Ámbar Cuando salí de la oficina, me sentía destrozada. Para él, siempre sería una simple secretaria que podía reemplazar en cualquier momento, pero ya eran muchos años amándolo en silencio y jamás se había comportado de esa manera tan grosera. Su carácter no era el mismo; había cambiado demasiado y yo no estaba para soportar que me humillara así. Por supuesto que no. Cuando por fin llegó a mi edificio, el hombre que se encontraba en el lobby me sonríe y, al ver mis ojos rojos, se acerca con un poco de preocupación. —Ámbar, linda, ¿estás bien? Yo le sonrío y asiento, pues no voy a andar llorando por todos los rincones. Así que suspiro y empiezo a caminar hacia el elevador. —No se preocupe, señor Jaime, simplemente fue un mal día en la oficina, pero me tomaré unas vacaciones. Así que si

