Lo implica todo

2544 Words
POV Vladimir Romanov Las camionetas están listas, todo está preparado. La cabeza me duele porque todo ha sucedido de golpe, todo lo planeado, lo que siempre debió ser, ahora quedará a un lado. Al menos por ahora, porque sería una desconsideración celebrar un matrimonio para como están las cosas. Nadie va a celebrar, es verdad, pero no significa que no la vaya a volver mi esposa. Así tenga que obligarla a estampar su firma en ese papel, ella lo hará, ella firmará. Y si las cosas se dan como lo organicé, al finalizar la semana, Rebecca Reed será mía por todas las de la ley. Ya no será una Reed, será Romanova. Ya no será mi dulce y e inocente prometida, será la Koroleva que yo presuma con grandeza. Ella, quien desde siempre ha sido mi más dulce tentación. Ella, a quien desde que vi desde lejos, me prometí cuidarla como mi mayor tesoro. Ella, precisamente ella, la que me fue apartada como el pago de una deuda, por ajustes del pasado en el que interfirió mi padre. Ella, justamente ella, la que, sin saberlo, se convirtió en mi mayor obsesión. Ella, la maldita causante de que aparte del camino a más de uno, solo por verla, solo por sonreírle, solo por desearla. Es gracias a ella por la que he cometido uno que otro acto irracional, para nada aceptable, aun siendo un hombre bastante cuestionable. Pero, ¿cómo dejo que codicien lo que es mío? ¿Cómo permito que lo toquen, lo profanen o lo dañen? «Eso es inaceptable para mí». Soy egoísta, siempre lo he sido cuando se trata de lo que es mío, lo que me pertenece, lo que por derecho se me da. Ella es todo eso y más. Con ella me casaré, en mi esposa la convertiré y así deba encerrarla en esta misión como si fuese una prisión de cristal con tal de tenerla a mi lado, lo haré sin dudarlo. Porque ella no puede irse de mí, porque su vida corre peligro, porque le di mi palabra a mi padre, a los suyos y mi palabra es ley. Porque hay un pacto que cumplir y así mi dulce prometida decida huir, hasta debajo de las piedras la encontraré. Porque bajo la tentación, la obsesión que ella despertó en mí con su dulce belleza, también le hice una promesa. «Una que jamás saldrá de mi boca, porque son mis actos lo que hablarán». Termino de ajustar la corbata en mi cuello frente al espejo, cuando veo la puerta de mi habitación abrirse, dejándome ver a mi hermano pasar. Enarco la ceja cuando lo veo seguir hacia la cama, dejándose caer muy relajado, con los pies cruzados, aun con zapatos, como si le importara un carajo, lo que sabe qué pienso sobre subir los pies calzados sobre la cama. No me gusta, me jode y me causa grima. Dimitri saca de su costado, su filoso cuchillo que jamás deja tirado. Comienza a jugar con la hoja como si nada, deslizando su dedo con parsimonia. Soy un hombre bastante paciente, algo que aprendí de mi padre, pero Dimitri tiene el poder de inquietarme cuando actúa de esa manera tan calmada, pero peligrosa al mismo tiempo. —Habla de una maldita vez —Me giro para verlo, avanzo hacia donde está el saco de mi traje para ponérmelo—. ¿Qué pasa por tu cabeza, Dim? —Solo vine a preguntar por última vez, es todo… —Resoplo, es la tercera vez que viene a mí en lo que va del día para lo mismo y me jode que considere que tengo dudas de eso—. ¿Estás seguro, Vladimir? —Siempre los he apartado del camino, ¿qué te hace pensar que ahora es diferente, Dimitri? —espeto. Vuelvo a mi vestidor en busca de mi reloj, veo las maletas de ella aún en esa maldita esquina sin ordenar y el ojo me tiembla. Desde hace dos semanas que están aquí y no comprendo cómo es que a ella no se le pasa por la cabeza ordenarlas. Y podría traer a alguien que lo haga, pero ella misma me pidió que no lo hiciera, que ella misma desempacaría sus cosas. Llevo dos semanas preguntándome cuándo carajos será ese día. «Juro que si mañana no lo hace, yo mismo lo haré con mis propias manos, porque ni de coña dejo que alguien más toque sus cosas». Vuelvo a la habitación y ahora Dimitri está sentado en la cama con sus ojos azules fijos en mí. —Aunque lo niegues, esta vez sí es diferente. —¿Por qué? —Porque está enamorada y lo sabes. Aprieto los dientes ante esa verdad, siento cómo el pulso se me acelera. —No me interesa, me importa un carajo si lo está o no, Dimitri. Haz lo que te ordené y, si no te consideras apto para el trabajo, déjalo donde está, que yo esta misma noche lo terminaré —dictamino. —Eventualmente, me agradecerás el haberte preguntado tres veces esto, imbécil. —Cuidado con ese tono, Dimitri. —Este tono lo uso con mi hermano las veces que dé la gana, no me jodas ahora con que eres en este momento mi Pakhan, Vlad. Cuento los segundos en mi mente para no agarrarlo por el cuello en este momento. Él lo sabe, el condenado está muy claro y es por eso por lo que me mira con esa sonrisa torcida, sádica. Niego, no me queda más que aceptar salir de la habitación porque no le basta mirarme con esa sonrisita del diablo en los labios, sino que también me ha dado el honor de salir primero. Y lo hago. Avanzo hacia la puerta y cuando llego frente a él, me detengo. —Eventualmente, ella me lo agradecerá a mí y los sabes. Palmeo su mejilla con fuerza, oyendo la maldición que brota de su boca, pero no me importa. Sigo mi camino con mi hermano a mi lado para salir de la mansión de una vez. Cuando estoy bajando las escaleras, veo a Artem de pie al final de estas. Está fumándose un tabaco, trajeado y con gafas de sol, dentro de la casa. No lo culpo, poco hemos dormido desde esa noche y tanto él, como mi hermano y yo, no hemos descansado un carajo solo para que todo salga bien hoy. —¿Cómo está él? —inquiero al bajar el último escalón—. ¿Cómo amaneció hoy? Artem se quita las gafas bajo mi atenta mirada, dejándome sus ojos verdes, cansados, pero llenos del mismo odio y sed de venganza que han estado reflejando los míos en esta última semana. —Él mismo puede responderte esa pregunta. Está afuera, dentro de la camioneta, esperándote. Frunzo el ceño, miro a Dimitri y él solo se encoge de hombros. —¿Acaso no pudiste decirme eso allá arriba? —Igualmente, te ibas a enterar al salir. Llevo mis dedos a mi frente y sin decirles algo más, salgo de la mansión hacia la camioneta. Lo hago con rabia, lo hago obstinado, porque él no debería estar aquí, porque él debería estar descansado, recuperándose y no fuera de la cama, como si su vida no le importara nada. Rocco al verme acercarme cómo lo hago, baja la cabeza, pero me abre la puerta. —¿Se puede saber por qué carajos no estás en la cama descansado, Christopher? Siento la cabeza caliente y más la rabia bulle en mis venas cuando él solo me mira como si la pregunta fuese una ofensa. No entro de todo a la camioneta, solo me inclino hacia él para que entienda un poco mi pequeño sentir. —Casi te nos mueres, imbécil. Una maldita semana, inconsciente. Una maldita semana, oyendo los llantos de tu hermana. Una. Maldita. Semana —Puntualizo cada palabra—, creyendo que te perdería, ¿y te atreves a desafiar mi orden, cuando sabes muy bien que no debes salir aún de la cama, Reed? Aprieto mis dientes solo como un mecanismo de defensa para no explotar en este momento. Soy un hombre paciente, pero cuando se trata de los hermanos Reed, mi paciencia tambalea. Como justo ahora, cuando lo veo darme una sonrisa ladina. —Yo también te extrañé, hermano —Palmea mi hombro, como si todo lo que acabara de decir, no le importara en lo más mínimo—. Y aprecio mucho tu preocupación, pero no puedo dejar sola a Rebecca hoy y lo sabes muy bien, Vlad. Me quedo en silencio, intentando comprender su posición. —Eres, mi Pakhan —continúa—. Te respeto. Soy leal a ti y siempre lo seré, pero Becky es mi hermana y no pienso dejarla ir sola hasta allá. Ella me necesitará y lo sabes. Me tomo unos minutos para evaluar esto. Se supone que él no debe estar aquí, él tiene un reposo que cumplir. Él conoció el plan, yo mismo se lo expuse en cuanto abrió los ojos. Necesitaba calmarlo, pero no a mi amigo en sí, sino a La Parca Reed. Lo entendió, bajo su cólera e impresión por haber despertado de un coma sin entender un carajo, preocupado por su familia, aceptó el destino, no rechistó y abrazó la ausencia con frente en alto y, luego de eso, entendió el plan. Y parte de este, era que debía seguir en cama recuperándose y no aquí, dispuesto a estar de pie por más de dos horas en ese lugar. Pero él tiene razón, ella es su hermana y si hay algo que sé respetar aún bajo mi envestidura de líder, es que por ahora se tienen solo ellos dos y es por la misma razón por la cual no puedo obligarlos a estar separados. —Muy bien —Rompo el silencio, me yergo bajo su atenta mirada—. Irás, pero en cuanto volvamos a casa, te quiero en la cama, como lo ordenó el doctor, Christopher. No quiero tener que ver a mi mano derecha, luchando con su vida en una maldita cama de hospital otra vez. Doy la vuelta para ir a mi camioneta, pero lo que mis ojos ven, me hace detener en seco. Usando un vestido n***o bastante simple, pero que se ciñe a su cuerpo como un guante. Unos tacones negros de punta fina, gafas negras de sol y un sombrero de alas anchas que cubre la mitad de su rostro, Rebecca Reed está bajando las escaleras, tan delicada, tan inocente y al mismo tiempo imponente a causa de su impactante belleza. Su piel blanca contrasta con el n***o de vestido, haciéndola lucir más pálida, pero no me importa. Camina con elegancia, con mentón en alto y puedo apostar que con sus ojos verdes, ella me está fulminando a través de los cristales. «Ella me odia, pero lo que no sabe es que mientras más me desprecie, menos podrá librarse de mí». Cuando ya está por llegar a nosotros, me acerco a nuestra camioneta y yo mismo le abro la puerta para que suba, pero debo apretar mis dientes para no soltar una maldición ante su acto infantil. Rebecca se ha subido a la camioneta de su hermano, sin siquiera mirarme, pasándome por el frente como si yo no fuese nadie. «¿De verdad quiere jugar con fuego? ¿En serio se quiere ir por ese camino?» —Bien —Entro a la camioneta dejando la puerta abierta—. Seré paciente, aquí te esperaré, Becky linda. —¿Cierro la puerta, señor? —Aún no —le respondo a mi chofer con mis ojos fijos al frente—. Ella vendrá. Miro hacia la camioneta de Christopher, aguardo paciente a que los minutos pasen, no me altero, en cambio, sonrío complacido cuando veo que la puerta se abre y una Rebecca ensimismada sale. Cierra la puerta de golpe, dejándome claro una vez más lo caprichosa que es. Se acerca hacia nuestra camioneta con pasos amenazantes, con su frente en alto, con ganas de matarme, seguramente. La sigo con la mirada, hasta que llega a la puerta y vuelvo mi vista al frente. No la ayudo a subir, no soy caballeroso porque hace minutos lo fui para intentar llevar las cosas en paz, pero ella sigue empecinada en joderme la existencia. —No sabía ser tu prometida, implica moverme contigo siempre, en el mismo medio de transporte. Me tomo mi tiempo para responderle. Con parsimonia, con toda mi calma, giro mi cuello hacia ella, fijando mis ojos en los de ella, a pesar de que aún tiene las gafas. La miro impasible, sin mostrarle ninguna expresión. Noto que se remueve un poco, solo un poco, porque sigue con su mentón en alto, con esa energía que brota de ella cuando está a la defensiva. Podría dejar de ser tan permisivo con ella, podría tomarla por el cuello y dejarle muy en claro que si sigue por ese camino, su altanería, le costará caro. Porque puede que desde la maldita noche del accidente le he mostrado una cara de mí que pocos conocen, porque puede que mi tolerancia, la haya confundido un poco, porque puede que el haberla consentido, la haya llevado a creer que puede usar ese tono conmigo. Pero, está equivocada mi prometida si considera que puede cruzar la línea sin pagar las consecuencias. Me inclino hacia ella, sonrío para mis adentros cuando veo el efecto que mi presencia le causa. Rebeca retrocede, más distancia marca entre los dos. —Ser mi prometida lo implica todo, Rebecca —dictamino con firmeza—. Implica que duermas en mi cama, implica que comas a mi lado, implica que me tomes de la mano, implica que a dondequiera que vayamos, siempre tendrás que venir conmigo en mi maldito auto, callada, sin decir ni una palabra. Implica que debes comportarte, implica que debes dejar de querer joderme la existencia o, de lo contrario, te tendrás que atener a las consecuencias, ¿te quedó claro? Mis palabras la congelan, porque no me da réplica, porque no se mueve ni patalea. Rebecca Reed se queda quieta en su lugar, mirándome a través de sus gafas, pero para mí ya acabó el duelo de miradas. Deslizo la mía volviéndola al frente, sintiendo cómo la suya me sepulta lentamente. No me responde y yo no necesito que lo haga. —Qué bueno que te ha quedado claro, prometida. —¿Exactamente el qué? —Su réplica me insta a volver a verla—. ¿Qué has confirmado que solo soy para ti un bonito trofeo? O… ¿qué terminaré como la puta de tu despacho si tus órdenes no acato? —Quizás —siseo, tragándome el placer que me causa su silencio—. Por mi mente se pasan muchas cosas, Rebecca... pero eso no es tu problema. No tengo ánimos para aclararle lo que sea que esté pasando por su cabecita porque me conviene más alimentar lo que piensa. La camioneta se mueve al igual que las demás. Hoy, después de dos semanas caóticas, al fin les podremos decir adiós de esta manera tan… necesaria. Porque el adiós que se merecían ya se los dimos y hoy, después de dos semanas, todo es formalismo.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD