+KILLIAN+ —¡Perfecto, Leonardo! —grité con la garganta seca, como si tuviera vidrio molido en la lengua—. ¡Ahí está lo que tanto querías! ¡Ella follando con otra mujer! Leonardo giró la cabeza hacia mí. Tenía esa maldita sonrisa ladeada, esa expresión de quien cree que tiene todo bajo control. Se apoyó con tranquilidad en la barra y soltó la frase que me hizo hervir la sangre. —No me digas que estás celoso —escupió con diversión, como si aquello fuera una jodida broma. Y entonces exploté. Como dinamita mojada en gasolina. —¡SÍ! —le rugí, sin importarme un carajo si el mundo entero me escuchara—. ¡Sí, estoy celoso! Mi voz se quebró entre la rabia y la impotencia. Mi mandíbula apretada, los puños cerrados, los músculos del cuello tensos como cuerdas de piano. —¡Ella se tuvo que acosta

