++++++++++++ Una hora. Exactamente una hora en el auto de Margaret, escuchando música clásica porque según ella “ayuda a calmar los nervios”. Yo estaba tan nerviosa que hasta la Novena de Beethoven me daba taquicardia. Y luego, ahí estaba. La mansión de Killian Hart. No casa. No chalet. No propiedad simpática con jardín y portón blanco. Una maldita mansión, más grande que cualquier edificio gubernamental que haya pisado. Parecía una mezcla de castillo francés y museo moderno, con un toque de “sí, soy millonario, ¿y qué?”. La entrada tenía seguridad privada, por supuesto. Tres hombres vestidos de n***o, con pinganillos en la oreja y cara de "si te mueves raro, te hacemos desaparecer y nadie pregunta nada". Cuando el auto se detuvo, uno de ellos se acercó a la ventanilla de Margaret.

