LO QUE LA GUERRA SE LLEVÓ Y TRAJO CONSIGO

3805 Words
NARRA NOAH Sus manos apretujan mis pechos, su boca devora a la mía con un apetito voraz. Puedo sentir a su m*****o palpitando debajo de su pantalón, mientras roza mi vientre. Lo deseo. «¡Joder, lo deseo como no había deseado a ningún otro hombre en mi vida!» Sin embargo, esto no puede ser. Acabo de terminar una relación de tres años, con un hombre que pensaba que me amaba y con el cual quería formar una familia. Un hombre al que creía perfecto, fiel, honesto y leal, y terminó demostrándome que era simple basura; un mujeriego malparido, al que no le importó jugar con mis sentimientos... Y, ¿voy a terminar enredándome con este tipo que me ha dejado más que claro que las mujeres no son más que un buffet del cual escoger cada noche? «¡No seas estúpida, Noah!» Llevo mis manos hasta su pecho y lo empujo con fuerza, para apartarlo. —Esto... —Lo señalo y me señalo—. No puede ser. —¿Por qué no? —inquiere—. ¿Porque sigues enamorada de ese imbécil que te engañó y te robó? —¡No estoy enamorada de él! —espeto, echando rabia. Y es la verdad, todo el amor que sentía por James se ha transformado en odio y coraje—. Pero tú, eres igual o peor que él, y sería una verdadera estúpida, si terminara enredada con alguien como tú. Gruño, cierro lo ojos y echo más rabia, porque de verdad me encanta el imbécil y sé que estoy mal. Muy mal. —No soy masoquista —prosigo—. No podría tolerar empezar a sentir algo por ti y que tú termines haciendo pedazos mi corazón y echándolo a la basura, como lo hizo James, por la primera escoba con faldas que te dedique una sonrisa coqueta. —Te dije que ya no me interesa ninguna otra —espeta, tratando de acercarse y tomar mis manos. Pero me suelto y me alejo. —¿Y cuánto tiempo crees que va a durar eso? —replico—. ¿Una semana? ¿Un mes? —¡No lo sé! —exclama, desesperado, tratando de sujetarme—. Solo sé que quiero estar contigo, como nunca antes deseé estar con otra mujer. Me zafo de su agarre, pero vuelve a sujetarme con fuerza, oprimiéndome contra su cuerpo, tan grande, tan fuerte y tan varonil. Ese cuerpo que me atormenta y al que desearía tener encima mío; su piel desnuda, haciendo fricción contra mi piel desnuda, mientras me posee como el salvaje es. «Dios, ayúdame con esta lucha interna, entre mi mente y mi corazón» —Te juro que jamás me había pasado esto con nadie —dice, en un siseo ronco y profundo. Sus labios buscan a los míos, sus manos fuertes y grandes apretujan mi cintura, y mi pecho choca contra sus pectorales, por culpa de mi respiración tan profunda y descompasada—. Te juro que quise estar con una decena de mujeres durante todos estos días y no pude, porque tú te metiste en mi maldita cabeza y en mi piel. En todas te veía y no podía estar con ellas, porque mi jodido cuerpo a quien quiere es a ti. Mi boca solo quiere besar a la tuya... Me besa. ¡Joder, me besa! Y demasiado rico. —Mis manos, solo quieren tocar tu cuerpo y tu piel... Sus dedos gruesos y callosos, se entierran en la parte desnuda de mi piel, poniéndome a vibrar. —Y mi v***a, solamente te quiere sentir a ti. —Coge mi mano, y la lleva hasta su poderoso m*****o. Para que lo toque y sienta su dureza, sus palpitaciones y su ardor—. ¿Lo sientes? Eso es lo que tú provocas. Lo oprimo con fuerza y mi centro palpita, anhelando sentirlo. Ahogo un potente gemido en su boca y siento que me deshago entre sus fuertes brazos. Las piernas me tiemblan y las fuerzas para seguir luchando se me acaban. —Quiero una familia —farfullo contra sus labios, que no dejan de besarme tan exquisitamente—. No quiero ser solamente una aventura. —Su boca baja hasta mi mandíbula y la chupetea, en tanto sus manos, tan audaces, apretujan mi culo y mis tetas—. Quiero un hombre que quiera algo serio, casarse y formar una familia. No dice nada. Continúa besando, bajando por mi cuello y provocando que cientos de escalofríos me recorran la piel. Su boca llega hasta mis tetas y, con sus dientes, aparta el pedazo de tela que funge como top y que cubre esa zona tan erógena, que comienza a lamer y chupetear, y provoca que pierda la razón. Soy una completa estúpida. Dejo de resistirme y me dejo consumir por el fuego que él ha despertado en mí. Caemos al suelo y, en cuestión de segundos, me está poseyendo sobre la arena mojada. Sus embates son fuertes, alucinantes, salvajes y desquiciantes. Él es como una jodida droga, que por más que quieras decir que no, no puedes y quieres volver a probarla; a perderte en ella, a volar con su efecto tan poderoso. Con la falda enrollada hasta la cintura, el top debajo de mis pechos y el cabello mojado, por las leves olas del mar que llegan hasta nosotros, pegándose en mi cuello, en mi espalda y en mis mejillas; lo empujo, para llevarlo contra la arena y montarlo. Me deshago de su ropa y admiro el tatuaje que tanto me ha tenido alucinando durante días. Tan brutal, tan agreste y tan varonil. Sin embargo, sigo sin poder verlo completo, porque justo finaliza en donde estoy sentada. «Joder» Una de sus manos estrujan a uno de mis pechos y la otra le da placer a mi botón hinchado. Es demasiado placer y no me lleva demasiado tiempo alcanzar el puto orgasmo. Cierro los ojos, arqueo la espalda y dejo escapar de mi boca un potente gemido. Él se alza, entierra sus manos en mis caderas y las estrella con fuerza contra su potente vara, dando los últimos empellones, para buscar su propio orgasmo. Entierro los dientes en su hombro, porque ya no soporto más y siento que voy a gritar con fuerza. Lo escucho jadear y siento su v***a vibrando dentro de mí. «Joder, no hemos usado protección. Por suerte, sigo tomando la píldora» — pienso, cuando siento su potente derrame caliente inundado las paredes de mi cavidad y me sobresalto. Trato de levantarme de su regazo, pero sus manos me detienen. —Entonces —murmura, con la voz entrecortada por los jadeos—. Dime que también lo quieres. —¡No! —exclamo—. Todo esto ha sido un error. Otra vez me está besando y estrella mis caderas contra su pelvis, provocando nuevas embestidas, tan placenteras como las anteriores. Sin embargo, lucho con él. Lo araño, le doy puñetazos en el pecho y trato de soltarme. Me lleva contra la arena, sus manos sujetan a las mías y me aprisionan. Me besa con fogosidad y lo muerdo con fuerza, creo que hasta sangrar, pero, en vez de soltarme, arremete contra mí con más vigor, con más salvajismo que la primera vez. Enrollo una de mis piernas a su cintura y dejo que me haga suya otra vez. Es toxicidad de la más pura. Una lucha entre lo bueno y lo malo. Entre la razón y el deseo. Entre lo que mi mente quiere y mi cuerpo desea. Y solamente uno de los dos puede ganar. —Dímelo —exige, entre feroces gruñidos—. Dime que también lo quieres. Niego y cierro los ojos, porque estoy alcanzando el maldito orgasmo. Boqueo, como si fuera un pez empujado por la marea hasta la arena, y estallo por el éxtasis. Él también lo hace y, mientras recupera fuerzas, aprovecho para huir. Le doy un fuerte empujón y lo alejo. Me acomodo la ropa y trato de ponerme en pie, pero su mano se aferra a la mía y me regresa al suelo. Gira mi rostro, aprisionando mi mentón y me obliga a verlo. —¿Quieres que te ruegue? —murmura—. ¿Es eso lo que quieres? ¿Me estás castigando por lo que ese hijo de puta te hizo? Trato de zafarme de su agarre pero es fuerte y muy preciso. —Yo nunca te he mentido, Noah —insiste—. Sabes que soy un hijo de puta. Un mujeriego de primera y probablemente una completa escoria. Pero no te miento con lo que te estoy diciendo ahora. Desde que apareciste en mi vida, no he tenido ojos para ninguna otra mujer y solamente quiero estar contigo, desde ahora en adelante. —Pienso que solo estás confundido —refuto—. Te has impactado porque probablemente he sido la primera mujer que te rechaza. Que no se lanza en tus brazos y se vuelve loca de amor por ti. —No es así —replica—. Y te lo voy a demostrar. Me da otro beso. Demandante, posesivo y alucinante. Quisiera creerle. Ilusionarme con la idea de que este hombre se ha enamorado de mí, pero no soy una estúpida que cree en cuentos de novelas y que voy a resultar viviendo una de esas historias de amor en las que la protagonista doma al donjuán. —Solamente vas a perder tu tiempo —refuto. Me suelto de su agarre y por fin me voy. Me alejo, corriendo lo más que puedo, y con la esperanza de jamás volver a encontrar a Liam Hopper en mi vida, porque sé, que si eso sucede, probablemente no podré resistirme más y terminaré cayendo ante su encanto y dejándome vencer por el deseo que el despierta en mí, y eso sería desastroso, porque estoy segura de que él terminaría rompiendo mi corazón otra vez. Como una extraña broma del destino y como para dejarme más que claro que ese hombre no es para mí, dos días después estalla una guerra en las islas del Pacífico sur y el ejército estadounidense es llamado a interceder. Las tropas apostadas en Pearl Harbor son las primeras en marchar a la defensa de su país y de la isla, que es la primera en la línea de fuego, entre las islas en conflicto y los gloriosos Estados Unidos de Norteamérica. Del capitán Liam Hopper, no volví a tener ni una sola noticia, durante el año y medio que duró la guerra. No voy a negar el hecho de que tal acontecimiento removió algo en mí. En el fondo, quería que cumpliese su palabra, quería que me demostrase que lo que decía era verdad y que lo quería todo conmigo. Quise mantener mis sentimientos ocultos; encerrarlos en lo más profundo de mi corazón y que jamás pudieran salir a flote o crecer, sin embargo, cualquier intento que realicé fue un rotundo fracaso. Liam Hopper había despertado en mí. No podía pararme en la orilla de la playa y contemplar el mar, sin recordar la última noche que estuvimos juntos. No podía pasar por enfrente de la puerta de aquella habitación o escucharla mencionar, sin recordar lo que pasó ahí adentro y sin poder evitar que algo en mi interior se estremeciera, recordando el placer que ese canalla me otorgó. Su sonrisa, las palabras amables y comprensivas, que me dedicó el día que solamente se comportó como un amigo, las repetía en mi memoria una y otra vez. El tatuaje de la bestia en su perfecta y marcada v, y el piercing en su pezón, aparecían en mis sueños más húmedos y retorcidos, torturándome y humedeciendo mi centro palpitante, mientras buscaba darme placer. Varias veces me pregunté si quizá le había pasado algo. Si había muerto o si había sido herido en batalla, y esa había sido la razón por la que jamás volvió a comunicarse conmigo e insistir; cuando escuchaba a las mucamas, a las chicas del salón de belleza, del mercado, del café o de cualquier otro lado, que comentaban que sus esposos, sus novios o sus amantes, les habían hecho una videollamada o les habían hablado por teléfono, para comunicarse con ellas, y en cambio a mí, el capitán nunca me llamó ni siquiera para decirme que estaba bien. Me preocupé tantas veces, en las madrugadas me despertaba pensando en él y preguntándome si se encontraba bien y qué sería de su vida. Así que un día, la curiosidad y la preocupación me pudo más, y le pedí a una de las muchachas que le preguntara a su esposo si sabía algo acerca de Liam Hopper. «Él está en Taiwán, reforzando las tropas que se dirigen hacia Beijing», respondió el hombre, dándome al menos la certeza de que el capitán se encontraba bien y de que su ausencia y su falta de comunicación conmigo, se debía a otras causas. «Debe de estar dolido por todo lo que le dije y porque lo rechacé», fue lo que me dije una y otra vez, para excusar su desaparición. Lo acepté y aprendí a vivir con las consecuencias de mi decisión. Sin embargo, siempre me mantenía al pendiente de él, de su ubicación y del estado en que se encontraban sus tropas. Leía los periódicos, veía los noticieros y continuaba obteniendo información a través de los soldados que se comunicaban con las chicas con las que yo me relacionaba. Así como mi vida no volvió a ser la misma, la vida en Hawaii tampoco lo era. Con el conflicto, el turismo había bajado en su totalidad. Nadie quería venir a la isla y exponerse a que, de la noche a la mañana, un misil le cayera en la cabeza. Los hoteleros nos la vimos de cuadritos para poder mantener nuestros hoteles. Muchos tuvieron que vender a precios casi de regalo, porque no pudieron soportar el déficit. Por mi parte, varias veces viajé a Las Vegas y tuve que realizar algunas apuestas para conseguir dinero y no perder el hotel. Como lo dije, soy muy buena con las apuestas, y tal parece que soy muy mala para el amor. Al desgraciado de James le interpuse una demanda y nos llevamos varios meses en los juzgados, hasta que al final gané y le tocó pagar cada dólar que me había robado y cumplir una condena de cinco años en prisión. El gasto en abogados salió más caro que todo lo que James me había robado, pero al menos me quedó la satisfacción de que lo envié a prisión. Varias veces, muchas, recibí amenazas de su parte. Estaba muy enojado y muy furioso por lo que le había hecho. Un día, tal y como había empezado, la guerra terminó de imprevisto y rápidamente. Las tropas volvieron a sus hogares y la vida en Hawaii volvió a retomar su rumbo. Liam Hopper seguía sin darme señales de vida o de siquiera acordarse de que yo existía. Volviéndome loca de remate, no había otra forma de llamar aquello, decido ir a Pearl Harbor y preguntar por él. —Buen día —saludo al oficial apostado en el área de recepción del recinto militar. —Buen día señorita —me saluda el hombre, con su habitual saludo tan ceremonioso y frío, al estilo militar. —Hum... —vacilo, sin saber muy bien qué decir—. ¿Cree que podría hablar con el capitán Hopper? —¿El capitán Hopper? —pregunta, como si estuviera confundido. —Sí, con él —le respondo. —Disculpe, señorita, pero el capitán Hopper no se encuentra aquí —dice—. Cuando la guerra terminó decidió regresar a Seabrook, New Hampshire, su ciudad natal. No voy a negar que sentí mucha decepción por aquella noticia. Con eso, mis esperanzas de volverlo a ver quedaban perdidas para siempre y me quedaba más que claro que no le interesa en lo absoluto, así que decidí que, por mi paz mental, debía dejar a Liam Hopper en el pasado y centrarme en lo que había por delante: retomar la nueva vida que empezaba después de la guerra. Con la vida regresando a la normalidad, el turismo volvió a imperar en la isla y el trabajo comenzó a aumentar. Medio año había pasado desde que la guerra finalizó y el hotel volvió a tener ese esplendor de años atrás. Un día cualquiera, Brittany me pide que la acompañe a comprar unas cosas. Nos subimos al coche y vamos hasta el centro comercial. Ya estando ahí, y viendo tantas cosas lindas, nos da ese sentimiento de gastar dinero a lo loco en cosas innecesarias pero que nos gustan mucho. Cuando terminamos de comprar, decidimos comer algo en la zona de comidas del centro comercial. Yo decido ir por unos rollos de sushi que me fascinan y Brittany se decide por algo más elaborado, así que debemos separarnos. —Nos vemos en la mesa —le digo —. La primera que salga, debe apartar una mesa para ambas, por ahí —señalo hacia el centro, dónde están las mesas que quedan de frente al ventanal por el que se puede ver la hermosa vista de la playa. —Está bien —concuerda la espectacular morena, girando sobre sus pies y caminando con tanta gracia hacia el lado contrario al que yo me dirijo; luciendo sus espectaculares rizos y contoneando el voluptuoso cuerpo con que fue dotada. No es porque sea mi amiga, pero Brittany es de las mujeres más hermosas que conozco. Por eso, no es de sorprenderme que atraiga la mirada de varios de los hombres que va encontrando a su paso, y ella, que casi no es coqueta, les sonríe con malicia, otorgándoles un poco de esperanza. Camino hacia el restaurante de sushi, pido mi orden y unos minutos después, me dirijo hacia las mesas que le he señalado antes a Brittany. Ya solamente queda una disponible, así que me apresuro a agarrarla, antes de que la ocupen. Bri se tarda más de lo previsto y me toca esperarla por varios minutos, hasta que por fin aparece. La veo caminar hacia mi dirección, cargando su bandeja en una mano y en la otra su teléfono, en el cual viene entretenida. Apenas y observa al frente para buscarme, por eso, se equivoca y se sienta en la mesa del frente, donde hay una chica de espaldas a mí y a la que Bri ha confundido conmigo, ya que ambas vestimos de n***o. —Oye, amiga —le dice, sin percatarse de que no soy yo—. ¿Ya te fijaste que...? Bri alza la vista y al fin se da cuenta de que se ha equivocado. Comienzo a reír como estúpida, por la cara de vergüenza que pone y luego la veo fruncir el ceño, desconcertada. —Lo siento mucho —se disculpa con la chica—. Pero, es que te pareces demasiado con mi amiga. Me señala y la chica se gira, para verme. Esbozo una sonrisa y luego se borra de inmediato de mi boca, al darme cuenta de que lo que Bri ha dicho es muy cierto. Esa chica se parece a mí y mucho. —Hola —dice ella, viéndome con curiosidad, pues también se ha dado cuenta del parecido entre ambas. —Hola —murmuro, con duda. —¡Vaya, sí que nos parecemos, y mucho! —exclama, riendo con nerviosismo—. Si no fuera porque estoy segura de que conozco a mis hermanos, diría que eres una de ellos. «Es una lastima que yo no pueda decir lo mismo» —¿Cómo te llamas? —le pregunta Bri. —Soy Camille —contesta ella, con una sonrisa amable en su boca—. Camille Spencer. ¿Y ustedes? —Yo soy Brittany Daniels y ella es Noah. —Solo Noah —indico. —Oye, ¿estás comiendo sola? —le pregunta Bri. La chica asiente y la morena la invita a sentarse con nosotras. Ella acepta. Recoge sus cosas y se sienta frente a mí, Brittany a un lado. —¿Eres de la isla, Camille? —pregunta Bri, empezando el interrogatorio para calmar el chisme que la corroe. —Oye, cálmate —espeto—. No la atosigues con tus preguntas. —De hecho no —dice Camille, sonriendo—. Soy del otro lado del país. De New Hampshire. —Oh, ¿en serio? —exclama la morena—. ¿Y qué haces por aquí, tan largo y sola? —Bueno, es que mi prometido y yo vamos a casarnos pronto. Él necesitaba unos documentos y tuve que venir a traerlos por él. —¿En serio te vas a casar? —pregunta la morena, a la que casi no le gusta el chisme, pero la entretiene. —Sí —contesta Camille—. En dos semanas. —¡Guau! —exclama Brittany—. Tendrías que haber venido de luna de miel a la isla, no antes. —Lo sé —exclama Camille—. Apenas llevo un día aquí y ya estoy enamorada de este lugar. Es extraordinario. Sería muy bonito pasar nuestra luna de miel en esta isla paradisíaca, pero dudo mucho que Liam quiera, porque tiene muy malos recuerdos de la isla. El corazón se me detiene cuando escucho el nombre que ha pronunciado. Parpadeo varias veces y me quedo muda, como si se me hubiese olvidado cómo pronunciar las palabras. —¿Liam? —pregunta la morena, que también ha cazado el nombre en el aire—. ¿Él vive aquí? —De hecho no —contesta Camille—. Pero vivió un tiempo, en Pearl Harbor. ¡Oh, por supuesto! Es que no les he dicho, el pertenecía al escuadrón de los SEAL y estuvo en la guerra. Trago grueso y por un minuto siento que el alma se me escapa del cuerpo. Temo hacer la pregunta y temo más escuchar la respuesta, porque ya sospecho lo que va a responder. Son demasiadas casualidades y dudo mucho que ese nombre sea tan común y que se repita entre los SEAL. —¿Cu-Cuál es el nombre de tu prometido? —pregunto, titubeando. «Que no lo diga. Que no lo diga» —me repito una y otra vez, aunque es en vano. Yo misma sé que lo va a decir. —Liam Hopper —dice, sonriendo y el rostro se le ilumina. Está enamorada, muy enamorada de él, tanto como yo lo estoy. Sin embargo, solo una de las dos lo va a tener y esa no soy yo. No, porque la estúpida perdió su oportunidad, si es que alguna vez la tuvo, cuando lo dejó ir por el miedo que sentía a que le volvieran a romper el corazón—. ¿Lo conocen? —pregunta.
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