s****l.
—Esto —señala su mandíbula—, no te lo voy a dejar pasar por alto. Acabas de golpear a un militar y vas a sufrir las consecuencias de tus actos —me amenaza—. Voy a hablar con el gerente de este hotel en este instante y lo voy a obligar a que te corra de aquí.
Río y niego, pues el imbécil no tiene idea de con quién está hablando. Y, aunque hubiera sido a una de mis muchachas a la que le hubiera pasado esto, por supuesto que haría lo mismo que voy a hacer.
—Pues que suerte tienes, pedazo de animal —respondo, agarrando la radio—. Porque justamente estás hablando con la dueña y quiero que te largues de mi hotel en este preciso instante.
Llevo la radio hasta mi boca y doy la orden:
—Quiero al equipo de seguridad en la habitación 315. Hay un imbécil que quiero que saquen a punta de patadas.
Hay desconcierto en su rostro. No puede creer lo que le he dicho, pero, cuando el equipo de seguridad llega, en un dos por tres, le queda más que claro lo que he dicho.
—¡No pueden hacerme esto! —exclama, histérico, cuando los hombres de seguridad lo agarran por los hombros, lo obligan a salir de la habitación y lo escoltan hasta la salida, casi a punta de patadas—. ¡No tienen idea del problema en el que se están metiendo por tratar así a un capitán de los SEAL!
Lanza varias amenazas e insultos contra nosotros y el zafarrancho se arma. Casi se va a los golpes con los muchachos y las personas se reúnen para enterarse del escándalo que se ha armado.
—¿Qué es lo que está pasando aquí? —pregunta uno de los hombres vestidos con el traje militar.
Aunque casi echa espuma y fuego por la boca, por la furia, el pendejo se tranquiliza y les ordena a mis hombres que lo suelten.
Observo a aquel hombre y me doy cuenta de que es alguien de un rango mayor, por las insignias en sus hombros.
—Capitán Hopper, ¿me puede explicar qué es este escándalo en el que está envuelto? —pregunta el hombre, con tono demandante.
—Brigadier —exclama el idiota, poniéndose firme y haciendo el respectivo saludo a su superior—. Estos hombres han tenido el atrevimiento de sacarme, casi a patadas de aquí, tratándome como a un vil delincuente.
Sin poder evitarlo, de mi boca sale una risotada muy irónica.
—Pero, dígale por qué hemos hecho esto —le exijo.
Los hombres me observan y, el Brigadier mira alrededor, a las personas que nos observan.
—¿Señorita, quién es el encargado de este hotel? —pregunta el Brigadier, con mucho respeto.
—Yo soy la dueña de este hotel —le contesto.
El hombre observa mi traje de mucama y entiendo su desconcierto.
—Estoy vestida así por una actividad con mis empleados —explico, ofuscada.
—¿Será que podemos hablar en privado? —pregunta.
—Por supuesto —respondo—. Vamos a mi oficina.
Le doy la orden de dejarnos a mi equipo de seguridad, pues ya no creo que pase a más. El Brigadier se ve como una persona respetable. Luego, los conduzco hasta mi oficina y, en el camino, me encuentro con James y Bri, que vienen a averiguar lo que está pasando.
—Luego les explico —les digo—. Ahora debo hablar con los caballeros.
Pasamos a mi oficina y le explico al Brigadier lo que ha pasado. El idiota no puede excusarse y confiesa que ha sido verdad lo que yo he dicho.
—¿Tiene idea de la falta que ha cometido, capitán Hopper? —exclama el Brigadier.
Está muy furioso y amenaza al capitán idiota, con destituirlo de su cargo por lo que ha hecho.
—Creo que no es necesario llegar a tal extremo —digo, teniendo una idea en mente—. Yo puedo pasar por alto lo que el... —Llevo mi vista hasta el idiota y lo observo con asco—. "Caballero" ha hecho, si llegamos a un acuerdo.
Voy a cobrarle caro lo que ha hecho. Este idiota se va a arrepentir de haberse metido conmigo.
—¿Qué tipo de acuerdo, señorita? —pregunta el Brigadier.
Hago un enorme esfuerzo para esconder la sonrisa de mi boca y hablo:
—Yo no voy a hacer ningún tipo de denuncia contra el capitán, si él se somete a pagar lo que ha hecho, poniéndose bajo mis órdenes para realizar varias tareas aquí en mi hotel, como castigo por sus actos —declaro.
—¿Usted habla de algún tipo de servicio comunitario? —inquiere el Brigadier.
—Exactamente —digo, dedicándole una sonrisa socarrona al cretino.
—¿Hablan de ponerme a barrer, a limpiar baños y esas cosas, como si yo fuese cualquier pelado? —pregunta el capitán.
—Pienso que es poco —comento—, en comparación a lo que hizo.
—La señorita tiene razón —manifiesta el Brigadier.
—Señor, no pueden hacerme esto —suplica el idiota—. La guerra...
—Es eso o la destitución de su cargo —sentencia el Brigadier—. Usted decide, capitán.
Lo observo con cara de suficiencia y alzo las cejas, en espera de una respuesta. Me lanza una mirada, que si estas mataran, hubiese caído fulminada ahí mismo.
—De acuerdo —responde—. Voy a asumir mi culpa y haré lo que la "señorita" diga, con tal de no perder mi puesto.
—Es un hecho —afirma el Brigadier—. Estará bajo las órdenes de la señorita Noah durante dos semanas y hará todo lo que ella diga, sin rechistar. Ella será su Brigadier desde este momento y no quiero que ella ponga ninguna queja, porque sino, puede ir olvidándose de la milicia y regresar a su casa, capitán.
El capitan idiota, casi hecha fuego por las fosas nasales. Está furioso, pero sabe que no tiene más elección que obedecer.
—¿Y cuándo quiere la "señorita" que comience mi sentencia? —pregunta.
—Mañana mismo, capitán —espeto, dedicándole una sonrisa petulante—. Lo espero aquí a primera hora de la mañana.
[...]
—De verdad, no puedo creer que ese hijo de puta se atrevió a besarte y a tocarte —ruge James, golpeando la mesa del comedor con su puño—. Pero, lo que menos puedo creer, es que quieras tenerlo cerca de ti, después de lo que hizo.
—No te preocupes —lo tranquilizo—. Te prometo que ese idiota jamás querrá acercarse a mí, después de lo que tengo preparado para él.
—Será mejor que así sea, porque te juro que si ese hijo de puta llega a ponerte otro dedo encima, lo voy a matar con mis propias manos —amenaza James.
—No tendrás que hacer eso —murmuro, enrollando mis brazos en su cuello y dándole un leve beso en los labios—. No va a pasar nada.
—Eres mía, Noah —masculla, dándome un beso tan voraz y demandante, que mis labios lo resienten—. Nadie más que yo puede tocarte y besarte.
El beso se vuelve violento, apasionado y muy posesivo. Sus manos se aferran a mi trasero y me levanta de la silla para sentarme en el comedor. Sus celos y su posesividad me excitan. Quiero que me haga suya. Que me haga el amor con salvajismo contra esta mesa. Que me tome como suya y que me haga sentir que él es solo mío.
¿Suena tóxico? Sí, quizá. Pero esto es lo que nos gusta a los dos. Este juego de posesividad, que pone nuestra piel a arder de deseo, el uno por el otro.
Me levanta la falda hasta la cintura y desabrocha los botones de mi camisa con la misma violencia con la que me besa. Aparta mi sostén y su boca llega hasta mis tetas. Las chupa, las mordisquea y las lame. Con una mano oprime uno de mis pechos y con la otra aparta mis bragas, para introducir uno de sus dedos dentro de mí y embestirme, tratando de desquiciarme de placer.
Jadeo con mucha fuerza y el primer orgasmo llega con la misma rapidez con la que su dedo me embiste.
No permite que me recomponga de los embates del orgasmo, cuando ya me está girando, para dejarme de espaldas a él, con el trasero empinado a su disposición y las tetas oprimidas contra la superficie dura de la mesa.
Apenas y logro tomar aire y su potente falo ya está dentro de mí. Matándome de a poco, dejándome sin aire y deseando que me destruya con cada potente empellón de su cadera contra mi trasero.
—Dime que eres mía —demanda, con posesividad—. Dime que no hay ningún otro hombre que te haga sentir lo que yo te hago sentir.
—Soy tuya —jadeo, muerta de placer, antes de sucumbir ante el segundo orgasmo—. Y no hay ningún otro hombre en mi vida, que no seas tú.
[...]
La mañana siguiente llega y estoy más que encantada de recibir a mi recluta, para cobrarle su desfachatez. James ha tenido que salir de viaje hacia Maui con urgencia. El hotel ha ido tan bien, que estamos pensando abrir un segundo en la isla hermana. Siendo de mi total confianza, James se encarga de ellos, mientras yo me encargo de mi recluta.
Llega varios minutos antes de las seis y eso me sorprende.
—¡Buenos días, capitán! —lo saludo, con evidente sarcasmo—. No creí que estaba tan dispuesto a cumplir con este trato.
Está de malas. Se le nota a leguas, en el semblante serio. Ya no tiene la misma sonrisa petulante y estúpida de ayer, cuando quería saber mi nombre y decía que quería llevarme al cielo.
«Ja, imbécil»
—¿Cuál será mi primera obligación, Brigadier? —pregunta, empleando el mismo sarcasmo que yo empleé antes, al pronunciar la palabra Brigadier.
Me giro sobre mis pies, para darle la espalda, y sonrío con maldad. Sin embargo, vuelvo a girar con rapidez, porque puedo sentir su estúpida mirada en mi trasero. Y, justamente, me doy cuenta que sí lo estaba viendo, cuando me doy la vuelta y levanta la vista para llevarla hasta mis ojos. En su boca se dibuja la misma sonrisa estúpida que tenía ayer y eso me pone furiosa.
—Atáqueme con lo que tenga —declara, con tono bufón—. Estoy dispuesto a hacer lo que usted desee —pasea su mirada por mi cuerpo—. Después de todo, me he dado cuenta de que no me la pasaré tan mal aquí, con la hermosa vista que el hotel ofrece.
Ladea la cabeza, llevando la mirada hacia la playa, para dar a entender que se refiere a esa vista. Hay una sonrisa burlona en su boca y casi gruño por la rabia, pues entiendo muy bien su plan. Me está retando. Cree que me va a desesperar, para que yo ceda y lo desligue de su castigo. Pero, se equivoca. No tiene idea de con quién está tratando. Si él se cree muy chistosito, yo le voy a enseñar a ser más payaso de lo que es.
—Bien —mascullo, sin poder ocultar mi molestia—. Sígame.
Camino hasta el área de utilería, que es como una pequeña bodega, alejada del edificio principal del hotel. Sigue mis pasos y, cuando llegamos, le digo:
—El césped del jardín está crecido—señalo alrededor y él lleva su vista hacia donde mi dedo apunta—. Quiero que lo pode por completo y necesito que esté listo a más tardar las nueve de la mañana.
Alza una ceja y bufa.
—¿Solamente eso? —murmura, con una sonrisa de suficiencia en su boca.
—Por ahora sí —contesto—. Cuando termine, hará otros trabajos, obviamente.
—De acuerdo —manifiesta, haciendo una mueca de diversión—. Esto será muy fácil.
Camina hacia el tractor corta césped y le chisto para detenerlo.
—¿Qué cree que hace? —objeto, señalando la máquina podadora pequeña—. Es esa la que debe usar.
Hace una mueca de disgusto y niega.
—¿Acaso está loca? —replica—. Esa es muy pequeña y este jardín es demasiado grande. No voy a terminar nunca.
—Creí que había dicho que era una tarea fácil —lo reto—. Pues, quiero ver si es cierto.
Rechina los dientes y su prominente mandíbula se cuadra por la furia.
—Está bien —dice, con arrogancia—. Los SEAL estamos acostumbrados a hacer trabajos más rudos. Esto no es nada, Brigadier.
—Entonces, empiece —demando, viendo la hora en mi reloj de pulsera—. Ya ha perdido mucho tiempo y no tiene todo el día.
Me gruñe, pero camina hacia la podadora manual y empieza a encenderla. Sonrío con burla y otra vez veo la hora en mi reloj.
—Regresaré en una hora y espero que no esté perdiendo el tiempo y haya avanzado lo suficiente —digo, con voz autoritaria.
—Como usted ordene, Brigadier —masculla, haciendo el saludo militar.
Entorno los ojos y giro sobre mis pies para regresar al edificio y ocuparme de mis tareas.
—¿Estás segura de que lo quieres aquí? —pregunta Brittany, cuando me acerco a ella.
Me espera frente a la puerta trasera, la que usa el personal. Le lanza una mirada llena de lascivia al idiota y la puedo ver babeando por él.
Ella es así, a todos los ve guapos y con todos quiere algo.
—Tienes que admitir que el idiota tiene lo suyo —comenta con una sonrisita llena de picardía—. Por eso es tan engreído el hijo de perra.
Medio me giro y lo observo luchar para encender la máquina. Cuando su brazo jala el cordón de encendido, los músculos se le marcan con gran precisión. Hago una mueca de asco y regreso mi vista a Brittany.
—Pues yo no veo más que a un imbécil que se cree el "todas mías" y lo detesto con todas mis fuerzas —mascullo, avanzando hacia la puerta.
—Ay, amiga mía —murmura Brittany con mofa—. Ten mucho cuidado. Ya sabes lo que dicen: Del odio al amor...
—¡Vete a la mierda! —replico ofuscada—. Al único hombre que yo voy a amar para toda la vida, se llama James. Ese imbécil que está ahí, es un cero a la izquierda para mí, jamás lo vería con otros ojos que no sean de odio. Odio que se crea tan importante y que piense que las mujeres solamente somos un juguete s****l para su deleite.
Brittany ríe y niega.
—Pienso que no es un cero a la izquierda como dices —acota—. Ya le estás dando bastante importancia al tenerle tanta rabia y tenerlo aquí, dispuesta a hacerle pagar lo que te hizo.
—No es darle importancia —replico—. Es querer enseñarle a tener respeto y a que conmigo no se juega y, si lo haces, tienes que pagar caro las consecuencias por hacerlo. Y él va a pagar caro el haberse metido conmigo —sentencio.