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Entramos a una casa.
Sí, una casa. Una jodida casa.
No un apartamento con buena vista, no un Penthouse de lujo con ascensor directo, no. Una casa, de tres pisos, con terraza, piscina, jacuzzi, patio cerrado y paredes altas alrededor. Privada, moderna, minimalista, pero cálida, de esas que salen en revistas de arquitectura con la palabra “exclusiva” escrita en cursiva.
Me quedé con la boca abierta. Literal. No podía moverme. Me quedé ahí parada como una estúpida, viendo hacia arriba, hacia el balcón del tercer piso, después giré y vi la entrada amplia, la puerta de madera oscura, la iluminación cálida que rodeaba todo, las plantas perfectamente cuidadas, el césped cortado, el diseño tan elegante que parecía sacado de una película.
Y luego me miré a mí. Tacones altos
