4: La Evaluación de Leonardo

1819 Words
Leonardo. Dos infernales semanas. Dos putas semanas consumidas en reuniones, ahogado en papeleo, lidiando con viejos amargados y supervisando cada maldito detalle para que la empresa constructora siguiera siendo perfecta. Hoy, por fin, estaba de vuelta en Roma. Apenas tuve tiempo de dejar la maleta y tomar una ducha larga y necesaria antes de dirigirme de nuevo a la constructora. No podía desatender la empresa; con mis padres de viaje, Camillo, Amos y yo éramos los pilares de nuestro imperio. La puerta de mi oficina se abrió. Camillo y Amos entraron. —Leo, ¿qué tal el viaje? —preguntó Camillo, chocando el puño conmigo. Amos hizo lo mismo. —De la puta madre. Estoy exhausto —me recosté en mi silla, cerrando los ojos por un instante. —Me revienta que la gente no sepa hacer su puto trabajo. —¿Tan grave era el problema que no pudieron resolverlo sin ti? —Amos se apoyó en mi escritorio. —Nosotros también hemos estado saturados de trabajo. —¿Cómo están los chicos? —Bien, siguen siendo los mejores en clases, lo normal. —Camillo se sentó. —Oscar, sin embargo, ha vuelto a las carreras ilegales. Y está más rebelde de lo habitual. Levanté una ceja, sintiendo un escalofrío de alarma. —¿Sucedió algo con él? Amos suspiró. —Tuvimos una discusión hace una semana. Lo reprendí por esas estupideces. Pero ya lo conoces: es terco, incontrolable, como tú. Bufé, rodando los ojos. —Dile eso a nuestro padre. Por su culpa somos así. Y ustedes dos no se quedan atrás. Camillo se rio. —Tú y Oscar son los peores. Marius y yo somos el equilibrio pacífico. —Se levantó. —Vamos a comer algo. ¿Qué tal si vamos a la cafetería? —Suena bien. Necesito un espresso fuerte —Amos se ajustó las mangas de la camisa. Salimos de la empresa, cada uno en su coche, y nos detuvimos en el estacionamiento de la cafetería. Al entrar, notamos que el lugar no estaba tan lleno como de costumbre. Las mesas estaban dispersas y los camareros, relajados. Pero una chica en la barra capturó mi atención de inmediato. Al vernos, se levantó de su taburete. —Bienvenidos —dijo. La chica era indudablemente hermosa. Ojos miel grandes y brillantes, una piel canela exquisita y un cabello de un rico tono chocolate. Miré de reojo a mis hermanos. La estaban escudriñando con la misma intensidad. Sin mediar palabra, caminamos hacia nuestra mesa reservada. Sus pasos se acercaron a nosotros con una ligereza profesional. Al sentarnos, la chica nos miró con una curiosidad inocente, y luego soltó una pequeña risa que encontré sorprendentemente dulce. —¿Qué les gustaría ordenar? —preguntó, bajando la vista a su libreta. —Quiero un cheesecake y un espresso —ordenó Amos, sin dejar de observarla. —Yo quiero un tiramisú y un affogato —dijo Camillo, con su voz tranquila y mesurada. —Un café hawaiano y pastel de limón —mi voz sonó firme, la autoridad inherente que siempre tengo. —Perfecto. Enseguida les traigo sus pedidos. —Nos regaló una sonrisa que cerró sus ojos y se retiró. —Es realmente hermosa —murmuró Amos. —Lo es —Camillo y yo respondimos al unísono, un entendimiento silencioso. A los pocos minutos, la mesera regresó con nuestros pedidos. Dejó los platos frente a nosotros. Luego, sin que hubiéramos pedido nada más, empezó a colocar más postres y bebidas en los puestos vacíos de nuestra mesa. —Disculpa —dijo Camillo. —Nosotros no hemos pedido esto. —Lo sé —nos miró con una picardía divertida. —Pero sé que tendrán compañía en treinta segundos. —Miró su celular, asintiendo con total seguridad. —No estamos esperando a nadie —dije, extrañado. —Lo sé. Pero estoy segura de que cuando lleguen sus hermanos, se sentarán con ustedes. Después de todo, esta es su mesa personal. Nos tensamos. Ella conocía a nuestros hermanos. Y al parecer, muy bien, pues había traído sus bebidas y postres favoritos. —¿Conoces a nuestros hermanos? —preguntó Camillo, a lo que ella asintió. —Pero creo que te equivocaste en una bebida. —No me equivoqué —miró hacia la calle, y luego a nosotros. —Sé que el favorito de Oscar es el latte, pero como el día ha estado caluroso, hoy preferirá un frappé. En ese instante, la campana de la puerta sonó. Nuestros cuatro hermanos menores entraron. —¡Sofía! —la llamaron al verla, y ella les devolvió una gran sonrisa. Joder, ¿Ella es Sofía? —¡Hermanos! —Samuel se acercó rápidamente, saludándonos con el típico choque de puños. Todos nos saludaron igual, excepto Oscar, que solo nos miró, con su rebeldía habitual. —Hola. —Sofía, ellos son nuestros hermanos mayores —comenzó Marko. —Leonardo, Camillo y Amos. Hermanos, ella es Sofía Caruso, nuestra amiga de la universidad. —Es un gusto conocerte, linda —Camillo le sonrió. —¿Cómo supiste que éramos sus hermanos mayores? —Reconocería esas cejas y esos ojos grises en cualquier lugar —volvió a sonreír, haciendo que sus ojos se achicaran. —Además, esta mesa solo la utilizan ustedes. Fue fácil adivinar. —Sí, la verdad es que eso nos identifica —Samuel se rio, probando su postre. —Si necesitan algo más, solo llámenme —dijo, y se retiró, dejándonos solos. —¿Y bien? ¿No es hermosa? —preguntó Marius. —Jodidamente hermosa —respondió Amos. —Me encanta. Definitivamente es la mujer ideal. —Tiene unos ojos muy bonitos —Camillo llevó su vaso a los labios. —Y tiene un cuerpo para morirse. —Y eso que no la han visto en shorts o pantalones ajustados —Marko miró hacia ella en la barra. —Rara vez los usa, prefiere los pantalones anchos o monos. —¿Y tú qué piensas, hermano? —Samuel me preguntó. Todos me miraron. Yo era la pieza final, la aprobación definitiva. —Me parece atractiva. Tiene un caminar muy singular, moviendo esas caderas que tiene —hice una pausa, mirándolos a todos. —Y puede que me guste mucho más de lo que estoy dispuesto a admitir. —¡Sí! —Marko y Samuel chocaron las manos con euforia. —¿Cómo les ha ido con ella en estos días? —les pregunté a los menores, volviendo al tono de análisis. —Ella es genial, hermano. Es totalmente diferente con cada uno de nosotros —comenzó Samuel. —Es como si adaptara su forma de ser a cada personalidad —continuó Marko. —Y esa forma es la que le gusta a cada uno. —Conmigo es tranquila, callada. Me observa mucho; no se le escapa ningún gesto o movimiento —dijo Marius. —Te va a encantar, Camillo. —Pues ya estoy ansioso por comprobarlo —Camillo cruzó los brazos, con una sonrisa de expectativa. —¿Cómo es contigo, Oscar? Todos miramos a Oscar, que no había roto su silencio. —Es sumisa, pero a su manera. Sabe cuándo estoy de buen o mal humor. Me habla para distraerme de mis molestias. No le tiene miedo a subirse a mi motocicleta, y eso es genial. —Se nota que se ha vuelto alguien especial para ustedes —Amos observó a los cuatro. —Se sienten bien con ella. Y ella es con ustedes exactamente como ustedes lo necesitan. —Es sorprendente que haga eso —terminé mi bebida. —Siempre trata de hacernos sentir bien —Marius prosiguió. —Aunque es distraída, traviesa y muy competitiva. Hace unos días jugamos baloncesto con ella en la universidad. —La noticia me sorprendió. —Le encantan los deportes, canta a todo pulmón con Samuel, y canta hermoso. Es muy inteligente y sabe hacer muchas cosas. —Es una buena chica. A pesar de ser ignorada por sus padres, sigue luchando por superarse —Marko suspiró. —Es becada. Está sola en este país y no tiene a nadie. Así como ella se adapta a nosotros, nosotros intentamos adaptarnos a sus necesidades, pero ella se niega, es muy difícil. —¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Camillo, con una ceja levantada. —Ella pensó que por ser becada la íbamos a alejar —respondió Samuel. —Nos hemos ofrecido a llevarla y traerla de su edificio, pero se niega. Solo pudimos conseguir buscarla a la salida, ya que termina a las siete de la tarde. —No quiere que piensen que está con nosotros por dinero —Oscar suspiró, frustrado. —Nos dejó claro que puede ganar su dinero sin depender de nadie. —Entiende que no quiere eso, por ahora —Marius le recordó a Oscar. —Aún no es momento de decirle que la queremos como nuestra mujer. Necesita tiempo para conocernos, y aún más a ustedes, que apenas la conocieron hoy. —Pero me frustra no poder tratarla como la puta princesa que es —Oscar se recostó en su asiento. —No te desesperes —dijo Camillo. —Pronto se dará cuenta de que es una princesa para nosotros. —Y por cómo ha sido su pasado, será difícil hacerla dependiente de nosotros —Amos la miró. —Primero, hay que cortejarla y conocerla mejor. Después, hacerla nuestra. Y ahí no podrá negarse a nuestros mimos y atenciones. Todos dirigimos la mirada hacia nuestra chica, sentada en la barra. Tenía una libreta grande en una mano y un lápiz en la otra, concentrada en dibujar la planta sobre la barra. —Me encanta cuando se concentra en dibujar —escuché a Marius, pero nadie lo miró; todos estábamos absortos en Sofía. —No es por presumir, pero —Samuel se rio con suficiencia. —Mi mujer es la mejor artista de su clase. —Querrás decir nuestra mujer —lo corrigió Marko. —No, mi mujer —sentenció Samuel. —¿Acaso los ha dibujado a ustedes? —Marko, Marius y Oscar negaron. —Pues a mí sí, así que soy el primero. —Mi nena debió pintarme a mí, soy más atractivo que tú —Marko cruzó los brazos, indignado. —Ay, por favor —intervino Oscar. Todos lo miramos. —Todos sabemos que yo soy su favorito. Yo la domino más que ustedes. —Ja, hasta que llegue Leonardo —Marius se rio. —Nadie le gana a nuestro hermano. Y ella es sumisa con todos a su manera. Con que sumisa. Interesante, y más aún cuando dominar es mi mayor placer. Otra cualidad que compartimos Oscar y yo. Él es salvaje, yo soy más rudo y frío. Ambos dominantes. Veremos qué tan maravillosa serás, nena. No dejaremos que te escapes de nosotros. Ahora serás nuestra linda gatita, buscando a sus amos para obtener nuestras caricias y atención. Dios, me estoy poniendo duro de solo pensarlo.
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