Killian me sostuvo por un momento. Sentí su corazón latiendo contra el mío. Quise creer que estaba dudando. Pero cuando me separó, su mirada era tan fría como firme.
—Me has decepcionado, Catalina.
Mis labios se entreabrieron, pero no pude decir nada.
—Nuestros padres jamás juzgaron a nadie sin conocerlo. Jamás —continuó, dolido—. ¿Y tú qué estás haciendo? ¿No te das cuenta del tiempo que llevo trabajando, sacrificándome? Todo lo que tenemos, todo el imperio, lo he seguido construyendo con mis propias manos. ¡Yo también merezco ser feliz!
—¡No con ella! —le respondí, alzando la voz entre lágrimas—. ¡No con Calypso!
—Esa mujer me hace feliz. Demasiado feliz. Y quiero que respetes eso —dijo con firmeza, dándome un golpe certero en el corazón con esas palabras—. Ella no me buscó. Fui yo
