—Espera, antes de irme tienes que saber algo más, es para que no arruines nada —continúa Camilo, acomodándose frente a mí—, ¿vas a sentarte en la mesa como si todo fuera normal? ¿A sonreír como si no estuvieras a punto de enredarte aún más con esa mujer? —No me queda de otra —respondo, con un suspiro hondo—. Tengo que convencer a Rosalía. Necesito que me ayude. Que actúe. Que juegue conmigo este maldito teatro. Charlotte no va a ceder. No va a desaparecer así como así. Ella nunca se da por vencida. Camilo se ríe por lo bajo, apoya el vaso en la mesa y se inclina hacia mí, conspirador. —Escúchame, Damián… si vas a convencer a esa asistente tuya, tienes que hacer que valga la pena para ella. O sea, no te digo que le pagues, no me salgas con estupideces… pero hay formas. —¿Formas? —repito

