LA HABITACIÓN 315

5000 Words
NARRA NOAH —Te extraño —le digo al teléfono, haciendo un puchero, como si él pudiera verlo. —También te extraño, mi amor —dice él, desde el otro lado del teléfono—. Pero, pronto te veré y te haré el amor hasta el cansancio. Sonrío como una tonta, mientras la boca y la v****a se me hacen agua por lo que él me ha dicho. —Te estaré esperando, James —le digo—. Con muchas ansias. Corto la llamada y salgo de la oficina para ir a inspeccionar a mi recluta. El muy bufón y hablador, no terminó la tarea que le encargué el día de ayer y sigue en eso. Me pregunto si ha sido una buena idea el traerlo aquí para vengarme. James no está muy entusiasmado con la idea, justo antes estábamos teniendo una discusión al respecto, pues se siente celoso de que ese imbécil esté cerca de mí, después de lo del beso. Le he jurado que nada va a pasar. Que lo voy a mantener a raya y que al cretino jamás se le va a ocurrir querer ponerme una mano encima. Le he vuelto a jurar que únicamente tengo ojos para él y que ningún otro hombre me interesa. James es celoso, posesivo y muy territorial; no le gusta la idea de que otro hombre esté cerca de mí, pero se tiene que tragar mi capricho, ya que yo no soy del tipo de mujer que cede ante las exigencias de un hombre, solamente por complacerlo. Salgo del edificio y voy directo al jardín, en donde el capitán idiota debería de estar trabajando, y, vaya sorpresa, lo encuentro conversando con dos chicas que le coquetean como dos adolescentes estúpidas y le palpan los brazos y los pectorales. No lo puedo creer. El imbécil está de espaldas a mí y sin camiseta. ¡O sea, por Dios! ¡Sin camiseta! Como si aquí hubiera venido a divertirse y no a trabajar. —Oye, tú —le chito—. Te tengo trabajando, no perdiendo el tiempo. El imbécil se medio gira, esbozando una sonrisa petulante y las chicas se mofan, diciéndole que ya vino su jefa y que lo mejor será irse. —Las veo en la noche —les dice él—. Van a conocer el cielo. Ruedo los ojos y gruño. —Por eso es que no terminas con tu trabajo —espeto, cuando llego hasta él—. Pierdes el tiempo tonteando con mis clientas y diciéndoles estupideces, cuando deberías de estar... —¿Estás celosa? —replica ensanchando la sonrisa, mientras apoya el brazo en el tronco de una palmera y acerca su rostro al mío. —¿Celosa de ti? —refuto, soltando un bufido y alejándome de su cercanía—. ¡No digas idioteces! —Pues esa bravura tuya me dice lo contrario —me rebate, sacándome de quicio—. Creo que no te gusta verme con otras. —Escúchame bien... —exclamo, tratando de llamarle la atención, pero, a la que le llaman la atención es a mí, y no de un modo bueno. Él imbécil se acerca tanto, que mi mano termina tocando sus pectorales tan duros y definidos. «¿Qué carajo hace este tipo para tener este cuerpo?» James tiene lo suyo y para mí es perfecto. Pero, esto... Lo de él es de otro mundo. Sin embargo, no es tanto su cuerpo de dios del Olimpo lo que llama mi atención, sino lo que hay en él. Mis ojos recorren aquel torso tan tonificado, que parece una antojable tableta de suculento chocolate, y pestañeo varias veces cuando veo el piercing en su pezón. «¿Quién carajos lleva un piercing en el pezón y se le ve tan... ¡Mierda! ¡Aleja esos pensamientos, Noah!» Pero, como si eso fuera poco, mis malditos ojos siguen bajando, siendo atraídos por algo más espectacular, inquietante y morboso en todas las formas habidas y por haber: El maldito tatuaje. «Mierda, mierda, mierda... y más mierda» ¿Por qué mi mente tan cochambrosa, libidinosa y curiosa, quiere saber dónde carajos termina aquel singular tatuaje que se asemeja a una bestia con cachos y que se esconde debajo del orillo de su pantalón, sobre esa tan marcada y sensual v, que lleva hasta su... —¿Te gusta? —susurra, atrayendo de regreso mi atención hasta él—. ¿Te gustaría verlo completo y conocer a la bestia? —¡Vete a la mierda! —suelto, rabiosa, no tanto con él, como lo estoy conmigo. Conmigo, por esta maldita curiosidad que me está tentando a decirle que sí; que sí quiero ver ese espectacular tatuaje completo, porque me tiene completamente intrigada y porque me parece lo más retorcido y sensual que mis putos ojos han visto en mi jodida vida—. ¡Ponte a hacer tu maldito trabajo, si no quieres que vaya a hablar con el Brigadier para que te destituyan de la milicia. La sonrisa estúpida se le borra de la boca en fracción de segundos y es sustituida por una línea recta y la mandíbula cuadrada. —Como usted diga, Brigadier —masculla. Se aleja sin decir más y agarra la máquina podadora, para continuar con su trabajo. Ensancho una sonrisa triunfal y luego se borra, cuando me sorprendo pensando en el jodido tatuaje, imaginando en dónde termina y qué habrá más abajo, ahí donde el pantalón no deja a los ojos ver más. «Maldición» —Y ponte una maldita camiseta —ordeno—. Estás trabajando, no veraneando. Refunfuña, pero lo hace. Entonces, puedo irme tranquila a seguir con mis otras labores, pero no sin antes darle una última mirada a aquel torso de ensueño, de músculos duros y perfectos; al piercing en su pezón y al bendito tatuaje que tanto me intriga, antes de que sean tapados por la camiseta. [...] —Ponte este —dice Bri, enseñándome un vestido corto y muy ajustado, de estilo casual, muy relajado y veraniego: Tela de algodón, floreado y de colores suaves. Ideal para la ocasión. Me acerco y agarro el vestido de sus manos, asintiendo y torciendo la boca. —Bri, de verdad. No tienes idea de cuánta falta me hace James —murmuro, mientras me mido el vestido por encima y me observo en el enorme espejo—. Soy una mujer y tengo mis necesidades. —Eres una mujer muy caliente —espeta—. Apenas ha pasado una semana desde que James se fue. —Sí, y ya se tardó demasiado, ¿no crees? Además, casi no hemos podido hablar, porque pasa demasiado ocupado. —Pienso que solamente estás desesperada porque tú hombre te dé buen sexo —dice—, por eso necesitas salir a tomar unos tragos, bailar toda la noche y distraerte, para bajar ese fuego que te está quemando, cariño. Después de un rato, de ponernos guapas y salir del hotel, estamos caminando por las avenidas de Oahu; con nuestros collares de lei colgando de nuestros cuellos y, yo, con una flor de Plumeria en mi oreja izquierda, para indicarle a los hombres que estoy en una relación seria, mientras que Bri la utiliza en la derecha, para indicarles que está soltera y disponible. Luego, decidimos que debemos continuar la fiesta en otro lado. Ya me animé y tal y como Bri lo dijo, lo que necesito es despejar mi mente. Llegamos a uno de los clubes más populares de la isla y vamos directo a la barra, para seguir tomando los exquisitos Mai-tai. El club está a reventar, hay demasiadas personas, visitantes y locales, disfrutando del ambiente nocturno que les ofrece la isla, que es pura vida y festividad durante todo el año. La música es buena y mi cuerpo pide a gritos dejar salir toda la tensión que provoca la pesada semana de trabajo que he tenido, gracias al festival, que atrae a bastantes turistas. —¡Vamos a bailar! —le digo a la morena, tomándola de la mano y arrastrándola hasta el centro de la pista de baile, que está abarrotada de personas, que contonean sus sensuales cuerpos, bañados de sudor, al ritmo de Animals de Martin Garrix. La morena me toma de las manos y las alza sobre nuestras cabezas. Movemos las caderas y la cabeza al son de las notas de la guitarra y del bajo, que nos poseen y nos invitan a movernos con sensualidad. Bastan solamente un par de minutos y tenemos a dos tipos a nuestro alrededor, tratando de bailar con nosotras. Bri se deja tomar por la cintura del que se para detrás de su espalda y le esponja el culo, siguiéndole el juego de seducción. Mientras que yo, le muestro la Plumeria de mi oreja al que quiere bailar conmigo y este alza los hombros y me pone cara de decepción. —Me voy, Brit —exclamo por encima de la música, para que pueda escucharme. —¡¿Qué?! ¡No puedes irte! —me objeta—. La estamos pasando bien. Trata de alejarse del tipo, pero la detengo. —No te preocupes —le digo—. La estás pasando bien y mereces una exitante noche. —Llevo mi vista hasta el tipo, por encima de su hombro, y lo escaneo—. Está muy guapo —comento en su oído—, ve a divertirte con él. Yo trataré de hablar con James. —¿Estás segura? —pregunta. Doy un cabeceo rápido y avanzo, tratando de alejarme. El grupo de personas, más el calor, combinado con el alcohol que ya ha empezado a hacer efecto en mi cuerpo, hacen que me mueva algo lento y con torpeza. En medio de la multitud, unas gruesas manos me sujetan por la cintura y me atraen hacia atrás, provocando que mi espalda choque contra un cuerpo de músculos fuertes y grandes. Trato de resistirme, para soltarme, alejarme y golpear al imbécil en el rostro, cuando su boca se acerca a mi oído y susurra: —Luce exquisitamente irresistible esta noche, mi Brigadier. Debo confesar que no he podido quitarle la vista de encima, desde que entró al club, y, verla moviéndose al ritmo de la música, solamente incrementó mis deseos de volver a probar esos labios tan deliciosos. —¡Suéltame, maldito imbécil! —exijo, luchando contra su agarre. Pero es tan fuerte y conciso, que apenas y logro retorcerme—. O te juro que iré directo a donde tu Brigadier y le exigiré que te corra. Siento como ensancha la sonrisa, importándole una mierda lo que le estoy pidiendo. Su nariz se acerca al hueco de mi cuello, rozando con suavidad mi piel y provocando que esta se me erice. Me olfatea y susurra: —Hueles tan bien como te ves. Sus manos gruesas, grandes y fuertes, se pasean por mi cintura y por mi vientre. Su cuerpo tan caliente, abrasa al mío, embotando todos mis sentidos y no permitiéndome pensar con lucidez. Me obliga a moverme al ritmo de la música, que ahora ha cambiado a Go Hard de Quintino, junto a él, que se mueve detrás de mí con tanta liviandad que me incita. Me gira, para quedar frente a él y se inclina, para pedirme al oído que baile con él. Señalo la Plumeria en mi oreja y lleva una de sus manos hasta ella, para quitarla y tirarla al suelo. —Tu maldito novio no está aquí —espeta—. Y me importaría una mierda si lo estuviera. Quiero bailar contigo. Nuestras miradas no se despegan en ningún momento. Puedo sentir la tensión entre ambos, tan palpable, como sus manos sujetando mi cintura y sus pectorales chocando contra mis tetas. —Baila conmigo —vuelve a pedir, y me parece que casi suplicando—. Solamente eso quiero. Compláceme un poco, o ¿es que acaso tienes miedo? —¿Miedo? —pregunto, alzando mi ceja—. ¿De quién? ¿De ti? —De que caigas en mis manos y desees conocer el cielo a mi lado. Suelto una risotada llena de burla y niego. —No digas estupideces —espeto—. Yo no tengo ningún miedo y por supuesto que jamás caería en tus embustes. —Entonces baila conmigo y demuéstrame que me equivoco —replica, retándome. Lo veo fijamente y ladeo una leve sonrisa. Aparto sus manos de mí y me suelto de su agarre. Quiere jugar con fuego... Pues le voy a enseñar a quemarse. —Pero no puedes tocarme —le indico, manteniendo mi mirada fija en él, mientras coloco sus manos detrás de su espalda y llevo las mías hasta sus hombros. Muevo mis caderas al ritmo de Starboy de The Weeknd, flexiono las rodillas y comienzo a bajar con lentitud, moviendo las caderas de un lado a otro, mientras mis manos bajan por sus pectorales, tocando su dureza, deseando que no hubiera ropa de por medio y poder contemplar el tono de su piel tan bronceada. Llego hasta abajo y mi rostro queda justo frente a su v, ahí donde aquel tatuaje que tanto me intriga y me perturba se esconde. «Joder. Estoy jugando con fuego y es posible que me queme» Vuelvo hacia arriba, siguiendo el mismo paso lento y sensorial, una de mis manos llega a palpar el piercing y me imagino retorciéndolo entre mis dedos para causarle algo de dolor y verlo gruñir de placer. «Carajo. No debo beber más alcohol» Cuando llego hasta arriba, veo sus ojos brillando perversos en medio de la penumbra. Me giro y quedo de espaldas a él. Cojo sus manos y le permito tocar, pero soy yo quien lo guía. Las paso por todo mi cuerpo, desde mis hombros, hasta bajar a mis caderas, mientras continúo contoneando mis caderas, restregando mi trasero contra el poderoso bulto que puedo sentir debajo de su pantalón, palpitando y quemando. La callosidad de sus manos tan grandes y gruesas, de un hombre que ha trabajado fuertemente, haciendo maniobras indescriptibles para conseguir el puesto que tiene en la milicia... ¡Joder! Quiero sentirlas recorriendo mi piel por completo. —Bésame —musita en mi oído, con su voz tan ronca y varonil, que con solo escucharla me estremece. Me giro, para quedar de frente a él y dejo que sus manos bajen hasta mi trasero y lo opriman con angurria. Estoy excitada. Muy excitada. El alcohol y la falta de James en mi cama, me están jugando una muy mala pasada. Estoy tentada, muy tentada, a ceder ante su petición. Besarlo y dejar que me lleve a uno de esos baños, para que me haga ver el cielo, como tanto lo ha dicho. Sin embargo, reúno las fuerzas necesarias para quitar sus manos de mi cuerpo, alejarme y decirle: —Los besos son para los enamorados. Ya cumplí con bailar contigo, ahora me voy. Giro sobre mis pies y me marcho, tomando el aire que siento le faltan a mis pulmones y prometiendo no volver a jugar con fuego, como lo acabo de hacer. Cuando llego a mi suite, agarro el teléfono y le marco a James, esperando tener una videollamada para verlo y, ¿qué sé yo? Tener sexo virtual con él, quizá. Continúo caliente, muy caliente y necesito sacar esta calentura de mi sistema. Le marco unas diez veces y en ninguna obtengo contestación. Frustrada, decido sacar uno de los juguetitos que guardo en una de las gavetas de mi armario y jugar con él. Aunque sus fuertes vibraciones me causan mucho placer, no es justamente el que necesito. Quiero más. Mucho más. Quiero sentirme llena, quiero sentir una v***a enorme y rugosa dándome fuertes empellones, hasta casi partirme al centro. Quiero unas manos grandes y callosas, amasando una de mis tetas, mientras la otra es lamida y mordisquea por una boca libidinosa. Trato de imaginarme a James encima de mí, haciéndome todas esas cosas, pero la mente me juega una mala broma y a quien trae a mi mente es al capitán idiota, con su piercing en el pezón y su espectacular tatuaje escondiéndose allá donde la imaginación me está carcomiendo. «¡Mierda! A la mañana siguiente, y muy temprano para no encontrarme con el capitán idiota, salgo de la isla con rumbo a Maui. Tomo el primer avión hacia allá, dispuesta a buscar a mi hombre y que me entregue el placer que solamente él sabe darme. Cuando bajo del avión y salgo del aeropuerto, voy directo al hotel que se supone vamos a comprar, para que sea parte de nuestra cadena de resorts en la isla. James no está ahí, pero como el gerente del hotel ya me conoce, me deja subir a su habitación para esperarlo ahí y descansar. Cuando me despierto, ya son las cuatro de la tarde y James no se ha aparecido por el lugar, cosa que me parece muy rara, cuando se supone que debería de estar trabajando. Decido llamarlo y nada, su teléfono está apagado. Me doy un baño, me cambio de ropa y salgo a buscar algo de comer en un restaurante cercano, que queda frente al mar. Cuando termino de comer, llamo a James y su teléfono sigue apagado. Me quedo un rato viendo el mar y cuando el sol está a punto de esconderse en el horizonte, decido regresar al hotel. Voy caminando, pues estoy bastante cerca de él. Cuando llego a la entrada, lo que veo me deja sin palabras, helada y estupefacta. James se baja de un coche frente al recibidor del hotel, junto a él se baja una chica muy sexi y, aunque primero me digo que no debo pensar mal y que quizá sea una amiga o algo parecido, el beso que se dan en la boca antes de entrar, me dice todo lo contrario. Siento que el corazón se me destroza y que voy a caer muerta ahí mismo por la decepción. No lo puedo creer. El hombre al que tanto amo, al que creía perfecto, el de mi confianza y con el que quería formar la maldita familia que nunca tuve... ¿Cómo podía hacerme esto? A mí, que le he sido fiel y leal desde un principio. Que jamás he tenido ojos, ni deseo, por otro hombre que no sea él. Empiezo a llorar. Un torrente de lágrimas se desborda de mis ojos y no puedo ni pensar, porque me siento aturdida por el dolor que me consume. Sin embargo, me obligo a serenarme e ir detrás de ellos, para enfrentarlo y exigirle una explicación. Me llevan bastante ventaja, así que, cuando llego hasta la puerta y la azoto con violencia, me recibe casi semidesnudo. Está molesto por la intromisión, creyendo que es alguien del servicio, pero cuando abre y me ve detrás de la puerta, el enfado se transforma en nerviosismo y se pone de todos los colores. —¡Eres un hijo de puta! —le rujo, lanzándome encima de él para agarrarlo a golpes. Trata de evadir mis golpes y la chica se envuelve en una manta para taparse, y trata de ocultarse detrás de un mueble, creyendo que la fiera salvaje en la que me he convertido, irá tras ella para darle el mismo merecido. —Noah, mi vida, deja que te explique —se excusa, como si hubiera algo que pudiera justificar esto—. Las cosas no son como piensas. Yo te amo. —¡Tú, vete de aquí! —le digo a la chica, pues con ella no tengo ningún problema. Ella no está en ningún tipo de relación conmigo y no me debe nada. El desgraciado que tiene que rendirme cuentas es él. Él es el único que tiene un grave problema aquí. —¿Qué me vas a explicar? —inquiero, rabiosa, cuando la chica se va envuelta en la manta, para escapar lo más lejos posible de este problema—. ¡No hay nada que explicar! ¡Estabas con otra! ¡A punto de cogértela! Dime, ¿con cuántas otras lo has hecho? ¿Desde cuándo me has estado viendo la cara de estúpida? —Noah, tú sabes que yo te amo. Que eres la única mujer en mi vida... Comienzo a reír como una demente y niego. Es que no puedo creer que sea tan cínico. —Sabes que —espeto, hastiada—, no quiero seguir escuchando tus mentiras, ni viéndote a la cara. Quiero que te largues ahora mismo y no vuelvas a cruzarte en mi camino nunca más. —Pero, Noah, mi amor... —Mi amor tu culo, hijo de puta —replico, yendo hacia la habitación y agarrando todas sus cosas para correrlo de aquí—. Lárgate ahora mismo. —No puedes sacarme de aquí —dice, yendo tras de mí, cuando ve que me dirijo a la puerta con sus cosas—. Te recuerdo que esta es mi habitación de hotel. —Pues te recuerdo que quien está pagando esta habitación de hotel soy yo —le refuto—. Así que ve a seguir a tu noviecita para que te dé dónde pasar la noche y todas las que le siguen, porque de mí no vas a tener ni un solo dólar nunca más y en mi hotel no quiero que vuelvas a poner un solo pie, porque le voy a pedir a los de seguridad que te amarren a un yunque y te lancen al fondo del mar para que te coman los tiburones. Abro la puerta y lanzo todas sus cosas al pasillo. Sus camisas, sus pantalones, sus zapatos y su ropa interior, quedan esparcidos por doquier. Trato de empujarlo, para sacarlo de la habitación, pero se resiste. —¡No puedes hacerme esto! —exclama—. Sin mí no eres nadie, Noah. —El que no es nadie sin mí, eres tú, que no tienes nada y lo poco que tienes es gracias a mí, que de tonta se puso a confiar en un imbécil como tú, creyendo que me amabas y que me eras leal. Ahora, ten la poca desencia que te queda y lárgate de aquí, si no quieres que llame a los de seguridad y les pida que te saquen a patadas. [...] Al día siguiente, cuando llego al hotel, al primero que me encuentro en mi camino es al Capitán, esbozando su estúpida sonrisa socarrona, para la cual no tengo ánimos. Estoy que me lleva la v***a y no me soporto ni a mi misma, mucho menos estoy para sus idioteces. —Se me perdió, Brigadier —comenta, en un ronroneo seductor, cuando se acerca a mí—. ¿Acaso se me estaba escondiendo, después de lo que sucedió en el club? —¡No sucedió nada! —espeto, furiosa e histérica—. ¡Y quiero que te largues de aquí en este preciso instante! ¡No te quiero ver en mi hotel nunca más y, si es posible, no quiero que te cruces en mi camino jamás! La sonrisa se borra de su rostro y una mueca de desconcierto se instala en él. —¿Se puede saber qué sucede? —inquiere, confundido. —Me pasa que quiero que te largues de mi vista y no me vuelvas a joder nunca más —le digo, en un gruñido lleno de rabia—. ¡No quiero a ningún hijo de puta mujeriego en mi vida! Así que, lárgate ahora mismo o le diré a mis hombres que te saquen a patadas y te juro que esta vez no tendré ningún tipo de consideración contigo. Abre la boca para replicarme, pero no lo dejo. —¡He dicho que te largues! —grito, exigente. Me mira con rabia, pero obedece. Tira la podadora a un lado y se va, sintiéndose ofendido por la manera en que lo he tratado. [...] Pasan tres días en los que me siento de lo peor. Deprimida, decepcionada y con ganas de morirme o tirarme al abandono. La misma tristeza y depresión, me hacen embriagarme hasta la inconsciencia. Luego, mi depresión se convierte en rabia y me digo que ya no voy a seguir sufriendo por ese hijo de puta. Que lo voy a sacar de mi sistema y de mi corazón, como carajos sea posible. Trato de resistirme a lo que mi subconsciente me dice, pero es imposible. «¿Por qué no?», me pregunto. Él es la mejor opción para dejarle de ser fiel y leal al hombre que un día amé y para sacarlo de mi sistema de una vez por todas. Decidida, busco los papeles con su información en los expedientes del hotel y marco su número, hecha un manojo de nervios. Estoy a punto de echarme para atrás y cortar la llamada, cuando contesta. —Hola —dice, alterando mi sistema nervioso con solo escuchar su voz tan varonil y ronca. Me quedo en silencio un rato, pensando cómo decirle la estúpida idea que se cruzó por mi cabeza. —¿Quién habla? —pregunta. —Soy Noah —respondo, decidida—. Si aún estás dispuesto a llevarme a conocer el cielo, esta noche, a las 10 en punto, te estaré esperando en la habitación 315 de mi hotel. La misma donde nos conocimos. No espero respuesta alguna. Corto la llamada y suelto el aire que estaba reteniendo para agarrar el valor que necesitaba. «Pero, ¿qué he hecho?» —me pregunto después, arrepentida por mi arrebato. Sin embargo, ya está hecho y no hay vuelta atrás. Tengo que hacerlo, para dejar de sufrir como una estúpida por ese hijo de perra. Media hora antes de la hora prevista, me presento en la habitación 315. Bebo varios tragos de ron que me den el valor que necesito para no salir corriendo de ahí y quedar como una idiota indecisa. Luego, me digo que él no vendrá. Que estoy armando telarañas en mi cabeza por nada y que nada va a pasar, porque él ni siquiera dijo que si iba a venir a la cita. «Estúpida» A las 10 en punto, el toqueteo de la puerta me altera los nervios y siento que voy a caer desmayada en el suelo. La sangre me hierve y no pienso con claridad, pero reúno el valor y camino hasta la puerta para abrirla. Detrás aparece él, más guapo e irresistible que nunca. Con el cabello azabache engomado y peinado a un lado y vestido con una camisa de botones azul cielo que le sienta tan bien y tan formal, que lo hace parecer un príncipe. «Joder, el alcohol debe de habérseme subido, como para estar viendo tan guapo a este imbécil» —pienso. No le doy tiempo a hablar y tampoco hablo, porque si lo hago, me voy a arrepentir. Así que actúo rápido. Lo agarro de la mano y lo atraigo hacia adentro de la habitación. Hacia mí, para devorar sus labios y embriagarme con el olor de su perfume. Sus brazos me envuelven y mis manos acunan su rostro. Ya no pienso, ya no hay duda, ni miedo en mí, porque en lo único que puedo pensar es en esto. En su boca tan deliciosa y angurrienta; en su lengua tan mortal, socavando hasta lo más profundo de mi boca. En sus manos tan grandes, fuertes y ágiles, amasando mis carnes y tratando de despojarme del sexi y apretado vestido n***o que visto esta noche. En un dos por tres me tiene sin vestido, solo vistiendo el conjunto sexi de encaje n***o que compré especialmente para esta noche. Sus manos oprimen mis pechos y su boca baja hasta ellos, para devorarlos con un hambre voraz. Luego, bajan por mi vientre plano y llegan hasta mi monte de Venus. Está arrodillado a mis pies y sus ojos me observan hambrientos. Lleva su boca hasta mi elevación y la muerde, como si de una manzana se tratara. El gesto me sonsaca un gemido y tengo que apoyarme contra el respaldar de uno de los sofás, cuando aparta mis bragas y su lengua da el primer lenguetazo contra mi pubis. No sé si sea la calentura que me cargo desde hace días y la falta de sexo, pero aquello se siente de lo más rico y placentero. El imbécil sonríe al ver lo que provoca en mí y luego entierra su lengua en mi interior, dándome un jodido placer que me enloquece. Una de mis manos se aferra al respaldar y la otra se enreda en sus hebras azabache, cuando el imbécil alza mi pierna y la encarama en su hombro, para tener más libertad para devorarme completita. Son una sarta de gemidos y obscenidades las que salen de mi boca durante toda la jodida experiencia tan placentera que el idiota me ofrece, hasta que alcanzo la puta cima del éxtasis y estallo en un jodido orgasmo que me deja temblando las piernas y jadeando por aire. El idiota se pone en pie y sus ojos, que antes eran tan verdes y contrastaban con su piel tostada, y ahora que lucen oscuros y perversos, se clavan en los míos y sonríe con suficiencia. —¿Te ha gustado? —pregunta. Lo único que puedo hacer es asentir, pues todavía no termino de recomponerme de los estragos del orgasmo. Su sonrisa se ensancha más y luego lleva la vista al ventanal. —Bien —murmura—. Ahora, voy a cumplir la fantasía que tuve contigo la primera vez que te vi. Alzo una ceja en actitud de intriga y llevo mi vista al ventanal. —Voy a cogerte duro contra ese ventanal y voy a hacer que te corras, mientras observas las olas del mar, brillando por la luz de la Luna. Pero, nada de esa mierda te va a importar, porque en lo único que vas a poder pensar, es en mi v***a partiéndote en mil pedazos y en el jodido placer que te voy a dar.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD