Ámbar
Corría por el medio de los pasillos del hospital tratando de encontrar a Asher y a Serena. Mis manos sudaban y mi corazón latía con fuerza solo de pensar que les podía haber pasado algo. Cada cierto tiempo, limpiaba mis labios hasta que topé con alguien. Él me detiene para que no caiga y, cuando ve mi rostro, sonríe, pero su sonrisa es más una mueca. Yo suspiro y respiro hondo para tratar de tranquilizarme. Él suelta mis brazos y da un par de pasos hacia atrás.
—¿Te encuentras bien? Te ves preocupada. ¿Buscas a alguien?
Yo asiento frenéticamente y trago el nudo de mi garganta, pues sé que, aunque intente hablar, mi voz no saldría.
—Discúlpame, pero ¿tú me podrías ayudar? Estoy buscando a mi jefe y a su esposa. Me han llamado y me dijeron que sufrieron un accidente. ¿Podrías, por favor...?
Él asiente y empieza a caminar, pero no me dice nada, así que, sin pensarlo dos veces, me doy la vuelta y empiezo a caminar detrás de él. Cuando llegamos a la estación de enfermeras, él le ordena a la chica que se encuentra en la computadora:
—Por favor, ¿podrías ayudar a la señorita? Está buscando a unas personas, dice que le han llamado.
Ella le sonríe y asiente, voltea a verme y yo, de inmediato, le digo de quién se trata.
—Son los señores Rossi: Asher y Serena Rossi.
Ella, de inmediato, empieza a teclear en su computadora. Yo estoy muy nerviosa; tuve que dejar a los niños con Armando. Después de esperar un momento, ella asiente, pero no se ve muy convencida.
—Aquí se encuentra el señor Rossi. Ha ingresado por urgencias; tuvieron un accidente y él ha llegado inconsciente. Pero lamento decir que la señora Serena Rossi no se encuentra aquí, o al menos no la han ingresado en el sistema.
Yo frunzo el ceño, confundida. Me dijeron que los dos se encontraban aquí.
—Lo lamento. Cuando me llamaron, me dijeron que se encontraban los dos aquí, pero ¿me podrías decir en qué habitación está el señor Rossi?
—Sí, están terminando de valorar. Necesitas esperar un poco para que lo trasladen a una habitación. Si gustas, tomar asiento y en un momento yo pido la información. ¿Te parece?
Yo le sonrío y agradezco. Camino hacia la sala de espera y tomo asiento. Dios, ¿a quién debo de llamar? ¿A quién debo de informar? Mi jefe jamás se ha llevado bien con su padre y Serena, su madre, es una bruja. Si se entera de que no se encuentra en este hospital, haría un escándalo. Ay, Diosito, dime qué puedo hacer, por favor.
Después de esperar cerca de dos horas, por fin la enfermera se acerca a mí. Ella me sonríe y me pide que la siga, así que yo, de inmediato, me pongo de pie y caminamos por un enorme pasillo hasta llegar a una habitación. Pero puedo escuchar los gritos de mi jefe. Ella me mira con preocupación, pero yo solo tomo aire y abro la puerta. La verdad es que la escena es desgarradora: dos enfermeros tratan de detener a mi jefe y él grita como loco, con sus lágrimas bajando por sus mejillas. Yo tapo mi boca para no soltar un sollozo, pues es desgarrador y doloroso verlo de esta manera.
—¡Quiero ver a mi esposa! ¡Quiero que la traigan a mi lado! ¡Los voy a matar a todos si no la traen!
—Señor, su esposa no estaba con usted en el accidente.
—¡Pues vayan a buscarla y déjenme en paz! ¡Háganlo ahora mismo si no quieren que les vaya muy mal a ustedes!
Ellos me miran con preocupación. Yo cierro mis manos en puño y, por una vez en la vida, le grito a mi jefe.
—¡Basta, Asher! ¡Basta, por favor! Necesitas tranquilizarte. Serena no está aquí y ellos no pueden hacer nada. Ahora deja de amenazar a todo el mundo, porque así no vas a resolver las cosas.
Él me ve con los ojos muy abiertos, su respiración es acelerada, pero deja de gritar y se tranquiliza un poco. Así que los enfermeros lo sueltan y yo asiento. Ellos me miran, no muy convencidos, pero yo les sonrío para que entiendan que está bien. Así que salen de la habitación. Yo me paro frente a él, me pellizco el puente de mi nariz. Él me mira como si quisiera matarme, pero no me importa. Ahora lo que importa es tratar de saber qué diablos ha pasado.
—Jamás me habías hablado de esa manera. ¿Sabes que yo soy tu jefe y el que da las órdenes? Necesito que busquen a Serena.
—¿Y tú crees que gritando y amenazando vas a lograr algo? Piensa con la cabeza fría. Sé que te afecta, pues es tu esposa, pero tienes que pensar en los cuatro hijos que tienes en mi departamento y dejar de comportarte como un loco. Y sé que soy tu empleada, y discúlpame por la forma en que te hablé, pero no vi otra manera en que te controlaras.
Él guarda silencio por un momento. Yo siente feo cómo sus lágrimas empiezan a bajar por sus mejillas. Se acerca a un sillón y toma asiento, talla su rostro con frustración y llora, llora como un bebé. Y entre lágrimas me dice:
—Es que tú no entiendes. Tú no sabes el dolor que siento en mi pecho de no saber dónde está, si está viva, si está bien. Serena es el amor de mi vida. Tú no lo entiendes porque jamás has amado a nadie, pero siento una opresión en mi pecho como si algo me faltara. Necesito encontrarla, necesito encontrarla y saber que está bien y que esté a mi lado. Es la mujer que más he amado en este mundo y Dios no me la puede quitar. Él no me puede hacer esto.
Escucharlo hablar así me duele. Por supuesto que he amado; por supuesto que justamente ese dolor era el que yo sentía al no saber si estaba vivo o muerto. Pero, obviamente, él no lo sabe y estoy segura de que nunca lo sabrá. Yo me acerco a él, me pongo de rodillas para quedar a su altura, tomo sus manos entre las mías y lo miro a los ojos, esos hermosos ojos que me encantan y que ahora se encuentran rojos de tanto llorar por la mujer que él ama. Yo trago el nudo de mi garganta.
—Sé perfectamente lo que sientes, pero confía en que vas a encontrarla. Sabes que puedes contratar investigadores que la busquen, pero Asher, ¿cómo sucedió? ¿Qué fue lo que realmente pasó?
Él niega y se encoge de hombros.
—No lo sé. Habíamos decidido viajar por carretera. Serena estaba tan molesta que había cancelado los vuelos. Llevábamos muchas horas manejando. De pronto, alguien nos empezó a seguir. Serena empezó a llorar y, por más que la traté de tranquilizar, le dije que todo saldría bien. Pero eran tres camionetas las que iban tras nosotros. Ella se descontroló, la velocidad del coche era muy alta. De pronto, sin más, tomó el timón e hizo que nos volteáramos. Yo traía el cinturón puesto, solamente me golpeé un poco la cabeza, pero no sé dónde quedó ella o si se la llevaron. No lo sé. Cuando desperté, ella ya no estaba. La policía iba llegando, la ambulancia pidió un helicóptero, pues estábamos muy lejos del hospital. Ámbar, necesito encontrarla. Necesito saber que está bien. Por favor, llama a Esteban, que la busque, que utilice a todos los hombres que sean necesarios, pero que la encuentre, por favor.
Yo asiento, pero esto es muy extraño. ¿Por qué cancelar los vuelos si era un viaje muy largo por carretera? Y si se fueron por carretera, ¿por qué no llevar a Esteban, si es el hombre de confianza de mi jefe? Todo esto está tan raro, pero, obviamente, no se lo pienso decir. Así que me pongo de pie y camino hacia la puerta, pero antes de que la abra, él me detiene.
—Ámbar, ¿por qué mis hijos están en tu departamento y no en la mansión con la niñera? ¿Sucedió algo? ¿Ellos están bien?
Yo suspiro y asiento, muerdo mi labio un poco nerviosa porque no sé si hice bien al decirle a la niñera que se fuera y, en la situación en que él se encuentra, no quiero que se preocupe por algo que no tiene importancia.
—Cuando salgas de aquí, te explicaré todo. Los niños están bien, simplemente hicieron una pequeña travesura, pero ahora necesito hablar con Esteban y tú necesitas tranquilizarte y recuperarte. Estaré aquí afuera haciendo algunas llamadas por si necesitas algo.
—Está bien, y gracias por todo. Lamento haberte hablado de esa manera. Sé que lo haces porque te preocupa lo que pase con Serena. Por cierto, ¿le hablaste a su madre? ¿Hablaste con mi padre?
—No, sabes que la madre de Serena es un poco especial y no le caigo muy bien. Lamento decirte que ese trabajo te lo voy a dejar a ti y a tu padre, pues tú sabes que no me gusta meterme en su relación. Lamento que no te puedo ayudar con eso.
Él me sonríe, pero sus labios apenas son una fina línea. Yo abro la puerta y salgo de ahí. Me recargo en la pared y cierro los ojos. Me duele verlo de esa manera y, de corazón, espero que Serena aparezca pronto, porque si le ha pasado algo, sé que él quedará destruido. Después de permanecer un rato ahí, por fin saco el teléfono de mi bolso. De inmediato le marco a Esteban y le empiezo a informar todo lo que mi jefe me dijo. Él me dice que de inmediato se pondrá a trabajar en eso. Llamo a Armando para saber cómo se encuentran los niños y me da gusto saber que todo está bien. Ha pasado como una hora y no he querido entrar de nuevo a su habitación, pues me duele verlo de esa manera. De pronto, veo que viene Esteban con un montón de hombres que jamás había visto. Cuando se para frente a mí, me sonríe. Él es un hombre de cerca de 40 años, alto, musculoso, su cabeza está rapada. Sé que estuvo con los Maríne, pero lo corrieron por mala conducta. Obviamente, no voy a preguntar qué fue lo que hizo y la verdad no estoy tan segura de querer saberlo.
—¿Está despierto el jefe?
—No lo sé, estoy aquí afuera desde hace un rato. Lo que sí te puedo decir es que está muy mal. La señora Serena no aparece y sabes que él...
Ni siquiera me deja terminar de hablar y veo que voltea los ojos con fastidio.
—Entre tú y yo sabemos que si Serena no aparece es por algo. No somos tontos, pero ahora hay que seguir las órdenes del jefe.
Él se da la vuelta y entra a la habitación. Yo lo pensé, pero él lo dijo.