26. LOS CADÁVERES

1280 Words
26. LOS CADÁVERES Un roce frío lo despierta de un sueño placentero. Es la mano de un hombre tendido junto a él, que se mueve al compás del balanceo de la nave en el mar nocturno. La palma de la mano fría, los dedos rígidos. El extraño hombre está muerto. Manois aparta suavemente la mano del cadáver y se mueve un poco para ponerse de cara al hombre. No puede verlo debido a la oscuridad de la bodega, a tientas con la mano izquierda encuentra el pecho del hombre rígido e inmóvil por la frialdad de la muerte. —¡Pero de dónde saliste! Tengo que dar parte. No, no, no puedo… El zumbido de la nave es casi hipnótico. Manois se hunde de nuevo en aquella apatía, excepto una punta minúscula de incomodidad que continúa aguijoneándole la consciencia. Tiene que decidirse en los próximos minutos, pero si lo hace tendrá que explicar muchas cosas, como el motivo por el que ha abandonado su puesto en la tierra. La primera regla de todo vigía es jamás abandonar el puesto, y Manois lo ha hecho, A, no sólo roto el compromiso, lo ha roto por una apuesta. Está consciente de que le aguarda un despido deshonroso. Quizás y debe guardar el secreto, total, ¿qué importancia puede tener para el Cdp aquellos cadáveres? Con ese pensamiento, Manois siente que el miedo se aleja de él, como una marea que retrocede. Afloja los brazos, sus ojos se fijan en el extraordinario cadáver, luego se alzan a las estrellas y bajan de nuevo a las luces. Respira despacio, no quiere perturbar esa quietud, esa paz transparente que le transmite el rostro del hombre muerto. —¿Qué tengo que hacer? —susurra mientras siente la duda inquieta. El lema de Trezar es “Eficiencia y perfección” Es aquello lo que le ha motivado desde que fue a parar allá, siempre, aunque se ha vuelto especialista, es un tanto lerdo en el aprendizaje, sin embargo, en estos últimos años ha tenido bastante buena suerte, y los instructores confían que algún día alcance el nivel más alto que un sirviente puede obtener. Manois empieza adaptándose a las exigencias, pero los más críticos siempre son sus propios camaradas, afirman que la inercia de su nuevo puesto lo terminará debilitando. De todas formas, Manois está firme cumpliendo con su deber, de no ser por esa maldita apuesta, que lo trajo a este punto… Una sucesión de acciones y ¡bum! Un cambio, una exposición, una decisión que tomar. Pero… ¿qué era lo que más conviene hacer ahora? En principio no desea echar a perder el esfuerzo de tres años que le ha costado ganarse ese puesto, por otra parte, si tan solo llegan a descubrir su desacato, será eso suficiente para que le señalen por traición, la traición a la nación se paga con un precio alto, todo el mundo lo sabe, él lo sabe y teme. La nave se aproxima a la orilla. La radio comienza a zumbar. Manois debe contestar. —Creí que te había perdido —escucha a Nadrel desde la radio. —Se descompuso la nave y se cortó la electricidad… —Manois trataba de explicarle. —Vaya mala suerte. Es una lástima. Me suenas a perdedor. Es lo peor que ha podido ocurrir, tiene un sabor amargo en la boca. Ahora Manois tiene que aguantar sus burlas por mucho tiempo más, pero ahora eso, a su pesar tiene que esperar. —Deja de palabrerías —trata de que se calle. —Epa, con ese mal genio no se gana nada, bueno, bueno. ¿Estás bien? ¿Todo bien? —Sí —titubea Manois— ¿Por qué preguntas? —¿Qué eran esas cosas? Es extraño, las imágenes del visor me muestran… realmente parecen cuerpos. Entonces… ¿pudiste ver algo fuera de lo normal? Manois teme contestar. —De hecho… hay cientos de cadáveres flotando a la deriva. Averigua si hubo algún accidente estos días, no sé, quizás alguna patrulla de las SS. —¿Hablas en serio? Estamos en Punto Vacío, aquí no vienen ni siquiera las aves de carroña, lo sabes muy bien. ¿Te golpeaste la cabeza? Te escucho extraño. ¡Por los antiguos! Los puedo ver, ¡Son miles! Hay que dar parte. Aquello es lo que Manois no deseaba escuchar. —No estoy del todo seguro —duda, dándole una mirada al cadáver que tiene en la nave. —Pero qué dices… —Si lo hacemos tendremos que dar muchas explicaciones, ponte a pensar, tendré que explicar por qué me moví, no creo que quieras problemas, yo no quiero, yo paso, no quiero que me boten del trabajo. Me queda dos años para ascender —Manois comienza a desesperarse, imagina que es despedido es una de sus peores pesadillas recurrentes en esos últimos tiempos. Pero Nadrel no está del todo de acuerdo. —Pero esto es algo que supera cualquier cosa… Hay que hacerlo, tenemos que dar parte. —No, no, no tenemos, Nadrel, sabrán de tu tonta apuesta… comienzo a arrepentirme por dejar que un idiota como tú me haya convencido. —Pero ¡qué dices! Yo no te obligué a nada. Hay que dar parte, las imágenes entrarán al sistema en menos de diez minutos, si no lo hacemos ahora mismo, podríamos perder un reconocimiento, ¿no quieres superarte? Además, si lo consideras mejor, solo estamos haciendo nuestro trabajo, ¿no? ¿Qué es una pequeña amonestación a cambio de una condecoración? Las palabras de Nadrel suenan tentadoras, pero Manois sabe que cabe la posibilidad que les trajera más dolores de cabeza. Mira pensativo la silueta del cadáver, le parece que duerme una larga y placentera siesta, por un instante le envidia, a veces no parece realmente muerto, parece que en cualquier momento va a despertar y levantarse. Manois suelta un suspiro y contesta. —No estoy del todo seguro. Preferiría no tener nada que ver… —Esa mentalidad que tienes de sirviente es lo que te limita, y no ves las oportunidades que te da la vida… te digo que hay que dar el aviso. Queda poco tiempo… Manois lo considera por un instante. Piensa en lo que puede suceder, quizás Nadrel tiene razón, pero algo como un instinto de supervivencia le frena. —Hay que dar parte… —insiste Nadrel desde la radio —. Mira, no pasará nada, créeme, no necesitaremos mencionar que estuviste allá. Nos limitaremos y diremos que dimos parte en el momento en que vimos las señales del visor. ¿Entiendes? No tienen motivos para dudar. Borraré tus imágenes del visor y ya. Manois piensa que Nadrel protege su trasero, y al hacerlo él se protege las espaldas. —Está bien, hazlo tú, pero espera a que llegue. —¿No lo harás tú? Fuiste el que los vio primero —Nadrel pregunta ingenuamente. Pero Manois se muestra seguro de su decisión, sobre todo porque de esa forma no tiene que dar la cara a las SS, él, Nadrel, al ser ingeniero va a ser tratado con mayor cautela, que, con él, incluso pueden sospechar de la veracidad de su testimonio, pero en cambio, si es Nadrel el que da la cara, no dudarán de sus explicaciones por más absurdas que estas sean. Esa es la verdad de todo. Es lo que sucede a menudo. —No, para nada. Adelante. Hazlo. Nadrel alzó los hombros, desconociendo sus motivos reales, una vez que volvió a retomar su puesto, apretó el botón rojo. A los pocos minutos, varias escuadras de SS se aproximaban a investigar.
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