Nadine
«Te protegeré siempre.»
Reía con fuerza mientras corría entre los árboles. Mis pies pequeños tropezaban con las raíces, pero no me detenía. Me sentía libre… feliz.
Me detuve en seco cuando vi una flor extraña, de muchos pétalos.
—¡Es bonita! —dije, agachándome para verla mejor.
—¡Nadine! No corras, tu mamá te está llamando —escuché una voz detrás de mí, entrecortada, con una risa cansada.
—Es hermosa —musité con los ojos brillando, sin entender por qué me gustaba tanto.
—Si tú lo dices…
«No tengas miedo, nunca.»
De pronto, todo se volvió gris.
Unos brazos me alzaron. Me abrazaban fuerte, como si quisieran esconderme del mundo. No veía nada. Todo era humo.
Tosía. Me ardía la garganta. El aire no llegaba.
No puedo respirar. Me duele. Tengo miedo.
Necesito respirar.
Necesito…
Abrí los ojos de golpe.
Mi pecho subía y bajaba como si todavía corriera. Las manos me temblaban. Fue un sueño… solo un sueño… pero sentí el calor del fuego, el humo, y esa voz diciéndome que me protegería.
¿Quién era?
Me senté en la cama, sin saber en qué momento me había dormido. No me sentía descansada.
La habitación estaba en penumbra. El aire olía a perfume masculino… a recuerdos que no logro atrapar… y a resignación.
…
No desayuné con Santiago. Tampoco nos despedimos. Me cambié en silencio, me puse un abrigo liviano, recogí mi bolso y salí sin mirar atrás. Él sabía que me iba. Tal vez hasta esperaba que lo hiciera.
Tomé un taxi directo a casa, a donde debí haber ido anoche. Siempre que discutía con Santiago las cosas eran así, él simplemente me ignoraba o más bien hacía como si no existía. Y yo no tenía humor para estar soportándolo y sobre todo rogando que me prestara atención.
Al entrar a casa, puedo sentir el olor a café. Al parecer, mi tío no ha salido.
—Buenos días —saluda, saliendo de la cocina.
—Buenos días, tío —me acerco y lo abrazo. Me observa detenidamente.
—¿Qué ocurrió? —indaga.
Resoplo y camino hasta la sala. Me dejo caer en el sofá. Él no viene tras de mí de inmediato, lo hace después, con dos tazas de café.
—Discutimos —le digo, tomando la taza que me ofrece.
—¿Otra vez? —inquiere—. Deberías cortar esa relación ya.
—Creo que sí debería, pero no sé cómo hacerlo. Siento que nada saldrá bien si lo hago —respondo con sinceridad. Mi tío siempre ha sabido escucharme.
—¿Y por qué discutieron esta vez? ¿Por otra mujer?
—No, fue por otro hombre —mi tío abre los ojos con asombro.
—Explícame eso.
—Los celos estúpidos de Santiago. Cree que, solo porque miro a un hombre, ya me gusta e iré tras él. Sabe que siempre lo he respetado.
—Eso no quita que tus ojos se desvíen si hay un hombre más guapo cerca —dice con una sonrisa, y niego sonriendo.
—No me ayudas —murmuro.
—Cuéntame de ese hombre —me pide.
—No lo conozco. Es un hombre con el que me encontré de casualidad en el evento. ¿Sabes? Supo que era florista con solo observarme viendo las flores en la terraza —digo, con cierta emoción en la voz. Mi tío me observa con los ojos entrecerrados.
—Vaya, qué observador debe ser —asiento—. ¿Sabes cómo se llama?
—Dante… Dante Di… —me quedé pensando en su apellido—. …Luca. Dante Di Luca.
Mi tío se tensó, se puso pálido. Me preocupé al verlo así.
—¿Estás bien, tío?
—Sí, no te preocupes. Es solo que... creo haber escuchado ese nombre antes —dice, un poco nervioso, y lleva su taza a los labios—. ¿Se te acercó alguien más?
—Solo algunos conocidos de Santiago. Ya sabes que me la paso pegada a él, y luego pasó todo. Se puso paranoico y discutimos —le dije.
—Ese hombre no me cae muy bien, pero si te dijo que no te acerques a ese otro tipo, le doy la razón. No puedes dejar que cualquier desconocido se acerque a ti —comenta, y se levanta para ir a la cocina. Voy tras él.
—¿Por qué? Santiago fue un desconocido cuando se acercó a mí también…
—Sí, pero tampoco considero que sea un buen hombre para ti. No puedo obligarte a dejarlo, pero ese tipo no te merece, Nadine. Si quieres dejarlo, dímelo y yo haré lo que sea para que te deje en paz —me miró con seriedad—. Nadine, sé que no soy tu padre, pero desde que estás conmigo, he cuidado lo mejor que he podido de ti. Me sentiré muy mal si dejas que otros te pisoteen. No te crié para que te dejes controlar por nadie. Lo que no funciona se deja, y ya. No estás obligada a seguir con él solo porque en su momento te trató bien.
Lo miré fijamente. Tenía razón. No me crió para ser débil, y aun así siento que lo soy. Santiago me hizo sentir bien, me hizo sentir segura. Siempre me sentí rechazada entre los demás chicos y chicas, jamás tuve amigos verdaderos. Santiago no me hizo sentir invisible, pero eso no me obliga a seguir con él.
—Lo sé, tío, pero tampoco quiero ser cruel y romperle el corazón —repliqué.
—No serás cruel. Eso es lo mejor, para él y para ti —odio que tenga razón. Mi tío suspira—. Sigue en tu mundo, Nadine, no busques cambiar. Sonríe siempre y…
—No demuestres que estás destruida. Soy fuerte, tío. Un poco tonta, pero fuerte —digo, sonriendo.
—No eres tonta. Solo sigue siendo dulce y fuerte. Es lo único que te pido.
—Así será, tío…
—Aunque el mundo se derrumbe...
—Siempre seré quien soy. No cambiaré —ambos sonreímos—. Iré a darme un baño para ir a la florería.
—¿No vas a descansar?
—No. Estar en la florería me hace sentir tranquila, y debo pensar muchas cosas.
—Está bien, ve —dice. Asiento y me alejo de él.
—Nadine —me llama, y me giro para verlo. Parece pensativo, luego sonríe y niega—. Nos vemos más tarde.
Asiento y me dirijo a mi habitación. Supongo que saldrá a hacer algún trabajo. Durante años le pedí que me hablara de mis padres. Siempre dijo que eran personas de buen corazón y que me amaban mucho, pero no le gustaba hablar de eso. Aunque aún tengo dudas y deseo saber más de ellos, no lo presiono. Me hace bien saber que, al menos, me amaban.
…
La floristería estaba tranquila esa mañana. El leve aroma de jazmines, lavanda y peonías me envolvió apenas abrí la puerta. Acaricié una hortensia distraídamente y dejé escapar el aire que ni sabía que estaba conteniendo.
Este era mi mundo.
Aquí nadie me exigía sonreír si no quería.
Aquí podía existir. Sin títulos. Sin juicios. Solo yo.
Me puse el delantal, recogí mi cabello y me senté a organizar un nuevo encargo para una boda. Mientras cortaba los tallos de las rosas, la imagen de Dante volvió a aparecer en mi mente.
Sus ojos. Su voz. Su forma de mirarme…
Era extraño lo mucho que me atraía su presencia.
Su mirada escondía algo y se me hacia muy familiar.
Pero era imposible.
¿O no?
Sacudí la cabeza. No tenía sentido pensar en eso. No era más que una impresión, una chispa momentánea. Tal vez el reflejo de un deseo más profundo: que alguien, por fin, me viera como algo más que “la chica de las flores”.
Sonó la campanilla de la puerta.
Me giré. Era Lucas, mi proveedor de flores frescas. Siempre llegaba temprano y con una sonrisa.
—Buenos días, señorita sol entre pétalos —dijo con tono teatral.
—Buenos días, poeta de la furgoneta —le respondí sonriendo.
Hacíamos ese juego desde siempre. Era uno de los pocos que me sacaba sonrisas sinceras.
—Traigo claveles blancos, tulipanes rojos… y chismes del barrio, si te interesan —anunció.
—Solo los tulipanes. Y un poco de chisme… si es jugoso.
Me ayudó a bajar las flores y charlamos un rato. Pero en cuanto se fue, la calma volvió a cubrir el local como una sábana tibia. Solo que esta vez no me sentí reconfortada… me sentí inquieta.
Mi móvil vibró en el bolsillo. Lo saqué y vi que había recibido un mensaje de Santiago. Lo abrí para leerlo.
Santiago
¿Cenamos?
Suspiré. Al parecer ya había bajado su molestia, pero si corto con él ahora mismo, creerá que es por Dante. Cómo odio que sea tan idiota a veces, pero me importa poco lo que piense.
Yo
Bien, dime dónde y nos vemos.
Santiago
Paso por ti. Te veo más tarde, cariño.
Apagué el móvil y lo dejé sobre el mostrador. Que pase lo que tenga que pasar.
No sabía lo mucho que podía cambiar mi vida, una vida en la que todo era una mentira…
Apoyé la cabeza contra la pared del pequeño local, cerrando los ojos por un instante. El aroma de las flores a mi alrededor era un bálsamo para mis nervios, pero no lograba calmar la tormenta que se agitaba dentro de mí.
Santiago. Esa palabra ahora pesaba más que nunca. Quería liberarme, pero sentía que algo me retenía, una mezcla de miedo, costumbre y ese extraño sentimiento de culpa que me atenazaba el pecho. ¿Cómo podía dejarlo cuando aún quedaba un pedazo de lo que fuimos?
Un suspiro escapó de mis labios y volví a mirar el móvil, pensando en el encuentro de esa noche. ¿Sería la última vez que nos veríamos? ¿O simplemente otro capítulo de una historia que ya no sabía si quería seguir escribiendo? pero.... ¿Y si había una nueva historia por escribir?.