Es una fiera

1133 Words
+ALEXANDER MOREAU+ No sé si tengo ganas de mandar a esta mujer al diablo o seguirla provocando. Lo cierto es que cuando salí del auto para ver lo que había ocurrido uno de mis guardaespaldas chocó, maldito imbécil, no voy a negar que la mujer me llamó la atención. Una mujer demasiado atractiva. Estatura alta, debe rondar el metro setenta y tres. Cuerpo curvilíneo y esculpido, de esos que no ves todos los días. Cabello castaño oscuro, largo, brillante, como salido de un comercial de champú, pero con un aire salvaje, como si nadie pudiera realmente domarlo. Ojos color ámbar. Sí, ámbar. Una maldita pantera en la nieve. Porque eso es, una pantera vestida de ejecutiva elegante con mirada seria y penetrante. Piel blanca, impecable, como la nieve que nos rodea esta mañana de mierda. Y sus tetas… ¡WAooo! Demasiado pronunciadas para el escote que lleva. Esa blusa no ayuda. Esa falda menos. Y ese culo. Dios, ese culo debería ser ilegal. Se mueve con cada paso como si tuviera vida propia. Elegante. Fina. Clase alta. Lo noto en los zapatos, en el perfume y en la forma en que me miró como si fuera escoria. Lo primero que vi después de sus tetas fue ese anillo. Casada. Perfecto. Por amargada y odiosa, estoy seguro de que su marido la tiene descuidada. Aunque… no sé. Tiene pinta de ser ella la que manda. Tiene cara de mujer que no se deja tocar si no le hacen reverencias primero. Prepotente. Pero no más que yo. Ahora mismo me dirijo a una de las mejores empresas de moda cosmética. No es mi línea habitual, pero el negocio me interesa. Hay dinero. Hay estatus. Y quiero expandirme. Soy el dueño de varias empresas, solo es una fachada para mi imagen. Legalmente, limpio. En el fondo, oscuro como el fondo del infierno. Pero eso nadie lo dice. Eso no se habla. Esto va por jerarquía. Y yo… yo tengo mucha jerarquía en este maldito mundo. Tengo treinta y ocho años y parezco de veintiocho. He vivido cosas que la mayoría no podría ni imaginar. Lo diría un santo: “no soy pecador, nací en el pecado”. No entré en este mundo… nací en él. Crecí con la sangre como herencia. Y cuando entras, no se te permite salir. Aunque yo nunca entré… simplemente abrí los ojos y ya estaba adentro. Mientras pienso en eso, noto que la mujer que está a mi lado se retuerce incómoda. Me sonrío por dentro. Me gusta. Me gusta joderla. Con sutileza empiezo a atacarla. —Así que es casada —comento, sin mirarla directamente, dejando que mis palabras se cuelen en su oído como veneno dulce. Sus ojos ámbar se clavan en los míos. Un destello de furia se asoma en ellos, pero se contiene. Me mira con esa mezcla de desprecio y desafío que solo una mujer con ovarios de acero puede sostener. —Felizmente casada —responde con voz seca y arrogante, y cruza las piernas. Mierda. Ese movimiento fue casi letal. La falda se subió apenas unos centímetros, pero suficientes. En eso el auto pasa por un maldito bache, y sus tetas… sus tetas rebotan como si me provocaran directamente. Como si supieran que no debo mirar, pero no pudiera evitarlo. La estoy desnudando con la mirada. Sí. Lo estoy haciendo. Y no debería. No porque no pueda. Porque no quiero. Podría tener a cualquier mujer. Literal. Pero ella, no. Ella es otra cosa. Y precisamente por eso la deseo más. Entonces, como si quisiera golpearme con su lengua afilada, suelta: —¿Y usted? ¿En qué pierde el tiempo? ¿Mujeres? No veo que sea casado. —No lo necesito —le respondo con una sonrisa torcida—. Un buen sexo es suficiente. Ella arquea una ceja. Sonríe, pero no es una sonrisa de agrado. Es una burla, una daga envuelta en terciopelo. —Con razón —dice. —¿Con razón qué? —Con razón es tan ordinario. —¿Ordinario? —Me río—. Bueno… puedo ser lo que tú quieras, preciosa. Pero no soy aburrido. Ni una frustrada que se viste como reina, pero está desesperada por un polvo decente. Ella se queda helada. La sangre le sube a la cara como si fuera a explotar. —¡Maldito idiota! —Este maldito idiota —le digo con voz calmada, disfrutando cada segundo—, la lleva en su auto. —¡Entonces bájeme! ¡Bájeme, idiota! ¡Detenga el auto! ¡¡QUE LO DETENGA!! —grita. —Detenga el auto —le ordeno al chofer sin mirarlo—. Que baje la menopáusica. —¿¡¿Menopáusica YOOOO?!? —chilla ella, ofendida, como si la hubiera escupido en la cara—. ¡¿A ti quién te crees que eres, malnacido?! —El malnacido que te está quitando las ganas de usar ese anillo de casada. Te arde, ¿verdad? Te arde que alguien te diga lo que nadie te dice. Que tu marido no te toca ni con un palo. —¡A ti qué carajo te importa! ¡No tienes derecho! —Claro que no —me encojo de hombros—. Pero me divierte. Ella baja del auto hecha una furia. Se gira, con el cabello alborotado por el viento, y se me planta frente a la puerta abierta. —Eres lo peor que me ha pasado en mucho tiempo. —Y lo más excitante, admítelo. —¡Ni en tus sueños más húmedos! —Te equivocas, princesa. No estás en mis sueños. Estás en mi lista de pendientes. —¡Eres un cerdo! —Y tú estás más caliente que una estufa industrial. Tu marido no te folla bien, eso es obvio. Tienes el cuerpo pidiéndolo a gritos. Ella me mira. Respira agitada. Me lanza una cachetada. Me la aguanto sin moverme. —¿Eso es todo? —le digo bajito—. ¿Una cachetada? Esperaba algo más... agresivo. —¡Eres un idiota egocéntrico, ególatra, narcisista y repugnante! —Y tú una mojigata frustrada que se masturba con la ducha mientras imagina que la follan contra el lavamanos. Ella se queda muda. Roja como un tomate. Los labios temblorosos. Los ojos brillantes. Y por un momento, solo por un maldito segundo, siento que va a lanzarse sobre mí. No para golpearme. Para besarme. Para arrancarme la camisa y gritarme “¡hazlo!”. Pero no lo hace. Se da la vuelta, con el culo moviéndose con furia, y empieza a caminar por la carretera como una loca. La veo alejarse. Me río. Y murmuro para mí: —Me va a costar no querer tenerla bajo mí, gritando mi nombre, mientras la hago olvidar hasta cómo se llama.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD