La tarde se armó en París, con el sol tirando su rollo en el horizonte y pintando el cielo con colores que reflejaban las emociones mezcladas de Alexandra, Daniel y Emily. Después de la tormenta interna al mediodía, el atardecer se convirtió en testigo mudo del resurgir del deseo, una llama que, a pesar de los rollos, se negaba a apagarse. El día siguió en un mix de actividades diseñadas para recargar la pasión que estaba debajo de todas esas tensiones. Nos mandamos al Louvre para explorar, donde las obras maestras se volvieron espejos de nuestras relaciones complicadas. Frente a la Mona Lisa, con su sonrisa misteriosa, nos dimos cuenta de que el deseo, como el arte, es algo subjetivo y a veces un misterio total. Después, nos metimos en un taller de danza, donde nuestros cuerpos se movie

