Asher
No sabía por qué estaba pasando todo esto en mi vida: tener una familia feliz, una hermosa esposa, a que todo se fuera a la mierda. ¿En qué maldito momento? Y mi padre, encima de mí, asegura que pronto morirá y que me tengo que hacer cargo de todos sus negocios. Me jalo el cabello con desesperación. Han pasado tres años desde aquel fatídico accidente y cada vez más las cosas están peor. Escucho gritos fuera de mi oficina y frunzo el ceño; no esperaba a nadie, pero cuando me voy acercando a la puerta, reconozco esa voz perfectamente. Así que suspiro, y ahí está Isabella, la madre de Serena. Sabía perfectamente qué estaba haciendo aquí, pero tenía que darle largas al asunto. No pienso dejar a mis hijos, no importa que sea el peor hombre del mundo; quiero a mis hijos a mi lado.
Le pido que me dé tiempo, pero no para hablar con mi abogado; ese cuento solo se lo cree ella. Es para buscar una maldita solución. Cuando ella accede y se marcha, voy hacia mi oficina, me siento en mi silla y cierro mis ojos. Mierda, ¿qué haré ahora para que no tenga oportunidad de llevárselos? Escucho cómo abren la puerta y sé bien de quién se trata, así que antes de que pueda decir algo, yo la interrumpo.
—No quiero escuchar nada. Sé que quieres mucho a mis hijos, pero no te da el derecho a juzgar mis decisiones. No eres más que una simple secretaria. No cruces ese límite; ya con los problemas que tengo ahora es más que suficiente.
Cierro los puños porque todo lo que he dicho no es cierto, pero ella tiene que pensar igual que Isabella. Aunque me duele, aunque sé que me va a odiar, ya nada importa. Ella se ve muy molesta y empieza a decir todo lo que sé que es verdad, pero cuando dice que Serena fue una mala madre, yo me pongo de pie, ahí, frente al escritorio, porque para mi desgracia, así es. Ahora que ella no está a mi lado, me he dado cuenta de tantas cosas que me da vergüenza admitir. Que Ámbar tiene razón, y lo peor es que me duele. Me duele la muerte de Serena, me duele no haberme dado cuenta de que no era una buena madre para mis hijos.
—No hagas esto, Ámbar. No hables de Serena.
Empieza a gritarme todo lo que ya sé, pero es que ella no entiende que yo amaba a esa mujer incondicionalmente, que me cegó el amor que sentía por ella. Pero cuando ella me grita que tengo cuatro hijos maravillosos que me esperan todos los días para darme un abrazo, eso hace que me quiebre. Mis ojos se empiezan a cristalizar. Dios, sus palabras me lastiman. Jamás me había hablado de esa manera y estoy a punto de reprocharle por qué me lastima. Me dice que se va, que ahora sí es definitivo. No, ella no se puede marchar y dejarme solo, así que estoy dispuesto a decirle quién soy realmente. Pero, ¿por qué? Si ella no es nadie en mi vida y no conoce nada de mí, ¿quién le da el derecho de juzgar mis decisiones?
Pero cuando termino de hablar, ella se da la vuelta. Sus mejillas están empapadas en lágrimas y yo quiero acercarme, decirle que me perdone, que no debí decir todo esto, que fue un impulso. Y ahí es cuando me doy cuenta de que ella tiene razón: mis hijos la aman más que a su madre. Incluso puedo decir que más que a mí. Cuando ella por fin se da la vuelta y camina fuera de mi oficina, me doy cuenta de que estoy cometiendo el peor error de mi vida. No me pregunten por qué, pero lo sé. Así que la empiezo a llamar, pero ella no se detiene. Camino de un lado al otro con desesperación.
—¡Ámbar, mierda! ¡Ámbar, no te vayas!
Cuando decido seguirla, pensé que estaría en su escritorio y sería una amenaza más, como lo había hecho anteriormente. Pero no, ella está en el elevador, con las puertas a punto de cerrar. Yo corro para alcanzarla, pero ella niega y ahí entiendo que no hay marcha atrás, que se ha ido y no piensa regresar. Yo suspiro y me doy la vuelta, camino hacia mi oficina y miro el desorden que hay encima de mi escritorio por buscar unos papeles que ella ya me había entregado. Suelto una carcajada por lo estúpido e imbécil que he sido y empiezo a tirar todo. Dios, ¿por qué tengo que mandarlo todo a la mierda? Cuando por fin me detengo, mi respiración es agitada, mi corazón late con fuerza y mis puños están tan apretados que me duele. Pero nada importa. Escucho una risita burlona y volteo los ojos con fastidio; sé perfectamente de quién se trata.
—Vaya, parece que un tornado ha entrado a tu oficina y ha dejado un desastre. Y dime, señor inteligente, ¿quién crees que recogerá todo este desmadre que has dejado?
Yo lo miro con los ojos entrecerrados y camino tras de mi escritorio. Me cruzo de brazos y sé bien que lo que viene a decirme no me va a gustar, pues yo no lo he mandado llamar y eso solo significa una cosa.
—¿Qué haces aquí, Esteban? Yo no te mandé llamar, así que eso quiere decir que mi padre ha mandado un mensaje, o me equivoco?
Esteban sonríe y se sienta frente a mí. Empieza a jugar con el estúpido anillo que le encanta, pues ese anillo mi padre se lo regaló cuando lo hizo su jefe de seguridad. Todos piensan que fue un Marine, pero realmente es un matón sin escrúpulos, un sanguinario sin sentimientos que mi padre recogió de las calles. Aunque tengo que agradecer que ha sido fiel a la familia; a él la mano no le tiembla ante nadie.
—Tienes razón, el jefe quiere hablar contigo. Sabes que ha estado muy enfermo y, a pesar de que ya lleva años así, piensa que ha llegado su momento. Asher, no puedes negar lo que eres; por más que quieras vivir una vida normal, sabes que tarde o temprano te tienes que hacer cargo del negocio familiar. Así que ponte de pie, tengo que llevarte con tu padre.
Yo sonrío y niego, pero hago lo que me pide. Sé que si no lo hago, no me dejará en paz. Salimos de mi oficina en completo silencio. Cuando salgo de la empresa, cerca de seis camionetas me esperan. Yo volteo a ver a Esteban y él solo sonríe.
—Conoces el protocolo.
Yo solo volteo los ojos con fastidio y subo a la camioneta. Él sube después de mí, saca su celular y empieza a mandar mensajes, supongo que a mi padre para informarle que vamos. Yo estoy en completo silencio, pensando en lo que pasó con Ámbar. Creo que tengo que buscarla y pedirle una disculpa por todo, pero no sé cómo hacerlo, o al menos no sé cómo hacerlo con ella. Esteban me saca de mis pensamientos cuando lo volteo a ver; mantiene una sonrisa burlona.
—¿Ya pensaste cómo harás para que Ámbar regrese? Podrás vivir sin Serena, pero sin Ámbar jamás.
—Deja de decir estupideces, Esteban. Ámbar simplemente es una secretaria; sabes que es completamente reemplazable. Serena es mi esposa y la madre de mis hijos.
Él soltó una carcajada y yo estoy molesto. A pesar de que nos tenemos la confianza, pues nos conocemos hace demasiado tiempo, me molesta que hable así de mi esposa.
—Sí, y tú sigues repitiéndote eso. Jamás aceptarás que estuviste con Serena por darle la contra a tu padre, porque él siempre se negó a que te casaras con ella. Pero yo, que te conozco perfectamente, sé que sientes algo por Ámbar, y no es precisamente una mujer reemplazable. ¿O qué te parece si le preguntamos a tus hijos?
Yo guardo silencio porque no pienso seguir discutiendo algo tan estúpido con él. Ya veré qué hago para resolver el problema con Ámbar. Cuando llegamos a la mansión de mi padre, de inmediato bajo de la camioneta. Él está resguardado hasta los dientes, así que suspiro y empiezo a caminar. Todos los guardias me saludan; la mayoría tienen años trabajando con él. Es uno de los mejores jefes y la verdad es que, aunque quiera negarlo, sé que tengo que aprender mucho de él, pues me he mantenido lejos de todo este mundo.
—Hola, padre. Me dijo Esteban que querías hablar conmigo.
Él está en su cama, conectado a un oxígeno. Me mira y sonríe. Me pide que me acerque y yo lo hago. Me siento a su lado y él toma mi mano. Respira con dificultad y habla muy lentamente, pero lo que dice hace que mi piel se erice.
—Te di el tiempo necesario para que pensaras bien las cosas. Sabes que Serena no va a volver y no quiere decir que esté muerta. Sabía la clase de mujer que era; por eso siempre me negué a que estuvieras a su lado. Pero ya es momento de que tomes las riendas de tu vida. Me voy a morir y no puedo seguirte resolviendo la vida. Así que de una vez por todas, tienes que pensar con cabeza fría. Sé que Isabella te está chantajeando; es tan fácil como deshacerme de ella. Pero sabes, es tu oportunidad para que encuentres una mujer de verdad que te ame a ti y a tus hijos, que te cuide.
Yo lo miro confundido; no sé de qué está hablando. Obviamente, Isabella está encima de mí, pero ¿cómo se supone que me la quitaré de encima?
—Papá, no es tan fácil como deshacernos de ella. Sabes que no puedo hacer eso. Dame tiempo para buscar una solución para que no se lleve a los niños.
Él trata de soltar una carcajada, pero no puede; y empieza a toser. Yo me acerco a su mesita de noche y sirvo un poco de agua. Se la ofrezco y él toma unos sorbos. Cuando termina de beber, el agua se vuelve a recostar y suspira.
—Ay, hijo, solamente tienes que casarte y registrar a tus hijos con los apellidos de tu esposa y no habrá manera de que Isabella te los pueda quitar. ¿Ves qué simple es?
Yo empiezo a negar. Mi padre realmente está delirando. ¿Casarme con quién diablos voy a casarme? Y más cuando pretende que la meta a esta vida. No, no pienso hacer eso, aunque puede ser la solución a mis problemas.