Leonardo esboza una sonrisa de oreja a oreja. No esa sonrisa casual que lanza cuando está con otras personas, no… Esta es diferente. Es oscura, descarada, como si supiera exactamente lo que me está haciendo, como si pudiera ver mi alma ardiendo por él. Y entonces se acerca a mi oído, tan despacio, tan peligrosamente lento que me dan ganas de gritarle que se apure, que haga algo, que me toque, que me devore. —Podría hacerte muchas cosas —me susurra, su voz grave, ronca, cargada de promesas rotas y pecado puro—. Pero no es cuando tú quieras. Su aliento caliente acaricia la curva de mi cuello y un escalofrío me recorre entera. Mi piel se eriza. Todo mi cuerpo se contrae. Abro la boca, pero no puedo articular nada. ¿Perdón? ¿Cómo que no es cuando yo quiera? ¿Quién se cree que es este hombre

