LINDSEY

2064 Words
POV MIKAELA Camino, dando pasos fuertes y decididos, abriéndome paso entre la bola de presumidos que conforman el selecto grupo de amistades del señor y la señora Porter: Mis progenitores. En mi camino, me cruzo con un pequeño que me observa con ojos aterrorizados. Le gruño, enseñándole mis dientes, para dejarle en claro que sí soy la bruja que él cree. El niñito sale corriendo en busca de sus padres y me río malévolamente. Continúo avanzando, tratando de llegar a mi destino, sin prestarle atención a los murmullos que se extienden entre los grupos de personas que hay a mi alrededor, y a las miradas escudriñadoras y llenas de morbo que me lanzan, tratando de averiguar quién es este ser tan extraño que se ha colado entre ellos: La aristócrata y pulcra sociedad Londinense. No sé si más de alguno me habrá reconocido, ya que luzco bastante diferente a como pudieron verme la última vez que estuve entre ellos. La verdad no me interesa. Ninguno de estos hipócritas, presuntuosos, me interesa. Digamos que, si esto fuera un jardín, ellos serían las pomposas rosas que se alzan orgullosas, por encima de las otras insignificantes florecitas, luciendo sus coloridos pétalos para que todos los admiren. Y, yo… Yo sería la araña que teje su telaraña, amenazando con destruir su belleza. Las mujeres se pavonean de un lugar a otro por el enorme jardín de verdes céspedes y altos cipreses, perfectamente podados, luciendo sus más apreciadas joyas; y sus extravagantes y horribles sombreros de todos los colores y estilos, adornados con flores, plumas, pedrería o cualquier otro adorno que los haga ver lo más pomposos posible; y sus finos vestidos de cóctel. Vestidos que no han comprado en cualquier tienda. ¡Oh, no! Esos vestidos han sido confeccionados a medida, por las manos de grandes diseñadores europeos, porque, si hay algo que la alta sociedad Londinense disfrute más que asistir a grandes y lujosos eventos, es ostentar sus mejores ropas de gala. Los hombres, por su parte, visten sus impolutos trajes de sastre. El sol puede ser abrasador y el calor abrumador, sin embargo, nada de eso impide que anden con sus finas chaquetas, boinas clásicas, y sus zapatos Oxford, tan a lo British Style, que pueden resultar bastante sofocantes, bajo este clima de inicio de verano. Así es la pútrida alta jerarquía Británica, tienen tan arraigadas sus absurdas costumbres y tradiciones, que por eso piensan que deben vestir así, tanto para ir a la ópera y la sinfónica, como para dar un paseo a la orilla del Támesis. ¡Cómo si aún estuvieran en la Inglaterra del mil ochocientos! Es por esta razón que no encajo en medio de ellos y por la cual me observan intrigados. Porque, mi estilo, es muy distinto al de ellos: Una larga falda a rayas en blanco y n***o, con una enorme abertura que parte desde mi muslo y que deja entrever los distintos tatuajes que marcan toda mi pierna y mi pantorrilla; y los botines negros de los que cuelgan algunas cadenas plateadas; el diminuto top n***o de blonda, con finas cintitas en color n***o, entrelazadas una encima de otra, dándole al top una apariencia de corsé que marca mi finísima cintura y que deja ver los otros tatuajes que se extienden por todo mi torso y mi brazo… Mi brazo que luce tan n***o y que bien pudiera confundirse con una manga de mi top, por los enormes tatuajes que se extienden desde mi hombro hasta el dorso de mi mano. Jamás seré una rosa como ellos y tampoco deseo serlo, porque, así como las rosas, cuando les quitas sus pétalos únicamente queda el tallo lleno de espinas, eso es lo que queda de ellos cuando les quitas toda esa ropa y joyas: Espinas. Dolorosas espinas dispuestas a desgarrarte la piel y la carne, y hacerte sufrir de una forma lenta y torturadora. La única razón por la que he venido hasta este lugar, a meterme a la boca de los leones, es por la única persona que me importa en este mundo. La única por la que siento amor y que me hace sonreír. Sonreír de verdad. Como en este momento, que esbozo una amplia sonrisa, cuando la diviso justo frente a mí, jugando ingrida con otros niños, pero, cuando me ve, se emociona y corre hacia mí. —¡Hermanita! —exclama, lanzándose a mis brazos y abrazándome con fuerza. Al igual que ella, la abrazo con fuerza y lleno su pequeña frente de besos. No la veo desde hace seis meses, y desde que hui de casa, han sido alrededor de unas cuatro veces que he podido verla, y de eso van ya unos tres años. —Hola, pequeña —le digo, entregándole una cajita en las manos—. ¡Feliz cumpleaños! Me esboza una preciosa sonrisa. Desata la cinta dorada de la caja y la destapa. Abre la boca, asombrada, al ver la cadenita de plata que hay dentro de ella. Sé lo mucho que le gustan la Luna y las Estrellas, por eso he mandado a hacerle esta cadenita, con una luna y una estrella, y en ellas grabados nuestros nombres: Lindsey y Mikaela. !Mikaela! Ese es mi verdadero nombre, no el que ellos me dieron. Porque ellos nunca han sido mi familia, solo esta pequeña, a la que amo con mi vida. Y, cuando hui de aquí, juré romper todo lazo que me uniera al señor y la señora Porter, empezando por ese nombre que ellos me dieron. —¡Me gusta mucho, hermanita! —exclama emocionada—. Yo también te tengo un regalo, porque tú cumpliste veinte años hace unos días. —¿Ah, sí? —le pregunto, sonriéndole—. ¿Qué regalo es? —Lo tengo en mi habitación —explica, tomando mi mano—. Acompáñame adentro y te lo daré. Miro hacia la enorme mansión y el corazón se me oprime. Regreso mi mirada a ella y le digo con voz llana: —Ve tú, yo aquí te esperaré. Hace una mueca de decepción, pero acepta lo que le he dicho. —Pero no vayas a irte, hermanita —demanda, como si ella fuera la adulta—. Ya he cumplido siete años. Ya soy grande y puedo escuchar tu música. ¿Me vas a enseñar tu música? —Claro que sí, pequeña —le respondo con una sonrisa—. Lo que tú quieras. Se ríe y da un brinquito, emocionada. Suelta mi mano y sale corriendo hacia la entrada de la mansión. Me quedo parada en aquel lugar, viéndola y recordando el día en que nació. La primera vez que la tuve en mis brazos y la primera vez que vi su sonrisa. Es una niña hermosa. De cabellos dorados, ojos verdes, piel blanca y rostro angelical. Es tan parecida a mí cuando tenía su edad. Pero, ahora, ya no nos parecemos tanto. Ella parece un precioso ángel y yo una bruja sacada del mismísimo averno. —¿Qué estás haciendo aquí? —inquiere la voz gruesa y rabiosa de un hombre, mientras, su mano se cierne alrededor de mi brazo con fuerza—. !Sabes muy bien que no puedes presentarte a esta casa, y menos frente a nuestras amistades, con esas fachas! Me giro. Enfrentándome a la amenazante mirada y a la dura expresión del señor Theodore Porter. —¡Tengo todo el derecho de estar aquí! —le gruño, casi en un rugido y soltándome de su agarre—. Es el cumpleaños de Lindsey y ella es mi… —¡No eres nadie! —me retruca rabioso—. Decidiste irte de esta casa y no seguir formando parte de esta familia, para llevar esa vida tan inmoral que llevas. Ya no tienes ningún derecho. —¿Inmoralidad? —le bufo—. ¿Te atreves a hablar tú, de inmoralidad? Tú que eres el peor hombre que existe sobre esta tierra. —le digo, casi escupiendo, pues verlo me repugna y hace que la sangre me hierva. Mis palabras no hacen más que cabrear al hombre de cincuenta y cinco años, que me ve con ganas de darme una tunda frente a todas estas personas. Puedo ver su rostro temblar de la rabia, sus ojos verdosos (iguales a los míos y a los de Lindsey) tratando de intimidarme con la furia que destilan. Su mano vuelve a aferrarse a mi brazo, con tanta fuerza, que me lastima, y estoy segura me dejará algún moretón. —No me tientes, Cassidy —me amenaza—. Sabes muy bien de lo que soy capaz, y ya me estás colmando la paciencia. Sus palabras me hacen estremecer, imaginando lo que puede hacerme. Trago grueso y trato de contenerme, pero, aun así, no puedo evitar objetarle: —Mikaela. Soy Mikaela, porque me da asco ser Cassidy Porter, tu hija. Alza la mano y sé lo que va a hacer. Me preparo para recibir el golpe de la dura mano de Theodore Porter, pero, antes de que pueda hacer algo, la señora Eleonor Porter se acerca a nosotros con rapidez, interrumpiendo la acción del hombre. —¡Theo! —masculla, parándose al lado de su esposo—. La gente está viendo. Río con ironía. Como siempre, la gran dama de la sociedad, guardando las apariencias. Tratando de verse tan correcta frente a la gente, y, sin embargo, no es más que otra miserable mujer. Tal para cual con su esposo. —Cassidy, lárgate ahora mismo de esta casa —exige la mujer—. Pareces una prostituta barata y solo vienes a manchar el buen nombre de esta familia. Otra vez me río con ironía. No puedo creer que ella me esté diciendo puta. No tiene ningún derecho de hacerlo, porque ella, al igual que su esposo, son iguales. Una escoria. —¡Ya vete, Cassidy! —repite, exasperada—. He tenido que decirle a todos que fuiste niñera de Lindsey, y por esa razón te has presentado aquí. Ahora vete, antes de que puedan reconocerte. Tengo ganas de replicarles. Decirles que no me voy a ir y que pueden irse a la mismísima mierda junto con todos sus invitados. Pero, ya no quiero seguir viendo sus rostros, porque lo único que hacen, es traerme los peores recuerdos de mi vida. Los odio. Los detesto con mi alma y deseo permanecer lo más lejos posible de ellos, antes de que puedan volver a dañarme. —Me iré —les digo con decisión—. Pero, ni ustedes ni nadie, me impedirán estar cerca de Lindsey. Voy a estar cerca de ella y les juro que haré todo lo posible por alejarla de ustedes. No quiero que ella sufra lo mismo que ustedes me hicieron sufrir a mí. Mis palabras los han hecho enojar más. Pero no les doy lugar a réplica. Me giro y comienzo a caminar, alejándome de ellos. Avanzo unos cuantos pasos, cuando su vocecita angelical me detiene y me hace girar para verle. Corre hacia mí, luce angustiada y grita mi nombre con desesperación. En sus manos trae un papel, que oprime contra su pecho. ¡Joder! Aquello me conmueve. —Hermanita, no te vayas —suplica—. Dijiste que me ibas a enseñar tu música. —Lo siento, pequeña —farfullo. Mi voz suena quebrantada, por el nudo que se ha formado en mi garganta—. Tengo que irme. Pero, te prometo que te veré muy pronto. —¿De verdad, hermanita? —pregunta, con voz anhelante—. ¿Me prometes que ya no te irás lejos de mí y vendrás a jugar conmigo, y me enseñarás tu música? —Sí, pequeña —le digo—. Pronto estaremos juntas y jugaré contigo, y te enseñaré mi música. Se ríe y me entrega el papel que tiene en sus manos. —Este es tu regalo —me dice—. Lo he hecho con mucho amor para ti. Abro el papel y no puedo evitar derramar una lágrima amarga cuando veo el dibujo de nosotras dos que ha hecho. Enrollo mis brazos en su frágil cuerpecito y la abrazo con fuerza, escondiendo mi rostro en su cabello y tragándome las ganas de echarme a llorar. —Te amo, pequeña. Te amo con todas mis fuerzas —le susurro—. Jamás lo olvides.
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