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Mi jefe, mi pecado

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Blurb

Sofía, es una joven que vive reprimida por la estricta educación religiosa que la han dado su madre y su abuela, “Eres la hija del pecado” le repite su abuela una y otra vez por ser hija de una madre soltera que no tiene ni voz, ni voto, en su propia vida, Sofía es tímida, romántica y soñadora, su mayor ilusión es trabajar, para independizarse y liberar a su madre del yugo de su abuela. Su vida da un giro inesperado cuando consigue trabajo como secretaria en la industria textil más importante de su pueblo, y conoce a Diego Ferrer, su jefe.

Diego, es un hombre encantador, guapo, amable y gentil, pero su mirada refleja una gran tristeza.

Sofía, se enamora irremediablemente de su jefe, y cada noche, escribe en su diario, los románticos encuentros que vive con él, que cada vez, son más atrevidos y candentes.

El amor es considerado una bendición, pero en este caso, para Sofía, amar a su jefe es…Un pecado.

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Capítulo 1
Era domingo y las campanas de la iglesia sonaban para misa de siete, Sofía se abrazó a su almohada suplicando por cinco minutos más de sueño. —¡Sofía! Anda niña que se hace tarde para ir a la iglesia, dios te va a castigar por tanta pereza, tu madre ya debía haberte levantado desde hace una hora, te consiente demasiado, deberías ser tú quien prepare el chocolate. —¡Ya voy abuelita! Ya estoy levantada, solo estoy haciendo mi cama. Se levantó rápidamente y se vistió para ir a misa, afortunadamente tocaba en la iglesia del barrio de San miguel y quedaba a tan solo dos calles de su casa. —Ya estoy lista mamá, vamos antes de que mi abuela comience a gritar, anda, dame la olla, yo me llevo el chocolate. Su abuela todos los domingos, obsequiaba pan y chocolate a los indigentes que pedían limosna afuera de la iglesia, así que Luciana, su madre se levantaba de madrugada para prepararlo. Como todos los días, las tres mujeres, iban a la primera hora de la mañana y al terminar la misa, Catalina enviaba a su hija y a su nieta, al confesionario. —Buenos días padre Julián. —Ave María Purísima, y ahora que pecados me vas a inventar Sofía. —Perdóneme padre, no era mi intención, es solo que mi abuela me exige que me confiese, y yo la verdad es que ya no sé qué decirle. —Voy a tener que hablar con ella, tanto tú, como tu madre, suficientes penitencias tienen ya, viviendo con una mujer como ella. —¡No padre por favor! No le diga nada, o la tomará contra nosotras, sobre todo contra mi pobre madre, que después de dieciocho años, sigue pagando por el pecado de haberme traído al mundo. —Anda hija ve con dios, veamos ahora que tiene para decir tu pobre madre. —Gracias padre, hasta mañana. Esa era su rutina de todos los días, ella disfrutaba de ir a misa, porque eran las pocas oportunidades que tenía para salir de casa, los domingos después de misa, Catalina las llevaba al tianguis a comprar las frutas y verduras para la comida de la semana y gracias a eso, le daban una vuelta a la plaza y veían a otras personas. Sofía tenía la mala suerte de que el bachillerato quedaba justo detrás de la casona en que vivían y su abuela, le había medido exactamente cinco minutos de la escuela a la casa, y ya sabía que era capaz de molerla a golpes, si se atrasaba al menos un minuto. En una semana iba a concluir el bachillerato, ella habría querido ingresar a la universidad, pero su abuela le dijo que no, para ir a la universidad debía trasladarse hasta el centro de Puebla y eso era lejos y costoso, así que no le permitió matricularse, argumentando también que iba estar expuesta a demasiadas tentaciones en ese trayecto tan largo. Sofía se había resignado a no estudiar, por el momento, pero tenía que encontrar la manera de convencer a su abuela de dejarla conseguir un empleo, la mujer todos los días se quejaba de lo caro que estaba todo y de que la pensión que le había dejado su difunto esposo cada día alcanzaba para menos, así que esperaba que la dejara trabajar para ayudar con el gasto de la casa, aunque sus verdaderas intenciones eran poder ganar algo de dinero, para huir junto con su madre del yugo de su abuela, si trabajaban, entre las dos podrían rentar una vivienda y salir adelante para tener una vida normal. Cuando regresaron del mercado, ya era casi medio día, Catalina se subía a su habitación a descansar, pero Luciana, tenía que lavar las frutas y verduras, ordenar las compras en la nevera y en la alacena, y hacer la comida, mientras Sofía, hacia la limpieza de la casa y lavaba el patio para evitar que se acumulara la suciedad de las golondrinas que solían anidar entre las trabes de madera que daban soporte al techo. —¡Sofía ya está la comida! Anda pon la mesa que no tarda en bajar la abuela. —¡Sí mamá! Voy enseguida. La hora de la comida, era su mejor oportunidad para hablar con ella, tenía que lograr convencerla, incluso, estaba dispuesta a trabajar dónde ella lo decidiera, lo más importante, era comenzar a ganar un poco de dinero. Subió a su habitación y encendió una veladora a San Judas Tadeo —“Por favor San Juditas intercede por mí para que se le ablande el corazón a mi abuela” —Rezó una oración antes de bajar al comedor. Como todos los días, puso la mesa y ayudó a su madre a servir la comida, Catalina era una mujer muy estricta, no permitía que nada estuviera fuera de lugar y por supuesto, su hija y su nieta, debían ser sumisas y obedientes, ella se había encargado de educarlas con el rigor que su bastón le permitía, no fue una, ni dos, fueron muchas las ocasiones en que tanto Luciana como Sofía, sintieron en carne propia, la rigidez de la madera de la que estaba hecho ese bastón. —¡Ya sirvan la comida! ¿Qué están esperando? ¿Qué me muera de hambre? Dios las va a castigar por pecadoras, “de tal palo, tal astilla” —Enseguida le sirvo madre —Luciana siempre fue enfermiza y débil de carácter, nunca tuvo la fuerza para enfrentarla y cuando conoció a un hombre que le habló al oído y le prometió amor eterno y liberarla de aquélla jaula en la que vivía, no dudó en entregarse, con la esperanza de que él cumpliera la promesa de casarse con ella y sacarla de esa casa, su madre no había parado de atormentarla ni un día desde que supo que estaba embarazada, estuvo a punto de provocarle un aborto a golpes, pero los vecinos llamaron al cura del pueblo para que evitara que sucediera una tragedia. Antes de comer por supuesto, debían dar gracias a dios y hacer oración, Sofía se ofreció a hacerlo ella, quería tratar de ablandar un poco el duro corazón de Catalina. Cuando terminaron de comer, respiró profundamente y se armó de valor. —Abuela, hoy vi en el mercado que cada vez todo está más caro, a ese paso, tu pensión no será suficiente para cubrir los gastos de la casa, he pensado que quizá yo debería trabajar para ayudarte, en unos días terminaré el bachillerato y en dos semanas seré mayor de edad. —¿Y de qué podrías y trabajar tú? ¿Si no sabes hacer nada? —En el bachillerato me enseñaron a usar la computadora y en las clases de inglés me iba bastante bien, yo creo que podría trabajar de secretaria o de recepcionista en cualquier empresa. —¡De ninguna manera! ¿Para qué me salgas con tu domingo siete como tu madre? Ya bastante tengo con una hija del pecado en mi casa, como para que permita que tú también te arrastres en el lodo. —Abuela, te juro que eso no va a pasar, yo estoy dispuesta a trabajar solo donde tú lo apruebes, no aceptaré ningún trabajo indigno. —Ya te dije que no, y no insistas, mejor recoge la mesa y lava los trastes, que es para lo único que sirves. ¡Y tú Luciana! Acompáñame a mi recámara, me duelen los pies. ¡Sóbamelos con alcohol! Sofía comenzó a recoger la mesa, no pudo evitar derramar unas lágrimas, ya debería estar acostumbrada a las palabras hirientes de su abuela, las había escuchado toda la vida, pero lo que más le dolía, era la actitud tan sumisa de su madre, que no hablaba, ni siquiera para defenderla. Desde que tenía uso de razón, su única meta en la vida, era salir de esa casa y llevarse a su madre, y no sabía cómo le iba a hacer, pero tenía que conseguirlo. Esa noche, le dio gracias a dios de que su abuela no bajara a merendar, disfrutaba poder compartir unos minutos con su madre a solas, ya se había cansado de pedirle que no se dejara maltratar, pero Luciana parecía ya no tener remedio. —¿Sabes mamita? Mañana en el confesionario, le voy a pedir ayuda al padre Julián, tal vez él pueda convencer a mi abuela de que me deje trabajar. —Sofía, ya no insistas hija, ya ves cómo se enoja, me da miedo que te pegue. —No te preocupes mamita, a mí sus golpes ya no me duelen, a lo único que nunca me voy a acostumbrar, es a seguir viendo cómo te maltrata. Sofía era una chica optimista y soñadora, no perdía la fe, ni la esperanza, y todas las noches antes de dormir, tomaba su diario y escribía todas las cosas relevantes que le pasaban en el día. [«Querido diario, hoy le pedí a la abuela permiso para trabajar, como era de esperarse, me dijo que no, pero mañana, lo intentaré de nuevo, yo voy a liberar a mi madre, lo prometo»] Esa noche soñó que caminaba por el parque con su madre, ella llevaba un vestido con flores, y de colores alegres, y su madre una sonrisa en los labios. Cuando abrió los ojos las campanas para misa de seis ya sonaban a lo lejos, se puso de pie y se vistió lo más rápido que pudo, era lunes, y era día de escuela, estaba feliz porque oficialmente había comenzado su última semana de clases, ella era la única alumna del colegio que iba a misa a las seis de la mañana y luego a la escuela, ya estaba acostumbrada a las burlas de sus compañeros, su falda escolar era la más larga y era la única que usaba camisa de manga larga, pero ella confiaba, en que eso pronto iba a cambiar. Aprovechó el momento de confesarse para hablar con el sacerdote y pedirle su ayuda, su abuela solía tomar mucho en cuenta las palabras del padre, al terminar, corrió a casa a recoger sus libros y a desayunar para irse al colegio, era su rutina de todos los días, y en una semana, ya no volvería a ser igual.

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