LA FIERECILLA

1710 Words
POV ADRIEN LOWELL «Eres tú. Por fin llegaste» No puedo dejar de pensar en esas palabras que me dijo en el breve instante que estuvo despierta. Ellas se han repetido en mi cabeza, una y otra vez. Aumentando mis dudas y tratando de volverme loco. «¿Será que sí es la chica de mis sueños y ella también ha soñado conmigo?» Resoplo, con fastidio. No entiendo cómo es que vine a caer en este vórtice misterioso. Me siento completamente confundido y no tengo ni la más mínima idea de qué mierda sea todo esto. «¿Por qué sueño con esa chica? ¿Por qué esta metida en mi cabeza desde hace tantos años? Y, sobre todo, lo más importante, ¿de verdad es ella? ¿Acaso el destino me ha jugado una mala broma y viene a cruzar en mi camino a una maldita drogadicta?» No veo la hora en que se despierte de una maldita vez, para preguntarle por qué razón me dijo eso y despeje todas las malditas dudas que me están carcomiendo la mente. «¿Qué relación tiene esta chica conmigo?» Las horas pasan y me siento inquieto. No puedo aguantar ni un minuto más, estando aquí, a la espera y sin hacer nada. Me levanto del mísero sillón en el que estoy sentado y me dirijo a la puerta. Antes de salir, le echo una última ojeada, observando que sigue tan inconsciente como al principio. Se ha calmado. Las pesadillas que la atribulaban han cesado y ella luce completamente serena. La veo con detenimiento. Observo su rostro relajado y, viéndola tan en calma, el parecido con el ángel de mis sueños aumenta. Si no fuera por todos esos tatuajes y la absurda argolla que cuelga de su nariz, no dudaría ni un poco que es ella. «!Mierda!» Salgo de aquella silenciosa habitación y me dirijo al área de información, donde se encuentran algunas enfermeras hablando entre ellas. —Disculpe, señorita —me dirijo a la que está frente a la computadora. La mujer alza la vista, me observa y pregunta: —Dígame, señor, ¿en qué puedo ayudarle? —Quisiera saber, ¿cuánto tiempo más hay que esperar, para que la joven de la habitación 320 se despierte? La mujer teclea algo en el teclado y revisa la pantalla de la computadora. —No sabría decirle con exactitud, señor —responde—. A la joven se le practicó un lavado para poder desintoxicarla y el tiempo que puede tardar en despertar, varía. Pueden ser horas o hasta un par de días. «¿Un par de días? —Pienso, encabronado—. Debe ser una maldita broma. Yo no tengo un par de días para esperar. Yo necesito respuestas ya. Ahora. Esa niña tiene que despertarse en este momento» —Y, ¿sabe si pudieron comunicarse con algún familiar o saber más información sobre ella? —Pues, según la información que aparece aquí, no hay más nada —indica—. Ella estaba tan intoxicada, que no pudo brindarnos más información. No traía ningún documento consigo y lo único que sabemos es que se llama Mikaela. Mi teléfono móvil ha comenzado a vibrar en la bolsa de mi pantalón. Lo cojo y observo el nombre de Rebeca en la pantalla. —Bien —murmuro—. Muchas gracias, señorita. Me alejo de aquel mostrador y voy a una parte más alejada y privada, donde no puedan escuchar mi conversación, pero desde donde puedo vigilar la puerta de aquella habitación. —Dime, Rebeca —le digo, en un tono de voz ofuscado, cuando respondo la llama. —Hola, cariño —me saluda, con tanta dulzura y felicidad, que me resultan irritantes—. ¿Qué tal va la fiesta? ¿Te están dando muchos problemas esos niños? «!La maldita fiesta!» Ni siquiera recordaba que tenía que presentarme en esa estúpida fiesta. «¿Cómo fue que un día, que iba a ser tan tranquilo y normal como cualquier otro día. En el que solo tenía que presentarme, saludar a algunos colaboradores y soportar un poco, las groserías de pequeños monstruitos que iban a relinchar a mi alrededor, se convirtió en esto?» —No estoy en la fiesta —declaro—. Surgió un contratiempo y no pude llegar allá. —¿Y eso? —inquiere con preocupación—. ¿Qué ha sucedido, Adrien? ¿Está todo bien? —Sí, está todo bien —respondo rápidamente—. Luego hablamos, Rebeca. Hay algo importante que debo solucionar. Corto la llamada sin darle lugar a decir más, porque algo más relevante ha llamado mi atención. La puerta de la habitación, donde se encuentra esa chica, se ha abierto, y ella está saliendo y alejándose hacia el lado contrario de donde estoy. Casi tengo que correr, porque ella va muy aprisa, casi huyendo del hospital. Pero, cuando dobla la esquina, logro alcanzarla. Aferro mi mano a su codo y la detengo, haciéndola girar hacia mí. —Pero… ¿Qué mierda te pasa? —exclama, soltándose de mi agarre con violencia y viéndome con furia. —¿A dónde crees que vas? —inquiero, ofuscado. No puede irse. Necesito explicaciones y solo ella puede dármelas. Tengo que saber quién es ella. Necesito saber por qué me conoce y por qué diablos ha estado metida en mi mente. —Y, tú, ¿quién diablos eres y por qué piensas que debo darte alguna explicación? —demanda, viéndome como si yo fuera un molesto mosquito en su camino. Un mosquito al que quiere aplastar aplicando toda su fuerza y su odio. La expresión de su rostro denota un desconcierto total. Ella no sabe lo que está pasando. No sabe quién soy yo. No es la misma chica que hace un rato me miró y pareció reconocerme. Me ve con rabia. Actúa de modo receloso y en sus ojos puedo ver que no tiene ni la más mínima idea de quién soy yo. —¿No sabes quién soy? —le pregunto, sin entender lo que está pasando. Una vez más, la tomo del brazo. No voy a dejar que se vaya, hasta que me dé una maldita explicación. Hace un par de horas, cuando abrió los ojos, me vio y me habló como si de verdad me conociera. Y, ahora, actúa de esta forma. No entiendo ni una mierda, todo esto es una completa locura que me va a volar los cesos. —No sé quién diablos eres y no me interesa saberlo en lo más mínimo —manifiesta con prepotencia— y te voy a pedir que me quites tus asquerosas manos de encima. Vuelve a soltarse. Se gira y camina, alejándose de mí. Sin embargo, otra vez la sigo y la tomo del brazo para detenerla. —¡He dicho que me sueltes, maldito hijo de puta desquiciado! —exclama, furiosa y en voz alta. Las personas, que están a nuestro alrededor, voltean a vernos alarmadas gracias al pequeño espectáculo que está montando la fierecilla que tengo frente a mí. Las observo con expresión avergonzada y deseando que, al igual que la doctora que atendió a esta estúpida cría, ninguno de ellos me reconozca. No quiero que mañana, mi rostro aparezca por todos los periódicos y noticieros del país, hablando del espectáculo que el gran Adrien Lowell está dando con esta niñita estúpida. Doy un paso y me acerco lo más que puedo a ella, con actitud amenazante. Tratando de acorralarla y amedrentarla. Es pequeña, mucho más pequeña que yo, escuálida, de piel tan blanca, que hace bastante contraste con su cabello tan largo y n***o como la noche. Si no fuera por los enormes tatuajes que tiene esparcidos por todo su cuerpo, los piercings y las cadenas con puntas, que cuelgan de su cuello, parecería un ser insignificante y diminuto. Un ser al que cualquiera podría doblegar y someterla a su voluntad, hasta hacerla pedazos. Pero no. La niñita es una fierecilla indomable, que casi saca sus garras y me destroza la piel con ellas. No debe tener más de veinte años y se nota que debe llevar una vida completamente descarrilada. Sin reglas, sin normas y muy alejada de las buenas costumbres. Ella es el tipo de persona que me parece lo más desagradable del mundo. Las que trato de evitar y mantener lo más alejadas posible de mi vida. Su actitud me hastía. No tengo paciencia para aguantar a niñitas estúpidas, prepotentes y malcriadas. —Yo te salvé de morir aplastada por ese tren —mascullo, casi en un gruñido agudo, echándole en cara lo que he hecho por ella, porque no soporto que no tenga la más mínima delicadeza de darme las gracias—. Casi muero por tu culpa y, ¿es de esta forma que me agradeces? Sus ojos verdes y felinos; enmarcados con tinta negra, y largas y abundantes pestañas, gruesas y tan negras como su cabello; por un momento parecen confundidos, y, luego, se tornan fieros, para casi escupirme una desagradable verdad en el rostro. Una desagradable verdad, que me golpea el rostro y la dignidad con fuerza, y me hace caer en la maldita cruda realidad. —Yo no te pedí que me salvaras. Fuiste tú el imbécil que jugó a hacerse el héroe. No te debo nada y, si quieres una medalla y un reconocimiento al mérito por tu honorable proeza, ve a pedirla a otro lugar. Uno en donde les intereses y estén dispuestos a lamerle las botas a un maldito imbécil como tú. La fiera gruñe y me da un empujón, logrando soltarse de mi agarre y alejarse de mí. No continúo siguiéndola. No quiero seguir calentándome la cabeza con esa niñita insolente y malagradecida. Lo mejor es dejar las cosas tal y como están. Cruzarme con esa niña en mi camino, no fue más que un estúpido error en mi vida. Una broma de mal gusto que la vida me quiso jugar. Y, estoy más que convencido, que ella no es la chica que se aparece en mis sueños. Esto solo fue una mera coincidencia. La única relación, que esa fierecilla puede tener con el ángel de mis sueños, es el parecido físico. Pero ella, no es mi ángel y jamás lo será.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD