2. Tú y yo... ¿No lo ves?
Quince años antes.
Los Ángeles, California.
Soy un tipo relajado y confiado. Me gusta disfrutar de la vida, estar con los amigos y salir de fiesta, dicen que soy apuesto, no lo sé, aunque mujeres no me faltan, aunque no fue siempre así, ahora recibo a menudo proposiciones que casi pocos hombre dejarían pasar. No busco un amor pasajero, ni sexo casual. Soy un hombre leal que se enamora una vez en la vida y es para siempre. Eso es lo que soy. Mi nombre es Sebastián Sullivan, un romántico y soñador. Un tipo al que no le importa lo material, valoro la sinceridad y la calidez de las personas con las que me rodeo.
Y ahora mismo estoy a nada de verme con la mujer que amo desde que íbamos a la escuela. ¿Lo pueden creer? Han pasado unos buenos años, cinco en realidad, pero jamás tuve el valor de buscarla luego de que me dejara plantado en la fiesta de graduación, nada menos que por Dimitri Orlov, el jugador de futbol, promesa de la escuela en esa época, y un verdadero patán.
Y ahora se podría decir que es la vida la que nos vuelve a unir. Estoy emocionado.
La puerta de la oficina se abre silenciosamente.
—La limusina lo espera —me dice mi secretaria desde la puerta.
—Gracias, puedes tomarte el día.
Bajo por el ascensor exclusivo para mi persona hasta el hall del penthouse. Unas mujeres que pasan cerca se me quedan viendo. Una de ellas, la que parece más aventada me guiña el ojo. Yo le regalo una sonrisa. y luego subo a la limusina, mientras que ellas se quedan boquiabiertas.
—Al Margaritas Sun —le indico a mi chofer. La limusina se mueve. Miro mi celular. Llegaré a la hora.
El Margaritas Sun es un restaurante exclusivo al que solo pueden acceder gente con poder adquisitivo importante.
Cuando los meseros me ven llegar se pelean por ser quien me lleve a la mesa que ha reservado mi secretaria para esta ocasión. El ganador me guía hacia una mesa para dos, con la privacidad exclusiva para sentir que estamos en casa. He pensado que sería un lugar agradable para vernos.
Un miedo a que se vuelva a repetir aquello que tanto temo trata de hacerme dar un paso hacia atrás, pero no. Nada va impedir que asista a la cita que yo mismo propuse. Quiero verla más que nunca.
Pasan apenas unos minutos y la veo llegar. Vestido oscuro, algo escotado, curvas pronunciadas, hermosa como siempre.
Me incorporo para recibirla.
Sus ojos oscuros me miran y siento que me derrito de amor por ella.
Mi cuerpo palpita con solo verla llegar.
—Stella —con solo mencionar su nombre todo el amor que sentía por ella se activa como si hubiera estado durmiendo hasta que llegara el momento de volvernos a encontrar. Le beso en la mejilla, quiero besarle en la boca pero si lo hago podría estropearlo.
—Sebastian Sullivan. Mírate… cómo has cambiado —me dice mirándome de pies a cabeza – Ya no eres como te recuerdo.
Es que no siempre fui el hombre que soy ahora. Era en realidad un flacucho raquítico que comía hasta por los codos y que no ganaba un solo gramo de peso. Gracias a un prolongado tratamiento, ahora puedo disfrutar de un cuerpo normal, y con normal quiero decir brazos, piernas, torso perfectamente musculado, lo digo con todo la humildad que poseo.
—Pero sigo siendo el mismo por dentro —y te sigo amando, quiero decirle pero no quiero espantarla y solo la miro con una sonrisa que lo dice todo.
Ella baja la mirada.
—Perdóname… —me dice, después de tanto tiempo aún lo recuerda—, no debí plantarte en el…
—Oh, no, no necesitas disculparte, jamás conmigo…
—Veo que sigues siendo el tierno chico de la escuela.
Ella me mira con esos ojos tiernos, hará que quiera besarla, debo mirar hacia otro lado.
Pero ya no soy un chico soy un hombre y ella una mujer, y la deseo con el alma.
—¿Qué tal si pedimos algo de beber?
Ella asiente y pido un vino tinto al camarero que espera en la esquina.
—Cuando recibí tu invitación —dice ella—, apenas podía creerlo. Te había perdido el rastro y nunca pensé que volveríamos a vernos. Si te soy sincera jamás me perdoné por haber sido una tonta por plantarte en el baile…
—Si me permites sacar ventaja de eso, te propongo que a modo de penitencia salgamos otro día a beber algunas cervezas como lo hacíamos de escondidas después de clases… lo recuerdas?
Ella sonríe con tristeza al recordar esa época.
—Me encantaría. ¿Puede ser ahora mismo?
No puedo desperdiciar la oportunidad que me brinda la vida.
—Me parece una buena idea.. ¿tienes en mente un buen club?
—En realidad no…
—Veamos a dónde nos lleva la noche… ¿te parece? —le digo con optimismo.
—Me gusta la idea.
Paseamos por la ciudad hasta que elegimos el clásico Don’torn Nights, un club al que soñábamos ir a beber al graduarnos.
De la nada, un tumulto de paparazzis aparecen como moscas al dulce en la puerta del club.
—¿Podemos ir a otro lado? —se siente incómoda, yo quiero solo complacerla.
—Te llevaré a un lugar seguro. Confía en mí.
Abandonamos la limusina y subimos a un taxi. Llegamos al Harbout Tower. Ella entra y admira mi gran colección de discos de vinilo, y se saca los tacones.
—Cuando dijiste que era un lugar seguro no imaginaba que hablabas de tu departamento.
—Créeme, aquí no entra nadie.
Traigo cervezas en lata. Le ofrezco una.
—¿Qué ha sido de tu vida? —me dice luego de beber un poco. Se sienta en el sofá, la veo mucho más relajada que en el restaurante.
Me acomodo cerca de ella.
—Nada nuevo —le digo haciendo un gesto minimizando mis palabras—, terminé economía y ahora le pago a mi padre por costear mis estudios trabajando con números, papeleos, y asuntos aburridos, me dedico a eso ocho largas horas al día, como todo buen ciudadano. A veces más, en realidad mi padre exige que dedique mi vida a Belladonna. Ya sabes lo capataz que es. ¿Y tú? Háblame de ti.
Ella sonríe.
—¿De verdad no estás al tanto?
—¿Qué me perdí?
—Pues nada… —dice sonriéndome—. Solo que lo logré al fin. Soy modelo exclusiva de Victoria’s Secrets, luego de cientos de casting lo he conseguido, Sebastian…
—Cumpliste con tu sueño.
No lo sabía y me toma por sorpresa, eso explica el montón de paparazzis que nos encontramos al llegar al club.
—Soy un imbécil. Supuse que esos paparazzis me confundían con algún actor de cine —bromeo y hago que se ría, no sabía cuánto echaba de menos escucharla reír, amo cuando está contenta.
Ahora recuerdo que cuando lo dijo en la escuela todo el mundo se echó a reír, menos yo, sabía entonces que si lo quería de verdad, podría llegar a serlo. Pero en ese entonces ella era una chica rellenita y todos la llamaban la Ballena Dorada por los millones que su padre se gastaba en mujeres y drogas. Los idiotas descerebrados de la escuela la tildaban de la “gorda del millón” y otras humillaciones de ese estilo.
—Siempre creí que lo lograrías —le digo brindando con cerveza.
Alza las cejas y me miran con sus ojos vidriosos.
—Lo sé. Fuiste el primero y único en esa época que creyó realmente que podía conseguirlo. Te debo tanto, Sebastian.
—Lo único que me debes es un brindis por los viejos tiempos. —He metido la pata. Sé que ella no lo pasó nada bien, los constantes burlas por su aspecto mellaron en ella hasta el punto de quererse quitar la vida— ¿Que tal si mejor brindamos por nosotros dos? Porque la única persona que valía la pena en ese infierno eras tú —le digo, bebiendo un sorbo, trato de enmendar mis palabras con una verdad que mantengo hasta hoy en día.
—Y tú, mi querido amigo leal, soportaste todos esos insultos que te lanzaban solo por querer ser mi amigo.
—Siempre quise ser más que un amigo para ti —sale de mi boca sin que haya podido evitarlo.
—Lo sé, Sebastian. Era yo la que no creía que alguien podía fijarse en la Ballena Dorada.
—Me gustabas rellenita.
—¿Y no ahora?
—Aun veo a la misma chica hermosa y adorable de antes. No han cambiado nada mis sentimientos hacia ti solo porque ahora luzcas como quieras.
—Vaya, veo que dejaste de ser tímido…
—En realidad lo sigo siendo, me cuesta mucho hablar con las mujeres, pero no quiero perder la oportunidad de decírtelo. No me lo perdonaría. Otra vez.
—Sebastian, yo lo sabía. Lo tenías en los ojos escrito. Me querías, yo lo sabía. La que no se permitió una oportunidad de conocer el amor fui yo —baja la mirada tratando de ocultar sus sentimientos reprimidos hacia mí—. Yo nunca debí darme por vencida aquella vez… pensaba que me odiabas…
Su voz es sincera, hay pesar en su voz.
—Pero aquí estamos. Tú y yo. ¿No lo ves? Podemos empezar algo —le digo optimista y seductor.
—Estás hecho un buen mozo. Mírate Sebastian, si te hubiera encontrado hace años, quizás...
La beso en los labios. No puedo evitarlo. Puede que lo haya arruinado. Ella me mira a los ojos. No está enfadada conmigo.
—Perdóname Sebastian, aquella vez yo…
—Sh —susurro en sus oídos—. Dejalo en el pasado. Es ella la que me besa esta vez. Me mira a los ojos y siento que veo mi propio abismo en ellos.
—¿Sales con alguien? —me pregunta.
—Creo que no hay mujer que quiera amarme. Quizás muera solo.
—No digas eso.
—¿Por qué? —pregunto haciéndome al payaso— ¿Acaso tú…?
—Yo no he podido dejar de amarte… —Me rodea con sus delgados brazos, y me besa con urgencia.
—Me gustan las mujeres que dan el primer paso —susurro en uno de sus oídos.
—¿No lo diste tu? —me dice ella, ahora sintiéndose animada. Sigue siendo la mujer divertida que me subía los ánimos, incluso cuando estaba en el peor momento de mi vida.
—Ahora que lo dices… —susurro a punto de besarla—. Ven aquí.
He soñado con este momento muchas veces, a veces, en mi cabeza nos encontrábamos en la playa, otras en una discoteca, nunca imaginé que en la tranquilidad de mi departamento pasaría.
Me arrebata la camisa, la corbata queda sobre uno de los cuadros estilo renacentista. Me muerde el labio inferior, yo voy por los suyos, la levanto y la llevo hacia mi cama. La desnudo con urgencia, me bajo los pantalones.
—Espera —me dice ella —. Quiero verte desnudo.
Me quedo inmóvil, mientras mi amiguito de abajo se yergue hasta adoptar su máxima longitud. Permítanme sentirme orgulloso de ello.
—Estas hecho todo un potro…
Ella se acomoda para mí. Me llama con su lengua lamiéndose los labios mientras me mira. La deseo tanto…
Su olor me excita, quiero darle lo mejor de mí, voy acariciando sus piernas, hasta llegar a sus muslos, y lentamente recorro hasta llegar a esa parte que me reclama, ella jadea, la acaricio por fuera, meto un dedo, está húmeda y palpita. Se retuerce para mí.
—Te necesito, Sebastian —me dice y yo me acomodo, sobo mi pene y la paso cerca de su hendidura. Se la meto con fuerza, ella se aferra de mí con sus piernas, me besa la cara, me dice tantas cosas que siempre quise escuchar de su boca. Incremento mi ritmo, quiero que me sienta, que no pueda sacarme de su mente, de sus deseos, de sus recuerdos, porque ella lo acapara todo, desde que la encontré llorando en uno de los rincones apartados de la escuela, hasta este día, porque ella es mi alma gemela y la amo, siempre la amé.
—Te amo —sale de su boca, como si pudiera adivinar mis pensamientos.
—Te amo, mil veces te amo —le confieso con mi cuerpo y mi alma.
Ella me contempla, y no parece cansarse de hacerlo.
—Eres tan guapo…
—Harás que me lo crea.
—Pero lo eres.
—Mi ego te lo agradece.
Su teléfono celular suena. Tiene que contestar, lo sé por su mirada. Me levanto y se lo alcanzo. Ella mira el número y lo apaga.
—Sebastian, tienes que saberlo… estoy saliendo con él…
Eso es un golpe directo a mi corazón, después de tantos años... ese patán sigue tratando de arruinar mi felicidad. La tristeza me embarga rápidamente, pero debo ser fuerte, no deseo arruinar este momento con ella.
—¿Ese idiota sigue en tu vida? —me fuerzo en sonreír—. Si es él, no me preocupa la verdad…
Dimitri Orlov es el imbécil que me hacía la vida de a cuadros en la escuela. ¿Pero saben qué? No puede preocuparme menos.
—¿Sigue siendo el bruto que recuerdo?
Ella baja la mirada y evita mirarme a los ojos.
—No siempre es torpe… —musita ella defendiéndolo como antes—. Cuando mis padres murieron fue él quién estuvo a mi lado.
En esa época me había aislado de todos mis amigos, no recibía visitas, había ordenado a mi familia y sirvientes decir a quien me buscara que estaba en otra ciudad. Ella vino muchas veces y yo no fui capaz de verla a la cara.
—Perdóname, he sido un cobarde —le digo, y en verdad que no me perdono no haber estado con ella cuando sus padres fallecieron. Debí estar para ella, pero no, el dolor por haberme plantado y mi gran orgullo herido pesaban más en ese momento. Estaba ciego.
—No hablemos de cosas tristes... —dice ella besándome con dulzura en los labios—. No debí mencionarlo…—dice ella acomodándome el pelo, siento su olor a su piel—.Tengo que marcharme.
No esperaba que fuera pronto. De repente la realidad cae como un roca sobre mí.
—Deja que adivine —suelto.
—Dimitri viene por las fiestas… —dice tratando de mostrarse que está bien pero yo sé que no es así—. No se va a quedar más que dos días, no le gusta venir, lo hace por compromiso con su familia. Su escusa es que tiene entrenamiento para la liga en Europa.
Detesto que hable de él. No lo soporto. La escucho en silencio deseando por dentro, que Dimitri desaparezca de la faz de tierra, de la galaxia, de nuestras vidas. Por que él no la merece, no como yo.
—¿Y te quedarás cuando se haya ido? —pregunto ocultándole el dolor que me genera pensar lo contrario.
—Tengo mi agenda vacía hasta enero… si deseas yo puedo…
—Genial —la abrazo con todo mi ser, no quiero dejarla ir, nunca—. En ese momento serás solo para mí.
Miro hacia el balcón que da hacia la ciudad, tratando de evitar que ella me mire a la cara, no quiero que vea que tengo el corazón partido.
Ella se viste, y está lista para marcharse.