Ella era como yo, pero sin frenos.
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DormĂ poco. Soñé con cuchillos, labios y miradas que no sabĂa descifrar.
Desperté con el corazón en guerra.
Ethan no era solo un objetivo.
Ahora también era el blanco de otra mujer…
Una mujer que conocĂa mis secretos.
ÂżQuiĂ©n era ella? ÂżQuĂ© querĂa? ÂżQuĂ© sabĂa?
Me vestĂ de n***o. Como un presagio.
RecogĂ el cabello. Maquillaje suave.
Hoy no podĂa parecer dĂ©bil. Ni confundida. Ni jodidamente rota.
Verónica no contestó mis mensajes esa mañana.
Solo dejĂł un audio de cinco segundos:
—Ten cuidado. Ella no juega limpio. TĂş tampoco deberĂas.
La rabia me vibrĂł en las costillas.
No me gustaban los juegos.
Pero si me metĂan en uno, yo no salĂa sin prenderle fuego.
—
A media tarde, Ethan me escribiĂł.
“Cena. Hoy. A las 9. Te mando ubicación. No acepto un no.”
Lo miré por un momento.
SonreĂ.
Y escribĂ:
> “Solo si me prometes que no tratarás de leerme otra vez.”
Su respuesta fue inmediata:
> “No necesito leerte, Lia. Yo ya te escucho cuando respiras.”
MaldiciĂłn.
—
La direcciĂłn me llevĂł a un lugar que no conocĂa:
un ático en el centro, privado, exclusivo, con vista a toda la ciudad.
No habĂa camareros.
No habĂa menĂş.
Solo una mesa para dos. Una botella de vino caro.
Y él… con la mirada cargada de algo que no pude traducir.
—¿Siempre cocinas para tus… invitadas? —pregunté.
—No. Nunca cocino. Hoy… hice una excepción.
—¿Y por qué?
—Porque me gusta ver tus reacciones. Y los restaurantes están llenos de gente que finge.
Le sonreĂ.
—¿Y tú no finges?
Él me sostuvo la mirada.
—Todo el tiempo. Pero contigo… me cuesta más.
—
La cena fue un campo minado disfrazado de velada romántica.
Nos reĂmos. Hablamos de arte. De libros.
De la vez que se rompió la nariz de niño.
De la vez que me enamorĂ© de alguien que no existĂa.
Y cuando la noche parecĂa demasiado tranquila… golpeĂł la realidad.
—¿TĂş conoces a alguien llamada Emma Quinn? —preguntĂł, asĂ, como si no supiera el peso de ese nombre.
SentĂ que el alma se me detenĂa.
Emma.
Ese nombre era una cicatriz abierta.
—¿Por qué lo preguntas?
—La vi hace unos dĂas. Me dijo que tĂş y ella… tuvieron historia.
Tragué saliva.
—¿Qué te dijo exactamente?
—Que eras peligrosa. Que no debà acercarme. Que… lo hiciste antes.
Mi sangre se congelĂł.
—¿Lo hice antes?
—Engañar. Jugar. Romper hombres.
Silencio.
Él no me acusaba.
Solo… observaba.
Yo debĂa negarlo.
DebĂa decir que Emma mentĂa.
DebĂa sonreĂr y cambiar de tema.
Pero algo en mĂ ya estaba cansado de fingir.
—¿Y si es verdad? —dije—. ¿Si alguna vez hice algo as�
—Entonces me gustarĂa saber… Âżpor quĂ© aĂşn estás aquĂ?
—¿Y tú? ¿Por qué no me has sacado?
Él se acercó. Apenas.
Pero su mirada fue una caricia peligrosa.
—Porque contigo no quiero correr.
Quiero saltar. Aunque me rompa.
Y justo cuando pensé que ese era el final de la conversación…
Ethan susurrĂł algo que me dejĂł temblando.
—Emma y tú… tenĂan algo más, Âżverdad?
No era una pregunta.
Era un disparo.
Me quedé sin aire.
Porque sĂ…
Emma no solo me conocĂa.
Emma fue la primera persona que rompĂ…
y también la única que me besó con odio.
— — —
Ella sabe lo que escondo… y quiere que él también lo sepa.
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Emma Quinn.
Un nombre como cuchilla.
Una presencia que no pedĂ… pero que siempre llega cuando estoy a punto de ser feliz.
No la vi llegar.
No la escuché entrar.
Solo sentĂ cĂłmo el ambiente cambiĂł, como si el aire se hubiera llenado de electricidad tĂłxica.
Ethan se girĂł primero.
—Emma.
Ella sonriĂł. Esa sonrisa. La que me partiĂł la boca y el alma.
Vestida de blanco, como si fuera inocente.
Perfume caro. Mirada de loba.
La mujer que me conocĂa sin necesidad de mentiras.
—No sabĂa que estabas ocupada —dijo, dirigiĂ©ndose a Ethan, aunque sus ojos me taladraban a mĂ.
—Emma, ¿qué haces aqu�
—Vine a buscar respuestas. Y ya veo que me las encontré.
Intenté mantener la calma.
Pero por dentro… temblaba.
Emma y yo tenĂamos una historia.
No de amor.
No de amistad.
De destrucciĂłn.
Fuimos compañeras.
CĂłmplices.
Aliadas… hasta que la traicioné.
Y ahora… estaba frente a mĂ.
Dispuesta a hacerme pagar.
—¿Nos presentas? —preguntó ella, con veneno en cada letra.
—Lia… ella es Emma. Una vieja conocida.
—Oh, Ethan —rió Emma—. No tan vieja. Ni tan conocida.
La miré.
—Hola, Emma.
—¿Sigues usando ese nombre? Qué nostálgica.
Ethan frunció el ceño.
Yo apreté los puños.
—¿A qué viniste?
—A decirle la verdad. La que tú no le contarás.
—No es tu historia, Emma.
—Lo fue. Y tú la convertiste en ruina.
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Flashback. Dos años atrás.
Un departamento pequeño. Dos chicas. Un pacto.
> “Tú y yo, Lia. Contra el mundo.”
Emma era la que me enseñó a mentir con estilo.
La que me dio refugio.
La que me amó… a su manera.
Y yo…
yo la usé para escalar.
La traicioné por una oferta mejor.
La dejé sin decir adiós.
Y ella… se quebró.
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De vuelta al presente, Ethan nos miraba a ambas como si estuviera viendo un incendio en cámara lenta.
—¿Qué verdad? —preguntó. Su voz era grave. Rota.
Emma se acercó a él.
Mucho.
Demasiado.
—Ella no está aquà por casualidad.
No te encontrĂł en una galerĂa.
No fue magia.
Fue planificaciĂłn.
—Emma, basta —le advertĂ.
Pero ella ya habĂa desenvainado.
—Te mandaron, ¿cierto?
Te pagaron.
Para hacerlo caer.
Ethan me mirĂł.
Silencio.
Todo se detuvo.
Yo.
Mi corazĂłn.
El tiempo.
—¿Es cierto?
Mi voz no saliĂł.
Porque sĂ.
Porque no.
Porque no querĂa que lo supiera asĂ.
Emma riĂł. Una risa cruel.
—MĂrala, Ethan. No puede negarlo. Porque soy yo la que la entrenĂł.
Y justo cuando Ethan iba a hablar…
Mi teléfono sonó.
VerĂłnica.
Y en pantalla solo decĂa una cosa:
“Sal de ahĂ. Ahora. Estás en peligro.”
— — —
Huye antes de que sea tarde… o quédate y quémalo todo.
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“Sal de ahĂ. Ahora. Estás en peligro.”
El mensaje de VerĂłnica ardĂa en la pantalla como si tuviera fuego real.
Pero el verdadero incendio estaba delante de mĂ: Emma a punto de explotar, Ethan hecho un nudo de desconfianza, y yo, temblando entre dos verdades que no puedo sostener.
Emma me fulminĂł con la mirada.
—¿No vas a decir nada, Lia? ¿O te quedaste muda de tanto mentir?
—Emma, cállate. No sabes lo que estás haciendo.
Ella riĂł.
No con gracia.
Con furia.
—Oh, claro que sé. Estoy haciendo justicia. Y te juro por todo lo que me arrancaste… que vas a pagar cada maldito segundo.
Ethan me miraba.
Sus ojos ya no eran cálidos.
Eran frĂos. Calculadores.
—¿Qué quiere decir todo esto?
Y entonces…
empecé a mentir.
Porque ya era tarde para la verdad.
—Emma está dolida. Por el pasado. Por cosas que no tienen nada que ver contigo.
—¿Y por qué dice que te pagaron?
—Porque me odia. Porque… está obsesionada conmigo.
Fue bajo.
Fue cruel.
Fue sucio.
Y me dolió más a mà que a ella.
Porque lo vi en sus ojos: acababa de romperla otra vez.
Emma respirĂł hondo.
Se tragó algo. Tal vez un grito. Tal vez una lágrima.
—Entonces hazlo. Miente hasta el final. Pero recuerda esto, Lia… —se giró hacia Ethan—.
Si te quedas cerca de ella… te va a destruir como a todos.
Y se fue.
AsĂ.
Sin mirar atrás.
Pero su rabia quedĂł flotando en el aire como humo de incendio mal apagado.
—
Ethan me mirĂł.
Largo. Intenso.
—¿Eso es cierto?
No supe qué decir.
AsĂ que me fui.
No corrĂ.
Pero cada paso fue una batalla.
—
Bajé las escaleras del edificio con el corazón retumbando.
Cada palabra de Emma me seguĂa como un eco sucio.
“Te pagaron. Eres una trampa.”
“Te entrené. Te convertà en lo que eres.”
“Vas a destruirlo como me destruiste a mĂ.”
Y entonces...
una mano me agarrĂł del brazo.
—¿Vas a decirme la verdad ahora? —preguntĂł Ethan, detrás de mĂ.
Me giré.
—No. Porque no estás listo para escucharla.
Y me solté.
—
SalĂ a la calle. Lluvia. Noche. Viento.
Como si el universo supiera que algo acababa de romperse.
Y cuando creĂ que podĂa respirar…
Mi teléfono volvió a sonar.
Era VerĂłnica.
Contesté.
—¿Qué demonios fue eso?
—Te lo dije. Se nos adelantaron. Alguien más está detrás de Ethan.
—¿Quién?
—No lo sé aún. Pero Emma no actúa sola. Y tú estás en el centro del maldito tablero.
—¿Y qué hago ahora?
—Cambia el plan.
—¿Cómo?
Su voz fue un susurro mortal:
> —Haz que se enamore de ti más rápido. Antes de que lo atrapen ellos.
—
Me quedé parada bajo la lluvia, temblando, con el teléfono en la mano.
Ya no era una trampa.
Ahora era una carrera.
Y no solo por el dinero.
Ni por venganza.
Ni por Emma.
Ahora…
era por él.
Porque por mucho que lo negara…
ya no querĂa lastimarlo.
Y eso…
era el verdadero peligro.
Una mentira puede romperte.
Pero enamorarte de tu blanco…
puede matarte.*
— — —