5. Se acabo

1873 Words
Nadine Había dejado todo en orden para el día siguiente. Solo faltaban unos minutos para que Santiago llegara. Me miré el vestido una vez más: un tono claro, delicado... y manchado. Suspiré. Mal día para elegir algo tan “perfecto”. Ojalá Santiago no lo notara, o al menos que no soltara uno de sus desagradables comentarios, porque esta vez no sabía si podría morderme la lengua. La campanilla de la puerta sonó. Me giré creyendo que era él, pero no. —Buenas tardes, señorita —saludó una voz grave. —Buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarle? —Quisiera un ramo de peonías blancas. Sé que ya es tarde, pero… —No se preocupe. Justamente tengo uno preparado. ¿Desea agregar algo especial? —Una peonía rosa en el centro, si es posible —pidió con una leve sonrisa. Asentí, fui a por la flor y la coloqué cuidadosamente en el corazón del ramo. —Aquí tiene. —Se lo entregué. El hombre lo observó unos segundos, satisfecho. Luego extendió el dinero… mucho más de lo que el ramo valía. —Es para usted —dijo sin más, y se marchó. Subió a un auto n***o y lujoso, dejando solo el eco de su presencia y una nube de preguntas en mi mente. No recordaba la última vez que un cliente me había dado propina… o me había dejado tan confundida. Me encogí de hombros, guardé el dinero del día y fue entonces que vi el auto de Santiago aparcando frente a la floristería. Bien, Nadine. A veces hay que ser valiente. Primero tú… después los demás. Cerré la puerta tras de mí justo cuando sus brazos rodearon mi cintura. Rodé los ojos antes de girarme hacia él. —Hola, cariño. ¿Cómo estás? —preguntó, besando mi mejilla cuando rechacé el beso en los labios. —Muy bien. Feliz de estar con mis flores —contesté con simpleza. Soltó un bufido, pero no dijo nada. Caminó hacia el auto, sin molestarse en abrirme la puerta. Lo caballeroso de él se había perdido hace tiempo... al igual que mi paciencia. Durante el trayecto, Santiago habló sin pausa sobre su trabajo, sus clientes, sus cifras. Asentía de vez en cuando. Antes, solía gustarme escucharlo. Me gustaba verlo feliz, confiado, pero ahora... ahora solo parecía un eco vacío de lo que fue. El poder lo había cambiado. Al llegar al restaurante —menos ostentoso de lo habitual, por suerte— me tomó de la mano. Su mesa ya estaba lista. —Es un lugar bonito —comenté. —Podría haberte llevado a uno mejor, pero... bueno —murmuró, lanzando una mirada despectiva a mi ropa. —¿Tanto te avergüenzas de mí? —pregunté con frialdad. —No vamos a discutir aquí, Nadine —respondió entre dientes. —No me gusta cómo me ves, Santiago. ¿Qué soy para ti? ¿Un adorno? ¿La chica bonita que queda bien a tu lado? No lo soy, y lo sabes. —Vamos, no te pongas así. Solo quiero que estemos bien, ¿sí? —Forzó una sonrisa y estiró la mano para tomar la mía, pero la retiré—. ¿Pensaste en lo que te propuse? —¿Vivir contigo? ¿Después de lo de anoche? —reí, amarga—. Ni loca, Santiago. —¿Otra vez con eso? Ya supéralo, Nadine —gruñó, pasándose la mano por el rostro. —¿Y por qué debería? Siempre me haces sentir menos. Lo siento por no haber nacido con apellido y fortuna, por no pertenecer a tu mundo... ¿Pero sabes qué? —Basta con el drama, joder. —No. Porque tú puedes hacer drama y yo no. No es justo, Santiago. Ya no eres el chico dulce de la universidad. El que escuchaba, el que me miraba con ternura. Ahora solo te importa lo que piensan tus socios, tu imagen, tu negocio. Pero a mí no me importa ese mundo… ni tú en él. Me levanté. Santiago me miró con furia contenida. Y por primera vez… no tuve miedo. Solo alivio. Ya no lo amaba. Ya no me dolía. Solo me quedaba irme. Mi tío tenía razón. No tenía por qué seguir con Santiago. Esta relación no daba para más, mucho menos cuando éramos dos mundos completamente distintos. —Nadine, deja de decir estupideces. Tú sabes lo mucho que me importas —replicó él. —¿Estupideces? ¿Mis sentimientos son estupideces para ti? —pregunté con la voz rota—. ¿Qué te importa más, Santiago? ¿Yo o tus negocios? —No me puedes pedir que elija uno. —No te estoy pidiendo que elijas. —Nadine, por favor, siéntate y pide una puta cena —gruñó entre dientes. —Yo te habría querido aunque no tuvieras nada. Porque para mí, vale más lo que llevas dentro. Pero tú dejaste que el poder te consumiera. No quiero ser solo un trofeo a tu lado. Sé que ni siquiera tu familia me aceptaría. ¿Crees que quiero eso para mí? —Es por nuestro futuro, Nadine —dijo con exageración. —¿Acaso yo te he exigido algo? Jamás lo he hecho. Santiago, entiende que es lo mejor. Tú por tu lado, y yo por el mío. —¿Estás cortando conmigo? —rió incrédulo—. No puedes hacer esto, Nadine. —Sí puedo. Y lo hago porque esto ya no es sano. Estoy cansada de tus celos. De que te pongas histérico cada vez que un hombre me mira. Es lo mejor, Santiago. Y tú lo sabes. Esto… se acabó. Me alejé de la mesa sin mirar atrás. Sentí su mirada ardiendo en mi espalda. Al cruzar la puerta del restaurante, el aire frío golpeó mi piel y las lágrimas comenzaron a caer. —¡Nadine! —gritó Santiago tras de mí—. ¡Nadine, no hagas esto! Sé que a veces soy muy celoso, ¡pero joder, te quiero! Eres mi novia y no… —Basta. Tú sabes lo mucho que hemos cambiado. No quiero estar con alguien que no me acepta como soy. Sabía que lo nuestro no duraría mucho. Él se acercó y me sujetó de los brazos. —Deja las estupideces, Nadine. Si quieres seguir con la floristería, hazlo. Puedo comprártela si quieres. Sabes que puedo darte lo que me pidas. Solo tienes que decirlo. Te prometo que no diré nada sobre que eres florista —sus manos subieron a mi rostro y lo acariciaron—. Todo estará mejor, te lo prometo, cariño. —Mi decisión está tomada —dije firme. No me dejaría manipular. No me interesa su dinero. —No me puedes dejar, Nadine —gruñó, apretando mi rostro. Lo aparté de mí, dolida—. Sabes que no te irá bien si me dejas. —¿Me obligarás a estar contigo? El Santiago que yo conocí no era así. —Joder. En este mundo hay que tener ambiciones, Nadine. Hay que saberse mover, o te aplastan. —Será tu mundo. Porque yo no crecí así. Yo veo lo bueno en las personas —repliqué. Él soltó una risa burlona. —No existen las personas buenas. Un par de billetes y puedes comprar a quien quieras. El dinero nos mueve. Y tú, Nadine… tú tampoco eres buena. Si alguien te llega al precio, tú… Mi mano lo interrumpió antes de que pudiera terminar. Lo abofeteé sin pensarlo. Se quedó quieto, con la mejilla roja y los ojos encendidos. —¿Estás diciendo que alguien puede comprarme? ¿¡Qué crees que soy!? ¡Jamás me vendería! —Ese maldito infeliz que llevas en la cabeza no es una persona buena. Tiene el corazón más oscuro que el mío —escupió con rabia contenida—. Te daré unos días. Si no regresas conmigo… haré uso de lo que tengo. Tendrás noticias mías. No voy a dejar que estés con alguien que no sea yo. —Vete al infierno —dije, dándome la vuelta para buscar un taxi. —Nos vemos allá, querida —murmuró con veneno. No es como me hubiera gustado que esto terminara. Pero no le tengo miedo. Si algo sucede… yo podré. Yo podré. Esteban Termino de acomodar los platos y escucho que la puerta se abre. Me asomo, y aunque ya sé que es ella, necesito comprobarlo con mis propios ojos. Apenas me ve, me lanza una sonrisa débil. Se nota que no ha sido un buen día. —¿Qué sucedió? —pregunto, mientras ella suspira con cansancio y se deja caer en el sofá de la sala. —Corté con Santiago —responde sin rodeos. Una parte de mí siente alivio. La otra, preocupación. Siempre he sabido que él no era el indicado, pero verla afectada nunca es fácil. —¿Cómo lo tomó? —No muy bien. Como todo hombre que no está dispuesto a perder, dijo que yo no podía terminar con él y muchas cosas más. Sé que fue lo mejor… pero aun así me siento mal. No es fácil —concluye, y su voz se quiebra levemente—. Quiero descansar. —Creo que es lo mejor para ti. Y por favor, si llega a hacer algo que no te guste, no dudes en decírmelo —le digo con firmeza. Ella asiente, y aunque no sé muy bien cómo consolarla, intento lo que siempre funcionó cuando era pequeña. —¿Quieres chocolate con malvaviscos? Una sonrisa se dibuja en su rostro, pequeña pero real. —Sí, por favor. Verla así me hace recordar que, aunque nunca supe cómo ser un padre, hice todo lo posible para protegerla. No tengo hijos, nunca los tuve… hasta que la vida me puso a ella en el camino. Tal vez no he sido ni la sombra de lo que sus padres hubieran sido, pero hice lo que pude, lo que creí correcto. Nadie sabe que yo tenía contacto con Cedric, si asi hubiera sido, yo no estuviera aquí. Y creo que en el fondo el sabia que algo sucedería. Nadie supo que aquella noche iba a visitarlo, ni que llegaría justo en medio de una tragedia. Fue un milagro que pudiera sacar a la niña de allí con vida. Era obvio que querían desaparecerlos. En ese mundo, la lealtad es efímera, y la traición se paga caro. Cedric confió en quien no debía. Esa amistad le costó la vida… y casi le cuesta la vida a toda su familia. De todos los hombres con los que Nadine pudo cruzarse, tuvo que ser con un Di Luca. No sé si es el destino o una maldita ironía. Solo espero que no vuelva a cruzarse con ellos. Nunca quise que supiera quién fue. Nadine no recuerda nada; tenía apenas cuatro años cuando todo ocurrió. Para ella, esa vida no existe. Ni el apellido, ni la historia, ni el horror. Solo conoce la versión que yo le conté. Y así debe seguir. Pero si los Di Luca están cerca de nuevo… Si el pasado comienza a revolverse, tal vez ya no pueda seguir ocultándoselo. Tal vez tenga que decirle por qué su nombre no es Amanda. Y por qué su verdadero apellido debe seguir enterrado para siempre.
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