SIEMPRE LA PROTEGIO

1121 Words
**RITA** Mis músculos se tensaron, instintivamente recurriendo a una vieja costumbre, a esa tendencia a la invisibilidad en momentos de confrontación. El impulso de ceder, de no empeorar las cosas, de no ser un obstáculo en su camino. Pero Sergio no se movió. No ante esa amenaza de autoridad disfrazada, no ante esa soledad disfrazada de poder. —¿Quién eres para decidir si podemos estar o no? —dijo con una firmeza que quedó resonando en la habitación, la voz sólida y decidida. La misma que había visto en él en días de tormenta, la que parecía desafiar años de sumisión y silenciosa complicidad. —Rita, puedes estar el tiempo que quieras con papá. No nos vamos a ir. Papá quiere que estemos aquí. Si no puedes soportarlo, la puerta está libre para ti. La mujer lo miró con un desprecio helado, como si su desafío fuera un insulto personal. Sus ojos se endurecieron, reflejando una rabia contenida y un desprecio por la dignidad que él intentaba defender. —No tienes autoridad aquí, Sergio. La frase salió como un latigazo, pero él no pestañeó. Mantuvo la mirada fija, imperturbable, con esa calma que solo da la verdadera fortaleza. —Ya no necesito autoridad —replicó con voz tranquila, pero firme—. Tengo algo más fuerte: la voluntad de nuestro padre. Y mientras él respire, no serás tú quien decida quién le acompaña. Además, por si no estas por enterada, Rita es la dueña de todo por voluntad de nuestro padre, ya el testamento está en poder de nuestro abogado. —¿Cómo es posible eso? —Cállate, mi padre necesita paz, no lamentos de una mujer interesada. Hubo una pausa, una especie de silencio cargado de furia contenida, como si cada uno dejara en suspenso su respiración. La tensión era tangible, casi palpable, en el aire pesado del dormitorio. Mi papá se había quedado dormido. Su respiración era lenta y profunda, como si el sueño lo envolviera en una tregua silenciosa, un descanso que parecía haber llegado después de años de lucha interna. Observándolo unos segundos más, sentí una mezcla de ternura y tristeza que me invadió, hasta que escuché la puerta abrirse suavemente de nuevo, interrumpiendo el silencio. Sergio salió detrás de la madrastra sin decir una palabra, pero su mirada era clara y contundente: no había terminado con ella, no había terminado con nada de lo que esa situación escondía. La tensión en el aire se hacía palpable, como si un huracán estuviera a punto de desatarse en un silencio inquietante. Esperé unos segundos, conteniendo la respiración, y me levanté con mucho cuidado, intentando no hacer ruido, impulsado por una intuición que no podía explicar. Tal vez fue esa sensación intangible, esa corazonada que me decía que algo se estaba gestando justo fuera de mi alcance, en los rincones secretos que solo el silencio podía revelar. Me deslicé lentamente para esconderme detrás del marco de la puerta del estudio, manteniendo la respiración contenida. Desde allí, podía escuchar todo con claridad, sin que ellos me vieran. El peso de la verdad Y su eco estremecedor iban llenando la habitación con cada palabra. —¿Crees que puedes seguir manipulando a todos? —dijo Sergio con una calma helada, esa que solo usan quienes están a punto de desatar una tormenta interna. —No estoy manipulando a nadie —respondió ella, con una sonrisa altiva y vacía, como si su fachada de confianza ocultara un vacío inquietante. —Papá, se casó contigo porque ya había hecho el testamento. Porque sabía que, al hacerlo antes, Rita quedaría como heredera universal. Sentí que el aire se me escapaba de los pulmones, un peso invisible que me aplastaba el pecho. ¿Qué significaba eso? ¿Qué secretos estaban en juego? La revelación era como un trueno en medio de un silencio ominoso, una verdad que se filtraba lentamente, helando cada rincón de mi alma. —¿Y qué? —replicó ella, con una sonrisa que no llegaba a los ojos, como si tratara de esconder una mentira demasiado grande—. Él necesitaba compañía. Yo se la di. Ahora yo soy la esposa y la dueña de todo. —No te hagas la ingenua —dijo Sergio, con un tono más firme, casi desafiante—. Lo permitimos porque sabíamos que no podías cambiar nada. Porque sabíamos que, al final, todo sería para Rita. Por eso aceptamos que se casara con una mujer joven. Dado que ya se había firmado el testamento. Sellado. Intocable. Esa última frase resonó en mi cabeza como una sentencia definitiva, una verdad que había estado latente, ignorada por todos, pero que al fin salió a la luz. La realidad que había estado escondida. —Imposible, soy la esposa, soy la dueña de todo. —Siempre mi hermano y yo sabíamos que eras una trepadora, en eso no nos equivocamos. Ella se quedó en silencio, por primera vez sin palabras, desconcertada, como si la máscara que había llevado con tanta astucia se hubiera roto en ese instante. La tensión en el aire se hizo casi tangible, una pesada maraña de silencios que parecía abrir una grieta enorme en la fachada que tanto había protegido. Su mirada, antes altiva y llena de astucia, ahora buscaba desesperadamente una salida, una excusa, una defensa que no lograba encontrar. Era como si sus propios cimientos comenzaran a temblar, revelando la fragilidad detrás de esa fachada implacable. —Así que deja de fingir que tienes poder aquí —concluyó Sergio con una voz llena de determinación y firmeza—. Porque no lo tienes. Nunca lo tuviste. Ni lo tendrás. Me quedé allí, temblando, no por miedo, sino por la profundidad de la verdad que me atravesaba como un rayo. Era la revelación de un secreto profundamente guardado, un entramado de mentiras que ahora se desmoronaba lentamente, dejando al descubierto la realidad que habíamos pretendido esconder. La protección que papá me había brindado, incluso antes de que todo se desintegrara, parecía más valiosa que nunca. Era una red de amor, justicia y valentía que ahora se hacía más clara, más tangible, en medio de aquella tormenta emocional. Y Sergio… Sergio había estado siempre a mi lado, incluso cuando no lo sabía, incluso cuando yo no podía verlo. Su presencia en ese momento era un recordatorio de que, en medio de toda esa oscuridad, todavía existía una chispa de verdad y de valentía que no podía ser apagada. —Así que deja en paz a mi hermana —añadió Sergio, dando un paso más cerca de ella, con una firmeza que no admitía réplica—. Porque si te vuelves a meter con ella, hasta esta casa te quitaremos. No nos tiembla la mano.
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