¡Tranquilo, Anticupido!

—¿Ya estás listo para salir de cacería? Ares, el dios de la guerra, me echa una mirada desaprobatoria. ¿Tendré mal puesto el carcaj? Asiento en silencio para que mi gran bocaza no cometa el error de hablar de más. Sin embargo, creo escuchar una risa mal disimulada. ¡Otra vez ese odioso de Hefestos está haciendo de las suyas! Me remuevo en el asiento para intentar ocupar las dos plazas, pero mi anatomía nunca ha sido tan abultada. —Revisen con cuidado cada uno de sus instrumentos de trabajo. Una vez que se haya dado la indicación de la partida, comenzará la prueba contra reloj. —Enfatiza el profesor Falo. Con rapidez, tiro una mirada a cada uno de mis utensilios. Todo está en su sitio. Por más que me rompo la cabeza, ignoro qué puede salir mal. He seguido todas las indicaciones al pie de la letra. Primero, con ayuda de buscador de Google, he verificado los datos personales de Débora Galván. Rectifico en las r************* que no haya algún error con relación a la información recibida. Corroboro que el sujeto de mi investigación es una joven soltera con estatura promedio y rostro medianamente atractivo; con antecedentes de noviazgo tonto a los once años, besos con lengua a los doce y sexo violento a los quince… Lo acorde para la clásica chica de pueblo, sin creencias religiosas ni minusvalías. Una vez que chequeo su perfil en f******k e ** y descarto que esté involucrada sentimentalmente, la he considerado una candidata apta. Firmo con una de las plumas de mis alas el consentimiento informado y me dispongo a la contienda. Las técnicas de ataque me las reservo. No seré el tonto que muestre sus cartas al rival. La misión parece ser pan comido. Luego, me enfrentaré a la prueba escrita y con un poco de suerte, terminaré el primer nivel de la Licenciatura en Ciencias del Amor. Sí. Yo soy uno de esos raros seres mitológicos con dones sobrenaturales. Quizás algunos envidien mi posición, sueñen con largos paseos en el Monte Olimpo en compañía de las ninfas y diosas más bellas. Mirándolo fríamente, les doy la razón. Pero no se dejen guiar por las apariencias. Cuando se es hijo de papá, muchos ojos se posan sobre las espaldas. Mi familia espera de mí la excelencia, no un aprobado mediocre. Las treinta y siete generaciones de Cupidos que me preceden han levantado altos estándares difíciles de sobrepasar. Aun así, debo intentarlo. El profesor asigna las parejas. No necesito esforzarme mucho para saber que me tocará luchar contra Hefestos en un combate sin igual. Nunca he presumido de mi mala suerte, pero me persigue como la sombra al cuerpo. Efectivamente, a causa del destino o por designio de los dioses, se corroboran mis sospechas. Otra vez, ambos nos veremos las caras. Él se acerca y me mira de reojo, con esa actitud despectiva que siempre he odiado. En sus labios estampa una sonrisa sardónica. ¡Lo que tiene uno que tolerar por amor a la familia! —Entonces, Cupido Junior, si ya te ha quedado claro tu trabajo, el mío también lo está. Cuando el reloj suene, bajaremos a la tierra. Tú, a sembrar felicidad entre los humanos; y yo, a destruirla. Recuerda que solo puedes usar tres flechas por día, y que ninguna de ellas tendrá efecto sobre la chica —murmura en mi oído. No me doy por aludido. Los anticupidos también deben terminar su Licenciatura en Ciencias del Desamor. Ha sido de esa manera de mantener el equilibrio sentimental en el universo desde su surgimiento, y así será en el futuro. Lo que comenzó como una competencia pacífica entre dos escuelas se ha convertido en una feroz lucha sin cuartel en la que salen dañados los seres humanos. A medida que transcurren los años, el colegio rival gana terreno. Solo espero emparejar la balanza entre ambos clanes. No hay mejor sitio para llevar a cabo mis funciones que un bar Lo he aprendido en las clases de Romanticismo Básico, una ciencia tan sencilla como sumar dos más dos. Así que, cargo la ballesta y salto a la tierra. Escondo las alas para no asustar a los humanos. La discreción es la divisa que me han enseñado en la escuela. Si uno de ellos presencia el uso de los poderes sobrenaturales de potencia de un dios, de inmediato Zeus impone al transgresor una suspensión y le deporta al Monte Olimpo. Lo peor de esta historia es que solo cuento con un par de semanas para lograr que la chica se enamore y decida matrimoniarse durante el resto de su vida. Es muy poco tiempo. No niego la existencia del amor a primera vista, pero es la excepción y no la regla de la ecuación. El primer paso es sencillo. Debo trazar su perfil psicológico con el fin de conseguir el candidato ideal. Para ello me dirijo al bar local en el que trabaja como camarera y estudio el entorno. Cuando le veo, me doy cuenta de que Zeus me ha escogido a una Afrodita humana. Su oscura cabellera centellea tanto como los rayos del sol y su piel marfileña refleja las emociones que se esconden en el interior de su cuerpo. No solo yo soy capaz de ver a través de la corteza superficial. Anhelo rozar sus labios. Me encantaría probarlos, paladearlos con la punta de la lengua y saber de qué material están hechos. Aunque no soy dado, como mi pariente Zeus y otros dioses del Olimpo a tener relaciones con simples humanas, reconozco que ella me atrae. La belleza es mi debilidad y la de ese espécimen de mujer es perfecta en la máxima expresión que esa palabra entraña. Sin embargo, no debo dejarme llevar por mis instintos primigenios. Mi trabajo de curso no consiste en encandilarme con Belinda, sino hacer que ella se enamore de un chico común. Pero nada es sencillo y me doy cuenta en el mismo instante en que ambos cruzamos las miradas.