Sus ojos oscuros brillaron con ese fuego que ya me tenía en carne viva, como si mis palabras fueran gasolina sobre su deseo. Me tomó por la cintura con una brusquedad medida, la suficiente para hacerme jadear, para hacerme sentir que él podía tenerme contra su cuerpo y no dejarme escapar jamás. —Porque lo soy. Desde el momento en que te vi —gruñó—. Porque tu cuerpo no es de nadie más. Porque nadie te va a probar. Porque solo yo puedo hacerte rogar. Me mordió el cuello, despacio al principio, luego con más fuerza. No dolía, no como para quejarse, sino lo justo para marcar. Para recordarme quién era. Sentí su lengua pasar por la piel irritada por la mordida y luego sus dientes en mi clavícula. Mi respiración se volvió errática. —¿Así marcas a tus cosas? —jadeé, sintiendo cómo la humedad e

