CAPITULO 5

4991 Words
Camila Stuart Trabajo es trabajo. Rechazo la llamada de mi jefe por quinta vez esta mañana. No ha parado de llamarme desde anoche que me dejo en mi edificio, y como la cobarde que soy cuando no sé como manejar una situación, he estado evadiéndolo de todas las formas posibles. Mi cerebro no ha parado de repetir lo que pasó en su auto y mis labios cosquillean todo el tiempo con ganas de volver a sentirlo. Sin embargo, me obligo a concentrarme en mi trabajo y no pensar en mi estúpido y sensual jefe, después de todo, es Leonardo Greco, el hombre más poderoso de Palermo, tal vez de Italia, dueño de la constructora en donde trabajo, líder de la mafia italiana, un hombre que puede poner a todas las mujeres del mundo de rodillas con una mirada, bueno no tanto así, pero ajá. Es Leonardo Greco y yo soy Camila Stuart, una mentirosa que vino aquí escapando de su matrimonio y buscando lo mejor para sus hermanitas. Jamás podría haber algo entre los dos, y si lo hay, sería cosa de una sola noche, puede que le guste, pero me dejará cuando se canse de mí, y yo me quedaré sufriendo como una estúpida porque es tan perfecto que un simple beso le basto para ponerme a temblar las rodillas con solo recordar sus labios. No, definitivamente no puede haber nada entre Leo y yo, él tiene todas las de ganar y yo las de perder, no voy a arriesgarme. - ¿Debo llamar a alguien? – juro que sufro tres paros cardiacos seguidos por el susto que me provoca mi secretaria al aparecer de la nada en mi oficina. - Danna, ¡por dios! Me has dado el susto de mi vida – me quejo poniendo la mano sobre mi pecho en un tonto intento de tranquilizar a mi bomba de sangre. - Lo siento, estuve intentando que atienda el teléfono y golpee varias veces antes de entrar, pero no recibí respuesta de su parte. Otra razón para sacar a Leo de mis pensamientos, me desconecto cuando pienso en él. - Si, yo… estoy algo distraída, lo siento, ¿para qué me buscabas? - El señor Greco llamó a junta, dijo que todo el equipo que está trabajando en el complejo debe ir, es importante. Mierda, lo último que quiero hacer ahora mismo es verlo. - De acuerdo, ¿a que hora será la reunión? - Deben estar esperándola, se suponía que empezaría hace cinco minutos. Trágame tierra y escúpeme en Dubái, si no es mucha molestia claro. - Genial, gracias Danna – me pongo de pie y tomo la Tablet para poder asistir a la dichosa reunión. - Suerte – me apoya con una sonrisa apenada, sabe que Leo odia la impuntualidad y que es un ogro cuando se enoja, aunque ahora que lo pienso, yo jamás lo he visto en ese modo. Camino a paso seguro por el piso que me lleva a la sala de juntas, la puerta está abierta, cosa que me permite ver a algunos de los presentes, mi caminar aminora conforme me acerco. No quiero entrar, las rodillas me tiemblan y temo que los pies se me enreden y termine cayendo de mis tacones y yendo de bruces al suelo. El pulso se me dispara cuando estoy a unos pasos y vislumbro a Leonardo recostado en el espaldar de su silla mirando con frialdad a quien esté a su lado. La distancia entre la sala y yo deja de existir cuando toco el umbral de la puerta, Susan está parada junto a Leo con la cabeza baja y completamente ruborizada, el sonido de mis tacones llama la atención de los presentes y desvían la mirada de la secretaria a mí. Me aclaro la garganta antes de hablar, los ojos de Leo caen en mí y finjo que no está presente. - Lamento la demora, tuve un percance antes de venir – aclaro mientras avanzo a paso firme hasta la única silla disponible, como el universo me odia, es la silla junto a mi jefe. - Apenas íbamos a empezar – la voz ronca de Leo inunda la sala, mantengo la mirada en un punto cualquiera mientras la secretaria sale cerrando la puerta detrás de ella. El sensual ser humado que está a mi lado se pone de pie obligándome a levantar la mirada para simular que lo miro a la cara, no hacerlo mostraría la ausencia de confianza en mí y es algo que no estoy dispuesta a mostrar. - Los llamé porque tengo excelentes noticias para ustedes – lo siento posarse a mi espalda y mi piel se eriza con la cercanía – la tarde de ayer la señorita Stuart puso a los inversionistas a comer de nuestra mano, hoy en la mañana recibí los primeros pagos y el equipo entero está invitado a una convención que tendrá lugar en Nueva York. La sonrisa que se dibujo en mi rostro desaparece, no puedo volver a mi ciudad, no quiero, no puedo hacerlo. - ¿Nueva York? – pregunto en un susurro, por favor, que haya escuchado mal. - Así es, viajaremos durante en fin de semana, como es un viaje empresarial iremos en mi avión privado, por ende, es importante que todos estén en el aeropuerto a las cinco de la mañana del viernes, regresaremos el domingo. Siento que voy a desmayarme, volver a mi ciudad implica la posibilidad de volver a ver a mi padre, mis hermanas o peor, mi esposo. ¡Maldición! - ¿Te sientes bien Camila? – pregunta Lewis, el geotécnico. Trato de recomponerse y me remuevo en la silla buscando quitar la inquietud de mi cuerpo. - Si, si, solo, estoy un poco falta fe vitaminas y eso me pone mal – miento sonriendo apenada, Leo sigue a mi espalda y siento su mirada clavada en mi nuca. - Toma un poco de agua, estás pálida guapa – me ofrece una botella de agua y la recibo tratando de no temblar en el proceso, la idea de volver a casa me pone fatal, alguien carraspea y mi jefe vuelve a hablar. - Las relaciones personales no se mezclan con el trabajo señores – siento la brisa fría del aire acondicionado cuando Leonardo se aleja de mi cuerpo y regresa a su lugar, no sé a quién se dirigía con el comentario, pero no podría importarme menos en este momento. Me siento abrumada y estresada, no puedo inventar nada para quedarme y no quiero pisar suele estadounidense hasta que mis hermanas estén bajo mi tutela. El resto de la reunión me la paso en silencio, solo respondo con monosílabos en los momentos en los que me veo obligada a interactuar, varios de mis compañeros me agradecen por “ganarme” ese viaje, si supieran lo mucho que me aterra ir. Mi mente es un caos total y el sentir la mirada de mi jefe estática en mí no me ayuda a pensar con claridad, quiero ir a casa y meterme en la cama por el resto de mi vida por lo que agradezco al cielo cuando la reunión llega a su fin. - Eso es todo, pueden retirarse – me pongo de pie de un salto y soy la primera en salir sin mirar atrás, camino hasta mi oficina y me dejo caer en mi silla procesando que es lo que debo hacer. Busco mi móvil y no lo hallo en mis bolsillos, tampoco está en mi escritorio y termino de rodillas en el suelo buscándolo por toda la oficina. - Si así recibes a todos los que entran en esta oficina voy a visitarte más seguido. Me pongo en pie de un salto, avergonzada, asustada y nerviosa, estoy usando un traje ejecutivo a la medida, en la posición en la que estaba no es difícil deducir que tanto vio. Me maldigo mil veces por no poner el pestillo en mi puerta. - ¿Buscabas esto? – pregunta moviendo mi teléfono en su mano derecha, pero ¿Cómo es que lo tiene? - Yo… ¿Cómo? – corta mi pregunta respondiéndola antes de que termine de formularla. - Se te cayo cuando saliste corriendo como desquiciada de la sala de juntas – explica extendiendo la mano, tomo el teléfono tratando de no rozarlo ni por accidente. - Lo siento, tenía prisa – guardo el móvil en el bolsillo de la chaqueta y lo veo dar un paso hacia mí, mismo que yo retrocedo. - Lo noté, como también note que has estado actuando raro desde anoche, ¿Qué pasa? – pregunta acercándose cada vez más, dejo de retroceder cuando mi trasero impacta contra mi escritorio y termino atrapada entre la madera y el cuerpo de Leo. - Yo… - siento que el aire se atasca en mis pulmones cuando su fragancia me llena por completo, huele tan bien. Se me eriza hasta el último vello de la piel cuando su respiración choca con la mía, está demasiado cerca y yo demasiado abrumada. Apoyo mis manos en el escritorio cuando lo siento aún más cerca, alzo la vista a sus orbes y… gran error, la intensidad en ellos me pone a temblar las rodillas, se quitó la chaqueta del traje y la camisa blanca permite detallar muy bien sus fornidos músculos. Aprieto las piernas cuando me imagino sus brazos alrededor de mi cuerpo, mis labios se sienten resecos y los humedezco por puro instinto, segundo error, sus ojos captan el movimiento y noto como tensa la mandíbula mandando corrientes de calor a mi centro. - Tú… - su voz suena tan ronca y sensual cuando habla en susurros, dios, necesito un ventilador y un par de bragas nuevas. - No es nada, yo… yo ya no sé ni como me llamo, ¡bésame y ya, joder! Obviamente eso solo lo digo en mi mente, decirlo en voz alto sería perder mi dignidad por complet… - Si me lo pides así, por su puesto – lo escucho murmurar antes de estampar sus labios contra los míos, mi cerebro se desconecta, mis manos cobran vida propia y se aferran a su cuello mientras le sigo el beso con las mismas ganas. No puedo creer que viví cuatro años sin besar a nadie, había olvidado lo bien que se siente, su boca domina la mía, su lengua se adentra en mi boca tomándome por completo. Sus manos se cierran en torno a mi cintura y yo enredo los dedos en su cabello, escucho el sonido de algo cayendo al suelo y seguido mis pies dejan de tocar el suelo cuando Leo me alza en brazos para posarme sobre la madera. Mis piernas se abren invitándolo a acomodarse entre ellas, cosa que aprovecha y me aprieta más contra él, puedo sentirlo todo y temo que el pueda darse cuenta de lo húmeda que estoy por un simple beso. Me aparto en busca de aire y mi jefe empieza a dejar besos húmedos por mi mentón, desciende al cuello y la vista se me nubla con la deliciosa sensación que provocan sus labios suaves sobre mi delicada y receptiva piel. Mi cuerpo entero se tensa cuando la tela de mi falda sube conforme su mano avanza, pero entonces tengo un momento de lucidez, soy consiente de que estoy haciendo todo lo que se supone que no debería hacer. No puedo reducirme a un acostón con mi jefe en mi oficina, sobre todo sabiendo que después me tratará como a una más, y yo no soy una más en la vida de nadie. O soy la inolvidable o no soy nada. Tomo aire despacio antes de apartarlo justo cuando está por llegar al vértice de mis muslos, sus labios abandonan mi piel y sus ojos me miran con suspicacia, tiene la respiración acelerada y las espalda tensa. - Gracias por devolver mi teléfono, pero creo que es hora de que se vaya señor Greco, debo volver al trabajo – hablo con la voz más firme y seca que logro encontrar en mi ser. Bajo del escritorio y acomodo mi falda dándole la espalda para rodear mi escritorio, pero no logro concretarlo ya que me sujeta del brazo volteándome de un tirón y dejándome contra su duro pecho. - ¿Qué demonios sucede contigo? Me provocas, me besas, me dejas tocarte y luego solo me apartas, no soy tu maldito juguete Camila – espeta furioso, miro a cualquier lado buscando la huida. No puedo darle una explicación cuando ni yo misma me entiendo. - Habla, ¿Qué carajos pasa? Somos adultos Camila y las personas se entienden hablando, no puedo leerte la mente para descubrir que es lo que callas. El agarre en mi brazo se reafirma y raya a lastimarme, suelto un quejido por eso, pero lo único que consigo es que ajuste más. - Me estás haciendo daño – hablo entre dientes y mirándolo furiosa, mi ira no es con él, es conmigo, por no poder controlarme y hacer estupideces como esta, nunca debí besarlo, maldición. - Lo siento – dice soltando mi brazo, la intensidad desaparece por un segundo y lo veo parpadear como si tratara de colectarse de nuevo – te veo en el estacionamiento a las cinco con diez, plaza 22. Sale de mi oficina sin darme tiempo a procesar sus palabras, mucho menos alegar algo coherente, solo me quedo ahí, parada como una estúpida viendo el lugar por el que salió sin mirar atrás. Las sensaciones que provocó todavía haciendo eco en todo mi cuerpo, Leonardo Greco es un hombre demasiado sensual y eso de por si ya es peligroso, la autoridad y poder que emana, lo definido de sus músculos y su maldita manera de besar… Jesús de las pecadoras, tengo que poner en orden mis ideas, necesito dejar de fantasear con ese hombre, no puedo involucrarme con él, no puedo. Busco el número de Mel en mi celular, marco mientras recojo el desastre que provoco ese idiota nalgón y me acomodo en mi sillas esperando que mi mejor amiga conteste el maldito teléfono. - ¡Pequeña zorra! – grita al teléfono después de contestar, aparto el aparato un poco por el ruido. - ¿Dónde carajo estás? Hay demasiado ruido – me quejo. - Es día de fiesta, uno de mis compañeros de trabajo se comprometió y estamos celebrando. - Joder, Melody, son casi las seis de la mañana allá, se supone que entras a trabajar en menos de dos horas – como si eso le importara >> me responde mi conciencia. - Tengo el día libre, no te preocupes – escucho un golpe seco y luego a ella quejarse, seguro ya se golpeó con algo – mejor cuéntame, ¿Por qué me llamas a esta hora? Nunca me llamas para darme los buenos días. Es cierto, siempre trato de llamarla cuando es tarde allá, Palermo está seis horas por delante de Nueva York, nuestra comunicación es limitada por esa razón. - Necesitaba hablar contigo, pero parece que tienes más licor que cerebro en el cuerpo, así que te llamaré después, yo sí que debo trabajar. Cuelgo antes de que me alegue algo y dejo caer la cabeza en la mesa, tengo que pensar. Tengo dos grandes problemas; uno, el dichoso viaje a Nueva York, dos, las monumentales ganas de tirarme a mi jefe. Primero lo primero, debo hacer ese viaje si o si porque trabajo es trabajo, es casi imposible que me encuentre con mi pasado, primero porque vamos a una convención de constructoras, ni mi padre ni mi esposo tienen negocios en esta rama. Segundo, mis hermanas suelen pasar en casa o el centro comercial, no se enterarán de nada y tercero, mi apariencia actual no tiene nada que ver con la que ellos conocen, nadie podría reconocerme, yo no lo hago cuando me miro al espejo. Iré a la maldita convención, lo pasaré genial y volveré a casa como si nada, nadie sabrá que estuve en Nueva York y continuaré con mi vida aquí, después de todo ya solo faltan meses para poder tener a mis hermanas a mi lado y después de eso tramitaré el divorcio. He ido amasando mi pequeña fortuna gracias a mi trabajo, estoy segura de que cuando reaparezca en la vida de mi familia todo se pondrá de cabeza, pero puedo con eso. Liam es un imbécil y mi padre al no tener con que manipularme pasa a ser un cero a la izquierda. Ahora, el otro asunto, necesito sacarme a Leo de la cabeza, para eso necesito distancia, cosa que no me puedo permitir porque perdería mi empleo y eso echaría por la borda mis planes. Así que tengo otra opción, cogérmelo, disfrutarlo y rogar que con una sola vez me baste para dejar de desearlo. El sonido del teléfono me distrae de mis pensamientos, alzo la bocina y la voz de Lewis me recibe del otro lado. - Hola bella, es hora del almuerzo, ¿quieres acompañarme? – pide con su tono amigable de siempre, Lewis es un buen tipo, lindo y amable, no me haría mal pasar un rato con él, además muero de hambre. - Claro, bajaré a la cafetería en un rato – respondo. - Oh, espera, mejor paso por ti – y cuelga antes de que pueda negarme, me pongo en pie y me aliso en traje, acomodo mi cabello y me encamino a la puerta. Nuestras oficinas están cerca, así que no me extraña verlo afuera cuando abro. - ¿Cómo le haces para estar más hermosa cada que te veo? – sonrío sin saber que decirle, Lewis a estado coqueteando conmigo desde que nos conocimos. Traté de decirle que no me interesa de una forma amorosa, pero es persistente. - Bajemos rápido, muero de hambre – digo sonriendo amable y paso por su lado, lo siento pegarse a mi espalda y caminamos al elevador, me adentro seguida de él y me giro para recibir otro valde de agua fría. Leonardo Greco entra al mismo ascensor que nosotros y me encojo en mi lugar cuando su fría mirada recae en mí. Las puertas se cierran y me siento demasiado incomoda como para ponerle atención a lo que me dice Lewis, finjo que en mis uñas está el secreto de la vida y suplico porque lleguemos pronto. - Los chicos y yo iremos por un café después del trabajo, ¿te apuntas? – me pregunta mi compañero y estoy por responder cuando las puertas se abren y Leo me hecha una mirada que entiendo como advertencia antes de bajar. Él ya me ordenó que debía verlo al salir del trabajo, aunque no creo que quiera tratar asuntos laborales y mientras más lejos estemos el uno del otro, mejor. - Claro, me encantaría ir con ustedes – acepto la invitación de Lewis y caminamos juntos a la cafetería, pedimos nuestra comida y nos ubicamos en una mesa de dos. Siento que me miran, pero me niego a pensar en él, trato de concentrarme en mi acompañante y en lo que me dice, pero el que me empiecen a llegar varios mensajes seguidos me distrae. - Perdón – me disculpo sacando el móvil y lo desbloqueo, es Mel y un montón de incoherencias, pongo el celular en silencio y vuelvo a centrarme en mi compañero. - ¿Todo bien? – pregunta cuando guardo el aparato. - Sí, solo mi amiga ebria molestando – respondo con una media sonrisa y me concentro en mi comida. - ¿Ebria? Pero si apenas es medio día – sonrío por la cara de impresión y susto que pone. - Ella no vive en Palermo, donde está todavía no aparece el sol. - Vaya, ya me había asustado – dice en medio de una risa nerviosa, estira el brazo para tomar su limonada, pero el pulso le falla y termina golpeando mi vaso que se derrama en la mesa y termina en la falda de mi traje. - ¡Mierda! – me quejo poniéndome de pie al instante, Lewis hace lo mismo y se acerca a mí con sus servilletas para intentar limpiarme. Su intento queda a medias cuando otras manos me toman de la cintura y me halan hacia atrás alejándome del hombre que luce apenado y aterrado con la persona que se posa a mi espalda. Yo no necesito voltear para saber quién es, reconocería su aroma en cualquier lado. - Lo siento – musita Lewis mirándome apenado. - No te preocupes, no es nada, iré a limpiarme en el baño – intento irme, pero las manos en torno a mi cintura me mantienen en el lugar. - Lewis, deberías tener más cuidado con lo que hacen tus manos, ve a llamar a alguien que limpie este desastre – ordena Leonardo, su respiración cerca de mí nunca me eriza la piel. - Sí señor, lo siento guapa – se aleja de nosotros e intento irme de nuevo, y de nuevo fallo. - Tu vienes conmigo – ordena tomándome de la muñeca, pero me niego a irme con él, mi falda es blanca, mojada se transparenta y Leo pretende que camine por medio de la cafetería con una falda que deja poco a la imaginación. - Iré a limpiarme en el baño señor – digo mirándolo con determinación, no me humillaré frente a media empresa dejando que vean lo que no deberían ver. - Dije que vienes conmigo – vuelve a ordenar y cuando nota que no me voy a mover me recorre entera con la mirada y entiende mi punto, se quita la chaqueta, la pone sobre la parte afectada y la ata a mi espalda antes de halarme con él. Camino con la mirada en el suelo, la vergüenza no me deja ver a mis compañeros y agradezco que no haya nadie en el estacionamiento, Leo me abre su auto y yo subo sin titubear. Arranca en completo silencio y nos alejamos de las oficinas en dirección al centro de la ciudad, llegamos a una tienda de ropa y estaciona, baja, va a la maletera del auto y regresa a mi puerta con una larga gabardina en el brazo. Abre mi puerta y me la ofrece, la acepto y me quito su chaqueta, bajo, me coloco la gabardina y entramos juntos a la tienda. - Elije lo que quieras para remplazar el traje arruinado, esperaré en esa silla. Se aleja y una dependienta me guía por la tienda, es una boutique completa, hay de todo y ya que Leo está generoso le tomo la palabra y elijo de todo, incluyendo unas bragas nuevas. Paso el momento de mi vida escogiendo ropa en una de las boutiques mas caras de la ciudad, para cuando termino tengo un nuevo vestido azul marino entallado y sexy sin dejar de verse formal. Un conjunto de ropa interior, tacones a juego con el vestido y una chaqueta que complemente todo. Regreso con Leo, la empleada me da mi ropa en una bolsa y Leo se acerca a pagar, me entregan la factura y la vergüenza me cubre por completo, no me fije en los precios y acabo de gastarme casi un sueldo entero. Por lo general no me importa gastar en ropa, creo que es un mal necesario, pero si me avergüenza cuando no soy yo quien la paga. - Te devolveré el dinero – empiezo cuando estamos de vuelta en el auto. - No quiero que me devuelvas dinero – dice mientras conduce, lo veo de reojo y empiezo a formular preguntas que prefiero callar para no volver a caer en algo como lo de mi oficina. Me pongo nerviosa cuando veo su edificio aparecer a unos metros, se adentra en el estacionamiento y los recuerdos de lo que sucedió en ese mismo lugar me atacan encogiéndome en mi lugar. - No tienes nada que temer – dice apagando el motor – por ahora – murmura en un susurro tan bajo que casi creo que lo imagine. Abre mi puerta y bajo, lo sigo al ascensor, subimos a su departamento y está desolado, no hay rastro de que haya alguien más, esta ve si me permito detallar el área. El recibidor es enorme y lujoso, todo está en tonos blancos, negros y azules intensos, la decoración es de plata y cristal, los ventanales dejan entrar la luz natural y la chimenea aporta ese ambiente cálido de hogar. - Podrás verlo mejor después, ahora ven conmigo – su voz me saca de mi trance y lo sigo por uno de los pasillos, llegamos a su despacho y él toma su lugar mientras yo me ubico frente a él como la vez pasada. Saca un cigarro de algún cajón y lo enciende, da una calada profunda y retiene el humo unos segundos antes de soltarlo. - Seré claro y directo porque no me gusta perder el tiempo y mucho menos compartir – dice mirándome impasible. Aprieto las piernas por la intensidad de su mirada y asiento una vez sin saber por qué. - Me gustas Camila, mucho, me atrae tu tenacidad en el trabajo, la seguridad con la que te manejas frente a los demás, pero me encanta como te acojonas frente a mí, disfruto verte indefensa y abrumada en mi presencia, me gustas y te quiero para mí. La determinación en su voz junto con la posesividad de la última frase me pone a babear internamente, porque lo cierto es que a mi me encanta cuando me hace perder las neuronas con su sola presencia. - He notado que Lewis te persigue y parece que eso no te molesta, pero a mí sí, no me gusta compartir y ya te dije como soy con lo que me molesta, así que o te alejas de él o te alejo de él, tu elijes. Ok… me enciende y me molesta a partes iguales. - No eres nadie para decirme con quien juntarme o no, a mi no me molesta la cercanía de Lewis porque es mi amigo, no tengo nada con él y jamás pasaría, es solo un buen amigo, pero de nuevo, ¡No eres mi jodido padre para decirme con quien juntarme o no! Grito y consigo que se ponga en pie con rabia, le toma menos de dos segundos rodear el escritorio y tomar mi silla girándola para quedar frente a frente. - No me gusta que esté cerca de ti – repite con la mandíbula apretada. - No eres nadie… - ¡¿Es que no me escuchas?! – me quedo callada y nuestras miradas se encuentran – me gustas, te quiero para mí, como mí mujer, ¿entiendes eso? ¿Escuche mal? Probe droga y no me di cuenta y ahora estoy alucinando ¿cierto? - Me gustas Cam, y no soy de los que desperdician tiempo intentando mantener sus instintos a raya – declara reafirmándome que esto es real, esta pasando y no me lo estoy imaginando. - Yo… - No quiero solo una noche entre tus piernas, porque tengo la sospecha de que una vez que esté ahí, no querré salir nunca más – susurra a centímetros de mis labios. Su respiración suave me acaricia la mejilla cuando posa sus labios en mi mentón, baja por mi cuello y contengo la respiración cuando besa un punto peligrosamente cerca del inicio de mis pechos. - Leo… A mí también me gusta, ¿a quién podría no gustarle? Lo deseo y contenerlo solo acabará conmigo, pero si lo dejo fluir… Si lo dejo fluir estaría condenándome, Leo es un hombre poderoso y peligroso, no puedo dar pasos en falso con él, dice quererme para algo serio, pero podría estar mintiéndome. - ¿Sí? – pregunta acariciando mi piel descubierta con la nariz. - También me gustas, mucho, te deseo y quiero estar contigo, pero – respiro con calma para que mi voz salga firme – si vamos a hacer esto, necesito tener la certeza de que no vas a botarme después. - Tienes mi palabra – dice paseando una mano por mis muslos, aprieto las piernas cuando empieza a subir la mano por ellos – el que lo compra lo quita – susurra en mi oído – es lo justo, ¿no crees? Me importa un carajo lo justo, sigo debatiéndome entre dejar que mis instintos tomen el control de la situación o ser sensata e irme a casa. Pero mi lado irracional gana terreno cuando Leo muerde el lóbulo de mi oreja y empieza a susurrar guarradas que me calientan en menos de nada. Me toma de las manos y me pone de pie para besarme con ganas, con pasión y ahínco que me obliga a sujetarme de su camisa para no caer en la silla de nuevo. Sus manos se deslizan por mi espalda hasta llegar a mi trasero, aprieta con rudeza pegándome a su ingle para que pueda sentir lo duro que está. Mis caderas se ondean en busca de más fricción, siento como la tela del vestido sube y la corriente de aire da directo en la piel ahora expuesta de mis nalgas. Siento un el ardor en mi mejilla derecha cuando me nalguea con fuerza arrancándome un gemido desde el fondo de mi garganta, masajea la zona afectada mientras reparte besos húmedos por mi cuello, recorro su torso con mis manos. Llego al cinturón de su pantalón y lo retiro, abro la pretina, bajo el cierre y cuando estoy por adentrar la mano en su bóxer la puerta se abre de par en par con un ruido sordo que me hace brincar y Leo nos hace girar para cubrirme con su cuerpo. - ¡¿Se puede saber porque mierda no tocas antes de entrar?! – grita Leo acomodándome el vestido antes de acomodarse el pantalón, no veo a quien está a su espalda, pero la sangre me sube a la cara por la vergüenza de saber que nos vio en esa situación.
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