**MANUEL**
Estoy en la oficina, rodeado de planos cuidadosamente desplegados sobre la mesa, contratos firmados y el sonido constante del teclado que acompaña cada movimiento. Todo en este lugar gira en torno a nuevos hoteles, terrenos por adquirir, inversiones millonarias… puro movimiento, pura adrenalina. A mis 27 años, este es mi mundo, mi carrera, mi vida.
Desde que mi viejo se fue, tomé las riendas de la empresa como si fuera un volante en plena carrera. Cada decisión que tomo, cada riesgo que asumo, lo hago pensando en él, en su visión, en el legado que dejó. Quiero que, desde donde esté, vea que su hijo no solo mantiene vivo su sueño, sino que lo está llevando a otro nivel, más alto, más grande.
Dirigir esto no es solo números y reuniones. Es saber cuándo acelerar, cuándo frenar, cuándo esquivar obstáculos en la pista. Como en las carreras. Sin embargo, soy un individuo adicto a los automóviles. No cualquier carro: deportivo, potente, que ruge como bestias en la calle. Y si tienen historia, mejor aún. Son mi pasión, mi refugio, mi forma de vivir la vida en alta velocidad.
Mi negocio principal es venderlos, coleccionarlos, vivir entre motores y adrenalina. Y entre motores y mujeres hermosas, allí es donde me siento realmente en casa. La velocidad, la potencia y el lujo son mi lenguaje.
Mi madre y mi hermana son mi equipo de soporte. Los amo, pero también me dan guerra. No hay comida familiar sin que salten con el clásico: «¿Y la novia pa’ cuándo?». Yo les sonrío, les cambio el tema como quien esquiva un obstáculo en la pista. Casarme… eso lo dejo para cuando me canse de correr, de sentir el viento en la cara y la adrenalina en las venas.
Salgo de la oficina con la cabeza llena de números y el cuerpo demandando descanso. Llego a casa, subo las escaleras, y al pasar por el estudio escucho a mi madre hablando por teléfono. Me asomo, le lanzo una sonrisa, pero no la interrumpo. Sus llamadas son eternas, como una carrera sin meta, y a veces me pregunto si ella también anhela acelerar o simplemente disfruta del ritmo frenético de su vida.
Entro a mi habitación y abro la puerta… y boom. Se me borra el cansancio como si me hubieran inyectado adrenalina pura. Ahí está. Una mujer. Una bomba. Cabello ondulado, largo, que cae como si lo hubiera peinado el viento en una tarde de verano. Cintura de reloj de arena, curvas que no necesitan presentación, que parecen diseñadas por un artista. El vestido que lleva no le hace justicia, pero la luz que entra por la ventana la delata, resaltando cada línea, cada detalle.
Ella está de espaldas, perdida en sus pensamientos. No me ha sentido entrar. Sé que es amiga de mi hermana, no soy bueno con los nombres, pero reconozco al tipo de mujeres que suele traer mi hermana. Ellas siempre se cuelan en mi dormitorio como si fuera parte del tour por la casa. Algunas vienen a jugar, otras a provocar, y sí, hemos tenido momentos… memorables. Pero esta vez, hay algo distinto en ella.
No sé si es su silencio, su postura, o esa vibra que transmite; sin embargo, no parece estar aquí para bromear. Parece estar esperando algo o alguien, como si cargara un peso invisible que la obliga a estar en silencio. Y eso, curiosamente, me atrae más que cualquier escote o sonrisa. Tiene esa energía que no se puede fingir, esa que te hace querer acercarte, preguntar qué le pasa, entender qué historia lleva encima.
Me acerco a ella despacio, sin hacer ruido, sintiendo que esta visita es especial. Este instante puede ser el inicio de algo que cambie el juego, que rompa la rutina. Pero esta mujer no es solo una cara bonita, no solo una figura para admirar. Es una curva inesperada en mi pista, una velocidad que no esperaba, una sorpresa que puede alterar mi destino. Y yo… yo nunca le he tenido miedo de acelerar.
Cierro la puerta con un firme giro de la llave, asegurándome de que quede bien cerrada. Al voltearme, me encuentro con una visión que me deja sin aliento, ¡Wuau! Es simplemente bellísima. Sus ojos, de un color miel cálido y profundo, brillan con una luz especial, atrayéndome como un imán. Su boquita carnosa, delicada y sensual, es justo lo que el médico recetó: la imagen perfecta que había estado buscando.
La veo caminar hacia mí con una evidente inquietud, sus movimientos revelan un cierto nerviosismo mientras intenta inútilmente abrir la puerta, ignorando mi presencia. Sin pensarlo dos veces, instintivamente la tomo de la cintura, atrayéndola hacia mí con suavidad pero con firmeza. En un instante, perdemos el equilibrio y caemos juntos sobre la cama, envueltos en un torbellino de emociones y expectativas.
—¿Qué haces, suéltame? —me gusta que jueguen a hacerse las difíciles.
—La vamos a pasar bien.
Ella rápidamente se esforzó por levantarse, pero fue obstaculizada por mí. Debo admitir que observé temor en su mirada, pero también percaté fuego. Con delicadeza, puse mis labios en sus labios, comenzando un beso que la dejó impresionada. ¡Madre mía, qué sensación tan inesperada! Un sabor dulce y jugoso inundó mi boca; un delicioso aroma a cereza se expandió por todo su ser, haciéndola suspirar levemente.
El sabor era intenso y afrutado, como si acabara de morder una cereza madura, recién cogida del árbol. Instintivamente, cerró los ojos, dejándose llevar por la marea de sensaciones que la embargaba. Sus labios se entreabrieron ligeramente, permitiendo que la caricia se profundizara, que la cereza imaginaria inundara cada rincón de la boca.
La tengo inmovilizada, está chiquita no se me va a escapar, me encanta su boquita la disfruto, cada vez, la beso con más intensidad… acaricio sus pechos encima de su vestido, algo sencillo raro en las amigas vanidosas de mi hermana, pero eso no me impide disfrutarla, acarició sus piernas largas, muy suave su piel.
Siento mi erección que está lista para la acción. Le quito sus bragas, ella cierra sus piernas para evitar mi acción. Me encanta que sean cohibidas, pero no se lo permito con mis piernas. Le empiezo a tocar sus pliegues con mis dedos, voy notando lo húmedo en ella.
Le hago círculos rápidos en su clítoris, siento cómo me va dando acceso a su intimidad, suelto sus manos y se las lleva a los ojos, cuanto más la toco, más empieza a gemir y noto que trata de taparse la boca, como apenada, pero lo está disfrutando, le doy besitos húmedos, siento que se va relajando.
Abro más sus piernas y empiezo a besar sus pliegues. Poco a poco voy jugando con mi lengua en su clítoris, ella se arquea, eso me da más acceso, está húmeda, la chupo con más intensidad, hasta que siento y escucho que grita…