POV ADRIEN LOWELL
Los minutos pasan con lentitud y la espera, me desespera por completo.
No entiendo muy bien qué es lo que hago en este lugar. Haciéndome cargo de esta chica que realmente no conozco y por la cual solamente me siento intrigado, porque se parece a la chica que he visto en mis sueños. Sin embargo, no es ella.
No puede ser ella.
El ser que se aparece en mis sueños es un ángel, siempre la he considerado así. Dulce, inofensiva, temerosa, inocente…
Y esa joven es todo lo contrario.
Un ángel no podría lucir de la forma en que ella luce. Con la piel marcada por tantos tatuajes, como si fuera una pared llena de grafitis. Con esa argolla plateada, colgándole de la nariz, como si fuera un toro. Con esa apariencia oscura, que puede compararse a la de una malvada bruja.
Sabrá Dios, qué tipo de persona será esta mujer, que a lo único que se me asemeja, es a un demonio.
Aun de esta manera, aquí me encuentro. Desde hace varias horas. Sentado en esta silla, en la sala de este hospital, esperando que alguna enfermera o doctor, me dé alguna noticia sobre ella.
Las puertas que dan al pasillo de urgencias, se abren. Por ellas sale una doctora, vistiendo su bata blanca, un estetoscopio colgando de su cuello y revisando unos papeles de su tabla de apuntes.
Alza la vista, me observa y camina hacia mí.
—¿Usted es familiar o amigo de la señorita Mikaela? —pregunta, parándose frente a mi silla.
Frunzo el ceño, pues no tengo ni la más mínima idea de quién está hablando.
Nota mi confusión y agrega:
—La joven que tuvo el accidente en las vías del tren.
—Eh, no somos familia —aclaro—. Tampoco amigos, en realidad no la conozco. Yo soy quien la salvó de morir aplastada por el tren.
La mujer asiente y regresa la vista a los papeles.
—Bien —murmura—. Tal parece que usted es el único responsable por ella.
«¿Responsable? ¿Yo? ¿Por esa niña? —Pienso—. ¡Vaya, en que buen lío he venido a meterme!»
—No soy responsable por ella —corrijo—. Sin embargo, me interesa saber cómo se encuentra.
—¿Cuál es su nombre? —pregunta, exasperada.
—Mi nombre es Adrien Lowell, señora —contesto, con algo de prepotencia.
Me extraña que no sepa quién soy yo, siendo alguien tan importante en el país.
La doctora asiente y resopla con desespero.
—Escuche, señor Lowell, esa jovencita estaba bajo la influencia de fuertes drogas —manifiesta, con expresión dura.
«¿Drogadicta? ¡Una maldita drogadicta es a quien le he salvado la vida y por la que estoy aquí, preocupado como un estúpido!»
Definitivamente, no tengo más nada que hacer en este lugar. No voy a seguir perdiendo mi tiempo con estas tonterías.
—Tuvimos que desintoxicarla —prosigue, la doctora—. Y, la poca información que pudimos sacarle, durante los breves instantes que estuvo lúcida, nos dijo que no tenía familia. Que todos estaban muertos.
Esas últimas palabras llaman mi atención. Y, por alguna estúpida razón, siento algo parecido a la pena por aquella criatura y me animo para querer verla.
¡Carajo!
«Bueno, al final de todo —me digo a mi mismo— soy un político y los políticos estamos para ayudar a las personas. ¡Qué más da, lo tomaré como parte de mi trabajo!»
—¿Puedo verla? —le pregunto—. Quiero hablar con ella.
—En este momento se encuentra sedada, estará así por un par de horas. —Su mirada se torna seria y su expresión preocupada—. Necesitamos a alguien que se haga cargo de ella, el proceso de desintoxicación puede ser bastante duro y lo mejor sería que ella estuviera al lado de algún familiar o con alguien que la apoye durante el proceso.
Asiento, dando un cabeceo.
—Señor Lowell, las víctimas de las adicciones muchas veces no pueden salir de ellas y necesitan a alguien que esté a su lado, ayudándolas a sobrellevar el proceso o, en otras instancias, obligándolas a llevarlas a cabo. Tengo la sospecha de que no es la primera vez que Mikaela hace esto y otra recaída podría matarla.
«No es más que una niñita estúpida» Pienso.
Pero, aunque piense de esa forma, de igual manera, quiero verla.
La intriga me sigue carcomiendo la cabeza. Y aún quiero saber quién es ella y si tiene algo que ver con el ser de mis sueños.
Avanzo, acompañado de la doctora, hacia la habitación en la que se encuentra esa chica. Me deja en la puerta y se va, a seguir en la revisión de otros pacientes.
Abro la puerta y entro.
Tal como la doctora me ha dicho, la chica se encuentra inconsciente. Me acerco y me paro a un costado de la cama.
La observo detenidamente.
Entre más la veo, más se parece al ángel de mis sueños. Si no fuera por todos esos tatuajes y ese aspecto tan oscuro, podría jurar que es ella.
Pero, ahora que me he dado cuenta de que no es más que una adicta, descarto aquella posibilidad de inmediato.
No quiero tener ningún tipo de relación con una persona como ella. La verdad es, que ni siquiera debería de estar aquí. Ya hice todo lo que pude por ella. La rescaté de esas vías, la traje a este hospital y estar aquí, queriendo saber sobre su salud, es demasiado.
Individuos como ella, son el tipo de personas que debo mantener alejadas de mi vida. Debe ser de esas que solo se mantienen metidas en problemas y alguien así, solo le traería dificultades a mi carrera política.
Esta niña es un profundo abismo de incertidumbres, en el que, definitivamente, yo no quiero caer.
En mi juventud tuve una vida de excesos, pero jamás de este tipo. Nunca a este nivel. Y, cuando mi vida cambió y obtuve una mejor posición, decidí mantenerme alejado de todo eso y apegarme a las buenas costumbres.
No necesito nada que pueda manchar la buena trayectoria que he tenido. No quiero problemas y, si continúo aquí, esta chica puede convertirse en uno. Y uno muy grande.
Un problema que mis detractores usarían para arruinarme.
Estoy decidido a largarme de este lugar, me giro, pero, antes de poder avanzar, la escucho balbucear algo.
Otra vez me giro y la observo.
Balbucea algo ininteligible, pero, por su rostro, podría decir que está teniendo una pesadilla.
Me acerco a ella.
Estoy demasiado cerca y me siento un completo idiota.
—Mikalea —susurro su nombre.
Mueve la cabeza, de un lado a otro, y frunce el rostro, en una mueca de miedo.
—Mikaela —vuelvo a susurrar, esperando despertarla.
Y lo logro. O eso creo.
Abre los ojos. Me observa. Esboza una leve sonrisa de complacencia y susurra:
—Eres tú. Por fin llegaste.