PREOCUPADO

1222 Words
**RITA** Mis ojos se ajustaron rápidamente a la penumbra que reinaba en la sala y allí la vi. Estaba sentada en el sillón, con una copa de vino en la mano, tan inmóvil como una estatua antigua. La tenue luz de un tocador, apenas alcanzaba a delinear su figura, pero en ese instante, al sentir la presencia, sus ojos se abrieron de par en par. La copa tembló levemente, y por una fracción de segundo, la máscara de indiferencia que siempre portaba cayó, revelando un destello fugaz de asombro, decepción y pánico puro, antes de que lograra esconderlo con maestría. —Rita, llegaste. —Así es, sana y salva. Le dediqué una sonrisa contenida, casi como un triunfo silencioso. En ese instante, la veía claramente: ella, que tanto había planeado con frialdad, que había movido cada pieza de su juego con precisión, ahora se encontraba en el epicentro de un caos que no puede controlar. La frustración le rondaba en los ojos, la amargura del vino en su garganta parecía más aguda, y en su respiración había un leve tartamudeo que delataba su nerviosismo. Todo ello, sin que ella tuviera la más mínima idea de cuánto la observaba. —Me alegro… Contuve otra sonrisa, como si el simple acto de suponer su derrota me diera una extraña tranquilidad. La certeza de que su estrategia había fallado, de que cada plan elaborado con frialdad y astucia ahora se desmoronaba ante la realidad, me fortalecía. Ella no me enfrentó con palabras, ni tampoco preguntó dónde había estado o qué había hecho. Solo fingió una calma superficial, esa misma calma que solo las personas que aún tienen algo que perder usan en momentos de crisis. Mi misión, ahora, no era buscar respuestas. No tenía nada que confesar. Solo esperaba, silenciosa, como una sombra que se funde con las paredes. Porque sé que en este instante ella también está jugando su propio juego, intentando descifrar qué movimiento haré a continuación. La imagen que tiene de mí es la de un espectro, un recuerdo lejano, alguien que no tiene peso ni que demostrar. Pero, en realidad, soy la pieza clave, la reina sigilosa en este tablero de ajedrez emocional. Mientras ella se pregunta dónde falló y qué le revelé con mi presencia, yo sé que la verdadera partida apenas comienza. Patricia ya tiene la señal, sabe que estoy en la casa. Y ahora, el control absoluto está en mis manos. Ella puede mover sus piezas, intentar desesperadamente, reajustar su estrategia, pero yo ya tengo la ventaja. Me permití ese instante de calma, ese juego sutil, porque en esta partida, no se trata solo de quién dispara primero o de quién revela su ficha, sino de quién mantiene la calma en medio del caos. Esa pieza, esa jugada, esa quietud que ahora exudo, de repente, le resulta desesperante. La veo contener el aliento, intentar mantener la compostura, pero en su interior, la incertidumbre crece como una espiral sin fin. Yo, en cambio, sigo avanzando con la precisión de una estratega, observando, esperando. Porque sé que en el silencio también se revela el poder, y esta noche, mi silencio es mi arma más contundente. La partida no ha terminado, y en esa quietud tranquila, yo gano el control definitivo. —Preparen un plato más para la cena, alguien bien importante viene a cenar. —tire el anzuelo. **MANUEL** Mi corazón todavía golpeaba con fuerza, una mezcla visceral de rabia contenida y un débil rayo de alivio persistente. Al llegar a la oficina, ni siquiera me detuve a saludar, me dirigí directo a mi santuario, ese pequeño refugio donde, por imposible que parezca, aún podía controlar algo en medio del caos. Sin pensarlo dos veces, tomé el teléfono y llamé a mi asistente de seguridad, con una orden que salía áspera, cargada de una tensión que no podía disimular. —Necesito que hagan modificaciones inmediatas en el auto del señor Sergio. —mencioné con voz cortante, casi susurrando por la intensidad de mi rabia—. Vidrios a prueba de balas, y un botón de emergencia, oculto, que me conecte directo con mi teléfono y con la policía en caso de que algo suceda. Podía sentir cómo mi pulso se aceleraba, cómo los pensamientos oscuros se tejían en mi mente. Sabía bien que aquel auto era de Rita, y que ese detalle significaba mucho más de lo que aparentaba. Ella no era solo una víctima en esta historia, era un símbolo, una señal de que algo mucho más siniestro se movía en las sombras. Mi asistente respondió con una inclinación casi automática, y se retiró sin hacer preguntas. Él conocía bien mis órdenes, sabía que no lo hacía por capricho, sino porque protegía lo que consideraba sagrado: a Rita, a mi familia, a lo que aún podía salvarse en medio de ese torbellino de secretos y traiciones. Luego, giré la mirada hacia mi secretaria. La observé, con el bloc de notas en mano, esperando, como si supiera, que hoy no sería un día común. La luz en sus ojos reflejaba la misma inquietud que me quemaba por dentro. La tensión en el aire era palpable, cada segundo se dilataba en esa sala como si el tiempo mismo se hubiera detenido para presenciar lo que estaba por venir. —Investiga a Esteban Morales —ordené con voz más baja, pero igual de firme, casi susurrando—. Todo lo que puedas. ¿Quién es, qué hace, con quién se relaciona? Y lo más importante, descubre qué conexión tiene con Rita. No quería hacer ruido, no aún. Pero en lo profundo, algo me decía que esa relación tenía raíces más oscuras de lo que aparentaba. La respuesta de mi secretaria fue rápida, profesional, sin rodeos: —Ya tengo una carpeta completa de él, señor. Es el amante de Julia Elena, la madrastra del señor Sergio. Esas palabras quedaron flotando en el aire, pesadas, como una sentencia ineludible. Sentí que algo en mí se congelaba. Mi mente se nubló, mi corazón dio un vuelco violento. La imagen de esa familia, de esas relaciones enredadas, se volvió más clara y al mismo tiempo más terrorífica. Julia Elena, la madrastra de Sergio, estaba inmersa en una peligrosa red de alianzas, al parecer con oscuros motivos para enfrentarse a Rita. La idea de que esa adinerada familia, tras su fachada de pulcritud, recurriera a la manipulación y la traición, encendió en mí una furia incontrolable. Sabía que no se trataba solo de protección, sino de un conflicto silencioso, entretenimiento de poder donde las apariencias ocultaban verdaderas y siniestras intenciones. Sentí cómo la rabia me invadía, cómo la sangre me hervía entre las venas. La atracción que sentía por Rita, se había transformado en una necesidad imperiosa de vengar lo que estaban poniendo en peligro. Esa familia rica y llena de secretos, no entendería con quién se estaban metiendo. Ahora, más que nunca, sabía que no permitiría que se salieran con la suya. Mi instinto me alertaba de que apenas estaba empezando, que los auténticos riesgos todavía estaban por desvelarse. Sergio, ese hombre que pensaba poner en riesgo a Rita, tendría que pagar por sus acciones. La justicia, esa que yo mismo definiría, llegaría, de una forma u otra. Y cuando llegue el momento, no habrá salida para los que se escondan tras sus mentiras y traiciones.
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