Dante
El reloj marcaba las siete de la mañana cuando el aroma fuerte del espresso llenó la cocina. Me incliné sobre la encimera de mármol n***o, con la taza aún caliente entre los dedos. Afuera, la ciudad apenas comenzaba a despertar. Yo ya llevaba horas despierto. Como siempre.
Las primeras llamadas llegaron antes del amanecer. Negocios, confirmaciones y muchas cosas en las que no quería pensar. Era lunes, pero para mí, cada día era guerra. A veces con traje. A veces con sangre.
Me vestí con precisión: traje n***o a medida, corbata discreta, gemelos de oro opaco. Nada llamativo, pero cada pieza hablaba de poder. Di Luca Importaciones exigía respeto incluso antes de entrar por la puerta. La sede, un edificio de cristal y acero cerca del distrito financiero, reflejaba la fachada perfecta. Licores finos. Exportaciones legales. Reuniones pulcras.
Pero yo sabía que no era más que eso: una fachada.
Mi primer encuentro fue con el equipo de marketing. Presentaciones brillantes, gráficas perfectas, sonrisas fingidas de ejecutivos que no tienen idea de lo que realmente financian. Asentí, pregunté lo necesario. Nadie notó que no estaba realmente presente. Tenía otra imagen ocupando mi mente.
Cabello rubio, suelto y delicado. Vestido claro, piel suave. Esa chica se niega a salir de mi cabeza.
Investigué todo lo que pude sobre ella. No sé qué tiene, pero algo en ella me llama, me jala como un anzuelo que no puedo soltar. Muchas veces estuve tentado a ir a buscarla. No entiendo cómo un imbécil como Santiago puede estar con una mujer como ella. Ese idiota... se arrastra por las sombras creyendo que puede caminar entre lobos. Ella es demasiado para él. Se nota con solo verlos juntos: ella desentona. Porque ella... ella es luz. Es pureza entre tanto humo y ambición.
Solo verla me hizo imaginarla envuelta en vestidos suaves, colores claros, aromas florales, sonriendo con inocencia. Maldición. Otra vez me perdí pensando en ella.
Después del almuerzo, me encerré en mi despacho a revisar contratos. Mi móvil vibró. Mensaje cifrado. Marco.
—Tenemos el envío listo para esta noche, patrón. Todo bajo control.
Bien. Otra jugada. Otro riesgo. Nadie sospecha que los contenedores de licor también transportan armas, tecnología, secretos. Todo lo que mantiene mi imperio en pie. Lo he diseñado así, con precisión quirúrgica. Pero aun así, hoy no puedo concentrarme. Me quedo mirando el vacío, pensando en su rostro, imaginando cómo se vería sonriendo... para mí.
…
Por la tarde asistí a una cena privada con socios y diplomáticos. Ropa cara, discursos vacíos, risas falsas. Hombres que creen tener poder porque tienen dinero. Yo tengo algo mejor: miedo. El mío no se compra, se respeta. Se teme.
Y sin embargo, me siento vacío por dentro. Algo estúpido. Mi padre lo diría así, sin rodeos.
—¿Qué te pasa, Di Luca? —me pregunté al espejo del baño del salón. Pero mi rostro no cambió. Imperturbable. El mismo desde que mi padre empezó a entrenarme como su sucesor. Desde que enterré lo poco que quedaba de mi humanidad.
Esa noche regresé tarde. Dejé el saco sobre el sofá, desabroché los puños de la camisa y serví un whisky. Desde la ventana, la ciudad brillaba allá abajo. Tan viva. Tan rota. Como yo.
Atrapado entre dos mundos.
El empresario. El mafioso.
Y esa maldita rubia que no puedo sacar de mi cabeza.
¿Qué tiene ella? ¿Por qué aparece tanto en mis pensamientos? ¿Por qué me recuerda a Ami?
Quizá solo sea deseo, capricho, obsesión. Quizá solo quiera acostarme con ella y ya, pero está con Santiago. No puedo acercarme por simple placer. Así que por ahora, me conformo con tenerla en mi mente… un poco más.
…
A la mañana siguiente, llegué a la empresa. Todo marchaba bien. Una semana había pasado desde que la vi. Días después envié a mi chofer a comprar flores en su florería. Dije que eran para una ocasión, pero la verdad era otra: eran para Ami. Visité su tumba. No dejo de hacerlo. Desde que ella y sus padres murieron, mi padre se encargó del funeral. La culpa, el silencio, el secreto... son parte del precio que cargo.
—Señor, la chica está aquí —me avisó mi asistente.
—Hazla pasar —respondí sin levantar la vista.
Programé una entrevista solo para probar algo. Necesitaba contratar a alguien, sí. Y también quería confirmar si podía distraerme de esa rubia desconocida, sacar por un momento de mi cabeza a esa desconocida. No sé por qué la sigo llamando así. Su nombre está en cada documento que tengo sobre ella.
La chica que entró era morena, de ojos oscuros. Hermosa, sí, pero no como ella. Le hice un par de preguntas. Técnicas, sencillas. Quería saber si servía para el puesto, no debía levantar sospechas de lo que haría. Ni siquiera se porque hago esto.
Después de la entrevista, me recosté en la silla.
—Contrátala —le dije a mi asistente.
—La propuesta para la florista está lista —informó.
—Llévala. Explícale cada punto. Asegúrate de resaltar los beneficios. Pero no menciones mi nombre —ordené.
—¿Y si rechaza la propuesta?
—No quiero un no. Haz que acepte. ¿Entiendes?
Mi tono fue más frío. Ella asintió y salió en silencio.
Y mientras me quedaba solo, mirando por la ventana otra vez, su rostro volvió a mí y esta vez acompañada con las risas de Ami, me da tanto miedo algún día olvidar su risa, porque la recuerdo cuando siento que me hundo en esta oscuridad que me rodea.
Nadine
Había pasado una semana desde que terminé con Santiago. Sorprendentemente, no había noticias suyas. Creí que me buscaría, pero no lo hizo, lo cual —en cierto modo— es bueno. Quiere decir que entendió que ya no teníamos futuro juntos. Qué tonta fui al pensar que realmente lo había comprendido. A Santiago no le gusta perder.
El día estaba por terminar y yo recogía los últimos arreglos en la floristería cuando la puerta se abrió. Levanté la vista y vi a una mujer elegante, que entró con paso seguro, sin mucha ceremonia, pero con una presencia que imponía.
—¿Señorita Nadine Mancini? —preguntó con voz clara.
Asentí, dejando a un lado las tijeras que tenía en las manos.
—Soy Andrea —dijo, mostrándome una carpeta impecable—. Trabajo para una empresa que está interesada en sus servicios florales. Me pidieron que le entregue esta propuesta y le explique los detalles.
La miré con algo de sorpresa. No esperaba visitas fuera de lo común hoy, mucho menos ofertas que sonaban tan formales… y misteriosas.
—¿Una empresa? —pregunté con cautela, abriendo la carpeta—. ¿Qué tipo de servicios buscan?
—Arreglos semanales para oficinas corporativas, eventos exclusivos y colaboraciones especiales —respondió con calma—. El contrato incluye un pago fijo, materiales cubiertos y beneficios adicionales. Puede ver los detalles en el documento.
Suspiré, hojeando las páginas. Los números eran generosos, las condiciones claras. Casi demasiado buenas para ser ciertas.
—¿Por qué yo? —pregunté, alzando la vista—. No recuerdo haber trabajado para su empresa.
—Mi jefe investigó las floristerías de la zona y la suya le pareció la más adecuada —sonrió con aire profesional—. Quieren que forme parte de este proyecto.
Sentí un cosquilleo de curiosidad mezclado con cierta desconfianza.
—Necesito tiempo para pensarlo —dije. Era una oportunidad enorme… pero también algo dentro de mí dudaba. Era todo tan perfecto que me parecía irreal.
—Claro, tiene tres días para responder. Pasado ese plazo, buscarán a otra persona.
Guardé la carpeta en mi bolso mientras la mujer se despedía. Cuando cerró la puerta, me quedé mirando hacia la entrada. A veces me pasaban cosas extrañas, pero esto era distinto. Yo había hecho arreglos para bodas y pequeños eventos, pero esto… esto era otra liga. Una oportunidad real para crecer, para demostrarle al mundo —y a mí misma— que la floristería podía florecer más allá de este pequeño local.
Pensar en eso me emocionó. Pensé en agrandar el local, comprar más herramientas, quizás contratar a alguien. Tal vez incluso dejar de contar cada centavo.
Pero esa emoción se desvaneció en segundos.
—Señora Silvia —dije al ver a la mujer entrar.
—Hola, Nadine. ¿Qué tal todo? —preguntó.
—Muy bien. ¿A qué debo su visita? Aún me faltan unas semanas para el próximo pago y...
—No te preocupes por eso, querida. Ya tu novio me hizo una propuesta, muy generosa por cierto —dijo con una sonrisa. Me quedé helada.
—¿Mi novio?
—Sí, es un buen hombre. Se nota que te quiere mucho y se preocupa por ti —dio un suspiro nostálgico—. Esos hombres hay que cuidarlos.
Ella no sabía lo que decía. Estaba claro que Santiago no hacía eso por amor. Esto era una maniobra más. ¿Acaso pensó que yo no me daría cuenta?
—En cuanto tenga los papeles listos, firmamos. Es un gran regalo el que ese hombre te hará —comentó con emoción—. Pero bueno, ya hablé mucho. Quiero un ramo de rosas, es el cumpleaños de mi hija y...
Una parte de mí se perdió en mis pensamientos. ¿Hasta dónde estaba dispuesto a llegar? Me di cuenta, quizá por primera vez de verdad, que nunca conocí al verdadero Santiago.
Cuando la señora Silvia se fue, me quedé en el local, recorriéndolo con la mirada. Conocía cada rincón. Cada flor sembrada, cada espacio decorado con mis propias manos. Me encantaba jugar con la tierra del jardín trasero, ese pequeño espacio que hacía de este lugar mi refugio.
Mi lugar seguro. Mis flores.
Y ahora Santiago iba tras lo más importante para mí.