6. LÍMITES
Un día, al salir de las clases de historia Simer se acerca a Byron en los pasillos.
—¿Cómo puedo saber si un mentis está hurgando mi cabeza? —Simer parece algo paranoico.
Byron teme que le haya visto la otra vez en los baños. El gen ha comenzado a despertar en su cuerpo el factum mentis, teme descontrolarse, y tener que abandonar Mitral por ese motivo. Sin embargo, ha conseguido engañar a sus padres la primera vez que tuvo un episodio de esos y espera contar con la misma suerte esta vez.
—No tienes forma de saberlo, solo un mentis puede descubrir a otro.
En realidad, eso es lo que temen las personas normales, temen que los mentis saquen provecho usando sus capacidades sobre ellos. Pero incluso para los mentis existen reglas. Y Byron detesta las reglas, irónicamente, ya que ser SS es vivir bajo estrictos compromisos, quizás es su naturaleza indomable que le impulsa a rechazar lo que dentro de las reglas le toca ser, su puesto en la sociedad Oslina, predeterminado desde antes de su nacimiento, no es para él.
Byron recuerda ahora más que nunca las palabras que le ha dicho su padre el día que se mudaba a Mitral. Le había dicho: “Byron, siempre fuiste así. Te dejé crecer de la mejor forma. Eres libre en este mundo sin libertad, pero incluso para ti, el costo será alto”
Byron sabe que donde esté un mentis, seguramente será señalado como el causante de cualquier incidente, por más ilógico que sea. Quizás Simer se cree los chismes sobre él.
El tiempo le ha dado la razón. Es así que luego de haberse ayudado mutuamente, Simer se aparta de él al grado que ya no le dirige ni el saludo.
Byron entra al dormitorio.
Su nox tiene un mensaje de la dirección. Byron lo lee con aburrimiento.
“Queda prohibido a todos los residentes de la escuela, bajo pena de sanción, descender la noche de hoy a los jardines”
En ese momento Marcus entra seguido por sus amigos.
—¡Dicen que vienen de escoltas los SS residentes, bajemos a verlos!
Byron se encuentra solo al fin en su habitación, luego de que Marcus se fuera a fisgonear, juguetea aburrido con un mechón de sus rulos que le caen en la frente, pero desde que se ha quedado solo, prefiere pasar el rato leyendo el arte de la defensa que ha guardado en el bolsillo a escondidas del viejo Nadin.
Para las once de la noche hojeaba ya sin ganas el libro, como no puede pegar un ojo y quedarse dormido, decide bajar también a ver lo que pasa en los jardines.
Desciende por las escaleras con la sensación de que pronto aparecerá uno de los regentes, quizás lo más sensato es dar media vuelta y regresar a su habitación, pero ya está a más de medio camino, Byron prefiere seguir adelante.
Abajo se encuentra rodeado de un espectacular decorado, con los ojos abiertos de la emoción admira ya sin cuidado de ser visto.
Las estatuillas de los antiguos sobre las mesas parecen hechas con hielo púrpura, las luces en el suelo del mismo color embellecen todo el camino, al fondo, puede ver las mesas repletas con los mejores platillos servidos para cuando llegasen los invitados.
El reloj en el pilar de la derecha marca la nueve menos cinco, dentro de poco empezaría el gran banquete de los Tutores.
—¡Ahí estás cabeza hueca!
Byron escucha claramente la voz chillona de Marcus, y viene desde atrás de donde está él, Byron prefiere ignorarlo, pero esta vez, el idiota revela su posición para empujarlo.
Para su mala suerte Byron cae cuando el tutor Arles llega.
Arles le mira con desaprobación.
Byron se incorpora del suelo rápidamente y adolorido.
—Me la vas apagar –le dice a Marcus.
Marcus huye con una sonrisa burlona en la cara, Arles no ha llegado a verle a él.
—Knight, lo quiero en Cartuk, mañana a las seis de la mañana repitiendo mil veces las reglas de comportamiento. Ahora regrese a su dormitorio.
Arles continúa su camino, recobrando la sonrisa.
Al volver a su habitación, Byron se encuentra con que Marcus le espera recostado sobre su cama. Tiene clara intención de molestarle, por eso y por lo ocurrido abajo, Byron quiere partirle la cara.
—¿Qué sucede cabeza hueca? ¿Arles te castigó? —Marcus se mofa de él.
—Basta. Sal de mi cama.
—Pues no quiero. Me gusta, es suave, creo que me quedaré a dormir aquí —y Marcus se acomoda, sin ninguna intención de moverse de su cama, aunque la suya está justo al lado, es de la misma calidad que la suya, Byron sabe que lo hace solo para molestarlo.
Poco a poco, Byron está perdiendo el control, aunque lo último que desea es tener otro problema con Arles, no quiere quedarse encerrado en Cartuk todo el maldito fin de semana, mientras Marcus se divierte con sus amigos a costa suya.
—Levántate de mi cama a menos que quieras probar mi puño —le dice Byron, conteniéndose de no hacerlo ya.
Marcus se mofa otra vez de él.
—Si no lo hago, ¿te pondrás a llorar?
Esa es la gota que rebalsa al baso. Byron salta sobre él, le propina golpes, pero Marcus es mucho más fuerte que él y termina lanzándolo al suelo.
—¡Aprende que aquí mando yo! —Marcus se acomoda una vez más en la cama de Byron, sintiéndose victorioso.
Por un instante, desde el suelo, Byron se imagina contraatacando. Se levanta con las ganas de hacerlo, pero para entonces Marcus se ha quedado dormido.
Byron Está furioso consigo mismo. Por nada del mundo piensa subirse en la cama de Marcus, y sale de la habitación.
Cruza el largo pasillo, dejando atrás el bloque de dormitorios. Mientras se limpia la sangre del labio inferior camina sin rumbo. Ya eran diez días que ese imbécil le dejaba sin cama. En ese momento, por la bronca de que Arles le castigara solo a él, ya no tiene sueño, pero sabe que si permanece despierto no estará en buenas condiciones para presentarse con Arles. Quiere vengarse, hacer que pague, pero eso le dejaría sumamente agotado.
Se va a la biblioteca, a esa hora, con todos los tutores en el banquete, tiene acceso libre. Siempre que entra ahí, su ánimo mejora, quizás es por el poder que contenían, él no lo sabe, pero es su lugar favorito. Así que una vez dentro deambula varios minutos por los pasillos, hojea libros antiquísimos sobre los antiguos, y muchos otros tratados sobre el Factum mentis. A final toma “Arte de la defensa Oslina” y comienza a ojearla.
Al abandonar la biblioteca ve que las luces violáceas en el jardín iluminan los pasillos, en ese momento, sin que pudiera notarlo, una silueta va acercándose por detrás de él.