Camila Stuart.
¿Estás lista?
No hace falta conocer el peligro para tener miedo, de hecho, los peligros desconocidos son los que más inspiran terror – Alejandro Dumas.
No puedo moverme, no siento mis extremidades, ni si quiera sé si estoy respirando.
Ni en cien años me habría preparado para escuchar lo que acabo de escuchar, siempre vi a los Greco como una familia poderosa, influyente y destacada, pero, sobre todo, honrada.
Quise trabajar con ellos porque creí que eran gente de bien, recta, nunca me imaginé que estuvieran envueltos en algo tan bajo como el mundo criminal.
No, envueltos no, los greco controlan gran parte del bajo mundo, Leonardo es… es un maldito mafioso, ¡un maldito mafioso!
Estoy aterrada, impresionada y perpleja por la nueva información que llegó a mi como un balde de agua con hielo, como si los cubitos se deslizaran por mi espalda.
- No quiero presionarla, pero necesito una respuesta señorita Stuart.
Alzo la mirada hacia él, luce inquieto, preocupado y tal vez un poco enojado, solo un poco.
- ¿Cómo lo haces? – pregunto y frunce el ceño.
- ¿El que? – me mira con extrañez, escrutándome en busca de algo que lo haga entender de que hablo.
- Comportarte como un hombre decente y respetuoso cuando eres un criminal que no le tiembla el pulso a la hora de desaparecer a alguien.
- Soy un ser humano – responde encogiéndose de hombros – me enseñaron modales.
- No lo entiendo…
- Cuando eres pequeño, tus padres o tutor a cargo te enseñan cosas como saludar, comer bien, hablar con educación, esas cosas que nos permiten llevar una vida armoniosa con los demás, se llaman modales, señorita Stuart.
Idiota.
- Me refiero a que, ¿Cómo puedes hablarme con formalidad cuando acabas de contarme todo esto?
- Sigo siendo su jefe, nos debemos respeto mutuo.
Apoya la espalda en la silla y me mira serio, no hay nada que pueda descifrar en su cara o sus ojos.
- ¿Y bien? Sigo esperando su respuesta, ¿Qué opción tomará? Hable pronto porque tenemos un reunión a la que asistir, si seguirá en el equipo, claro.
Lo que diré es mi pase directo al infierno, pero… por alguna extraña razón, quiero arder en ese infierno.
- Me quedaré en mi puesto, es algo que me costó conseguir y no voy a soltarlo así porque sí, de mi boca jamás saldrá una palabra sobre lo que hablamos, de hecho, mientras más alejada esté yode todo eso, mejor para mí.
Noto una chispa de alegría o motivación en sus ojos, algo leve, casi imperceptible, pero lo noté, le agrada mi decisión y el esbozo de sonrisa que me dedica me lo confirma.
- Es una mujer inteligente señorita Stuart, no me equivoque al elegirla para el puesto.
¿Eh?
- ¿Usted…?
- Se nos hace tarde – me evade antes de que pueda terminar de formular la pregunta, se pone de pie, toma algo del cajón y camina a la puerta para salir del despacho.
El trayecto a la oficina es él hablando por teléfono con no sé quien ni me interesa, ya resolví muchas interrogantes y no me interesa abrir más, yo termino con lo mío y para cuando llegamos al edificio tengo el tiempo justo para imprimir los planos y los documentos necesarios y correr a la sala de juntas.
La reunión con los inversionistas sale de lo mejor, a todos les gusta mi trabajo y me elogian varias veces, a unos cuantos los conozco de otros proyectos, pero la mayoría son nuevos rostros y contactos que podrían servirme un día.
Salgo del edificio exactamente a las seis y treinta de la tarde, casi noche, el sol está poniéndose, el viento corre frío haciendo que me apriete más el abrigo cuando voy de camino a tomar un taxi.
Estoy cansada física y mentalmente, no tengo la energía para tomar el autobús y bancarme un viaje de zozobra.
Tengo un auto, pero lamentablemente sufrió un accidente cuando se lo presté a Teresa, una amiga que conocí aquí y es mi vecina, la muy tarada lo chocó hace unos días y está en el taller.
Ella está bien, no sufrió daños graves más que un par de rasguños, mi pobre auto no contó con esa suerte.
Situación que me ha obligado a andar en trasporte publico y taxis esta semana.
Busco un taxi desde mi celular cuando un BMW se estaciona justo frente a mí, Leonardo.
- ¿Esperando a su novio? – pregunta al bajar la ventanilla.
- Si mi novio me hiciera esperarlo, lo dejaría, no tengo paciencia.
- La paciencia es una virtud – canturrea divertido, así, sonriente, apuesto y conversón, parece un chico cualquiera que ves en la calle y dices “ay, pero que lindo es”
Nadie podría verlo como un criminal, a mí me cuesta hacerlo, si no lo supiera y me lo contarán, no lo creería.
- Pues mi hada madrina olvido otorgarme esa virtud cuando nací – contesto siguiéndole la corriente.
- Que tragedia – dice poniéndose la mano en el pecho, simulando que le da tristeza – suba, la llevo a su casa – ofrece justo cuando mi teléfono avisa que ya hay un conductor para mí.
Me debato entre esperar mi Uber o ir con él.
Tomo la segunda opción.
- ¿No va a dejarme tirada en el centro otra vez? – pregunto mientras abro la puerta lista para subirme y de paso cancelo me pedido en la aplicación.
- Averígüelo – responde encendiendo la calefacción.
- Creo que debí quedarme con el Uber – digo y suelta una pequeña risa mientras arranca.
- ¿Dónde vives? – pregunta cuando toma la ruta del centro.
¿Abandonamos las formalidades otra vez?
- Piazza Marina cerca del puerto de la Cala – indico poniéndome el cinturón de seguridad – creí que seguiríamos tratándonos de usted.
- Bueno… ya conoces mi oscuro secreto, creo que eso nos da vía libre para mantener una linda amistad, ¿o no?
- En la mañana dijo que seguíamos siendo jefe y empleada.
- Estaba algo enfadado todavía, tu presentación me quito el mal humor – siento como la sangre sube a mi rostro porque recuerdo con exactitud como me miró durante toda la presentación.
- Suelo causar ese efecto en las personas cuando estoy en mi elemento – digo mirando por la ventana, no miento, cuando estoy conforme con mi trabajo suelo desenvolverme de manera que embeleso a quienes me escuchan.
Eso sumado a mi seguridad y el provecho que le saco a mi atractivo, por lo general es un combo que me ayuda a conseguir lo que quiera.
Aunque Leo me acojona demasiado, por eso me concentré en los demás y no en él, fue difícil, pero lo logré.
- Lo noté, me gustas así, te veías inalcanzable – bragas empapadas en 3, 2, 1…
No sé que es lo que intenta, pero seguro algo inocente no es, lo peor es que quiero que siga por ese camino.
- Es porque soy inalcanzable.
- ¿Y qué debo hacer para intentar llegar a ti?
- ¿Apenas nos conocemos y ya intentas ligar conmigo? – pregunto mirándolo con una ceja elevada, se ríe y detiene el auto en un semáforo.
- He querido hacerlo desde que te vi por primera vez – confiesa mirándome a los ojos, la intensidad en sus orbes cafés me envía corrientes eléctricas a la espina dorsal.
El claxon del auto que viene detrás de nosotros nos regresa a la realidad, el semáforo cambio de color, Leo acelera concentrado en la carretera y toma una calle que va al otro lado de mi residencia, ¿se olvidó mi dirección?
- Yo vivo por el otro lado – indico mirándolo con confusión.
- Lo sé, te llevaré después, ahora tengo hambre.
¿Me está invitando a cenar?
- Pero yo quiero ir a mi casa, ahora.
- Te llevaré después, no seas grosera y acompáñame a cenar – dice entrando al estacionamiento de uno de los restaurantes más elegantes de la ciudad.
Nunca he comido aquí porque es demasiado caro y no me interesaba ver parejitas dándose amor o gente demasiado estirada mientras yo comía sola.
Bajamos del auto y entramos al restaurante, imagino que los empleados conocen a Leo porque ni siquiera le preguntan si tiene una reserva, solo nos conducen a una mesa y se apresuran a traernos las cartas.
- ¿Vienes muy seguido? – pregunto mientras ojeo el menú – todos parecen conocerte.
- Soy el socio mayoritario – responde como si fuera cualquier cosa.
Si hubiese estaba bebiendo agua, probablemente se me habría quedado en la garganta al escucharlo, ¿Cuántos negocios tiene este hombre?
- Eres el dueño de la constructora, socio mayoritario del mejor restaurante de Palermo, además lideras… - busco las palabras correctas – una corporación… si eso, de negocios varios, ¿no te cansa trabajar tanto?
- Para eso tengo a mis subordinados – el mesero regresa a tomar la orden y yo ni siquiera recuerdo que era lo que había en el menú.
Leo pide la especialidad de la casa y una botella de vino.
- La recomendación del chef – digo cuando el joven me mira, ni siquiera sé cuál era la recomendación del chef.
- Enseguida – lo veo alejarse y centro la mirada en mi acompañante de nueva cuenta.
- Entonces…. ¿tú solo supervisas el trabajo de los demás? – pregunto regresando al tema.
- Básicamente, como la cabeza superior de toda mi… ¿Cómo lo llamaste, corporación? bueno sí, yo lo superviso todo.
- Parece un trabajo de tiempo completo.
- Lo es.
- Pero tú no pareces un hombre que se la pase trabajando las 24 horas del día.
- Es porque soy un ser mágico y especial – hace un gesto exagerado de auto adoración y no contengo la sonrisa que logra arrancarme.
- Ciertamente tienes la apariencia de uno, pero es imposible que lo seas – lo contradigo sonriendo todavía.
- Ponme a prueba – propone subiendo y bajando las cejas, quiero creer que no fue una propuesta indecente disfrazada, pero su gesto sugerente me pone a dudar.
El mesero regresa con nuestra orden rompiendo el duelo de iradas entre los dos.
- Grazie – Leonardo agradece la comida, el mesero se va y la atención del italiano regresa a mi rostro.
La cena transcurre de forma divertida, es como si fuésemos amigos hace mucho, bromeamos y las piernas se me tensan cada que Leo lanza comentarios en doble sentido.
Él cree que es el único que sabe cómo jugar a esto, pero está muy equivocado.
Salimos del restaurante y ahora sí me lleva a casa, en el camino charlamos más y me resulta aún más difícil creer que enserio está involucrado en cosas malas.
Es que… parece un chico común y corriente que dirige su empresa y sale a divertirse.
Aprendo algunas cosas sobre él, como que no le gusta la langosta, detesta el tráfico pesado, disfruta de la repostería, es fan de los tatuajes, le gusta presumir sus lujos y es increíblemente inteligente para burlar al ejército y el FBI.
Esta mañana cuando me lo contó todo, o casi todo, llegue a pensar que no lo volvería a ver, tuve miedo y quería alejarme de él, pero ahora… ahora solo quiero seguir conociéndolo.
No parece una mala persona, no lo veo como un criminal o un asesino, solo es… Leonardo Greco, mi jefe.
- ¿Estás lista? – pregunta regresando mis pies a la tierra, debo verme como una boba mirándolo sin parpadear.
- ¿Para qué? – no recuerdo que me haya preguntado algo.
- Ya llegamos, ¿Estás lista para bajar o seguirás mirándome como si fuera tu divinidad favorita?
Imbécil.
- Estaba buscando la manera más educada de decirte que tienes pasta de tomate en la punta de la nariz – respondo tratando de mantenerme seria.
- ¿Qué? – me río fuerte cuando se revisa el rostro en el espejo retrovisor – que graciosa señorita Stuart – dice entornando los ojos en un gesto fastidiado.
- Pero no era mentira – me defiendo sin dejar de reír, quito mi cinturón de seguridad y me inclino para pasarle el pulgar por la nariz limpiándolo.
Nuestros rostros quedan a centímetros y cuando estoy por alejar mi mano, su puño se cierra en torno a mi muñeca impidiendo el movimiento.
Nuestros miradas se encuentran y es como si todo dejara de funcionar, solo somos él y yo dentro de su auto con nuestros labios peligrosamente cerca.
Su respiración choca con la mía, mis ojos miran a sus labios, se ven tan suaves y apetecibles, su lengua se pasea por ellos humedeciéndolos y los míos cosquillean con la ansiedad de humedecerlos yo misma.
Dios, hace tanto tiempo que no sentía emociones como estas, la anticipación me toma desprevenida cuando lo noto acercándose a mí y no soy capaz de moverme o dejar de mirarle la boca.
Sus labios tocan los míos y… ¡Santa madre de los labios perfectos! Su boca me toma con parsimonia, el roce es leve, como si temiera que lo aleje o algo así.
Como si yo fuera capaz de soltarlo ahora.
Me impulso hacia él y lo beso con ganas, me responde de la misma manera, su mano libera mi muñeca para tomarme del mentón y tomar el control del beso, su lengua se adentra en mi boca y siento que toco el cielo cuando me muerde los labios de una manera tan sensual que me sube la temperatura a mil.
La falta de aire me obliga a soltarlo y nos quedamos mirándonos, recuperando el aliento, es entonces cuando mi cerebro reacciona y me doy cuenta de lo que hice.
Mierda.
Me alejo de su toque como si me lastimara, tomo mi bolso en mano y salgo del auto sin mirar atrás, me parece escucharlo llamando a mi nombre, pero no me detengo, corro, entro en mi edificio y subo a mi departamento como si la mismísima muerte me estuviese siguiendo.
¿Qué carajo acabo de hacer?