Mi pequeño universo

Narra Alexandra Alexandra Mi vida nunca ha sido fácil, mis padres murieron cuando yo era solo una niña, viví con mi abuela materna hasta los 17 años, cuando el cáncer se la llevó. Por aquel entonces Julián y yo ya éramos novios, él era todo lo que tenía, le entregué todo de mí, todas mis primeras veces fueron con él, con él conocí lo que creí que era el amor, y con ello la decepción. Años más tarde, una tarde mientras estábamos juntos en nuestro apartamento, decidí que era el momento de compartir la increíble noticia que me había dado mi ginecólogo esa mañana, estaba embarazada, en un momento complicado de mi vida, seguía estudiando y aún era joven, pero él ya tenía un trabajo fijo y había terminado su carrera, vivíamos bien, en fin pensaba que se lo tomaría bien. No fue así, discutimos, me pidió que abortara y como yo no quise, me echó de su apartamento, que pagábamos los dos, y no tardó ni dos días en buscarme un remplazo, una señorita de sociedad que si estaba bien vista ante los ojos de su familia no como yo. Tenía un trabajo y ahorros, no fue muy difícil conseguir un nuevo apartamento no muy grande pero lo suficiente para mí y mi bebé. Siete meses más tarde nació la luz de mi vida mi pequeña Sofía, en ese instante comprendí que nunca jamás estaría sola y qué lucharía por ella y su bienestar siempre. A partir de ese momento todo fue bien, hasta hoy que estoy a un paso de no poder pagar el alquiler, tengo algunos ahorros, pero no son suficientes, la empresa para la que trabajo está a punto de ir a la quiebra y un comprador que, aún no conocemos, será el nuevo dueño, yo era la secretaria de presidencia así que no sé exactamente que pasará con mi puesto de trabajo. Llego a casa cansada tras un largo día de trabajo, pues tengo que dejar toda la información al día para el nuevo dueño de la empresa, y lo que me encuentro al llegar sin duda es la mejor parte de mi día y de mi vida. —Mami. Grita mi pequeña Sofía corriendo a mis brazos. —Mi ratona ¿Cómo estás? ¿Cómo te has comportado con Ana hoy? —Genial, yo soy una pincesa que se pota muy bien mami. Dice con una de esas sonrisas que es capaz de alegrar todo mi mundo. —Esa es mi niña, ahora ve a jugar que mami tiene que hablar con Ana de cosas de mayores. —Vale mami. Dice sonriente dejándonos solas a Ana y a mí, después de darme un sonoro beso en la mejilla. —¿Qué tal estás Alex? ¿Ya sabes que va a pasar con tu trabajo?. —Aún no se sabe nada, el nuevo dueño llega el lunes y no sé si va a conservar el mismo personal o nos va a despedir a todos, solamente queda esperar. —Sabes que cuentas con todo mi apoyo para lo que haga falta. En su mirada puedo ver que no miente, ella es una de las pocas personas incondicionales en mi vida, desde que la conocí a los años nunca me ha fallado, incluso se vino conmigo a Nueva York cuando decidí que necesitaba empezar de cero lejos de mi ciudad natal y todo lo que me unía a ella. —Lo sé y nunca podré agradecerte todo lo que haces por nosotras, eres esa hermana que nunca tuve. Mis ojos picaban por las lágrimas que querían salir, eran demasiadas emociones, cambios y estrés acumulado, sabía que en algún momento iba a romper, pero Sofía estaba despierta y ni quería que ella me viera llorar. Ana tan solo me abrazo muy fuerte recordándome que me quería y que siempre estaría para mí. Una hora más tarde, estaba haciendo la cena, cuando el timbre sonó, Ana ya se había marchado a su casa, Cris la esperaba, ella y su novia son inseparables. Caminé hacia la puerta con una sonrisa, aunque un poco triste Samuel venía a vernos todos los días y hace dos semanas que no lo veíamos y aún no sabía el porqué. Le envié muchos mensajes en estas dos semanas y él contestaba con monosílabos o simplemente me decía que no podía hablar, y es muy raro en él, desde que lo conozco nunca habíamos estado más de veinticuatro horas sin vernos, y aunque tratara de negarlo algo dentro de mí se oprimía y me negaba a aceptar que me había enamorado de mi mejor amigo.